7 nov 2014

Muertos de tren


Por Nacho Fittipaldi

La radio anuncia un accidente en City Bell, aparentemente un motociclista cruzó mal el paso a nivel y lo arrolló un tren. Hay que cruzar mal un paso a nivel eh. Para mi vida, vidita pequeña de  jueves a las 9.15 hs, con 23°, sol templado y una brisa fresca que indica el error de haber dejado el sweater en el respaldo de la silla, tiene dos implicancias concretas: a) voy a llegar tarde al trabajo, b) voy a tomarme el tren de siempre. Hoy no hay tren vip. El Roca, el legendario Gral. Roca, el metálico, anacrónico, grafiteado desmedidamente, incomodo, sucio, popular, injusto, ajeno, nuestro. El tren llega a la hora que puede, no llega ni a horario ni tarde, llega cuando viene y viene como puede. Al verlo llegar de lejos, la sensación que uno tiene es que no entra en el andén, pese a que hace 90 años que este tren circula da la sensación de que el tren no cabe en el andén, como si los hierros y la chapa se hubieran hinchado. Subo en el ante último vagón, hay poca gente, la gente que usa el rápido ha desistido del viaje y se han ido al camino Centenario a esperar el colectivo.
Cuando el tren comienza a moverse recuerdo lo que había olvidado, este tren es lentísimo, su movimiento es impropio de un vehículo de transporte, es como si no transportara, uno mira por la ventana y la velocidad permite ver una casa, la pared, la ventana, a través de ella ve la tele encendida, se alcanza a ver un canal de cable, un comentario desatinado de Viviana Canosa o el retorcido lenguaje, zonzo, de Mario  Mactas, de qué vivirá. Lejos quedó esa sensación de foto movida que da la velocidad del rápido. Este tren no se traslada, se fatiga. Si hay un tren bala, hay también un tren tatú carreta. Es este. Lo segundo que me impacta, y había logrado olvidar, es el ruido que hace al trasladarse, o fatigarse, tra-tra-tra, tra-tra-tra, se mueve lateralmente, es esto lo que se observa al verlo ingresar al andén, el tren se mueve lateralmente y parece que va a salirse de la vía, como si fuera a descarrilar o esguinzarse, 15 días de reposo y nada de actividad física.

En Berazategui el cansancio es total, van treinta minutos y la espalda me dice <<por qué no te tomaste un colectivo>>, hay bicicletas por todos lados, acá no están prohibidas; los vendedores ambulantes venden desde destornilladores hasta el ultimo Dvd con todos los videos mas hot posibles de Jennifer López, los vendedores ambulantes, aquí no están prohibidos. Sube una señora, <<yo puedo, yo puedo>> dice un anciano con una bicicleta que debe valer una jubilación mínima. La señora lo va empujando desde abajo, <<hay que apurarse -dice- apúrese, vamos, dele señor>> es un poco agresiva, la oigo pero no la veo, es una voz áspera de señora que ha gritado mucho a lo largo de su vida, medio ronca, pasa a mi lado, yo leo un libro cuyo subtitulo es, sociología del temor al delito. Aún no tengo miedo. Los únicos que leen aquí son los pocos pasajeros del rápido que han subido al tren de siempre. Varios celulares emiten sus músicas en un volumen desagradable, no solo por lo elevado, más bien por la distorsión que ello provoca.  Los pasajeros imponen con tiranía sus gustos musicales con el resto de los pasajeros. Gracias. En el furgón los muchachos fuman porro a lo loco, no molesta. Molesta lo que tosen. Parecen que van a escupir un pulmón. Pienso en el efecto de aspirar purpurina, pobre chico. La señora insiste en que hubo un accidente –sería el segundo del día para mí- en Don Bosco. <<Dijo Don Bosco el guarda, no dijo Bosques. Ahora lo vamos a ver, yo lo quiero ver al muerto. Debe haber cruzado como la mierda>> La señora no está en sus cabales. Por alguna razón desestima la hipótesis del suicidio del accidentado. Habla con cualquiera, cambia de asiento cada cuatro minutos, a todo el que la mire le dice lo mismo, <<ahora vamos a ver el cadáver, yo te aviso>> Mide 1,52 de altura, debe pesar 83 Kg, lleva remera y calza roja, el pelo en rodete, un quilombo importante el pelo, zapatillas chatas multicolor, prevalece el verde, anteojos y vista nublada, edad indescifrable, 55 tal vez, o 46 mal llevados. El tren baja de velocidad, poco a poco, <<fue mano a La Plata por eso no pasa el tren a La Plata, ahora vamos a ver al muerto, yo les aviso>> Yo no quiero saber nada de otro accidente, pienso que la señora está loca de remate y que vamos camino a Plaza Constitución, sin inconvenientes. En la estación Quilmes, el tren frena, sube gente, baja gente, el olor es intenso, la gente come panchos a cualquier hora, son las 10.05 Hs, mis riñones dialogan con mis pulmones y dicen que soy un pelotudo. Una voz en el altoparlante anuncia un accidente en Don Bosco. El tren arranca, lento, onda tatú carreta con EPOC, como si estuviera subiendo la Cuesta del Lipán, de golpe frena del todo y la señora de rojo grita, dice que lo ve, llama a la gente para que desde su ventana vean los restos de la persona debajo del tren que iba rumbo a La Plata. Son trozos de carne desarticulados, imaginar un cuerpo humano es solo un esfuerzo inútil del intelecto, <<a ese se le terminó el mundo>> sentencia la señora. Esto es un infierno. Infierno diario para tantos, demasiados. Viajo en el tren común. ¿No hay sicarios de trenes Línea Gral. Roca? Un sicariato de trenes pretéritos. Lejísimos de las comodidades del tren vip ya conocido. Viajar en este tren, es como conversar con Marcelo Bonelli después de haber comido un asado con Eugenio Zaffaroni.

3 nov 2014

De la Coca Sarli al caso Melina

Por Nacho Fittipaldi

Putita. Esa es la imagen que todos tenemos, la consideración final que nos quedó de Melina Romero. Melina tenía 17 años y desapareció el mismo día de su cumpleaños después de ir a bailar a un boliche.
El cuerpo inerme, podrido, flotando en el agua de un arroyo inmundo, la carne desgarrada en las mandíbulas de las alimañas, ese cuerpo, no nos fue mostrado. Se nos mostró otro cuerpo, el cuerpo sensual de la adolescente siempre hot. Como si existiera un pudor, un recato, un respeto por los cadáveres que no existió con las imágenes de una Melina posiblemente con vida. Las fotos de Melina deambularon por todos los canales de aire, ni la TV Pública fue excepción esta vez, mostrándonos una Melina sensual, adulta, seductora, sugestiva, sexualizada. Esas imágenes se asemejaron a una suerte  de vagabundez condenatoria, algo así como, <<la piba era una putita>>, provocadora, putita errante, coqueteó de más, la quisieron enfiestar, se negó y la mataron, continuidad trágica del <<por algo habrá sido>> que la dictadura supo sembrar. Sofisticación democrática mediante, ahora sería, <<qué querés, si le gusta la joda que se la banque>>
Melina murió el mismo día que desapareció. Mientras tanto, todos los días que vimos sus fotos hot por televisión, Melina y su familia, vieron lesionada su moral, su cuota mínima de respeto denegada por la imposibilidad de mostrar al menos una astilla distinta dentro de un discurso dominante, machista, misógino. Vayamos más allá. ¿Qué pasa si Melina no fue forzada a participar de la orgía? Nadie propuso esta hipótesis, en todos los relatos Melina es forzada a participar de sexo en grupo, con varios hombres, y su negativa final es la que la condena. ¿Y si Melina quiso enfiestarse? Esa tesis ni siquiera se enuncia, es una hipótesis que la transforma en culpable de su propia muerte. Para que Melina sea inocente tiene que haber sido forzada. Qué pasa si Melina aceptó voluntariamente a participar de sexo grupal. Eso la incorporaría mecánicamente a la singular categorización con la que los hombres funcionamos todo el tiempo, desde hace siglos. Confirmado. Melina era una putita. ¿Y si se quería enfiestar con cinco pibes y a último momento se arrepintió, y dijo <<No>>? Vio algo, como Reutemann, y dijo, <<No>>. ¿Entonces qué? ¿Ese sería un argumento válido para matarla y salvarla? Esa pregunta es válida y lógica en una sociedad como la finlandesa. Acá en Argentina, y a cierta altura de la joda, no se puede decir que no. La idea que trasunta es que siempre fue forzada. Como sociedad no nos permitimos suponer que en algún momento quiso y luego no. No hay margen para desandar un camino que se creía trazado, doblar en “U”, está prohibido.

