22 feb 2022

Nádenme

 

 


Por Nacho Fittipaldi

El mar es un refugio. Durante el verano las familias argentinas huyen hacia el mar. Pagan cifras siderales por siete, diez días allí, solo los bien pudientes huyen una quincena entera al mar argentino. El mar es una línea de tiempo que sutura lo que el año fue desgajando. Tal vez esa sea una fantasía social de lo más interesante: el mar como sutura. No es eso, puede serlo, o no. En todo caso es una cosmogonía de sentidos y significados que nos paraliza y enamora. Es la oligarquía y Mar del Plata. Perón y sus hoteles. Es el miedo, y su representación. Son los vuelos de la muerte, los cadáveres apareciendo en las playas del Partido de la Costa. Silencio. Olmedo y Porcel. Risas. Son los adolescentes reventándose con lo que pueden en siete días de drogas y alcohol. Buscan el sol del amanecer con un tetra en la mano. La familia trabajadora reunida alrededor de una docena de churros fríos y grasientos. Es la más significativa de las representaciones de vida y libertad. No hay cosa más envolvente y abrazadora que el océano, ni una madre se le acerca en esa capacidad que atrae lo mismo que expulsa. Es virtud y riesgo. Es respeto y entrega. El mar es un cierre relámpago que atesora lo que engulle y protege lo que quedó a salvo cuando el cierre se ciñó. 

Después de una decena de visitas en tiempos relativamente cercanos descubrí que los geselinos hablan de "entrar" al mar cuando nosotros decimos "meternos" al mar. Hablo de los surfistas y guardavidas, no puedo dar cuenta del resto. ¿De dónde viene esa diferencia en la selección del verbo? Es evidente que esa selección no habla de una misma acción, aunque en ambos casos haya una vinculación con el agua. La vinculación no es la misma. Mascullo una respuesta más sólida que no encuentro, busco una interpretación: se ingresa a sitios donde la entrada está vedada o franqueada por algo o alguien. Implica abrir o sobreponerse a un obstáculo que nos impide el ingreso. Juan Gelman dice en su poesía “Por una puerta se entra a muchos sitios, al trabajo, al cuartel, a la cárcel, a todos los edificios del mundo/pero no al mundo/ni a una mujer ni al alma” y mucho menos al mar, podríamos agregar. Sin embargo, esa idea sobrevuela la expresión: Entrar al mar. Me gusta, me seduce, esa dimensión. Ingresar al mar por una puerta y de ahí a la inmensidad. Una ecuación desigual.

Para mí uno no se mete al mar, se sumerge a él, se deja inundar. El mar es una entrega. Sé que un verbo no puede remplazar un sustantivo. No queda bien decir: ¿Nos entregamos al mar? Cuando lo que quiero decir es: ¿Vamos al agua? Pero en el momento en el que reflexiono sobre esto, estoy 200 metros mar adentro. Nado paralelo a la costa desde el norte de Villa Gesell, en un ascenso y descenso constante que impide que pueda divisar al resto de mis cuatro compañeros que deberían estar conmigo, pero a los cuales, he perdido indescifrablemente. En este instante el mar es una alfombra voladora que en su ondulación esconde lo que queda debajo o arriba de ella. Aunque de afuera parezca plano, adentro es un torbellino. Cuando se está en el punto más bajo de la ondulación no se ve lo que está en el más alto y viceversa. De manera tal que esa superficie es una sumatoria de puntos altos y bajos, desplegados por doquier en extensiones de cincuenta a cien metros cuadrados. Mi única certeza es la costa y sus edificios. No más que eso. Ya que he extraviado a mis compañeros decido nadar solo, serán 8 kilómetros de larga soledad que nadaré hasta llegar a Mar de las Pampas. ¿Hay mayor entrega que la soledad de un hombre en el medio del mar? La quietud no es opción, así que inicio el nado, hay que aprovechar lo poco que el mar ha decidido darme hoy. Lidiar con la agresividad que demoró en exponer. A la mañana temprano se mostró brillante y calmo. Una invitación a. Ya adentro su virulencia tomó formas diversas. Cuando uno entra al mar se entrega. Cuando uno nada en el mar queda a su antojo, en ese sentido uso la palabra entrega, no como ofrenda sino como la concreta noción de que nadar en el mar implica quedar a su merced. Lo que uno no sabe es a cuánto se expone cuando se entrega. Y hoy fue mucho: 2.40 horas de nado continuo. Casi tres horas de variaciones constantes en su fisonomía, oleaje, reflujos de agua, salinidad; en el viento que forma parte del mar y nadie lo dice. En las apenas más bajas o más altas temperaturas de sus corrientes sinuosas. O en las ondulaciones escarpadas que zamarrean el cuerpo, en esa seguidilla de olas cortas y bajas que dan de lleno sobre la cara cuando la cabeza sale a flote buscando oxígeno. Y todo eso sin hablar de que el mar en el que hoy nadamos no nos dio esa bendición llamada deriva. Nadar sin deriva es entrega total. 

