28 ago 2017

Hurto

Por Nacho Fittipaldi


El adolescente de gorrita y capucha viaja en un vagón contiguo al mío. Desde mi asiento lo veo nervioso, mueve los dedos como cuando un pianista repasa su ejecución antes de la noche de gala, sus manos son su herramienta. Los pasajeros viajan distraídos, esa es su ventaja. El tren tiene doce estaciones intermedias entre Villa Elisa y Constitución, cada una es su oportunidad. Los celulares son la perdición de la plebe, todos desean uno mejor que el que tienen, las empresas de telefonía móvil brindan tantas opciones como subjetividades hay en el universo. Micaela lleva consigo un celular último modelo que está haciendo babear al chico encapuchado. Él la tiene en la mira. El tren llega a Ezpeleta, las puertas se abren, Micaela mira su celular acaso como si algo novedoso encontrara allí. Las puertas del tren eléctrico se abren y cierran con la misma frecuencia, siempre. El muchacho tiene ese tiempo registrado en su cerebro como una contraseña bancaria. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve…Se pone de pie con una plasticidad digna de ser captada por una cámara para advertir los curiosos ángulos que ahora conforman sus miembros. Da dos pasos, quita el celular de las manos de Micaela, se dirige a la puerta, once, diez, nueve, ocho y está afuera. La puerta cerrada, él sobre el andén, Micaela adentro mirándolo por la ventana. Casi sin indignación. Él ni siquiera corre, no hace falta, el tren es el que huye, toma envión y se esfuma. Casi nadie ha visto nada.

Al día siguiente subo al mismo tren, elijo un asiento de los del medio, los que más distancia tienen con las puertas. Miro a mí alrededor buscando posibles “descuidistas”. El tren presenta la mitad de los asientos mirando hacia un lado y la otra mitad hacia el otro, detrás mío queda una mitad, como el lado oscuro de la luna, a la que no puedo ver. La formación arranca, toma velocidad. En estos trenes nuevos el silencio es novedad. Miro por la ventana, leo, observo todo. No hay sitio donde estarse tranquilo. El conurbano es una cartografía que requiere atención. El tren frena en la estación Bernal. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, siento en mi brazo ese tirón que reconozco de la pesca, cuando el pez toma la carnada y el anzuelo, intenta huir pero está parcialmente sujeto a esa punta que le ha perforado la carne. El chico con capucha me ha pescado, huye hacia la puerta, diez, once, doce y está afuera. Entonces grito “¡Te lo regalo! El joven mira sorprendido. "El libro que me sacaste te lo regalo" repito. El muchacho mira su mano y ve que ha hurtado un libro y no un celular. Esta sobre el andén, el tren se va, él no corre ni huye, al mirarme levanta el libro en lo alto, como un trofeo de guerra. O como sugiriendo que lo va a leer. 