Los varones, debemos empezar a comprender que la relación entre mercantilización de los cuerpos/machismo/moda, no está conformada para que nosotros ejerzamos nuestro imperativo de goce, más bien es una consecuencia del modo de producción capitalista y no un reconocimiento de “derechos” de género a favor del Hombre. El ejercicio de ese nuevo machismo adolescente se encuentra contorneado por la moda, esta activa el deseo minuto a minuto, digamos. En el subte, en la tele, en el teatro, en el cine, en la calle, todo el tiempo la moda envía mensajes de sensualidad y sexo. El capitalismo ha convertido el sexo en una mercancía, no asistimos a una liberalización o revolución del sexo, asistimos a una sexualización de la economía y a una mercantilización del sexo. El otro, la mujer y el hombre, son portadores de una mercancía, y como tales, esa mercancía es factible de ser apropiada, poseída, actualizada. En la mirada del hombre y en el ejercicio de un nuevo machismo, el varón ve en la mujer a una poseedora de la mercancía-sexo y como cualquier objeto de valor desea poseer esa mercancía-sexo, el otro es una mercancía de uso. Lo deseo, lo tomo. Sin mediación, ni simbolismo, las violaciones sexuales sociales se convierten así en interpretaciones de la economía que arroja, una vez más, fenómenos sociales ilegibles para sus protagonistas ocasionales.    
El nuevo machismo adolescente habilita el impulso de goce destrabando lo inhibitorio, es el salvajismo del grupo adolescente que se abalanza sobre el cuerpo de Melina, es lo grupal que licúa las responsabilidades individuales, es la barra brava, es la tribu, es la lanza que rompe el limite cultural que transforma la violación como acto individual, subjetivo, depravado, en la violación como acto social, como acto de graduación, acto tribal, violadores que conocen a sus violadas, como rito. No huyen, ni se esconden, simplemente desconocen el alcance y las consecuencias de sus actos.

Las últimas imágenes de Melina con vida son las que proporciona una cámara de seguridad; digresión: las denominadas cámaras de seguridad no previenen delitos. Se la ve besándose con un chico, se abrazan, se frotan, por momentos se la ve sola, el chico se va, ella sale del boliche cinco horas después, son las seis de la mañana y está sola, muy sola, esa imagen creo que es el fenómeno social encriptado. Melina el día de su cumpleaños, estaba desesperadamente sola. Se  halló bebiendo, linda y fatal. No le ahorran ni la falta de decoro, aún estando desaparecida y suponiendo lo peor, muestran imágenes en las que se besa y se abraza a un pibe, a una esperanza trunca de algo mejor. Nada mejor para ella. Ahí empezaba el final. Todos pensamos,  <<ahora se va a coger con el flaco>>. Pero no. Por alguna razón desconocida la mataron, no se fue a pasarla bien, se fue al otro lado del río, no el de Drexler. Quedó en un río, tirada, muerta, ¿qué tan vieja será la costumbre de tirar cadáveres a los causes de agua?, adolescente, trunca esperanza aniñada, comida, faltada el respeto hasta el mismo día en que apareció sin vida. O sea, el último día de vida mediática, no coincidió con su último esfuerzo por vivir, Melina vivió más en la tele que en la vida real. Melina trascendió su propia muerte en sus fotografías sugestivas. Cada foto de Melina mostrada en televisión era comentada por algún televidente en soledad, para sus adentros o en voz baja, <<estaba fuerte la pendeja>>, y eso funcionaba como decantador de datos, pasaba a un segundo, otro plano, la noticia. Dejaba de ser noticia, pasaba a ser deseo. La sexualización del caso puso en segundo lugar la noticia, el problema concreto. Melina no estaba y no regresaría con vida pero era deseo mediático.  Para relatar eso no hacía falta divulgar imágenes en las que se ve a la chica con la tetas al aire, con cara de <<qué pretende usted de mí>> porque esa pregunta es la que se hicieron los pibes que estaban con ella, o el Pai, que la amasijó. ¿Qué pretendes de mí? Es una pregunta colectiva que todo hombre se hace cuando una mujer pasa caminando al lado suyo con ropa insinuante. ¿Querés hacerme calentar? ¿Y qué, ahora ya no querés? ¿Qué, no puedo sacarme las ganas con una putita como vos? ¿Eso querías, jugar y nada más? Dale, vení. Mirá que te mato, eh. Y la mataron.

22 oct 2014

Sensaciones matinales en el mercado de San Telmo


Por Nacho Fittipaldi

Entrar a Bs.As a las 7.45 AM tiene sus enormes ventajas. La autopista está despejada, el sol pega por detrás del auto y no de frente, las calles están empezando a poblarse, la brisa es fresca y no parece Buenos Aires.
Caminar desde el barrio de Barracas hacia San Telmo a esta hora de la mañana tiene un encanto escondido, hay que descifrar de qué se trata, es tal vez, caminar cuesta arriba en ese desafío breve, minimalista, que proponen las lomadas de esto que alguna fue barranca y río. Toparse con el mercado viejo de San Telmo tiene un encanto que remite a otros mercados, el mercado es una espesura del tiempo que remonta al pasado, esa cosa básica de comerciar sin que el lucro sea necesariamente un robo. Entro a desayunar. Alguien me ha dicho que hay un lugar bonito para eso, o lo leí en algún lado, o lo vi, o lo vi y después me uní a la recomendación.
Coffee Town es un lugar para tomar café y comer cosas ricas, elaboradas caseramente. Este bar, no es un bar pero cómo llamarlo, es un paraguas de dos metros de diámetro debajo de una cúpula gigante en el centro mismo del mercado. Es un paraguas debajo de una cúpula transparente, los rayos de luz se filtran como fusiles de menta que entibian la mañana.  El Coffe Town está en el medio de un pasillo en donde desembocan cuatro pasillos, es circular, pequeño, moderno, con pizarras que informan lo que hay para acompañar el café. La chica que atiende el bar, no es un bar, no es linda pero es tan joven que su frescura impacta, se cuela por el espacio que cabe entre sus paletas. El café es perfecto, la temperatura del agua es ideal, no es esa desafortunada calentura de agua con la que la mayoría de las cafeterías queman, más que sirven, el café. El sabor es amable, amargo pero no astringente, nada invasivo.

En cada uno de los extremos de los cuatro pasillos hay un puesto, desde acá veo los cuatro. En dos de ellos hay carnicerías, en el otro punto hay una quesería y fiambrería, hay quesos que nunca vi ni sabía que existían, en el ultimo ángulo hay una verdulería con una cantidad de productos poco frecuente. El tamaño de las frutas y su brillo, son motivo suficiente para alegrarse la semana. Cuatro mesas altas con sus banquetas a medida, otras cinco banquetas para tomar un café en la barra, es la disponibilidad del lugar, junto a ellas, los platos en los que descansa las tortas, escones, medialunas, maffins y alfajorcitos de maicena extra large. Café con leche y torta de canela eso que quiero. La verdulería, fiambrería y las carnicerías, cruzan sus sonidos como un diálogo adulto entre solo aquellos que se entienden.

