19 ago 2010

La tristeza o nostalgia a cielo abierto

Por Nacho Fittipaldi
Relato
Hasta recién, reciencito no más, la hoja estaba en blanco. Llenarla es una labor ardua, habitual quizás, aunque no por ello cosa fácil. No es más sencillo porque uno lo haga con recurrencia. No.
En este caso aún más complicado porque los días fueron varios y en general -cuando no escribo cuentos- mis relatos son sobre situaciones o momentos particulares y esta reseña incluye dos días enteros y será diferente porque no me concentraré sobre el acontecimiento central, si no sobre sus contingencias, lo que queda cuando lo efímero se esfuma, según mi parecer.

Desde la primera vez que fui a Maipú supe que volvería. La tristeza del pueblo o nostalgia, el cielo abierto que se adivina desde las veredas de sus calles abiertas al cielo, no al mundo, la des-pertenencia de Laura, su enfado al regresar ¿obligada? al finalizar las sucesivas semanas son elementos que hacen del lugar, no querible para algunos, algo querible para mí.

Entonces el pueblo chico de ese último viernes estaba soleado al llegar, frío como estos días, vacío de urbes, llegando con la cadencia que se llega al lugar en donde el tiempo es un agente externo al ritmo vital. El campo que linda con la ruta que acerca viajantes al pueblo parece no interrumpirse cuando se ha llegado al centro del la ciudad. Ello es continuidad y no ruptura con la gran mayoría de rutas y pueblos de la Argentina; lo que prevalece a la vera de los caminos son campos, desolaciones en producción, o no, peones mínimos en el sembradío regional. A veces me pregunto y reflexiono acerca de qué pensarán los japoneses al ver tanta pampa junta, qué harían sus gobernantes si se les diera durante trescientos sesenta y un días, no un año, la posibilidad de decidir sobre tanta tierra, carente de japoneses que la sobre pueblen.
Al llegar a la casa que sería nuestra durante ese fin de semana, vimos que ya era de Micaela y sus adolescentes amigas que castigaban la mesa del living con textos que debían leer y no leerían, con galletitas que deberían devorar y fatigaron con fruición púber; cigarrillos y otros menesteres completaban la escena bulliciosa, a nuestro arribar .

Algo incómodo al comienzo, esperé mi tiempo del atardecer que es cuando la noche entra por algún respiradero de la casa y llega hasta mí como un sonido disimulado, entonces el sabor del mate impregna las papilas, se regodea entre las muelas sacudiendo la saliva, ácida ahora, dulce después del primer bizcochito. Ese tiempo de la tarde en el que en verdad se resignifica la noche, fue la hora en la que definimos tomarnos una cerveza en el bar de la plaza -aquél en el que durante mi visita anterior Cristina se tomara primero un té y luego un whisky. Nunca vi tan desacoplada combinación. Ahora sería el rincón desde donde intentaría identificar el pulso del pueblo, de la gente al regresar a las casas. Como compañeros de mesa esta vez estaban Raúl y Martín. Un cortado para el primero seguido de cerveza y picadita para dos fue el consumo de nosotros, únicos actores, testigos en el desértico bar que compartieron aquel inicio de noche. Nada del pulso del pueblo, nada de ritmo, nada de gente y un frío atroz. La charla con Raúl estuvo entretenida; tenemos varias cosas en común y cuando hablo con él es porque no esta Laura y cuando no está Laura, él parece mas relajado. Conversar sirvió para conocer los orígenes de las bromas que veríamos en la obra. Pero miento, había alguien en el bar, un ser ermitaño, alejado de la ventana que da a la calle, había alguien allí apodado El conejo, habitando el bar, sus alcoholes y los dientes que indicaban el por qué del apodo.

Casa de familia
Yo podría definirme como una suerte o especie de hijo, amigo, de Laura, pero no de Raúl. No podría ser su hijo aunque sí su amigo. Charlar con él es para mi reproducir las conversaciones que puedo tener con algunos amigos de La Plata, él pudiera ser mi amigo, no mi padre, Laura es su mujer, no mi madre, sí mi amiga.
Sin embargo y por momentos siento que tengo más que ver con Raúl que con Laura, y es tan difícil educar a Laura. A ella no le gusta lo que a Raúl sí. A él le gustan muchas cosas que a mí también me parecen lindas o bellas: el mar, el sol, la arena, el viento y el frío del mar, en el mar, la naturaleza, cierta música. Las que a mí me gustan, a Laura -algunas- también le parecen lindas o bellas cuando le son acercadas por mí, nunca desde Raúl, aunque sean las mismas. Hay una suerte de necedad vincular o afectiva de Laura con Raúl y de Laura con Maipú, a quién Raúl parece adorar, a donde ella no regresará jamás aunque nunca se valla del todo y de donde él parece no querer o no poder irse. Yo iba por segunda vez en el año y sé que volveré.


La noche llegó y también Sandra con sus crias; entre los hijos de Laura y Sandra son como si todos fueran hermanos, todos primos, ellas, todas madres y padres a la vez. Hay allí un vínculo fuertísimo, como de Lapacho, se los ve hablar, acariciarse, besarse, pelearse y reconciliarse con velocidad felina, todo ahí es de una inmensa intensidad. Hay un vínculo sostenido mediante la práctica del amor y algo de fondo, un lazo sui generis que los preexiste y excede.