Nadar 8 kilómetros en el mar permite sufrir y gozar. En un tramo tan largo de nado caben muchos mares. En un sueño, solo uno. Pero incluso los sueños son algo más concreto que el mar. Se sueña algo certero incluso aunque al día siguiente no se lo recuerde, el sueño es algo preciso: Soñé que perdía los dientes. Listo, es eso. Soñé que me caía a un pozo. Listo, es eso. En cambio, soñar con nadar 8 kilómetros es algo insustancial. Es una idea imprecisa e imperfecta. Y lo es porque cuando llega el día, caminas hacia la costa buscando esa certeza visual que, supuestamente da la vista, te paras frente a su inmensidad y lo que ves es algo poco alentador. Ahí el sueño se desintegra. Uno soñó otro mar, no este. De eso depende la experiencia. Pero el de hoy, y esa es la paradoja, no es el peor mar. Es engañoso. Hoy temprano dijo: Entréguense. Estoy calmo. Vengan a mí. Y allí fuimos. Y una vez adentro cambió de libreto. Dijo: Lidien conmigo, nádenme, demuéstrenme quiénes son ustedes y por qué querían entrar en mí. En ese diálogo uno no tiene mucho para decir.  La desigualdad no tiene ambages. Todo lo que queda es hacer lo que hay que hacer. Y hoy nos escapamos. Nadar fue una huida constante, nadar para salir del mar. Escapar a lo que íbamos dejando atrás suponiendo que lo que quedaba por delante era mejor a lo que acabábamos de eludir. Error. Mostró sus mil caras, decía, sus trampas y amenazas. Nadar es también leer. Allí adentro hay signos, indicios, expresiones, simbologías, un lenguaje, información que el mar y la costa nos dan. Una narrativa. Hay que saber leer para estar tres horas nadando sin perder la calma, salir ileso. El disfrute, a veces, está en la lucha, en la concentración que requiere la mecánica del nado en estas condiciones. En la sincronización imperfecta entre el cerebro y el cuerpo. Miente quien dice que nadar es placentero, puede serlo, no lo niego, pero ese placer lo es en determinadas circunstancias. No en estas. En todo caso el placer es una sumatoria de pequeñas victorias aisladas en una línea de tiempo trazada al azar a lo largo de toda la travesía. Es una búsqueda. Hacerse finito para disminuir el roce del cuerpo sobre la superficie del agua. Llevar la mano lo más adelante posible, hundirla, arrastrarla hacia atrás generando el desplazamiento. Me estiro como si quisiera tocar con las manos un techo imaginario, roto la cadera, giro el cuerpo, me propulso desde ahí, la pierna opuesta al brazo que acabo de estirar da un chicotazo sutil pero eficaz, el empeine lo más extendido posible, justo ahí la cabeza rota hacia la derecha buscando oxígeno y una perspectiva. Un ojo queda sobre la superficie del agua, el otro debajo, es milimétrico; este ve el verde del agua, el otro la costa, es imposible mensurar cuánta información proviene de este solo ojo, encierra la significancia de un periscopio, de él depende casi todo. Lo proceso, lo traduzco en una acción concreta. Nado. Nadar es escribir, nadar es leer debajo del agua, inhalo, es una felicidad de las más breves que existen, menos de un segundo, sonrío, y de vuelta a empezar. Así una y otra vez, hasta el hartazgo, hasta que algo duela, hasta que haya hambre, hasta que me aburra, hasta que el sol que empezó bajo y en el Este aparezca bien arriba indicando el medio día. Solo ahí me detengo, salgo cuando ya no hay edificios, solo dunas, cuando el mar me susurra al oído un mensaje por descifrar y compartir: naden, huyan, sean libres.