17 ago 2017

Los 35%, los 65%

Por Nacho Fittipaldi 

Una desaparición forzada, una detenida política, despidos como para hacer dulce, represión preventiva, ajuste, aumento exponencial de la deuda externa, sub-ejecución presupuestaria, bono a 100 años, Lebacs de incierto futuro, aumento de la pobreza e indigencia, disminución de la decencia, etc. Nada de eso parece hacer mella en el electorado que eligió a Cambiemos en la provincia de Bs.As. ¿Es eso así? Este es un primer punto a discutir. ¿Podemos afirmar que todo lo que queda por fuera del 35% de Esteban Bulrrich es un voto opositor? A mi humilde entender no. Efectivamente hay un 65% que no votó por Cambiemos pero ese universo es de compleja y heterogénea composición. Tal vez sea conveniente especificar el enunciado. Tal vez sean opositores, estén disconformes con el modelo económico pero esa supuesta homogeneidad no se sostiene cuando hablamos de los dirigentes opositores que también encabezan el rechazo al modelo económico. Digamos, el voto que no fue a Cambiemos y que no es kirchnerista, rechaza el modelo económico-político pero también rechaza a Cristina.  
Por otro lado, el votante de Massa, ese que acompañó gran parte de las medidas de gobierno en el Congreso de la Nación, no puede categorizarse como un voto tajantemente opositor. Excepto que desconozca el hecho objetivo de que el massismo co-gobierna la legislatura bonaerense; y en segundo lugar porque no se ha desmarcado a nivel nacional del rumbo tomado. Las urnas así lo demuestran. El voto a la izquierda, Unidad Ciudadana e incluso el voto a Randazzo es en cambio un voto en contra a las políticas de gobierno.
El votante de Cambiemos escoge sostener la confianza en el gobierno basándose en las políticas implementadas, las expectativas y sobre todo un profundo rechazo a la figura de Cristina que es recapturada una y otra vez como un pasado al que conviene tener siempre cerca para exorcizar. Pero más allá del análisis electoral quería llevar el análisis a un punto más cualitativo, algo más difuso y por tanto endeble. Un punto de análisis que abarca el profundo cambio cultural que Macri propone y la empatía que genera en sectores que son, y serán, la variable de ajuste del modelo.
La realidad discursiva de Cambiemos es la mayor construcción política de la que pueden dar cuenta. Para ello es necesario e ineludible la cooperación de las corporaciones económicas y mediáticas; la estética cuidada; la direccionalidad discursiva; el mensaje; y la plataforma sobre la que ese discurso trabaja. Esa plataforma encuentra una base ciertamente real que es lo que el kirchnerismo ha dejado como cierto. Un regalo, una parcialidad. Esto no implica negar los muchísimos logros del Kirchnerismo pero sí relativizarlos. En esa relativización es donde comienza a tallar el discurso de Cambiemos, allí debemos encontrar algunas de las explicaciones que permitan explicar el último resultado electoral, independientemente de que Cristina gane por un punto o pierda por medio. Mientras se acepta esa relativización, las corporaciones mediáticas y sus periodistas devenidos en dirigentes políticos agotan su tratamiento en cuanto medio es posible. Pongamos un ejemplo. El dato de pobreza: ¿Es cierto que Macri aumentó la pobreza? Sí. ¿Es cierto que Cristina concluyó su mandato habiendo entre un 25% y un 30% de pobres en Argentina? Esa es una respuesta que no podemos confirmar. No sé. La respuesta sería un SI, relativo. Y un NO, relativo. En principio la trampa está plantada por el propio kirchnerismo, al no haber datos de aquél INDEC la discusión está vedada, viciada. Al no poder dar la discusión objetivamente (si es que hay datos objetivos) entonces hemos perdido esa discusión, o al menos se le ha concedido a Cambiemos la posibilidad de que esa contra argumentación sea esgrimida. Lo mismo sucede con las estadísticas de inflación, y por fuera del INDEC, con las de seguridad pública. ¿Ello niega la disminución de la pobreza entre 2003 y 2015? De ninguna manera, pero lo relativiza profundamente, lo bastardea. El punto es que un gobierno que se suponía inclusivo, como lo fue el kirchnerismo, sale perdiendo o empatando una discusión en la que se creía vencedor. La discusión mediática está perdida. Esa verdad relativa es diseminada por doquier. Ahora bien, el discurso de Cambiemos trabaja sobre hechos como esos, de los que hay varios mas, y sobre otras ficciones que construyen hechos. Digamos, la discusión sobre el financiamiento de la empresa ARSAT forma parte de algo totalmente