Saco mi libro y me dispongo a leer mientras me doy cuenta que lo que sucede ahí es de una naturaleza rarísima, más atractiva. Hay que cifrar esta mañana. Al ratito veo que solo yo hablo español, me rodean dos tipos que hablan inglés, en otra mesa hay un alemán con pinta de Hitler se quedó corto, dos mujeres que hablan un idioma del demonio. Yo. A su vez las viejas del barrio empiezan a aparecer y a pulular entre los puestos, toman la fruta, la miran, la giran en sus manos, la desechan, toman otra, replican lo anterior, dame dos de estas, ¿cuánto es?, no tengo más chico, toma, mañana arreglamos, hasta mañana.

En esta esquina interna en donde está el Coffee Town, se cruzan los pasillos, los sonidos y los olores. Ruido de cuchillo contra la chaira buscando el filo ideal para trabajar sobre la carne fenecida, ruido del cuchillo que alcanzó el hueso, el sonido del carnicero batiendo huevos para preparar milanesas, ruido de fiambrera cortando 150 de jamón y 200 de queso. Olor de bananas y mango, volátil ante el olor de quesos, olor cruzado y a carne intenso, la cafetera que acompaña, el carnicero golpea con la masa la milanesa. Se suma el murmullo de idiomas no españoles. Hay membrillos/amarillos/brillantes. Limas en bolsitas de un kilo, frutas secas, nueces sin cascaras, huevitos de codorniz, nueces de Pecán caras como siempre, y hay, por sobre todos los productos, un gran silencio, estamos en Bolívar y Carlos Calvo y sin embargo, siendo las 8.30 Hs, no vuela una mosca. Ah, no hay moscas. Se escucha el diálogo entre puesteros, entre ellos y las viejas, entre los ingleses y hasta el resquebrajamiento de la cascara del huevo que fue a golpear el mármol para terminar dentro del bowl donde el carnicero sigue con las milanesas. Podría ser una feria de Púan o Chacabuco, a juzgar por la quietud del ambiente, el fresco de la mañana, pero no. El chillido de los frenos de un colectivo rompe la mañana, la voz de alguien que atiende un celular queda quieta en el aire y sube por la cúpula hasta llegar al exterior.

Cuelgan chorizos, morcillas, ananás y manojos de bananas, patas de ternera oreándose, faenadas con maestría por dos pibes que ni se hablan, el Coffe Town es una glorieta gigante casi trasparente, cuelgan salames, quesos, y chorizos secos. Ofertas del día con tiza blanca, alguien prende la radio pero a un volumen razonable, un cartel anuncia <<Forme una sola fila>>, salame de ciervo, camembert de oferta, ricota suelta $34 el kilo, <<No hay recortes, no insista>>. El tiempo ha comenzado a correr, la cantidad de gente va en aumento pero a una escala vecinal, amigable, querida. Los olores ya no se distinguen, ahora hay un solo olor. Pesado, fresco, quieto en la nariz, ese olor es, además, colorido, sabroso, salado y gotea dulce el ananá, mis ojos se quedan en unas berenjenas moradas brillosas como zapatos sin uso.
Hay plátanos, hay frutillas gigantes como casas rodantes, locoto fresco, locoto en polvo, pobre del hombre que coma locoto sin saber, un racimo de vidas es lo que se ve, una fruta rarísima llamada Chirimoya, es chilena y luce como una granada (la fruta digo) pero verde, según la vendedora su sabor es como la pera, <<pero a estas les falta madurar>>. Más tarde abrirán los puestos de muñecas antiguas, muñecas negras sin nombre, juguetes viejos de niños sin patio, puestos con mercadería a precios exorbitantes, señoras que pasan el día en el puesto intentando vender un objeto y astillas de su vida en cada objeto. Más tarde abrirán esos puestos y esta crónica perecerá, mas tarde todo asume otro cariz. ¿A quién se le ocurriría comprar guantes viejos ya usados?

9 oct 2014

Sin revolucion ni contrarevolucion dentro del kirchnerismo



Por Nacho Fittipaldi
Esta reunión de ideas parte de un escenario hipotético, no es antojadizo, es  probable, mezquino tal vez.
A saber:

  --Probablemente el candidato del FpV en 2015 sea Daniel Scioli.
  --Probablemente el presidente de la Argentina en 2015 sea Daniel Scioli.
  --El presidente que asuma en 2015, será el presidente de la crisis.

En lo económico
El último de los tres escenarios parte de los análisis y pronósticos sobre la economía nacional de aquí a la fecha de las elecciones y del 10 de diciembre de 2015 en adelante. En ese sentido, los peores augurios dan una coyuntura de crisis, pero no de catástrofe. Un conjunto de variables macro y microeconómicas, que no variaran de aquí a las fechas mencionadas, arrojan un mal escenario pero no el peor. La base de esa conjetura surge del análisis externo e interno.
A nivel externo el panorama es complejo, se sabe que hay crisis a nivel mundial y nada hace pensar que esa situación vaya a resolverse en el mediano plazo. Por otro lado hay un panorama muy preocupante en relación a la caída del precio internacional de los commodities. Por ejemplo, el precio de la tonelada de soja se derrumbó de U$S 560 en abril, a U$S 360 en septiembre. El flujo de comercio mundial también cayó producto de la crisis y ese escenario arrastró a Brasil, que venía desacelerándose, entrara en recesión con una contracción de su PBI del 0,9% durante el segundo semestre de 2014. A ese mercado van las principales exportaciones argentinas de origen industrial. Menudo problema.
En relación al sector financiero, hay escases de inversiones externas. Pese a que Argentina  llegó a un acuerdo con el Club de París, el CIADI, Repsol y el 92,3% de sus acreedores de deuda, el conflicto con los fondos buitres es una limitación concreta para las inversiones externas en dólares. Entre 2015 y el 2018 la Argentina deberá pagar U$S 15.500 millones, sin contar lo que se pagará al Club de París, Repsol, y sin saber cómo se resolverá el conflicto con los holdouts en 2015, evitando la clausula RUFO. Ese posible arreglo tiene un pliegue negativo y otro positivo. Por un lado incrementará el monto de pago de deuda en un número no conocido. Pero para tener una idea, Claudio Scaletta lo calcula en U$S 20.000 millones adicionales. Por otro, ese arreglo podría abrir el grifo, hoy corroído, de capitales externos destinados a sanear la cuenta corriente. Ese voluminoso calendario de vencimientos de  pago de deuda, es menos que lo que se pagará en 2015, pero igual erosionará las reservas del BCRA, problema que será tanto más grave cuanto menos divisas ingresen, sea por el conflicto con los holdouts, sea porque los sectores agroexportadores estoquean la cosecha esperando una devaluación.
En el plano local hay escases de dólares,  hay un enfriamiento de la economía, hay inflación. Todo ello provoca un  amesetamiento de los indicadores sociales, ya evidente. Gran parte de los economistas y periodistas especializados en economía coinciden en ese estado de situación. Lo que varía es la dimensión, la gravedad de ese escenario y sus consecuencias posibles.

