22 ago 2010

¿Dónde llorar?

Por Nacho Fittipaldi

Dónde llorar si la casa es tuya también y estas por todos lados, si vivimos juntos aún. A penas te vas viene el alivio de la mañana, saber que estaré solo al menos unas pocas horas me distiende, me alivia. Pero ello reniega al sufrimiento, lo centrifuga hacia la ventana, me evado. No sirve. Entonces preparo el mate, pongo la pava a fuego lento mientras busco el yerbero, lo encuentro, sujeto la calabaza de manera inclinada y vierto la yerba en su interior. El metal suena, sin estridencias pero reclama e indica que el agua esta en el vértice del hervor. El líquido levanta la verde hierba y le impone una espuma y un olor. Ese espacio, ese tiempo destemporalizado implica ocio, la mente viaja errabunda por quién sabe qué lugar, me sujeto a cables y voy, de vez en vez, mejorando mi ánimo de manera inercial. Después llegas vos y todo te lo llevas. Dónde llorarte. Por Dios, dónde. El llanto contenido es como el agua de los días sucesivamente llovidos, inundados, el peso de las lágrimas se ubica todo entero, en el pecho. Pesa el cuerpo, los pulmones se asfixian de llanto contenido, me sofoca la vida y muere.
En el baño, el baño podría ser un buen lugar. Abriría la canilla de la ducha, dejaría correr el agua, despreocupado de su posible escasez en los próximos años. El golpeteo contra la bañera velaría mi desgracia contenida y ayudaría a soltar la tristeza encubada. Sentado en el inodoro me fregaría las manos sobre los ojos, secaría mis lágrimas incomunicables, pasaría un tiempo allí, distendería angustias y de allí a la farsa cotidiana, otra vez. En el reino de la farsa el tuerto es Rey y quien ve con ambos ojos aquí, soy yo. Quiero decir, en ese transcurrir de la rutina hay un hábito de la dejadez, del desamor, es cierto sí, pero también existen rutinas de la estabilidad dentro de la misma farsa, o fachada, no todo es impostura. Hay mucho de cosa restablecida, de cimiento bien forjado, algo acabado que hemos logrado juntos, ahora que lo pienso. Y así se pasan los días.
Los arrebatos de felicidad son escasos y serán menos, así la angustia crecerá y ese sentimiento que es tristeza sin origen ni rumbo, se impondrá como un gas toxico estacionado en la habitación cerrada. Pero el baño no. No porque podes entrar en cualquier momento y me verías, tendría que dar explicaciones o hablar sobre cuestiones que no están maduras. Hubiera sido torpe llorar en el baño o en cualquier otro lugar en donde pudieras verme.
Podría llorar con amigos -aunque la lista se acotó ¿quiénes son mis amigos?-. Los citaría, nos juntaríamos un día que vos no estés, podría preparar una comida, abrir unos vinos que tengo guardados y contarles lo que me sucede. Les diría que las cosas no han funcionado, que no estoy seguro pero me parece que las cosas así como están, no van más. Ni vos ni yo nos merecemos ni siquiera unos meses de lo que venímos pasando, y allí me quebraría. Las lágrimas contenidas de tanto no decir, serían ráfagas descollantes de una blancura telar sin símbolo ni escritura. Pero no, ni el pensamiento ni la razón logran ordenar lo que la imaginación niega, qué voy a contarles si ni siquiera sé por donde empezar, si frente a lo dicho, no hubiera podido argumentar en contra de los consejos que me indicaran la separación inmediata.
Llorar. Eso quisiera y parar de hacerlo solo una vez que comenzara, al menos sabría el motivo del agua. Cierta vez afirmé que las lágrimas eran la consecuencia del desborde emocional. Cuando las palabras y su articulación lingüística, ahí donde el grito mas desaforado, cuando los gestos, cuando las expresiones faciales ya no alcanzan como respuesta a un estímulo determinado, de alegría o tristeza, qué más da, entonces lo que sucede es el fenómeno de la lágrima, una expresión acuosa que de investigarla en su seno mas íntimo arrojaría de seguro una suerte de licencia anímica, rastreable, clara y finita en el surco de la cara. Mi angustia era tanta que ni eso lograba expulsar, perder, partir.
Seco, actuante, recio y sonso me encontré en nuestra propia casa en donde desde hacia bastante tiempo nada ocurría. Carente de discusiones, de peleas, de cachetazos, de mimos, de palabras, ausente de casi todo lo que constituye a una pareja, sequeando desbordes. Hasta que un día, cuando todo esto se me apresuró y se alineó sobre un cause tan recto como pistas de aterrizaje, el agua apareció. Claro, lo que tiene el llanto es que no deja hablar. Cuando el llanto arrecia, la palabra se entrecorta, las ideas se nublan, aflora el moco, la temperatura del cuerpo se eleva, acude la transpiración desdibujando lo poco que un rostro bello posee y el vendaval sofoca. Lloré como un desgraciado, como un ternerito destetado frente a la computadora cuando por primera vez escribí con claridad lo que nos ocurría. Escribí un correo para San, Ladis y los dos Pablo:

"Amigos, sépanme sin plan. Estoy triste y angustiado, la relación con Marie esta muy mal, "estanca", tenemos muchísimos roces, su personalidad me disgusta, siento que ella no me interesa y eso me hace sentir pésimo. La convivencia ha exaltado lo peor de ambos, la adoro, eso sí, pero busco aún infructuosamente la clave para leer la sombra actual de lo que fuimos. Por momentos la separación me parece inexorable y cuando me imagino recogiendo mis cosas y yéndome, sus lágrimas en la cara en verdad son las mías tristes, hipotetizando sobre lo que tan solo puedo verbalizar en la terapia. Y como dice Cortazar "además hace tiempo y frío."
La charla que provoqué en el cumple de San, ya venía de esto, en ese momento no era tan agobiante como hoy, miércoles. Esta noche hablaremos como para poner blanco sobre negro y ver cómo seguimos.
Tengo la contradicción de querer estar a tiempo de salvar la relación y la sensación de que no hay retorno.
Les pido mucha reserva, Uds. son algunos pocos -no llegan a cinco- en quien confiar tamaña tristeza.
Un abrazo, yo."

Como un objeto desprendido de mí que en su materialización se aleja, dimensioné el cuerpo de lo que iba cuesta abajo. Pude escribir que no te amaba, que no estaba enamorado de la mujer con quien me había ido a vivir, escribí que tu vida no me interesaba, que mi cuerpo estaba enajenado de deseo hacia a vos.
El impacto que me causó leer lo que yo mismo había escrito, no venía tanto de la crudeza de las palabras sino de la corroboración fáctica de aquello que había logrado plasmar en escritura con la sensación aliviante de un vómito pos-borrachera. De hasta dónde había dejado reptar mi vida que, durante un tiempo estaría fuera de control. Leerme fue más crudo que asumir el efecto de verse frente a un espejo cuando el cuerpo que retrata no es el que se quisiera ver. Las palabras, las ideas, los sentimientos y lo negado se habían desprendido, se habían liberado de todas mis ataduras subjetivadas y ahora, como un animal en cautiverio que es devuelto a su medio natural, me encontraba frente a lo que debía asumir como lo más mío. Y así, tibio, puse mi primera pisada fuera de mi reserva, entre pajonales inciertos encontré los iniciales enemigos que no conocía, hallé consecuencias de la propia personalidad desconocida y de a poco, cayendo en la cuenta de que esto sería crudo y cruel, me persuadí que de manera inaugural me enfrentaba a mi propio yo.
Pero dónde llorarte. Dónde podría estar, dejar transcurrir un tiempo, mínimo, no pensaba en un mes ni en una semana, un tiempito no más, horas, sin que el pensamiento me secuestre y la reflexión sea sinónimo de angustia, de planteamientos existenciales que nos llevan a lo mas profundo, liviano y absurdo del sujeto. Si todo sos vos y en cada espacio estamos ahí con nuestra derrota ¿parcial? Puedo librarme de vos. ¿Quiero?
Sin embargo ahora que lo pienso hay una opción, tan solo una: la pileta. Llegar hasta allí sería para mí como acercarme al Limbo espiritual. Tomar mis hojotas, mi slip de natación, las antiparras, buscar entre los objetos de higiene de nuestro baño el shampoo y la crema de enjuague -porque a pesar de lo que me digan en relación a mi pelo, yo uso crema de enjuague- la botellita de agua, la toalla y todo lo que necesito para nadar como todo lo necesario para la ducha posterior, para quitar del cuerpo el insistente olor a cloro que la pileta tiene como rasgo distintivo, será para mí, predisponerme a ese estado. Como en la novela de Murakami, “Al sur de la Frontera al oeste del sol” la pileta sería un remanso para mí, al fin, volví a nadar luego de leerla y de que me despertara el viejo placer conocido, esa instancia en la que cuerpo y alma se alinean y el peso de los huesos y la corporeidad parecen escindirse de mi ser y floto.
