Hola linda, hace poco que nos conocemos, sin embargo cada vez que hablamos siento esa singularidad en la piel, ese hormigueo incómodo y elegante que me eriza la piel al rozar la tuya, en cada beso dado de las mejillas rojas.
¿Decís que nos conocimos en el cumpleaños de Juan Francisco? No, para mí que no. Los cumpleaños de Juan Francisco no fueron un lugar al que yo asistiera de manera frecuente, pese a que son una vez al año. Como fuese, yo iba de vez en vez para provocar el destino.
Para mí que fue en la facultad. Los pasillos de la facultad a las seis de la tarde, siempre fueron tumultuosos, bullicio, desandarlos era al llegar a clase o, saliendo de ella, una instancia de la adultez-infante que recuerdo como esas añoranzas a las que siempre se quiere regresar. Breves encuentros, conversaciones cortas y truncas, "hola hermosa, después te llamo, tengo que entrar a cursar”, “¿vas a estar en el bar?”, "vamos a tomar una cerveza." Saludos apurados, reencuentros, rostros recortados en la asimetría de la contingencia; pero aún así y a pesar de ello recordaría tu rostro por varias razones; y por otras tantas no lo recuerdo. Quizás nos cruzamos en las librerías vecinas al edificio de la universidad. Desordenados espacios reinantes de placeres futuros, o en la estación de un tren que estaba por partir. Y así te ibas…
Así te fuiste. ¿Te has ido? ¿Así es el trazo tuyo por mi vida?
Te recuerdo con alegría o con la tristeza láctea de las memorias que quedan por escribirse, ya sin el sustento incierto e inverosímil de la anquilosada memoria que resiste el vendaval y huye…, no al tiempo, sí de mí.
¿Decís que nos conocimos en el cumpleaños de Juan Francisco? No, para mí que no. Los cumpleaños de Juan Francisco no fueron un lugar al que yo asistiera de manera frecuente, pese a que son una vez al año. Como fuese, yo iba de vez en vez para provocar el destino.
Para mí que fue en la facultad. Los pasillos de la facultad a las seis de la tarde, siempre fueron tumultuosos, bullicio, desandarlos era al llegar a clase o, saliendo de ella, una instancia de la adultez-infante que recuerdo como esas añoranzas a las que siempre se quiere regresar. Breves encuentros, conversaciones cortas y truncas, "hola hermosa, después te llamo, tengo que entrar a cursar”, “¿vas a estar en el bar?”, "vamos a tomar una cerveza." Saludos apurados, reencuentros, rostros recortados en la asimetría de la contingencia; pero aún así y a pesar de ello recordaría tu rostro por varias razones; y por otras tantas no lo recuerdo. Quizás nos cruzamos en las librerías vecinas al edificio de la universidad. Desordenados espacios reinantes de placeres futuros, o en la estación de un tren que estaba por partir. Y así te ibas…
Así te fuiste. ¿Te has ido? ¿Así es el trazo tuyo por mi vida?
Te recuerdo con alegría o con la tristeza láctea de las memorias que quedan por escribirse, ya sin el sustento incierto e inverosímil de la anquilosada memoria que resiste el vendaval y huye…, no al tiempo, sí de mí.
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