En lo electoral 
Daniel Scioli es, hoy por hoy, el dirigente del FpV-PJ con la intención de voto más alta. En ese contexto, la estrategia electoral del FpV parece moverse a tres bandas:
Una opción es ir a las PASO y cruzar allí a Scioli con cualquiera de los otros candidatos del FpV: Uribarri, Domínguez, Randazzo o Rossi. Las encuestas de hoy, indican que el ganador sería, Scioli.
Otra opción es que CFK elija a dedo a un candidato de los antes mencionados sin ir a las PASO. Eso sería cometer un pecado, debilitaría enormemente al candidato ungido. Y asumiría un riesgo de inusual envergadura. Si CFK eligiera a dedo un candidato sin ir a las PASO (el que fuera) estaría exponiendo su liderazgo político post 2015, si ese candidato tuviera una mala performance electoral. Un candidato del FpV-PJ que no ganara las generales condicionaría ese rol de CFK. Un candidato del FpV-PJ que no supere el 35% de los votos, sería una tragedia de dimensiones, la responsabilidad recaería definitivamente sobre CFK.
Sin embargo, el principal interesado en fertilizar esta opción, tal vez sea el propio Scioli.
Hay una opción aún más alocada, negarle a Scioli la participación en las PASO como candidato del FpV-PJ y que vaya como candidato de otro espacio político.
A mi modesto e intrascendente entender, Scioli puede ganar en cualquier escenario, sobre todo si se da la primera opción y su candidatura es acompañada por el FpV-PJ. De ser así, accedería a las elecciones generales presidenciales con  Macri y/o Massa.
El escenario hipotético, no antojadizo, probable, mezquino tal vez, sería que Scioli (al igual que Massa y Macri) sería presidente en un contexto económico adverso, de crisis, tal vez de recesión. Una agudización de la situación actual, al menos en el período 2015-2017. Lo que quiero señalar es que a Scioli podría tocarle la mala fortuna de tener que gobernar condicionado, muy condicionado, por la situación económica y como consecuencia de ello, circunscribirse a un ámbito de acción más cercano al FpV, y su bagaje, que al liberalismo de centro-derecha en el que nadie duda, está ubicado el gobernador bonaerense.

En lo gubernamental
Si ese escenario económico se diera, me parece que esa escena sería una escenografía adversa a la naturaleza del propio Scioli y no del todo distante a los intereses políticos e ideológicos que el FpV persigue. Por primera vez se daría que la incomodidad de la coyuntura fuera capitalizada más por el FpV que por el propio Scioli. En un escenario de crisis como el que se atraviesa y prevé para el mediano plazo, Scioli estaría obligado a gobernar ante dos opciones, muy esquemáticas, por cierto.
En una, tendría que volcarse a la centro-derecha, prescindiendo de la intervención estatal, volcándose a la no lejana vertiente liberal de la economía, reduciendo la inversión pública, reduciendo la incidencia de la inversión pública en lo social y pagar ese costo. Para ello debería quebrantar el bosquejo de alianzas que, mal que mal, hoy lo contienen. Debería romper con todo el arco político que lo necesitó para  llegar a donde está hoy el FpV-PJ, pero también para sostenerlo a él mismo, sin molestarlo demasiado en su gestión gubernamental, proveyéndole de todos los fondos necesarios que su administración no le puede otorgar por incapacidad propia, y herencia acumulada, y que el poder ejecutivo nacional le provee a diario. Esto podría suceder si Scioli llega al poder por afuera del espacio FpV-PJ, si queda sin contención, libre de toda conducta partidaria.
Existe una segunda opción que está delimitada por la representación de alianzas con que acceda a la presidencia, en caso que lo haga. Si Scioli cierra filas con el FpV-PJ, si va a las PASO, y si gana, no tendrá otra opción que enfrentar el escenario económico haciendo uso de un posicionamiento político definido sobre la economía. La política administrando la economía con las herramientas del estado (y no a la inversa), ese legado hay que asumirlo. Scioli puede moverse hacia un lado u otro, sabido es que su convicción es la conveniencia, no su ideología. El dato es que pasado tanto tiempo desde que se señaló por primera vez que <<Scioli saltaría del bote>>, hoy su destino político ya no depende de él.
Es decir, lo que no va poder hacer es lo que viene siendo. No podrá hamacarse, no podrá titubear, no podrá cantar envido con 25 y esperar ganar de mano. No diseñará el Modelo de Desarrollo hoy inexistente pero tampoco podrá re-privatizar Aerolíneas Argentinas, ni las AFJP, ni eliminar la Asignación Universal, no podrá disminuir la inversión en ciencia y tecnología, ni podrá disminuir la inversión en educación. No podrá prohibir el matrimonio igualitario ni instaurar la pena de muerte. O en todo caso, no podrá hacerlo sin perder parte, o la totalidad, de la alianza establecida con la que llegó al poder. Scioli, es lo suficientemente listo como para permitirse eso. Después de tantos años de esperar para llegar a donde todo indica, llegará, hará lo necesario para mantener de su lado a la fuerza política que reconvirtió la historia contemporánea del país, que tiene poder de convocatoria, que tiene al grueso del sindicalismo del lado del gobierno que restableció los derechos de sus sindicalizados, que tiene la calle y la juventud en ella y que está con sus cuadros políticos habitando el corazón del estado.
Su futuro depende tanto de lo que el FpV quiera hacer con él de cara al 2015, como de lo que él haga con el FpV en caso de llegar a la presidencia, con su política, con su ideología, con su incipiente y vigorosa tradición.
Nadie espere de Scioli la contrarrevolución tan temida, esa empresa también requiere ciertas virtudes que él no ha esgrimido aún. Pero tampoco es de esperar que los otros candidatos del FpV-PJ hagan la Revolución que Néstor y Cristina no hicieron.
Después de todo, La Revolución es un sueño eterno…

