30 dic 2011

Crónicas desde África

Por Bruno Carpinetti, desde Guinea Ecuatorial.

PERON EL AFRICANO
África transpira. África te roza, te frota, te empuja, te toca. África
huele, huele fuerte. África es ruidosa, grita, jadea. África es caliente,
muy caliente. Y acá estoy, inmerso en la barbarie del continente negro, tan
peronista como cualquier distrito del conurbano bonaerense. África es
peronista y nadie le avisó. Peronismo silvestre, hasta que alguien pinte un
Perón negro, de elegante uniforme prusiano, montado en su caballo pinto y
comprendan. Entonces, desde Ebebiyin hasta Baney, desde Mongomo hasta
Basacato, se recupere la esperanza y se multipliquen los altares de ese que
vendrá a salvarlos, como nos salvó a nosotros de eso que llaman
civilización.
PERSEVERANCIAS
Cooperantes, expatriados, extranjeros. Franceses que organizan espectáculos de hip-hop africano. Gringos que quieren salvar a los monos amenazados de extinción mientras saquean el petróleo. Españoles preocupados por enseñar a los Bubis la lengua de Cervantes. Egipcios que construyen casas y carreteras. Libaneses que regentean bares y restaurantes. Chinos que trabajan para suministrar agua y electricidad a Malabo. Y mientras tanto, Fang, Bubis, Ndowes, Combes, Bayeles, es decir, los Guineanos, preguntándose en qué momento y rincón de esta Nueva Babilonia se les extravió el presente.
Capitulo aparte los internacionalistas cubanos. Curan, enseñan, construyen, y sobretodo perseveran. Contra las miles de razones que a todos los demás les hace maldecir a los guineanos y a este endemoniado pedazo del mundo, los cubanos perseveran. Y beben y bailan.

PISAR EL BASURAL
El Harmatan es como el Zonda, viento del norte. Sólo que acá, a unos pocos cientos de kilómetros al Norte, está el Sahara. El Harmatan enceguece. Trae arena, nubla la vista. Y calienta. Calienta.
Ayer, fui a un poblado Fang al pie del Pico Basile. Tome cerveza en el barsucho mientras dos viejos jugaban Akong. Hable con los cazadores. Quise comprar ratas de bosque. No había. Las guardan para vender en vísperas de navidad. Maldito Papa Noel que atenta contra mi exotismo gastronómico.
Me acerque a una chica embarazada que jugaba en el umbral de una casa. Le pregunte para cuando esperaba. No entendió.
-       Que para cuando va a nacer el niño -me mira-.
-       Ahhh... el niño...es que no sé.

Hoy a las seis de la mañana, me levante y enfile para el barrio Los Ángeles de Malabo y me encuentro con un estudiante al que estoy ayudando con su tesis. Fernando Esono Ndongo. Cruzamos todo Campo Yaunde, el Villa Fiorito de la isla, para ir al mercado de Semu. Los primeros metros camino tenso y nervioso. Pero Fernando saluda en Fang a todo el mundo y yo detrás de el repitiendo <<Ambolo, ambolo>>. Un borracho desde la puerta de su casa me grita <<¡¡eyyy, blanco!!>>. Me doy vuelta levantando la mano. <<Ambolo>> me dice. No lo había saludado. Caminamos media hora pisando basura, atravesando sórdidos pasillos y cruzando arroyos pestilentes. Llegamos al mercado. Caminamos unos minutos entre miles de coloridos puestos con inidentificables mercancías y llegamos adonde las "Mamas" venden los animales del monte. Apenas nos ven llegar descargan una catarata de lo que, por el tono y los gestos, deduzco son puteadas. Fernando en Fang les dice algo, rápidamente y en tono de aclaración, entiendo que explica que sólo queremos comprar carne. Se calman, me sonríen y me muestran los cadáveres de monos, antílopes, pangolines y puercoespines. Les digo que quiero comprar ratas. Me enseñan algunas decenas y yo elijo las más frescas.


Es decir, las que no están hinchadas ni tienen gusanos, y pregunto el precio. Siete mil francos cefas. Precio de blanco. O de Navidad. Habitualmente valdrían unos 4 o 5 mil cefas. Las llevo igual. Todos contentos. Los guineanos llaman a las ratas "Ground beef". Algo así como carne del suelo, en Pidgin. O en ingles. Mientras volvemos pienso en cómo las voy a cocinar. Me rio como un tonto pensando que por fin voy a comer un autentico "Rata Tuil".