Ello funcionaría como instancia previa al suceso de limbidad. Así lograría que cada día en el que asistiera a nadar fuera, durante algunas horas, un bálsamo en medio de tanta hostilidad emocional. A medida que se acercaba el momento de meterme al agua, se incrementaba poco a poco la ansiedad por lograr la meta perseguida: llorar. Llorar sin que nadie me vea, esa idea era sana ya que me permitía, por el medio en el que lo hacía, no dar explicaciones a nadie, entre tantos miles de litros, quién podría identificar las lágrimas que un desconocido pudiera derramar, nadie me preguntaría ¿por qué lloras?
Ya en la pileta estiro los músculos, las piernas, cada brazo por vez, luego de a uno, izquierdo, derecho, llevándolos semi-flexionados por detrás de la nuca y sosteniendo unos segundos la posición, el antebrazo flojo, caído, bíceps y tríceps tensionando la fibra, inhalo tanto oxígeno como puedo, lo expiro, repito el ejercicio cinco veces, recambio el aire, acomodo mi gorra de baño por última vez, humedezco las antiparras para que produzcan efecto sopapa sobre mis ojos, me las coloco y estoy listo. Las antiparras una vez puestas se fusionan con el cuerpo, tienen una suerte de diseño hidrodinámico que permite un mejor deslizamiento en el agua, en su cavidad ocular depositaría mis racimos de lágrimas, al fin lograría llorarte.
Me lanzo desde el cajón de partida, voy casi hasta el fondo, el agua me recibe, en el primer chapuzón me humedezco desde las manos que ingresan primero hasta los pies que serán la resistencia seca de los miembros finales, siento cómo en algún sentido mi comodidad humana en el medio acuoso remite a la pertenencia o al origen del hombre. Si el hombre viene del mono ¿El mono viene del agua? ¿Nuestro origen será el de un mono-acuático? Reconozco cada extremidad como necesaria, indispensable, para moverme con plasticidad, como si cada extremidad, cada articulación tuviera la facultad de utilizarse para deslizarse cetaceamente, todo para que la universalidad genérica pudiera trasladarse como yo y otros lo hacemos en un medio líquido. ¿Sería entonces una cuestión de posibilidades? Si hubiera más piletas podría haber más clases de natación, luego más nadadores o al menos mayor cantidad de personas con la posibilidad de experimentar esta sensación alucinante que produce nadar y convertirse en sujetos del agua. ¿Habrá otros que, como yo, vienen a llorar?
El agua funcionaría como un camuflador de lágrimas. Después de los primeros seiscientos metros de ablande y en sintonía con el clímax muscular, ya caliente, el llanto afloró lento pero inexorable. La cavidad que se contornea entre los pómulos, la nariz y las antiparras fue cubriéndose de lágrimas hasta rebalsar de dolor, comencé a ver difuso, gris, hacia donde mi cuerpo deslizándose, sobre y entre la superficie, me llevaba.
No podría afirmar que esa tonalidad sea propia de las consecuencias del sufrir, más bien diría que es la consecuencia de una conjunción entre ellas y las antiparras empañadas por el vapor tibio del agua tibia. Con la vista nublada me veo obligado a detenerme en la parte baja para vaciar las antiparras y poder seguir con la práctica descargatoria del llanto privado. Es curioso pero podría decir que había logrado lo que estaba negándoseme hacía tiempo: llorar. Pero lloraba sin dolor, sin esa opresión en el pecho, como si la liquidez del medio licuara el peso triste de mi existencia.
El ADN de las lagrimas que afloraban de mis ojos arrojó una sustancia no conocida, químicamente compleja y que en humanos generaría extrañamiento, pavor, miedo, mucho miedo a perderte, a poder vivir sin vos -a no poder- y a través del pánico, una notable mejora en el rendimiento deportivo.
Así ando desde entonces, más en el agua que en la tierra, nadando, llorando químicas lágrimas que no reconozco como propias, en piletas ondas del desamor.


Agosto-Octubre de 2008

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