6 oct 2014

Las pizzerías de BsAs tienen ese no se qué


Por Nacho Fittipaldi

Buenos Aires es esa ciudad en la que uno puede perderse sin que uno mismo se dé cuenta, caminar 15 o 20 cuadras sin encontrar una carnicería o una casa de deportes. Es esa inmensa urbanidad en la que a cada paso aparece una casona, un castillo, un patio, una placa que dice <<Acá vivió…>> o es ese plano cultural donde todas las expresiones artísticas conviven y que algo así como lo que llamamos cultura, sutura. Es una pizzería de las clásicas, es Avenida Corrientes un miércoles a las 15.30 Hs, atestada de gente que come porciones al corte. Hombres comiendo como panteras cebadas, beben botellitas de Coca Cola en dos tragos y salen a la calle como si acabaran de anunciar el Armagedón. Las mujeres que andan por acá están acompañando, no vienen por iniciativa propia sino para acompañar.  
Estoy solo, entro, busco una mesa para dos que no se completará. El mozo me indica una región de la pizzería en donde puedo sentarme, es una estructura rara. En la margen izquierda del salón comedor, así se llama, hay un banco largo de plaza que luce amurado a la pared, debe medir cinco o seis metros de largo y funciona como un asiento comunitario, en frente hay varias mesas y del otro lado una silla para cada mesa. Entonces un comensal se sienta en la silla y el otro se sienta en el banco que de seguro compartirá con tantos otros almorzadores. Me siento en el banco comunitario y quedo de frente al salón comedor. En el medio de la pizzería Güerrin hay un cartel que dice <<Salón familiar 1er piso>>. Son las 15.30 Hs y la pizzería revienta de gente. Pido una pizza chica y un chopp de cerveza tirada. Saco del maletín la sección de economía de un diario de los tildados oficialistas. Por las dudas me aburra, también saco la “Antología de crónica latinoamericana actual”, es un libro con las mejores crónicas escritas en los últimos años, en ese libro hay unas sesenta crónicas que van desde 1982 a 2012, son 50 escritores de los cuales conozco y he leído a no más de tres, es angustiante pensar en todo lo que no vamos a leer en nuestras vidas. Es angustiante que las distintas formas de violencia, conocidas algunas, invisibilizadas otras, ocupen gran parte de aquellas hojas.
Por sobre el vértice superior del banco comunitario, en la pared, hay un espacio destinado a la colección de fotos que toda pizzería clásica tiene. Muestran así el éxito de sus pizzas, la asiduidad de la farándula (en muchos casos exitosa sin evidenciar mérito alguno) reviste de prestigio al local. Allí se puede ver a un hombre que aparece en todas las fotografías, debe ser el encargado del local, no creo que el dueño esté aquí todos los días. Es rubio y alto, ojos azules, la piel blanquísima, luce una tremenda cara, linda por donde se la mire, su expresión fotogénica es la de <<hoy cago a un empleado>>. Aparece abrazado a Franchella, en otra foto junto a Carmen Barbieri, Alejandro Apo. El hombre con cara de hoy cago a un empleado aparece abrazado a Campanella, a Daniel Araoz, y a Vicky Xipolitakis que por su expresión parece haber tomado 6 litros de vodka con speed y un Ribotril entero, hay fotos de hoy cago a un empleado con Gabriel Schultz, con El Beto Alonso, con Gabriel Rolón, con Peteco Carabajal y con Lito Vitale que no parece muy contento. Finalmente el hombre con cara de hoy cago a un empleado aparece abrazado a otro hombre, peor que él, cuya expresión es, hoy cago a dos empleados, es Adrián Suar. Las fotos están en un costado, es un espacio pequeño, no es un mural, ha quedado por debajo de una repisa en la que lucen docenas de latas de palmitos que hacen las veces de decoración de la pizzería, en la pared de en frente, las latas de palmitos Cumaná son remplazadas por botellas de tomate triturado, y más allá, de durazno al natural. Están sobre una repisa, altas, fuera del alcance de un hombre promedio pero Luis Scola podría alcanzarles sin necesidad de esfuerzo alguno, las botellas y latas recorren todo el perímetro de las paredes de esta pizzería que, siendo las 15.45 Hs de la tarde es habitada y atravesada por un movimiento desorbitante de personas. 
A mi lado se sienta una pareja, él es un pibe de Pompeya, remera verde, sweater gris, jean negros y zapatillas All Star; ella es más conurbano, o, algún barrio porteño cuyas señas desconozco. Remera negra con inscripción de Masacre, por el hombro se le escapa, o deja escapar, el bretel rojo del corpiño. Ojala que lo tape pronto. Jeans negros, borceguíes a tono, pelo revuelto tipo gramajo, incomible. El mozo se acerca, saluda cordial, pregunta si deja la carta; él dice que sí, asume su rol de macho cabrío. En verdad el rol se lo da ella, lo da la personalidad de la piba que asumo debe ser bravísima. Él está obligado a asumir ese rol, qué va a hacer pobre flaco, se trata de evitar que después, en el medio de alguna pelea, le diga cagón, porteño de mierda, o puto aporteñado, o cualquiera de esas cosas que están tan a la vista. <<Traete una porción de faina y una de muza>>, dice él. El mozo no entiende el curso de las cosas y se lleva la carta. Entonces ella le dice al mozo que deje la carta ahí, que van a pedir otra cosa después y que lo que acaban de pedir es una entradita. Luego de comerse la entradita el mozo regresa a tomar el pedido. Mientras tanto al lado mío, del otro lado, a mi derecha, se sientan dos tipos. Yo quedo entre la parejitadesparejita  y dos  macho tipo mexicanotes o santiagueños. Uno de ellos es un hombre común en su aspecto, trabajador clásico, podría manejar un camión de transportes lácteos o laburar en una herrería; zapatillas Topper de lona, chomba azul gastada, la cabeza es de un tamaño desconsiderado para el útero que lo parió, como buen santiagueño el pelo es apenas una superficie áspera con forma deforme. Su acompañante da mas ex-futbolista, pelo negro con corte tipo marine from USA, flaco, fibroso, 1,76 de altura, camisa estampada en colores rositas, jeans ajustados marcando el bulto, cuádriceps prominentes y botas azules tejanas estilo Ricardo Fort que en paz descanse.
La parejitadesparejita pide:
- Traeme una porción de muza con salsa golf y palmitos; una de muza; y una con ananá y jamón -dice él sin vergüenza de la mesa de dulces que acaba de armar-. Es el turno de ella, va a pedir, con qué se despachará –pienso yo, el pedido de él es de timorato- Lo de la piba no puede ser un pedido, va a ser una sentencia judicial.
-   A mí traeme tres porciones de cebolla y queso –dice, y cierra la carta con cara de acá la que tiene huevos, soy yo, sin importarle si de ahí tienen que volver a la oficina con aliento a cebollas, o si se va a un telo, o vuelve.
Mientras tanto yo hago que leo, estoy más atento y es más interesante observar y escuchar lo que sucede alrededor que leer, al menos en estos lugares tan respetuosos de las distintas expresiones como el multiculturalismo australiano.
Los muchacho de al lado se han pedido una grande de muza, y grande acá, es muy grande, una coca para el ex-futbolista con bulto, birra en un vaso gigante como para licuado en la boca del santiagueño de Tijuana. Hablan poco, pero de golpe el ex–futbolista corta la mansedumbre con una intervención contundente, despedaza de un mordido la masa y la mozzarella, arroja:
- ¿Viste cuánto cobra Messi?
- Ni idea –responde el santiagueño de Tijuana mientras la mozzarella hace lo suyo-.
- 150 mil euros por día.
- ¿Quéééééééééééééééééééééééééé?
- Sí, lo que escuchaste, 150 mil euros por día. ¿Qué carajo hará con tanta guita? –yo intento pasar esa plata a pesos pero como soy pésimo para las cuentas en el aire y no sé a cuanto cotiza el euro retomo la atención en ellos.
- ¡Qué fantasma ese pibe! –no lo dice pero supongo que se refiere a Messi y el mundial-. 
El silencio vuelve a la mesa. En las otras mesas hay familias, en algunas adivino parejas e hijos con sus abuelos; en otras, abuelo, hija y nieto; oficinistas que salieron a encontrarse después de un mes sin verse; turistas italianos cotejando las diferencias entre su pizza y la nuestra, a mí la pizza de Güerrin no es la que más me gusta, prefiero la de El cuartito o La Rey; “turistas ingleses asaltados en Copacabana”; oficinistas bien vestidos pero como siempre y como todos los hombres, sin combinar las medias con el resto de la ropa. ¿Tan difícil es? Turistas desabrigados, con medias y sandalias, tipo franciscanos. Al lado se retoma el diálogo, el santiagueño de Tijuana pregunta:
- Cómo harán para que la muza quede así –la mozzarella de esta pizzería queda gratinada-. El ex futbolista con bulto, se lleva la mano justamente al bulto, cierra la mano sobre esa zona y hace un movimiento leve, responde:
- Tenes que hacer como con essssta, la sacas y la metes, la sacas y la metes.
Ambos ríen, el silencio vuelve a la mesa, se han comido una pizza gigante en veinte minutos, cotejan sus celulares por si hay nuevos mensajes de texto, casi no hablan. Es como si solo hubieran venido a comer, perdiéndose de tanto por ver y oír, y todo tan al alcance de la mano. 

