20 ago 2010

Reminiscencias de una noche con Rodolfo Mederos

Por Nacho Fittipaldi
Relato
La Plata, julio de 2008
Amigos, ayer nuevamente y después de sentir la derrota de dos miércoles de Café Cultura, muy malos, tuve la sensación de que la cosa comenzaba a funcionar, espero con la regularidad que necesitamos.
El encuentro con Mederos fue tremendo, el tipo habló una hora y media sin parar, se pasó el formato por donde se le cantó y fue mejor así. Conversador el hombre, se arrojó a su vida de niño, se quebró en lágrimas cuando recorrió algún recuerdo entrañable y la figura de su padre; relató su llegada a Pugliese y a Piazzolla, pero también se refirió a la cantidad de veces que mordió el polvo en sus primeros arribos a Bs.As, de cómo un músico debe trabajar de músico, de cuantas veces frente a la derrota, solo la convicción y la pertenencia de donde uno viene se constituyen en el combustible indispensable, único, para "ser" y "seguir".
Había que cortar la charla para abrir la ronda de preguntas, para que tocara, finalmente es un músico, y el tipo seguía ahí diciendo "Yo no tengo apuro, eh. ¿Hay que entregar el boliche pibe?" Y eran las diez de la noche, hablando desde las siete y media, la mesa desde la que hablaba estaba perdida y rodeada de la gente que se le aproximó por indicación suya, parecía haberse llegado hasta allí con los objetivos mas claros que los nuestros. El publico lo cautivó en silencio mientras en algún punto algunos de nosotros, obligados a observar o no dejando poder de hacerlo, nos dábamos cuenta que algo diferente allí se había logrado, una disrupción de la realidad, a salvo tan solo un rato de la hostilidad terrena. Yo estaba, al fin, feliz y realizado.
Sacó el bandoneón y eso solo provocó el reiterado chasquido de las manos del publico, ya rojizas, que a esa altura tenía mas ganas de escucharlo que de seguir viviendo. Estábamos cerquita de él, tanto que podíamos oír el sonido del fuelle al contraerse y ver cómo el aire que de allí exhala le soplaba un mechón de pelos que le caían sobre la frente como acariciándolo, vimos cómo el aire caliente de la música buscaba el cielo al que pertenece.
Tocó tres tangos que fulminaron el alma, la hamacaron hacia arriba y hacia abajo, como señalando la volatibilidad de la estructura edilicia o la humana, nos la soltó en pleno vuelo y allí caímos hechos jirones pero recuperados de espíritu con las recobradas fuerzas para hacerle frente al frío helado que una vez mas había tomado la ciudad.

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