26 jun 2019

66 horas sin luz


Por Nacho Fittipaldi

La chota. Lo primero que te queres cortar cuando se corta la luz es la chota. Después abrís la heladera y ves qué es lo que hay que morfar primero. Y atacas. Claro, la experiencia conocida nos prepara para un corte de un par de horas, a lo sumo medio día, un día. El freezer ni se entera. Desde la época de Alfonsín que no se vivía algo así. Y si bien era muy chico cuando aquellos cortes programados ocurrían, tengo la sensación de la tristeza que invadía mi casa con la luz interrumpida. Un corte de luz es siempre un acto de tristeza. Ahora con hijos chicos (6 y 4 años) electro dependientes, por el enfermizo vínculo con la televisión, en especial Netflix, llevar adelante casi  cuatro días sin luz es una experiencia que lo enfrenta a uno con los límites de sí mismo.  “¿Cuándo vuelve la luz?” es una pregunta arquetípica, es como “¿Cuando llegamos?” en el medio de La Pampa.  “Papá ¿me pones tele?”, cosas que uno resuelve mecánicamente las primeras dos horas de corte, pero cuando van 36 horas ininterrumpidas dan ganas de matar a sus propios hijos, o, de que en sala de 3 les enseñen la lógica existente entre la electricidad y el funcionamiento de los electrodomésticos. Los primeros días todos los varones de la casa meamos afuera. Pao es la única que puede mear en el baño. Es un decreto. Hay que ahorrar agua. Pero claro, de noche hace frío y la casa se calefacciona con aparatos eléctricos. Entonces el hogar es un cúmulo de humedad y moho que el encendido de la estufa hogar no llega a paliar. A las 18 hs hace un frío ojetudo y ya no hay luz natural. Los nenes están adentro de la casa desde las 15 hs desaprovechando el leve sol que calentó el pastito. “¿Papá jugamos a algo?” Sale el Ludo. Somos cuatro. Las velas alumbran la mesa, atrás el fuego alumbra el living y el calor se propaga por el ambiente. Por momentos la atmósfera es una mixtura que se nutre de un poco de mística campamentera, algo de temor por parte de los nenes, y una energía tensa, similar a los segundos previos a la explosión de Chernobyl. Alguien dice “A” en momento poco, o nada, indicado y la familia vuela por los aires. En general es Piero el que detona el reactor nuclear. Ese espacio de tiempo que va entre las 18 hs y las 21 o 22 Hs en el que los chicos suelen cenar (por así decir) y dormirse, es un momento del día que será nuestro “pasar el invierno”. Sin luz, sin tele, sin celu, sin poder moverse libremente por la casa es un momento difícil de transitar el primer día; complejo el segundo; un campo minado el tercero. Pasado ese momento viene el relax, si es que esto es factible, de nuestra cena a solas. Lo que se descongeló del freezer va derecho al horno o se mezcla con algo nuevo y se reformula la comida. La mesita ratona al lado del fuego, la intimidad con Pao, un buen vino son algo de lo lindo de esta hostilidad. La charla y las palabras cruzan una luz tenue y anaranjada que el fuego propaga. Apenas nos vemos pero sé que está ahí. El vino en la copa sirve para distender. Medio en serio, medio en joda, digo que finalmente si la luz no se hubiese cortado estaríamos viendo C5N que es mucho peor. Recostado sobre el sillón miro el fuego y las figuras que las llamas producen en el techo. Miro la biblioteca y pienso cuántos de esos cientos de libros valen la pena; de cuántos recuerdo sus ejes centrales, de cuáles recuerdo fragmentos de memoria, dónde han ido a parar los libros escritos por mí en bibliotecas ajenas. La falta de luz genera un efecto sobre el sonido ambiente que transporta al pasado. Cuando se corta la luz siempre pienso en Mozart, en la película de Milos Forman, “Amadeus”, que transcurre siempre bajo la luz de las velas y los candelabros. En la aridez de vivir así. Acostado sobre la pana del sillón, en la imposibilidad de hacer casi nada, pienso que la novela que estoy escribiendo la podría terminar en breve. La luz quita tiempo. La luz produce sonido. La noche cae con la crueldad de la desolación. Saber que somos miles no mengua nuestro pesar. La falta de luz pesa en los hombros. Lo peor es que pasada la noche, ese momento, llegado el descanso, si es que es posible descansar con los nenes adentro de nuestra cama, calentitos todos, lo que viene es la mañana helada. No hay clases. La promesa de que la luz vuelva al medio día es una falacia promovida por los mismos que prometen cosas imposible a través de la compra de productos mediante TeVe compras.
