4 sept 2022

El tiro del final

 Por Nacho Fittipaldi


07,30 AM, mi hijo Sabino de 7 años se mete en mi cama y dice con un tono de voz que no podría afirmar fuera de tristeza, pero sin duda no era el habitual "¿Viste lo que le pasó a Cristina?" Jugando al distraído respondo que no, re pregunto, qué pasó. Siento el peso de su cráneo sobre mi pecho y la temperatura de su cuerpecito sobre mi brazo izquierdo. Se mueve debajo del acolchado, no responde, duda. Algo lo inquieta. "No sé cómo explicarlo. Le pusieron una pistola en la cabeza a Cristina, pero la bala no salió" Lo explica perfecto. El silencio de la habitación es como el de un cine sin uso. Me entristezco. Entonces lo estrujo y le pido que me dé un beso. Dice que no, juega al distraído. La suavidad de su piel es superior a todo.

Mi cabeza recrea el episodio. ¿Y si la bala salía? Pienso
Vuelvo sobre el instante en el que veo la imagen en la tele en modo mute. Una pistola a cinco centímetros de la cabeza de Cristina. El videograph dice ALERTA, pero durante largos segundos no informa qué pasó. Ella se lleva la mano a la sien, le dispararon pienso, pero la parsimonia de la custodia me hace confundir sobre el sentido general de la escena. Si le acaban de disparar la actitud de la custodia no puede ser tan raquítica. Finalmente, cuando llego al control remoto subo el volumen y logro comprender lo sucedido, pero no concibo la dimensión del episodio. En ese punto, Sabino y yo estamos en la misma.
Desde las 21 horas hasta las 02 AM miro una y otra vez la imagen, desde un plano, desde otro, la bala no sale, en cámara lenta, en velocidad normal, ella se toma la cabeza como si la hubieran escupido y en esa pequeña porción del cráneo donde el aire toca la tintura rojiza, debería haber un plomo como final de la historia. De tanto mirar la incomodidad inicial, esa perplejidad, el pavor se van apagando y me gana una idea extraña, hollywoodense, histórica, cruel, definitiva. Pienso: la bala debería haber salido. Como en una especie de advance histriónico pienso en ese ejercicio virtual, es solo un recurso.

Quizá de esa manera esos que el viernes, desde los Estados provinciales dieron la orden de abrir las escuelas, los hospitales, municipios, mantener la administración pública “activa y abierta” en vez de alerta y movilizada, entenderían el desmesurado entuerto en el que estamos. Solo con la muerte como espejo esos que ayer dieron quórum en diputados para luego retirarse y demostrar así a lo que están jugando, frenarían. Esos que hoy a esta hora están mirando la reacción de los mercados, remarcando precios preventivamente, buscando en los vericuetos de la intelectualidad, o en las fallas de la custodia, explicaciones a un odio profano, entonces y por fin comprenderían.

Pero nosotros sabemos de sobra que la muerte de Cristina no solucionaría el problema de fondo de este país, ella sencillamente lo encarna, lo enuncia, lo explicita como nadie, lo (se) expone brutalmente. La bala debería haber salido. Así podrían reconocer la dimensión de lo muerto, la inmaterialidad de lo matado. Miro la imagen una y otra vez y pienso que la bala va a salir en el mismo registro que uno ve la repetición de un gol pensando que la pelota no va a entrar. Y allí la historia gira. Pero con Cristina muerta la historia no cambia. La grieta no es de hoy, hay muchas grietas y siempre un mismo sentido para interpretarla, se las rastrea fácil en la breve historia argentina, en el siglo XVIII, XIX, XX y también en el XXI. De lo que sí estoy seguro es que esa bala, sí salía, cambiaba muchas cosas, elementales y evidentes pero una muy contundente en el metro cuadrado de mí intrascendencia. Sí esa bala salía Sabino hubiera venido a la cama y me hubiera dicho “Mataron a Cristina” y eso lo hubiera cambiado todo. Porque un nene de 7 años no puede comprender el odio, pero sí puede concebir la muerte.  

Íntimamente siento que hoy, domingo, estamos peor que el jueves antes del atentado porque el ariete mediático, empresarial, judicial y político sigue funcionando como si nada hubiese pasado, e incluso, buscan responsabilidades allí donde deberían hacer llegar una cuota oportuna de afecto. Siguen gatillando, infinitamente. Hasta que la bala salga.