24 sept 2014

Mónica, el regreso de la gasista que te lima


Por Nacho Fittipaldi

<<Seguro que vuelven la semana que viene>> Eso fue lo último que Mónica dijo el día que nos rechazaron la inspección de Camuzzi. Se ve que los pronósticos, al igual que las instalaciones de gas no son lo suyo pese a que Mónica es gasista matriculada. Esa frase la dijo el 12 de julio, han pasado dos meses y medio de aquel vaticinio y recién ayer, martes 23 de septiembre, Camuzzi vuelve a casa para corroborar que estuvieran hechos los cambios que nos habían indicado.
Durante la noche del Lunes, a las 22.09 Hs, entra un mensaje de texto, es Mónica (recuerden que escribe en un idioma endemoniado y que habla como Carlitos Tevez antes de instalarse en Europa, o mejor dicho, habla como escribe: <<mañana a las 11.30 vamos con miguel, va camuzzi recuen m avizaron>> Así me enteraba yo que al día siguiente, no importa que uno trabaje, y que tenga otras actividades además de espera una inspección de Camuzzi, venía Mónica, su ladero Miguel (plomero con básicos conocimientos de plomería, oriundo de alguna provincia en la cual se ve que hablar bajo y como con una pelota de tenis en la boca, es fiesta provincial), y el inspector de Camuzzi.
Mónica llega 11.20 Hs., con Miguel. Ella no tiene nada para hacer más que estar presente en la inspección. Miguel tiene que tomar la presión o no sé qué mierda. Yo me dedico a atar la perra para que esto no agregue más elementos a una situación que seguro se desbordará. La pregunta es si lo hará en mayor o menor medida que la ultima, frenética, visita de Mónica a mi casa. Ellos están del lado de la vereda de la casa, es decir, fuera del perímetro de la casa, yo ato a Roma y escucho que cuchichean entre ellos, pienso que se deben estar cagando de risa del revoque estilo gelatina sabor pera que hice la otra vez. De pronto escucho que Mónica se exalta, <<Decile Miguel, decile al muchacho>> Suena a que paso, o descubrieron, algo grave. Han pasado dos meses y cualquier cosa puede haber pasado, desde que se haya podrido una manguera hasta que un hurón se haya comido el tubo de gas. <<Decile Miguel, no te quedes con eso. Yo le digo>> Asumo que es muy grave, Mónica le aconseja no quedarse con eso, como si Miguel fuera portavoz de una pésima noticia. ¿Habrá un escape de gas? ¿Habrá descubierto algo que no puede reparar antes de que llegue el inspector? ¿Vamos a volar como sucedió el año pasado con un edificio en la ciudad de Rosario, en mil pedazos, con Roma atada y los obreros poniendo el alambre de la pileta sin inaugurar? Siento que todo va a ser peor que la última vez, o sea, peor que la última vez significa una catástrofe humanitaria, el Ebola, o algo así. Mónica se hace cargo de la situación, me ve del otro lado del alambre y me encara. <<Escuchame>> Yo tirito del cagazo, siento que esa espantosa sensación, mezcla de predicción y factibilidad, de que se va a acabar el tubo en plena cocción de la pizza, o que quedo enjabonado como un pelotudo sin agua caliente, no me va a abandonar jamás. <<Escuchame, Miguel pagó $28 por esta rosca, ¿le podes devolver la plata?>> Mónica es así, tiene una enorme capacidad de poner el énfasis en situaciones que no ameritan. Me pide que le devuelva $28 como si yo lo supiera y estuviera esquivando la devolución del dinero. Yo no puedo creer que algo valga menos de 100 pesos.
 El inspector llega recién a las 12.40 Hs, en el medio, las conversaciones con Mónica (y su acompañante de enchiclado hablar) han recorrido los lugares más insólitos. Como si fuera la primera vez que nos vemos, Mónica pregunta <<La última vez que vinieron los de Camuzzi, ¿miraron la cabina de gas?>>  Las opciones que barajo son: o bien Mónica es una psicópata e intenta horadar mi subjetividad masculina; o está alienada y no recuerda que ella misma estuvo a punto de perder su matrícula. Ha olvidado que tuve que ponerme a hacer el revoque para cubrir un caño que no debía verse. Se olvidó de lo que le costó entrar a la cabina de gas y el esfuerzo transnacional que le implicó salir marcha atrás de esa misma cabina. Se olvidó que pisó mierda. Se olvidó que anduvo en patas de acá para allá como chancho por su casa. ¿Se olvidó de todo eso esta hija de remilputa? Yo no, no me olvidé, no puedo olvidarme, fue la primera vez que hice cemento y espero que haya sido la última. Yo no estudié sociología para terminar haciendo lo que debería hacer alguien a quien le pago para eso. Entonces le respondo, tranquilo pero firme. <<Claro Mónica, ¿no te acordás que tuvimos que hacer el revoque?>> Y como si un golpe de luz le hubiera atravesado la mente, se ríe tímidamente y afirma con la cabeza <<Claro, tenes razón. Ese día tuve que mentir. Si no mentía nos mandaban todo para atrás -lo dice como si aquella vez hubiéramos aprobado-, bueno si ahora te preguntan algo de cómo está la cabina, de última deciles… –Mónica hace una pausa, se toma el tiempo de matar una hormiga con su pie, lleva zapatillas de running, tengo la impresión de que me va a dar un dato que llegado el caso puede ser la diferencia entre aprobar o no hacerlo, continúa- deciles que…ojalá que no pregunten nada, mejor>> Y abandona, así y ahí, lo que hasta ese momento se suponía era un gran consejo.
Luego hace la pregunta obligada, en verdad no me explico cómo no lo preguntó antes, con cara de agua pregunta:
- ¿Vos sos químico?
- ¿Eh? –estoy sorprendido por la pregunta-.
- Si sos químico, ¿laburas de químico? 
Yo noto que me siento raro, un cosquilleo, una risita escamoteada me recorre la cara, en algún punto me siento contento. Nunca me han confundido con un químico, siempre piensan que soy profesor de educación física o abogado, nada que implique algo de inteligencia, arquitecto en el mejor de los casos. Pero químico es algo que verdaderamente suena original, me enaltece y que casi agradezco. Pobre Mónica, hasta qué bordes de  su vida la llevará este nivel de confusión.
- No, yo soy… –hago una pausa, pienso en mentirle, en decir algo para salir del paso, si le digo que soy sociólogo me va a preguntar qué hace un sociólogo y soy incapaz de responder eso. No hay respuesta para esa pregunta- Soy sociólogo –le digo-
- ¿Como Asistente Social?
- No
- Ah, ahí me pierdo –dice ella, muy sincera. Es lo más cuerdo que va a decir en toda la jornada-.
- Parecido –agrego yo, como para no desanimarla-.
- ¿Y dónde trabajas?
- En la Universidad Arturo Jauretche –omito el dato de que trabajo en el Congreso de la Nación porque me va a salir con lo de Boudou, la Banelco, todo lo que a uno le dicen cuando cuenta que trabaja acá, y va a empezar a despotricar contra los todos los políticos como si fueran abejas, todos iguales-
- Ah, en Florencio Varela, tengo una amiga que trabaja con el intendente, ¿cómo se llama?, sí, ese, Pereyra. Fortuna tienen, han hecho plata a lo loco. Están con Cristina ellos. No sabes las cosas que hacen, hacen cocteles, reuniones, todo gratis, andan en unas camionetas infernales, todo gratis. Ella trabaja en una casona que el municipio alquiló, cerca de la gobernación, acá en La Plata, ¿sabes lo que pagan de alquiler? ¿Y acá se inunda?
- No –respondo yo algo sorprendido por el volantazo de la charla-. Bueno todavía no ha desbordado el arroyo desde que nosotros vivimos acá. Ha llovido mucho y el arroyo se lo bancó bien.
- Dicen que en 100 años no va haber más vacas.
- Mirá… 
Yo estoy atónito, no puedo creer la flexibilidad de su pensamiento y su articulación con el lenguaje. La liviandad de la concentración. Mónica tiene una insospechada capacidad para sacar temas sin ningún tipo de pausa, o aviso previo. Dice que hay que prepararse para eso, como si ella fuera estar viva dentro de ese periodo de tiempo. Al menos hoy, las cosas han salido bastante mejor que aquél frenético 12 de julio.
Resultado de la inspección: Aprobada por cansancio. 

