29 ene 2018

La vida es un suspiro

Por Nacho Fittipaldi


La vida es un suspiro. Obviamente puede ser de distinta duración, largo, breve, mediano, ese suspiro es este suspiro en medio del mar. Es sábado 27 de enero, son las 11, 20 hs de una mañana gris y ventosa; saco la cabeza, respiro, veo gente en la costa, chiquita, un puntito mínimo allá en la playa,  gente que se baña y come churros, gente que juega a la paleta, al tejo, una señora le dirá a otra que ella no quería irse de vacaciones a Villa Gesell pero que aceptó por sus hijos, finalmente siempre es lo mismo; un hombre cincuentón arroja insultos porque se quema con la arena, cosas así; un viejo miente el quiero retruco y pierde los puntos. No saben, no pueden saber, que acá adentro somos 400 personas nadando 4 Km. No saben porque no se ve, detrás de esas altas y anchas, potentes olas, cuatrocientos metros adentro del mar hay mucha gente nadando. No saben porque no quieren. Este suspiro es breve pero profundo, consciente, inquietante,  aliviador. No saben que antes de nadar Maine y Carolina entraron de la mano, atravesaron la rompiente de la mano porque  Caro es principiante y no sabe cómo hacerlo sola. Tal vez tenga temor. ¿Hay un gesto de esa dimensión todo el tiempo en la calle? ¿Hay algo más protector y humano que darle la mano a alguien para ayudar? ¿Hay algo más afectuoso que eso o darse un abrazo?

Saco la cabeza, esta vez hacia adelante, busco el edifico cilíndrico como referencia, se ve lejos, ese edificio me indica, más o menos, la mitad del recorrido. Saco la cabeza hacia la izquierda, el mar ancho, amable hoy, templado, ideal para nadar se deja nadar progresivamente. Estoy en el mar, nadando, haciendo lo que me gusta hacer, y por elección. Otra vez siento ese irremediable sabor de felicidad de estar en el exacto lugar donde quiero estar y con la sensibilidad hiper-dispuesta a captarlo todo, desde la sal que se aloja en mi boca hasta el ardor del raspón en mi hombro producto de mi barba. Ayer a esta hora estaba en un velatorio. La vida es un suspiro y el fin de ese suspiro. La vida son esas lágrimas, son esas manos, las de Ana apoyadas con ternura sobre un cajón sin respuestas. Entonces esa finitud que a todos alcanza por igual es lo que viene dándome ánimo, impulso, y sobre todo mucha claridad para tomar ciertas decisiones que me arrojan a estas cosas.
El edificio cilíndrico aparece más cerca, prácticamente no hay rastros de cansancio en mi, nado agarrado intentando corregir ciertas falencias técnicas, intento nadar largo y que la deriva haga lo suyo. Mientras nado sé que la corriente me tiró para adentro y que en algún momento tendré que  corregir el rumbo, volver a hacer unos metros hacia adentro del mar para girar por fuera de la boya y luego buscar el arco de fin de carrera, de golpe y antes de lo previsto eso sucede. Un kayak de la organización me marca el punto de la boya, tengo que nadar unos 150 metros hacia adentro del mar con la deriva castigándome de costado, subo, me agarro bien del agua, le doy más potencia a las brazadas y pronto estoy frente a la boya, giro, la boya queda a mi derecha, levanto la cabeza, la llegada está en la loma del orto. Queda el cierre, en ese momento recuerdo lo que me dijo Facu “No encares al arco de llegada, apunta para la costa” Hago eso. Nado prolijo, sin matarme pero intenso, de golpe freno y busco el fondo, mis pies tocan la arena, el agua me llega a la cintura, empiezo a correr, el agua se convierte en una fondue de queso, no logro avanzar, una ola rompe a mis espaldas, de repente estoy nadando otra vez, cuando intento hacer pie caigo en una canaleta y trago 62 litros de agua, el agua ahora llega al pecho, vuelvo a nadar, piso un pozo, caigo de costado, en este crucial momento le pediría a toda la gente que aguarda en la llegada que miren para otro lado. Finalmente y con el agua por debajo de las rodillas logro correr con cierta agilidad, miro el cronometro, la carrera fue rapidísima, mi tiempo está mas que bien, las piernas queman, cruzo la línea de llegada. Llegué. Voy a vomitar... pero no, es una arcada, duele el vaso, veo a Facu, a Claudio, Lisandro, Ale Cao (que alegría verte Ale y que te hayas decidido a venir), Claudio viene a ver qué me pasa, me arrodillo, voy a vomitar, falsa alarma otra vez. Me levanto, me hidrato, me abrazo, es esto lo que vine a buscar. Estoy feliz. De a poco van saliendo, el agua y el esfuerzo van cambiando la fisonomía de nuestros rostros, una cosa es tomarse una cerveza sentados frente al mar y otra cosa es esa misma cara después de esto. De golpe veo salir a Beto que también venció la incertidumbre de tener que pasar una rompiente para nadar mar adentro, nos abrazamos, nos felicitamos mutuamente. Nos queremos. Sale Miguel y lo mismo, sale Toro nadando pecho, es un anormal con la cabeza como para construir la muralla china. La llegada es como una reunión familiar donde de a poco van cayendo todos y todos nos abrazamos y nos felicitamos por haber cumplido el mismo objetivo, somos 37 personas felices por habernos permitido esto.  No sé cómo se ve de afuera, pero de adentro es de una intensidad inusual. 