A las 07,55 hs Pao se va a trabajar. A las 08,15 hs los nenitos ya están más activos que Enrique Pinti en Salsa Criolla. Los quiero matar y a la vez los amo, peleo, los corro, les lucho, me pegan, me insultan, los beso hasta que me expulsan. La mañana es una montaña rusa y como tal, hay un momento, en el que un carrito queda colgado allá arriba por, justamente, falta de luz, o un  desperfecto técnico. En general es Piero el que queda allá arriba. Entonces hay que recomponer. “¿Cuándo vuelve la luz?”. Salimos a caminar, en los barrios todos salen a caminar, todos sin luz, algunos, los de escuelas privadas tienen clases porque han alquilado un generador. Así uno conoce vecinos que son los mismos hace años pero con los cuales no ha hablado jamás. La luz es una espesura social. A la tarde llegan los generadores que alimentarán a las viviendas. En la esquina de casa ponen uno, son gigantes, ocupan toda la calle, junto a él llega un camión cisterna con combustible para alimentar al generador, es su proteína. ¡Lo trajeron sin combustible! La promesa es, según dijo un operario, que la luz regrese en media hora, es decir, a las 18 hs. Caminamos unos pasos y le pregunto a otro operario de la misma cuadrilla lo que Sabino me ha venido preguntando “¿Cuándo vuelve la luz?”. La respuesta llega tan sincera como lo que descoloca: “Ni idea”. Efectivamente la luz no vuelve a las 18 hs, ni a las 20, ni las 22 ni una mierda. Los rumores de saqueos se propagan como los audios con información dudosa. Circulan memes. Los vecinos cortan los accesos, reclaman, piden ayuda y respuestas. Nada por aquí, nada por allá. El humo de las gomas quemadas y la densidad de su negrura se hacen visibles, incluso, en medio de la noche. El clima es espeso. No solo en La Plata.
Al día siguiente lo mismo, volvemos cada vez con menos esperanzas pero con más información. Un cable que viene de Dock Sud se cortó hace tiempo y estos cosos de Edegarcha para no gastar guita hacen funcionar toda la sub-estación de City Bell (palabra clave en este entuerto) con un solo cable de alta tensión. El cable que alimenta City Bell se cortó y quedamos todos culo al norte. La mañana es fría y con Piero y Sabino salimos a caminar. El viento corta la cara. Volver a casa es como votar a Macri en Octubre. Damos vueltas y vueltas, llevo el mate y el termo conmigo, de adentro de una casa alguien grita, “Ey vecino”, miro al costado y veo a un hombre adentro de su casa, chupo el mate y en ese ínterin agrega, “Me quedé encerrado”, me acerco sabiendo que no lo podré ayudar dada mi conocida inutilidad para destrabar puertas de chapa. Pregunto qué pasó y el hombre me dice que abrió la puerta para sacar la moto, cuando fue a buscar la moto adentro del garaje el viento le cerró la puerta y no la pudo destrabar. Le charlo lo suficiente como para no quedar como un mal educado antes de dar media vuelta e irme. Tironeo la puerta, es imposible abrirla, Piero y Sabino hacen preguntas endemoniadas que el buen hombre, a quien supongo no con la suficiente agua en el tanque, no sabe responder. En ese momento vislumbro el estado caótico de esa casa (y de la ciudad replicada)  por la que paso todos los días. Pienso que en ese caos desmesurado de objetos arrumbados deben estar buena parte de las cosas que nosotros sacamos a la calle con el rótulo de inservibles. Allí están. La luz no vuelve hasta las 18 hs del tercer día. Veinte horas después se ha vuelto a cortar. Reiniciando.