17 sept 2014

Situaciones porteñas


Por Nacho Fittipaldi
La rutina puede ser ese micro oficio de hacer lo que hay que hacer sin hacerlo de mala gana. Aprovecho el placentero viaje en tren a BsAs para leer o estudiar, a veces la novedosa experiencia de los nuevos viajantes impide que uno haga eso de manera continua. Una señora que viaja en frente mío toma su celular y hace una llamada. La señora lleva puesto anteojos de sol, pantalones de lycra negra y zapatos a tono, lleva un saco de piel, y el dibujo de las manchas negras y blancas dan la impresionante sensación de que el abrigo de piel que lleva es de un galgo. Esta feliz de viajar en este tren, llama, <<Hola Marta, estoy yendo a Bs.As en el tren, no sabes lo que es este tren, es divino, sí, sí, hermoso. Estoy por llegar a Bs.As ya, salí 9.10 de La Plata –en verdad vamos por Quilmes y aun falta la parte en la que el tren no es tan rápido porque frena al menos dos veces esperando que la señal de continuar-, sí es muy cómodo. Tiene baño Marta, tiene unas butacas más cómodas que la del avión, una chica te avisa cuando llegas a Bs.As, sí es el de Randazzo, divino, pasa por el Parque Pereyra, ¿viste?, tiene aire acondicionado, en el medio vienen  unas butacas enfrentadas con una mesa en el medio, podes tomar mate. Divino Marta. Un día tenemos que viajar juntas. No me digas. Pobre es la segunda vez que le roban. No sabes lo que es este tren, un placer>>
Al llegar a Constitución el contraste entre el tren vip y el subte es notorio, cada día. Cada vez más.  Mientras paso por el molinete veo algo curioso, o grotesco, según cómo se mire. Una señora pasaba la sube mientras les decía a sus hijos, <<Ustedes pasen por abajo, pasen por abajo carajo, Brian, haceme caso, no vamos a pagar todos>>. Entonces los pibes, de entre 4 y 10 años, se agachan, se ponen en cuatro patas y mientras la multitud, multitudinea, ellos se escabullen por debajo del molinete y evitan pagar el boleto. Se ahorran en total, $13,50. Mucha plata para algunas familias, muy poca para otras.
Dentro del subte y a la espera del sonido que anuncia el cierre de puertas y la puesta en marcha de la formación, se escucha la voz de la locutora de la empresa que anuncia, <<Metrovías informa que la línea C de subte circula con demoras. Muchas gracias>>. ¿Muchas gracias por qué? O sea, la línea en la que estoy circula con demora, en verdad no circula porque estamos en la cabecera de la línea por lo tanto esa formación no circula y ellos me agradecen a mí. El murmullo de la gente se hace escuchar, tibiamente. Desde el anonimato de la multitud alguien sugiere, <<Dale, arranca el subte conchuda>>. Unos minutos más tarde, tres o cuatro, no más, se escucha otra voz, esta vez es de hombre y no es una grabación como la anterior, su mensaje suena ríspido, lineal, sin prolijidad empresarial y sin control del volumen del audio. Este es un tipo que con voz de estar hinchado las pelotas relata al instante lo sucedido, no tiene tiempo de pensar en el ánimo del usuario, en la estrategia de comunicación de la empresa, <<La línea C de subte está suspendida por accidente de pasajero abordo>>. Evidentemente el castellano de este tipo, los nervios del momento, tal vez el pánico escénico, lo hacen hablar como el orto.  La gente, ahora sí, está indignada. Raudamente todos buscamos la puerta de salida hacia el exterior de la estación. Yo pienso para adentro <<Metrovías, la puta que te parió>>, al lado mío, un señor con pinta de oficinista medio grita, <<Metrovías, la puta que te parió>>, más allá y siempre impunes, un gordo con cara de chucrut se exalta y sostiene, <<Randazzo, la concha de tu madre>>. Uno que parece no haber oído ninguno de los anuncios dice algo ya oído, <<Dale, arranca el subte la puta que te parió>>. Cuando la totalidad de los expasajeros nos encontramos rumbo a los molinetes o escaleras, ya sin posibilidad de poder volver al subte, esto es una procesión masiva y acá no hay marcha atrás posible sin que esto sea una puerta 12, se escucha ese sonido clásico, tan-tan-tan, que anuncia la voz de la locutora que insiste con su mensaje de demoras. Pero antes de eso la mujer que está caminando junto a mi le dice a su hija, <<Ahora van a decir que se reanuda el servicio, acordate. Si no, no joden a la gente. Lo hacen para joder>>. Un viejo pelado dice <<Qué mal que estamos>>. No parece que nadie lo oiga. Sin embargo la voz repite que la línea C está circulando con demoras aún cuando ya nos informaron que está suspendida.  Un operario de Metrovías pasa caminando y dice <<Ya no saben qué mentir>>.
Salgo a la plaza, y busco la parada del 12. Veo que la fila es larga, no larguísima, pero larga. Mientras espero para subir pienso que ayer en Telefé pasaron un informe sobre los punguistas, arrebatadores, pirañas, caigo en la cuenta de que estoy en el lugar más inseguro de Latinoamérica, pienso que con mi ropa de oficinista, vestido de Zara de pies a cabeza me van robar seguro y lo que es peor, romper el culo. ¿Para qué me visto así? Estoy de pie, de costado a la calle, con mi mano derecha sostengo la sube, con la izquierda, la mano que quedó del lado de la vereda, sujeto la billetera, el celular y las manijas del maletín, estoy distraído mirando el edificio de la estación ferroviaria pese a que Telefé recomendaba atención para evitar el robo. Igual me van robar por mas atención que preste, cuál sería el caco que lo haría, es imposible saberlo. De repente una señora que viene caminando en dirección contraria a mí, cae hacia adelante. Es una señora que debe medir 1,53 y debe pesar 94 kg, redondita la señora. Se viene para adelante, suelta a la mierda el bastón en el que hasta recién se apoyaba, es evidente que se va a romper la frente contra el piso. Mi mano más cercana a ella está ocupada con el maletín, la billetera y el celular, todo esto para que no me pungueen. En un movimiento que me enorgullece por su velocidad, con la mano derecha, a mano cruzada, llego a calzar mi mano y antebrazo por debajo de la axila de la señora, la sostengo. Del otro lado un muchacho que estaba proveyéndose de un superpancho hace lo mismo sin que nos hayamos puesto de acuerdo, la sujeta por la otra axila. La señora queda en el aire, sus rodillas no llegaron a tocar la vereda, como rogando a Dios, su cabeza mira el cielo diáfano. En ese momento me doy cuenta que me van a robar, miro a la señora y pienso que esta pesadísima, con mi socio hacemos fuerza hacia arriba pero nada, la gorda no se mueve, <<vamos -dice el pibe- arriba señora>> y yo por el rabillo del ojo veo a un pibe con cara de te voy a robar y otra mujer con cara de haber perdido la década me mira con cara de te van a robar y le dice a la gorda, << ¡Vamos doña!>>  y finalmente la doña hace un mínimo esfuerzo y nosotros logramos elevarla, ponerla en pie y salió como si la hubiéramos desencajado de una zanja profunda. Luego de un levísimo, gracias, la señora continua su ruta impávida. Yo, invicto de robos, sigo en la fila mientras me entero que hay una fila para viajar parados y otra para ir sentados, giro la cabeza y veo que hay dos filas exactamente. Sin quererlo, estoy en la primera. Viene el micro y subo, efectivamente no hay asiento y este micro esta hasta las repelotas. 

