20 ago 2010

Pediatria polaca

Por Nacho Fittipaldi
Hurbinek era su nombre, un tatuaje en el antebrazo su identidad. La familia nunca supo de él. Hubo dudas acerca del nacimiento, certezas sobre su muerte. La de él entre otras y aunque se multiplicaran por cientos, no era una más.
En cierta ocasión Primo Levi me comentó que Hurbinek había nacido en el cautiverio de Auschwitz y con tres años “nunca había visto un árbol.”
Llegaba apenas a balbucear unas palabras inentendibles. Nadie en aquella polaca Babel supo en qué idioma hablaba y qué quería el diminuto. Lo que tenía era un hambre sin dimensión, incontrastable. No conoció el sabor de la leche materna, ni mantuvo diálogo alguno con el pezón de su madre rapada, alejadísimo de la calidez familiar no llegaría ni a extrañarla. “Había luchado como un hombre, hasta el último suspiro, por conquistar su entrada al mundo de los hombres, del cual un poder bestial lo había exiliado.”
Alguien, igual a mí, el que decidió sobre el pequeño.
“Hurbinek murió en los primeros días del mes de Marzo de 1945, libre pero no redimido. Nada queda de él: el testimonio de su existencia son estas palabras mías”
Lloro mi dolor, me hundo en la arena desde donde me cuentan la historia. Las lágrimas acarician mi esencia interpelada y vacía. No tengo más que angustia. La vergüenza, es la de pertenecer al género humano. Así de grande la angustia.
Yo muero cada vez que Hurbinek pide pan.



I.F. Febrero de 2007

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