20 ago 2010

Resignaciones

Por Nacho Fittipaldi

Cuento
Las parejas son un anudado rizo de amor, pero también, un hilo fino y caro que pende de un inoportuno silbido.
Él no sabe si la ama pero esta crecido para comenzar con grandes análisis, separarse a los cuarenta y cinco es un suicidio social -piensa. La reflexión de si es o no es la mujer de su vida forma parte de un tiempo que hace mucho se ha escurrido. Ella está bien para la edad que tiene y él, bastante mal para la edad que no tiene, pero aparenta.
Se quieren, se cuidan, comparten algunas cosas, no toda su vida pero sí algunas de importancia, han construido juntos una linda casa, tienen amigos, muchos amigo, sonrisas, muchos matrimonios amigos, un buen pasar económico, reconocidas trayectorias profesionales, lo que se dice una vida acomodada. Nada alcanza.
Esa noche de noviembre cocinaron juntos, se agasajaron mutuamente, como ella se merece -dirá su madre. A Sofía le encanta que Mariano la trate bien, que la mime, por alguna razón está convencida de que esas cosas afianzan la relación, hace ocho años que viven juntos. Ella reposa en los pequeños detalles.
Mientras cenaban, conversaron sobre dónde irían de vacaciones en ese verano que estaba entrando, divagaron sobre algunos destinos recónditos del mundo, Kuala Lumpur, Lhasa, Pehuajó, Vietnam, lugares a los que nunca irían pero sobre los que les causaba risa hipotetizar, comieron el postre de pie mientras observaban una reciente grieta en el cielo raso de la cocina, pensaban en como suturarla.
Sofía se lava los dientes y se pone un camisón sugestivo, en verdad el estilo no es el suyo pero sabe que de no hacerlo con su marido, en la intimidad de su habitación, no encontraría otro lugar ni con quien usarlo. Mariano se convence de que un champagne es lo que le falta a esa noche para un buen final.
Durante la tardecita habían discutido acerca de qué película alquilar. Él quería ver algo de suspenso pero Sofía se salió con la suya. Alquiló una película iraní de esas que duran una hora y veinte, en las que hay cuatro diálogos y se utilizan treinta palabras en todo el film. Antes de verla Mariano sabe que indefectiblemente vera cientos de imágenes de chicos mutilados, rostros hermosos envueltos en velos negros, caras vedadas, sólo con voz, mujeres vejadas, ciudades derruidas por los bombardeos de algún país insensato que escudriñado en el peligro de que Irán logré su propia bomba nuclear, fustiga a fuerza de potasio y fósforo, los suelos iraníes de los que sólo pretende sus reservas gasiferas. Mariano se pregunta si luego de los bombardeos las reservas de gas no estallan por el aire junto con los pobladores y si los cuerpos de los pobladores que se ven incinerados por televisión, explotan antes por las bombas que por la explosión de las reservas codiciadas.
Sofía se detiene en otras cosas y cree que en esas películas está resumida la historia de la humanidad: la ambición por el dinero, la religión, las guerras interminables por conquistar la economía del mundo en un territorio ajeno, en donde, otras religiones se profesan y prevalecen. Mariano la consulta acerca de si en una hora y veinte cabe la historia de la humanidad. Sofía ríe, toma la copa por su tallo, bebe un sorbo y sutilmente lo invita al sigilo de la noche, cubre sus piernas con las sábanas que le brindan un leve pero acogedor calorcito, él toma el silencio al que lo han invitado y con la película detenida en una de las tantas escenas sin diálogo, puro cine, se tira un sonoro pedo. Deliberadamente, Mariano se caga. Sofía se enoja, le dice que es un asco y que no puede ser que siempre haga lo mismo. Lo que le molesta es la falta de respeto, pero no por mí –arguye-, cree que él no tiene derecho a arruinar ese momento y mucho menos a faltarle el respeto al director de la película, no te podes cagar así, la