De repente lo veo a Claudio irse hacia el mar.  Claudio es de una solidaridad que conmueve (Claudio es uno de los entrenadores), claro no todos han llegado aún, cuando la carrera va terminando lo veo acercarse hasta la orilla y acompañar a salir del mar a los compañeros que están mas complicado, otra vez las manos son el instrumento para ayudarnos entre nosotros. Finalmente sale Carolina, muy complicada, con hipotermia y habiendo vomitados dos veces mar adentro. La pregunta aparece otra vez, ¿Por qué hacemos esto? Las respuestas son múltiples.
Después de la carrera a celebrar, volvemos al parador del hermano de Toro donde estamos instalados desde el viernes al medio día. Ahí lo de siempre, buena comida, una atención sobresaliente y el inicio de lo que durará casi diez horas ininterrumpidas. Las conversaciones sobre cómo sintió cada uno su carrera, las anécdotas, ahora y después de una larga cantidad de cervezas y tragos las conversaciones comienzan a hacerse medio absurdas. Las risas que siempre estuvieron ahora se extienden largamente, las conversaciones se tornan más absurdas, lo cual no es poco, y esto es solo el inicio de lo que sucederá por la noche. Recién a eso de las 17, 30 Hs nos vamos caminando al sitio de la premiación, en el medio de esa caminata se produce una conversación entre Pepe y yo que es no solamente inesperada sino que además es altamente privada. 
El acto que debería ser breve y ágil se convierte en la premiación más larga de la historia de la provincia de BsAs. Volvemos caminando al parador mientras la tarde nos regala un atardecer y uno sonido de mar inquebrantable. Al llegar veo la figura inconfundible de Seba Pérez empinando el codo al lado de la barra en donde estuvimos hasta antes de irnos, es decir dos horas antes. Son las 20, 30 Hs y al llegar Luis me recibe con una cerveza helada y unas empanadas fritas extraordinarias. Quiero morir así. La ronda de tragos y comida vuelve a surgir, langostinos, empanadas, música, los relámpagos amenazantes que anuncian la lluvia que llegará. Luis y Toro son como una entidad genética, habladores, excelentes receptores, interlocutores cabales de las charlas, conocedores de la tararira y la patada que es lo único que la calma al salir del agua. La risa del Pocke es, a esta hora, un rasgo saliente del convite. Sin embargo cuando a parece la música los muchachos empiezan, como pueden, a mover la carrocería, muchas están desvencijadas pero igual se intenta, crujen. En estos menesteres Bombi aparece como una figura descollante, baila y es como si tuviera un arnés de hormigón entre el pecho y las rodillas, lo más ágil son sus brazos. Pepe esta peor, solo levanta las manos como rito de la cumbia villera aunque desde la barra suene Rodrigo. Cuando aparece el cuarteto es mi hora, salgo a bailar con Carlita que fue arrojada por Luis contra mi pecho, hago lo que puedo y de pronto recuerdo que acá hay dos grandes ausentes: Franco y Patsy. Me pongo a bailar como un cangrejo, es decir boca arriba apoyo mis brazos en el suelo, arqueo el tronco y con las piernas me impulso para atrás, comienzo a moverme compulsivamente como si tuviera epilepsia, en ese momento mis brazos comienzan a hacer la brazada de espalda un brazo por vez, en ese momento en el que el brazo está en el aire quedo apoyado por las piernas y el brazo que no está en el aire, tac-tac-tac. Patsy está presente aunque pocos identifican ese rito como el homenaje que es. Como no podía ser de otra manera me caigo al piso debido al efecto del alcohol, según dicen. Justo ahí un dedo del pie queda enganchado entre las tablas del deck y crack!!!! Me rompo una uña. Más tarde Bombi dará una clase de reggeton o aerobics, no queda claro qué es, y todo será tan grotesco y rotundo como el eco de las risas que perdura tanto como esos suspiros, esas respiraciones breves ocurridas unas horas atrás en ese mismo mar que ahora es alumbrado por los refucilos eléctricos que los rayos emiten. Recién a las dos de la madrugada nos vamos a dormir, agotados, sin margen para nada más que descansar, el día que arrancó a las 07 AM llega así a su fin. Al día siguiente quedará tiempo para volver a desayunar a ese mismo parador en el que sucedió todo lo relatado, otro almuerzo allí, otra incursión en el mar para nadar una media hora mucho mas incómoda que la del día anterior y aún así sirve para aflojar los músculos, luego una caminata, otras charlas, todo así de lindo.
Puedo asumir que vine a buscar esa sensación que produce nadar en aguas abiertas, y el encuentro posible cada vez que nos vemos, lo que nunca supuse es que me iba a reír como lo hice.