periférico que no se juega electoralmente. La idea de pobreza, servicios, trasporte, y obra pública son ideas y conceptos más concretos y visibles. El 35% de votos de Cristina asume que en esos ítems el gobierno anterior hizo más que el actual, no la vota solo por eso, pero supone que lo anterior es consecuencia virtuosa de un modelo “Nac&Pop”. Dicho esto cabe plantear que Cambiemos, y en especial Vidal, toma esos mismos ítems y plantea lo inverso. Hace 25 años que no se hace nada de nada. Hasta Cafiero llega la pesada herencia. La confrontación es total e irreconciliable. Por lo tanto el análisis de lo estrictamente político excede lo eminentemente político. Se llega así a un terreno en el que la construcción del voto se constituye a partir de los indicadores mencionados, matizados por la relativización de sentidos que toda representación implica. Una representación de sentidos que está atravesada por el género, la edad, la formación educativa, la experiencia frente a los hechos históricos, los prejuicios, la coyuntura. En ese esquema, hoy por hoy, hay un empate. Atención, es un empate 35% a 35%, entre Cambiemos y Cristina, y no sirve pensar aquel 65% como una unidad, no se destraba por la sumatoria de los votos de Massa, Randazzo y los otros. En todo caso también se podría decir que el 65% del electorado no eligió a Cristina y que ese 65% relativiza los logros del kirchnerismo que el núcleo duro de Cristina entiende como concretos. La disputa es entre un modelo neoliberal y otro que no lo es. Un modelo que ajusta y que es felicitado por los organismos internacionales de crédito; y a su vez NO fue castigado electoralmente por los ajustados como uno hubiera creído. Por lo tanto no hay razones para pensar que el ajuste cesará, más bien lo contrario. El 35% que no voto ni a Unidad Ciudadana ni a Cambiemos decide la elección de octubre, otra vez como en 2015.
El cambio de Cambiemos es un pase mágico. Es deteriorar las cosas sin hacer de eso una tragedia griega. Es una venta constante de expectativas que solo es posible bajo, al menos, dos condiciones básicas, a) ejecutar el truco a la perfección; b) que la experiencia del pasado no haya sido tan positiva como la minoría intensa del kirchnerismo cree y que los rasgos más deleznables adjudicados a Cristina afloren una y otra vez. Esto es algo que hasta ella misma ha entendido, de allí el cambio de estrategia electoral. De allí que no alcance para octubre bajo las condiciones que hoy le aseguran ese 35%. La experiencia cultural de Cambiemos explota como nadie ese sesgo de verdad sobre una porción determinada de la población bonaerense. El problema no es que eso sea así, el problema es que ese pliegue, o rizoma, va en aumento en el territorio nacional. Como dijo el patético Gustavo Noriega el lunes pasado ante la pregunta de si le gustaba este gobierno, o no. Noriega respondió, “Hay cosas que me gustan y cosas que no. Pero este gobierno a diferencia del anterior, me sacó la política de la espalda. No me obliga a problematizar todo, a darle un sentido político a cada cosa” Ese hartazgo que expresa el periodista es una definición banal que él puede permitirse dado que tiene la barriga llena. Pero sin embargo no debiera pasar por alto un claro contraste entre Cristina y el presidente con problemas de lectoescritura. Por imposibilidad y estrategia, Macri ha aplanado de sentido la política y la historia nacional. La infantilización de sus argumentos se desparrama por cada uno de los ítems que abarca, su punto más alto de intelectualidad es al hablar de futbol y eso, a diferencia de Cristina, genera más empatía que odio. De eso se trata. Sobre un terreno fértil, la construcción de una estrategia. 

La disputa entre un modelo neoliberal en lo económico y conservador en lo político-cultural versus el modelo “Nac&Pop”, reconoce un campo más: El respeto a la voluntad popular. Este modelo neoliberal es un modelo con muchos votos a nivel nacional que aun no le garantiza una mayoría electoral ni parlamentaria. Ganar una elección es mejor que perderla. Perder una elección es mejor que evitarla, suspenderla,  perderla o prohibirla. La oposición no kirchnerista aparece escabullida de la primera plana mediática a la que recurrieron incasablemente hasta antes de las elecciones. Hoy que el escrutinio muestra irregularidades que rozan el fraude, su silencio y falta de compromiso es otra manera de mostrar su odio hacia Cristina y una sutil cercanía y defensa del modelo económico y político por fuera del ámbito parlamentario.