La mesa fue participada, enorme y variada, tanto de comidas como de bebidas. Comenzamos con una picada, no muy livianita, la gente entra a la casa de Laura directamente sin golpear la puerta y como el garaje esta todo el tiempo abierto, cuando uno quiere mirar quién entró, el susodicho ya esta en las mismísimas narices, saludando y tomando un salame, preguntando si hay o no cerveza, destapándola, el salame se cae de la boca, se lo abaraja en el aire, sigue la ruta al estómago, proponen un brindis…salud!!! Y adentro. En cinco minutos sos amigo de alguien que no sabes quien es y que no volves a ver en toda tu estadía o vida breve. Seguimos con albóndigas y terminamos con milanesas rellenas, nueve porciones de papas fritas colmaron los hígados, más cerveza, vino, tortas varias y fernet. La comida nos excedió como así también los posicionamientos sobre los que sosteníamos nuestras ideas, lo mismo daba que fuera una discusión sobre cómo se reinsertó el Bambino Veira trocando su condena penal -no social- en elemento de marketing televisivo, como las hipotéticas punibilidades que debieran contemplarse para los violadores o para las estructuras que deberían, o no, regir a los inspectores distritales del Ministerio de Educación en la provincia de Bs.As que tiene, como todos sabrán, 134 municipios.
Del “ridículo ideológico” a veces volvemos fácil mediante el humor, la chicana certera, del humor mas rancio hablo, del negro, del que lidia con lo agresivo pero en donde ello queda suspendido porque se sobre entiende lo afectivo. Y así volvemos a lo intrascendente, vamos y venimos, esa parecería ser la dinámica de los encuentros, trascurre la noche y corren las horas y se fue una linda noche, cálida, compartida. Otra. Algo que buscaba y necesitaba, un mimo para el alma.


La consagración a la noche del Sábado
Al día siguiente todo estaba dedicado a la función de teatro barrial, en verdad la excusa del viaje era esa. En la prejuiciosa estructura de pensamiento que poseo tenía para mí que el espectáculo sería gracioso, esto venía de los relatos que conocía, pero algo pedorrón, bien pueblerino y esto venía claramente de Laura.
Durante el medio día y la tarde transcurrieron al menos quince personas más, diferentes a las del día anterior, algunas ni las vi y ni llegué a hablarles, la casa de Laura es como una oficina del IOMA, entra y sale gente que no sabe a qué va, nunca se llega a saber tan siquiera a qué han ido, ni a quién buscaban. Entran, saludan, comen torta y salen. La diferencia con el IOMA, es que en esta casa de familia, siempre atiende alguien, en general sus dueños.
En las horas previas y como si faltara gente y quilombo llegó Cristina con Belén, más tarde recibiríamos a Any Giordano y su hijo. A las 19.30 Hs., éramos como veinte; comenzó la cerveza otra vez, otra picada, el Fernet, otra picada y Laura ya estaba sacada, metiendo y sacando comida de todos lados, al carajo el relax obtenido en los masajes de las seis, los del living comían con pasión animalésca, o como bestias, semejantes al Salvattore de Umberto Eco en El Nombre de la Rosa, entraba y salía gente de la ducha, Eliseo manoteaba los platos con comida antes de que llegaran a la mesa, asemejándose a un molusco de brazos larguísimos y certeros, no daba manotazo sin captura.
Cuando se hizo la hora salimos todos para el teatro y a los pocos metros se evidenciaba que aquello era lo mas parecido a una movilización popular que Maipú haya conocido. El frío caló mis huesos tomándolos por los tobillos, la cola de ingreso era larga, Cristina en excitación sin parangón agitaba al grupo, se reía ¿con sutileza?, nos hacía reír, a la vez quería participar de las conversaciones más o menos serias que podíamos entablar en ese caos anímico, Cristina cree que todo es rosca política, salía de ellas mas temprano que tarde para la provocación repetida del humor. El frío de la noche era igual en dimensión y textura a la belleza del teatro.
Sobre las puertas de ingreso los actores ya estaban recibiendo al público con los disfraces pertinentes, Raúl caracterizado de pirata era la vergüenza hecha carne de la pobre Laura ya contracturada, y es ¡¡tan difícil educarla!! Entonces el placer de Cristina pareció concentrarse en hacerle sentir más verguenza a la mujer de Raúl. ¿Si Raúl se disfraza, por qué es su mujer la que se averguenza? ¿Si el que actúa es él por qué se contractura ella?
El vestuario era lo suficientemente bueno como para desestimar mis prejuicios pero el primer sketch me los devolvió con creces. Luego y de a poco el espectáculo fue tomando color y vida propia, los actores improvisados y no tanto fueron dando muestra de ser verdaderos artistas; quien no actuaba con oficio cantaba con destreza, los guiones y las letras eran muy creativos y tan ocurrentes como para causar gracia aún a aquellos que no entendíamos cabalmente el látigo del humor. Los picos de risa se produjeron cuando el número de la chancha fue presentado por el incisivo periodista de investigación, Tomas De la Verga; la presencia del carnicero en el escenario me recordó el absurdo más encumbrado de Cha Cha Cha. Luego la prolijidad, el ritmo y la sintonía con la que entraban a cantar en trío me dieron la pauta de que el espectáculo era cosa seria.
Me queda la sensación intima de que finalmente, lo valioso, lo fenomenológico de la obra, del impulso artístico que supone artistas y público, no es tanto la calidad de los actores o del espectáculo, que existe y es mucha, sino que el pueblo pague una entrada, asista masivamente año tras año a ver, se someta con libertad a ser retratado cruda y cruelmente en la mirada irónica, ácida, absurda y nostalgiosa de un pueblo actuado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si no tuviera imágenes mentales sobre tu relato, si leyera tu letra sin más referente que lo que cuentan tus palabras, supongo que Ana y Gustavo se parecerían a lo que se suelen parecer y que la casa de Maipu cobraría ese tono cálido con que suele albergar a quienes se acercan.