próxima te vas al living. Mariano se defiende y le dice a modo de justificativo que no fue para tanto, que fue sin olor porque la comida era sana, tenía poca harina. A los pocos segundos un hediondo olor invade por debajo de las sábanas las concavidades de la habitación desmintiendo lo que Mariano acaba de afirmar. Y bueno ¿qué queres? Vos ya lo sabes e insistís, insistís con lo mismo Sofía, no puedo controlarlo, no resisto el cine arte y vos te empecinas en estas películas. El olor es fuertísimo pese a que la comida tenía poca harina. Mariano ha arruinado la película pero esto no es nuevo; ya lo ha hecho antes con otras irakies, dinamarquesas, tantas asiáticas como pudo, se ensaña con las de Woody Allen, Won Kar Wai y David Lynch, pero también ha obstaculizado las francesas, inglesas, las suecas, ha estropeado de punta a punta La vida Secreta de las Palabras, bellísima película, onda, arruinada por la sonoridad y el tufo de los pedos de Mariano que, lejos de sentir culpa, se regocija en sus flatulencias, ríe con complicidad cercada y sabanea. Sos un hijo de puta Mariano no te podes cagar así, ¿qué haces?, quedate quieto, no sabaneés -en esos momentos a él parece no importarle nada. Para, para no te enojes, éste pedo -dice risueño- ¿No te hace acordar al que me tiré cuando estábamos viendo Con Ánimo de Amar? Sí, olelo, olelo, es igual. ¿No te acordás qué comimos ese día Sofi?
Sofía comprende que se ha puesto el camisolín sin sentido, otra noche más, al menos no discutirá con él, no ésta vez. Piensa en por qué continúa soportando ese tipo de desplantes, sabe que no es el tiempo de grandes análisis pero hay cosas que ya no tolera, de reojos ve la figura de Mariano que con el pasar de los años se ha redondeando y deformado poco a poco, como si la aformidad sosa de Mariano fuera figurativa del curso de la relación.
Sofía logra concentrarse en la película y evita una discusión que no tiene caso pero aún así sabe que no le hablará en lo que queda de la noche, de todos modos Mariano esta casi extinto.
Ella ve las imágenes de los niños descuartizados por los misiles V7-32, los ojos resignados de tanta tristeza de las madres que han visto morir a sus hijos en tres guerras distintas en menos de una década. Piensa que si las bombas hacen explotar los pozos petrolíferos, también podrían hacer explotar a las madres de los soldados y civiles muertos, sería una buena ley de la naturaleza, cada madre muere en el momento exacto en que su hijo deja de respirar; y que toda madre muera cuando su hijo lanza una bomba sobre una población indefensa. Pero Sofía sabe que no hay leyes justas y que está enojada, siempre queda alguien huérfano de amor, aunque no haya guerras.
La respiración de Mariano ahora se entorpece, sabe que lo próximo es el ronquido y después el babeo mogólico de cada noche. Por su mente y en silencio repasa los nombres y las caras de los hombres que podrían ser sus amantes, o sus próximas parejas, si ella se alejara definitivamente de éste mierdoso sujeto al que de a momentos aborrece. No encuentra muchas caras en ese recorrido pero lo que más la angustia, lo que la acobarda de verdad son otras cosas mas viscerales. La amedrenta la duda de no poder vivir sin él, aunque Sofía sea perfectamente capaz de encontrar otro hombre que la valore, que la quiera, un hombre que esté dispuesto a dejarla pese a que se sienta crecido para afrontar una vida en soledad. Aún así, no sabe si puede vivir sin él. También sabe que no resolverá nada esa noche, que como otras noches pasara y han sido varias. Nada se derrumba en un solo día, muchos días se derrumban de a poco hasta el fin. Se da vuelta en la cama, apaga la luz y queda de espaldas a Mariano.
Ahora duermen los dos, no hay imágenes, ni diálogos, ni palabras.



IF Agosto de 2009

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