Gracias Luis, gracias Toro, gracias Franco por hacer posible esto, de la manera que fue.  

24 ene 2018

Dialogo en un vestuario de hombres IV

Por Nacho Fittipaldi 


El alemán mide 1,90, es flaco como una espiga y todo su cuerpo es blanco y disciplinado. Es un alemán en todo, excepto porque no toma alcohol. Una rareza. Hace años que vive en Argentina y nada en Poseidón o como dice él "Poséidon", acentuando la <<e>>. Su español es claro pero ante determinadas situaciones no alcanza para comprenderlo, es decir  también es confuso, solo por momentos, conjuga mal algunos verbos pero se hace entender. Más de lo que yo podría en Alemania. Si yo viviera en Alemania tomaría mucha cerveza. El alemán nada como una bestia. No conoce otro ritmo que ir fuertísimo. Y ríe. El alemán ríe mucho. A veces no comprende el español, o sea, si hablas con él mano a mano sí, pero en una reunión de muchos algunas cosas se le escapan.
Este diálogo se da en el vestuario de Poséidon luego del entrenamiento de hoy. Yo estoy afeitándome con una maquinita sin filo la prominente barba de las vacaciones, estoy frente al espejo viendo a través de él y escuchando la conversación entre el alemán y un sujeto  al cual no nombraré por decoro. Este sujeto al que llamaré Alexis es un típico argentino promedio, o al menos un argentino de los que hay muchos: Engreído, desubicado, xenófobo, charlatán, etc. En las duchas se escucha el agua correr, Emi esta allí y se perderá lo que narro a continuación.
El alemán está comiendo banana, de pie le saca una cabeza y media a Alexis que debe medir 1, 75. Cuando Hayo termina la banana, así se llama, arroja la cascara al tacho de basura, inmediatamente y como si él hubiera tirado un palo verde, Alexis mete su cabeza dentro del tacho mientras dice, “¡No la tires! -como si fuera un delito penal- Tengo cobayos”.
-         -  Perdón –dice el alemán con acento extranjero-.
-       - Que tengo cobayos…
-     - ¿Caballos tienes tú? –confieso que yo también oí caballos por lo tanto muestro mi sorpresa al imaginar un caballo comiendo cascara de banana, pero viniendo de Alexis no es raro oír cosas raras-.
-      - Noooo alemán, cobayos.
-    -  No entiendo, ¿que son coballos? –el alemán mezcla las dos palabras, caballo y cobayos, habla lento y pausado, siempre, como si bajara recién del avión, Alexis arremete-.
-       -  Cobayos, alemán, chanchitos de las indias –dice Alexis haciendo con sus manos el gesto del tamaño característicos de esos inmundos roedores. Desde el espejo se ve todo tan absurdo que ruego para que alguien más esté presenciando esto. Giro para comprobarlo. Nadie. El alemán y Alexis están frente a frente, ninguno de los dos logra hacerse entender ni comprender-.
-       -  ¿Chanchitos de las indias? –dice el alemán más confundido aún-.
-        -  Sí, alemán. No sabes lo que es un chanchito de la india? –Alexis eleva el tono de voz como cada vez que alguien habla con otra persona de lengua diferente y no logra hacerse entender-.
-        -  No –el alemán es más bueno que un cobayo-.
-        -  Chanchito de la india, cobayo, Guinea Pig, alemán!!!! Es como un conejo pero no es un conejo, que se yo.
-  -  ¿Que dices? –el alemán está totalmente desorientado y en su rostro hay sorpresa y un dejo de frustración, le han nombrado una misma cosa con tres nombres diferentes y no entiende. Largo la carcajada. El alemán me mira como buscando ayuda-.
-  -   Guinea pig alemán, guinea pig!!! –Alexis continúa con sus manos abiertas marcando el tamaño del cobayochanchitodelaindiaguineapig-.
-    -    No comprendo
-     -  Bue no importa, me la llevo
     El dialogo se corta abruptamente, la cultura, los idiomas, los gestos, a veces no alcanzan a nombrar lo concreto.
      El alemán se aproxima, se pone junto a mí, mira mi rostro en el espejo y pregunta.
-      -   ¿Como se llama él?
-         - Alexis- respondo yo, aún tentado-.
-    - El Alexis –dice Emi que sale de la ducha. Otra vez el alemán se pierde el chiste. Desconoce esa habitualidad de poner el articulo “el” o  “la” delante de nombres: El Sergio, La Norma, El Facundo, El Alexis. Largo la carcajada, escupo espuma de afeitar, Emi y yo reímos, el alemán mira sin comprender, sonríe. El alemán pregunta-.
-     -   ¿Habla un poco mucho, no? –para sus cánones esto que acaba de afirmar en forma de pregunta es una licencia que se ha tomado, tal vez incómodo por la situación con El Alexis-
-     - Así parece, no le des bola.
    El alemán se va mientras se pasa su protector solar 50, es blanco como la sal procesada, como cada día de su vida en los que lidia con vicisitudes así de desconcertantes, independiente de la estación del año y de la potencia del sol, el alemán está siempre con protector solar, protegido, solo del sol.