20 nov 2017

La voz color del río

Por Nacho Fittipaldi


Un escenario de madera, dos sillas, una mesita vestida con un camino, dos copas de vino, dos micrófonos, un atril. Ellos. En medio de tantos súper estadios con mega pantallas, 35 bandas programadas en un mismo día y sonido a mil, acá habrá solo una guitarra y una voz. Son buenas y suficientes razones para dejarnos atravesar por esa música que nos interpela.
El concierto arranca con “Guitarra dímelo tú” esa pieza maestra de Yupanqui que así como al pasar dice “los hombres son dioses muertos de un tiempo ya derrumbado”. En la voz de Liliana Herrero esa frase suena a sentencia, Falú la acompaña como puede, y su ‘como puede’ es descomunal. Ella es un temblor que va por donde el pensamiento le sale. El juego está planteado en esa aparente desigualdad: Ella canta y él acompaña. Ella decide improvisar y él la acompaña. Ella corre, él camina. Ella camina, y él también. La pieza de Yupanqui es ejecutada con una precisión que podría desmentir la afirmación anterior, sin embargo ese juego da un resultado extraordinario. Liliana Herrero canta bajito y parece sacar aire desde los tobillos hasta la garganta. Acorta las oraciones, frena la entonación, saca terciopelo de un bolsillo y lustra el escenario. Falú es, como se sabe, un compositor y un guitarrista superlativo, además dueño de un humor fino y punzante como los  dedos de su mano derecha. Lo contrario a su manera de vestir. Lleva puesta una inverosímil chaqueta estampada en colores amarillos, negros y lilas. Parece el tecladista de Los Palmera o el mozo de un bar cerrado. Alto, flaco y espigado, verlo tocar es tan deslumbrante como ver levantar vuelo un avión. Al terminar la primera canción queda en el aire, sobrevolando, la sensación de que algo mejor será difícil oír esta noche. Se hace un silencio luego del aplauso prolongado. Curiosamente habla él. “A veces las canciones salen distintas a como las pensamos y eso es bueno –esa es la sensación que tuve al oírla, era evidente que ella se estaba saliendo del libreto y era notable como él hacía eso casi imperceptible- y a veces eso nos gusta mucho y por eso brindamos” Mientras el aplauso sucedía ellos se miraron fijo a los ojos, Liliana francamente emocionada con un brillo de lagrimas en los ojos, entonces alzaron sus copas, brindaron y bebieron. “El problema es cuando nos gustan muchas canciones” dice Falú rompiendo el clima intimista que había generado su confesión anterior. Las risas cubren el auditorio. En la canción siguiente sucede lo mismo, vuelven a brindar, Falú acota “Bueno Liliana hagamos el balance cada dos canciones porque vamos a terminar en pedo, esto va a ser un desastre” nuevamente la carcajada aflora. 
El repertorio es el conocido, Leguizamón-Castilla, Pepe Nuñez, Yupanqui, el mismo Falú, Valladares, Violeta Parra. Sin embargo da la impresión que van decidiendo sobre la marcha, y que se sorprenden entre ellos al elegir algo del cancionero que está sobre la mesa. Se desobedecen mutuamente. Falú sostiene que durante las crisis la música y el arte, en general, se redefinen como una metodología para interpretar la realidad, y que ellos, esa noche están haciendo eso. Esto se advierte en la manera contenida de cantar de ella, ha abandonado ese hachazo que puede ser su voz y ha escogido la sutileza de la voz como silbido, apenas audible, eso y en un brutal acompañamiento de guitarra son la sincronía del día. Falú casi no se mueve al tocar y sin embargo su guitarra es un abanico de sonidos, colores, relieves y profundidades. Lo de ella es estremecedor, sentada en la punta de la silla se balancea hacia adelante, hace equilibrio, mueve las piernas y los pies como si pedaleara, transpira,  es un ovillo de huesos sacando novedosas formas de estas revisitadas canciones, del cancionero popular. En ese sentido Liliana Herrero es una compositora, cierta vez Falú contó que luego de componer Confesión del viento le llevó la canción a Liliana y mientras se le entregaba en mano le dijo: “Tomá, destrozala” Y eso hizo. Compuso una versión mejor a la del propio Falú. Lo mismo con las canciones que hace de Fernando Cabrera y algo parecido con las de Edú “Pitufo” Lombardo.  Su capacidad interpretativa, su entrega en el escenario, su calidad como intelectual y su compromiso político, los cambios de formación en su banda, la exquisitez de todos sus músicos cada vez, la ponen muy por encima del promedio de músicos argentinos. Liliana está en la cima hace mucho tiempo. Cada tanto dice “Tocá vos Juan” como diciendo `no puedo más`. Y Juan toca y lo que toca es fenomenal, por ejemplo una canción que se llama Puro fierro que es de él y Pepe Nuñez, u otra de él llamada El encalillado, o algo así. Al terminar las canciones vuelven sobre el texto, lo recitan, lo analizan, lo muestran al público. “La identidad es un estado de tensión entre lo que fue y puede llegar a ser. De esa tensión puede surgir una obra de arte, puede surgir un país feliz. La voz canta un territorio, una memoria de luchas, de fiestas. No se puede hacer un canto sin fronteras. Los cantos tiene sonoridades, texturas, territorio.” dice Liliana, se cansa de decirlo cada vez, su obsesión es el presente, el pasado, y el futuro como un sitio donde  El cuchi Leguizamón, Castilla, Yupanqui, Carnota, Parra,  Charly Gracia, Gardel nos están esperando para ser redescubiertos.

El cierre llega con Oración del remanso, Liliana deja el micrófono, se para frente al auditorio, somos 160 almas conmovidas,  mueve los brazos como si tuviera una batuta, y “Cristo de las redes no nos abandones” es dicho por el público ante su Cristo ocasional, se ha desangrado en el escenario, ha transpirado, ha vertido ideas densas, tal vez incluso más que lo que el propio publico quiera oír, son tiempos vacuos, canta a capela y recién cuando el recital termina y el aplauso se cierra, la gente se rompe las manos, está de pie, aplaude de pie, y solo entonces ella dice muy por lo bajo “Viva la patria”

Liliana Herrero lo llena todo.