28 dic 2011

Brazos extendidos para abrazarte mejor


Por Nacho Fittipaldi
Yo fui a una escuela que tenia por nombre San Francisco de Asís. Era de orientación católica y allí, a mis hermanos y a mí, nos enseñaron desde los 4 a los 18 años que Dios era bueno y hacía el bien. Cuando repetí sexto grado comprendí la vida de una manera cruda. No alcanzaba con ser bueno, había que estudiar. Pero de él seguían dependiendo la vida y la muerte. Con la locura de mi hermano Andrés, la traumática muerte de mi abuela Lucy y otras tragedias, comprendí que todo aquello era muy relativo, tanto más de lo que mi corazón podía tolerar. Con la muerte de Néstor creí que la suerte de un país estaba en juego, y, aun cuando me equivocaba, todo aquello seguía dependiendo de Dios. La incomprensión me poseyó, y lloré tanto.
Las hienas urbanas pululan no sólo en las redacciones de diarios, están por ahí riendo y comentando por lo bajo el Cáncer de Cristina. Se animan a festejar. Se esconden de las luces de las sirenas de los patrulleros que se propagan sobre los mármoles de los edificios públicos. A mí todo esto me da sinsabor, me sabe a injusticia y más que nada mucha incomprensión. También tengo miedo. Miedo de que esta instancia de la vida nos arroje un muerto más. Miedo de que perdamos. Miedo a la endeblez del proceso. Entonces tiemblo y los ojos se me achinan e inundan, rojísimos, como cuando Néstor se fue, de lágrimas.    
Yo me pregunto hasta cuando podrás aguantar Cristina, y me gustaría preguntártelo cara a cara, mientras te miro a los ojos. Imagino que tu mirada sería algo esquiva al principio, buscarías un punto fijo en el piso de tu despacho y en decimas de segundos te restablecerías y enseguida me dirías <<Quedate tranquilo que yo estoy bien, Ignacio>>. (No imagino la palabra Nacho saliendo de tus labios) Yo no te creería nada pero también sabría que no sería sensato que justamente yo te presione. Pienso que inexplicablemente te quiero, siento eso, que te quiero y además me emocionas irremediablemente. Yo quiero ser tu hijo para abrazarte con mis súper brazos, acunarte diez segunditos en ese espacio que se forma entre mi pecho y mi hombro y decirte al oído: ¡¡Fuerza mamá!! Después ingresaría Oscar Parrilli, y vos seguíras con tus obligaciones como si tal cosa.

21 dic 2011

Imagenes

 
Por Nacho Fittipaldi
Tengo guardadas algunas escenas de la noche pasada, caras tuyas que me rondan. Tu demora en llegar, mis nervios, luego risas, comentarios cortos, la confianza que se instala tan de pronto, momentos ínfimos que se me van yendo como miguitas de pan entre los dedos. Ella lo encantó con sus enamorantes formas de ser; un mirar fijo, conversar con los rostros uno muy cerca del otro, manera particular de poner distancia para que acercarse no fuera tan riesgoso. Sin saber bien dónde ponerse, ni qué decir, él disfrutaba mirándola. Como decía Héctor Tizón,  <<La vida no se mide en años, sino en asombros>>, él confesaba que se sentía más añoso hoy por el asombro que le había causado conocerla. En principio por su belleza y su singularidad, por su rostro brillante, tu acento al hablar –le dijo-, el ruido de las otras mesas aledañas como aludes de gentes desbarrancando a nuestro lado y vos ahí y tu precipitación en el habla, tus dientes y sobre todo un aire de mujer. Asombro también por esa asertiva y sensata honestidad, la manera en la que te abriste y me confesaste cosas profundas de tu vida y tu familia. Tu padre y vos. Él le agradecía sinceramente ese gesto y ella creía que él continuaba con su forma curvilínea de conquistarla, entonces ella reía brutalmente, echaba la cabeza hacia atrás con la boca abierta, él aprovechaba para mirar el anguloso triangulo de sus mandíbulas y el filo de su mentón, <<Es preciosa>> -pensó, ya en peligro- y aun no se había detenido en sus ojos; él trataba de darle aire de juez a las palabras que caían de su boca, boca que se desgajaba por besarla, cosa que no haría en toda la noche. No es frecuente esa manera de estar con el otro, y eso por alguna razón, lo ubicaba en un buen lugar; también por tu labio mordiendo el mío, leve pero endiabladamente. Después ella se va con decisión, y él sólo ve su espalda, a él le quedan mil palabras por decir, ella se cierra como esas puertas de casa quinta que la brisa entorna y va en busca de un colectivo. Asombro por ese, <<También podes abrazarme, si queres>>, que ella largó mientras confesaba que tenía frío, él deseando que se hundan  todos los micros del mundo y que los taxis explotaran por los cielos de los buenos aires; sus brazos toman la delgada cintura, fina como junco de monte, y ella va transformándose súbitamente en esa Ana María de Dalí sobre la ventana. Luego el leve calorcito de su cuerpo, el viento moviéndole el pelo en la esquina de Avenida del Libertador y Montevideo, serán imágenes inolvidables –él cree que no habrá olvido-, y muy perplejo ante toda ella, sintiéndose un muchacho inseguro, ella se va yendo y él la deja ir. Sólo eso quería decirle…ahora que hay distancia y que por la ventana se huelen las primeras madres selvas en flor y el canto pendular de los grillos se hace oír entre sus ojos que la buscan.