21 ago 2014

Sobre Intratables y el tratamiento mediatico de la politica

Por Nacho Fittipaldi

En los últimos años asistimos a un formato de programa televisivo que tiene ciertas características salientes: salen en vivo, la lógica del panel (esto supone la idea que cuanta más gente haya en el piso, tanto más plural es el programa), las escasas o nulas reglas del debate, la impunidad del conductor y el panelista, tener buen rating, la derrota del invitado.
Expresiones de ello son La cornisa (conducido por Luis Majul) y el más novedoso e inalcanzable en su expresión, Intratables (conducido por Santiago del Moro). Este último tiene varias particularidades. La primera es que no se enuncia como un programa político pese a que podría serlo, claramente, prefieren el difuso mote de “interés general”. Y no lo hacen porque su objetivo es tener rating. Lo que conviene es no darle motivos a la audiencia para que cambie de canal. Esto no es solo una frase sino que el programa pone en marcha un dispositivo muy efectivo a tales fines.
El primer dato de color es que su conductor no tiene la menor idea sobre política, no es periodista, no es politólogo, no es sociólogo y no es historiador. Ni falta que le hace. Lo que el conductor hace es rumbear la dinámica del programa hacia una lógica en la que el invitado de mayor relevancia, suele haber hasta cinco invitados en un mismo programa en el que hay siete panelistas fijos, supongamos que es un dirigente kirchnerismo, es más bien atacado que escuchado. El invitado, a diferencia de los programas políticos de cable, no dialoga con el conductor, aquí el invitado tiene que responder la pregunta inicial del conductor que por lo general es más o menos sensata, y una vez que el invitado comienza a responder, los panelistas disparan todo tipo de repreguntas, acusaciones, opiniones valorativas sobre cuestiones que no se remiten necesariamente a la pregunta original. La interrupción, lejos de ser un síntoma de mala educación o intolerancia, es aquí el combustible del programa. A menudo el invitado tiene que responder a tres o cuatro preguntas/ataques a la vez, los múltiples panelistas discuten entre ellos y con el invitado, hablan unos sobre otros, se achacan sus posiciones políticas asumidas, se echan en cara los prontuarios de los dirigentes políticos de los espacios políticos a los cuales adscriben unos y otros. Luego de esto el conductor camina hacia la cámara, alza las manos como un árbitro de box, incluso dice mirando fijo a la cámara, <<un minuto, un minuto>>, interrumpe definitivamente esa micro pelea, se vuelve hacia el invitado, se muestra compungido, como si esa escena no fuera el medio para obtener lo que el programa persigue, miente, y lanza otra pregunta que solamente reinicia el ciclo anterior.    
Frente a eso el invitado tiene dos opciones, o se mantiene inmutable frente a semejante espectáculo o se incorpora a esa dinámica lapidaria. Lo primero trae como consecuencia la finalización de la entrevista, más temprano que tarde. El mismo Del Moro contó en el programa de Majul que finalizó una entrevista con Ricardo Alfonsín porque no medía en el minuto a minuto. ¿Cuánto duró la entrevista? 35 segundos. La segunda opción implica perder las pocas posibilidades de dejar una idea, un pensamiento, un testimonio, una reflexión o una expresión de lo que, se supone, el espacio político que el invitado representa, intenta dar.   El programa no invita para oír, invita como excusa, para medir.
El problema que aparece en evidencia es que el periodismo, este periodismo, el de Majul, Nelson Castro, Leuco, Eliaschev, Morales Solá, Ruiz Guiñazu, María O´Donnel, y el del programa de Del Moro es que le disputa al kirchnerismo, no ya, un sentido de la política (observen esto, ellos no suelen hablar de política) sino un sentido de lo moral y la ética. En ese contexto es imposible debatir o resultar vencedor en un debate dado que el “periodismo independiente” trabaja sobre supuestos y conjeturas compuestas por variables totalmente controlables y totalizadoras, mientras que el dirigente político elabora sus argumentos y defensas sobre un conjunto de experiencias reales, colectivas, históricas, viejas y nuevas convicciones, arrepentimientos y ambición. No son conciliables.  
Pero volviendo a Intratables, es curioso que este programa tenga mucho rating en relación a las casi inexistentes audiencias de los programas políticos de cable. Intratables suele medir 6 puntos de rating contra 1,5 o 2 de cualquier programa político de TN o C5N. Como si la audiencia premiara ver a la política sometida a ese tosco ejercicio de la burla y denigración televisiva. Ese chiquero en el que Oggi Junco discute mano a mano con un Senador Nacional sin que haya mediaciones posibles hasta segundos antes de llegar al escándalo frenéticamente buscado. Lo paradójico es que últimamente se ve a muchísimos dirigentes políticos asistir (o deambular) a ese programa en el que ellos son bastardeados, disminuidos, no respetados y en donde la política termina asumiendo la estética de la televisión abierta, y ellos sometidos al minuto a minuto. Si mide sirve, si no mide, no. El punto es qué y cuánto se hace para que sirva y mida.  El punto que los dirigentes políticos parecen perder de vista, es, qué tan caro se paga la cuota mínima de conocimiento/popularidad que este programa entrega, si esta se obtiene a costa de la deshilachada imagen que de ellos queda cuando Santiago Del Moro dice basta.  


12 jul 2014

Revocar y dar de nuevo

Por Nacho Fittipaldi

Suena el timbre mientras escribo algo sobre el mundial que me arrepiento de escribir. Son Mónica y Miguel. La gasista matriculada que hizo los planos de la casa y el plomero que hace los arreglos para obtener la aprobación final y habiliten el gas natural. En veinte minutos llega el inspector de Camuzzi a tales efectos, según me dicen ellos.
A Mónica la contacté en diciembre a través del arquitecto que hizo la casa, nosotros compramos la casa hecha y por lo tanto no hemos tenido vínculo alguno durante la construcción de la casa. Mónica habla como Carlitos Tevez antes de pisar suelo europeo, el 27 de diciembre me dijo “quédate tranqui que mañana voy a Camuzzi a pedir la final”. Luego de eso desapareció hasta bien entrado el mes de marzo. Al contactarla después de tantos meses, en los que llegué a llamarla siete veces y mandarle trece mensajes en un día, me dijo por teléfono “a vo te voy a cobrar menos porque te recague, me fui a estado unidos y después a Chile, te dejé re en banda” Mónica es gasista matriculada, pertenece a un universo en el que las mujeres no son gasistas matriculadas, pero ello sorprende menos que su forma de escribir mensajes de texto, única forma de que te responda inmediatamente, y esta idea en su singular forma de ver la vida son 12 o 13 horas después de que uno le escriba:
-       - Buen día Mónica, pudiste ir a Camuzzi??
-       - Hola,,fi ero no ay nvds. X ai el lun$? Aya ntis
Abro el portón y Mónica me dice “Cagamo, el inspector que viene es rejodido”. Yo me lo tomo con paciencia, si el tipo aprueba la instalación tendremos gas pronto, de lo contario no. Mónica va  a la cabina de gas en donde está el tubo, me pide que lo retire y ve algo que está mal y que ella ya podría haber visto las dos veces anteriores en las que vino a ver que todo estuviera bien, cosa que yo creí hasta ver su cara de recién. “Uy esto está como el culo. ¿Tenes concreto?” Mónica pregunta con la soltura de los irresponsables, como si tener concreto fuera tan común como tener queso mantecoso en la heladera. De ojete, solo de ojete, yo tengo una bolsa de concreto porque ella ya me había pedido tapar un codo de un caño que estaba a la vista, tiempo atrás. “Sí, tengo” respondo atragantado suponiendo que el oficio del gasista matriculado es tapar lo que no se tiene que ver. “Bueno hacete un poco de concreto y revoca esos caños”. Entonces Mónica me hace una pregunta que yo ya he oído antes, (una vez que me encajé me preguntaron "¿qué sabes de barro, flaco?"), no es exactamente la misma pero va en ese sentido, “¿Cómo te llevas con la albañilería?” Pienso en decirle, soy sociólogo, solo para ver la expresión de su rostro. Pero la respuesta se la entrego cuando agarro la cuchara de albañil, recojo un poco del concreto que hice obedientemente, lo lanzo sobre la superficie que hay que cubrir y el concreto cae. En vez de amurarse, insolente, inadhesivo, rotundamente flan de cajita, el concreto cae sobre el mismo balde que lo vio emanciparse, o partir, y frustrarse. Mónica se da cuenta que mi relación con la albañilería es la misma que la suya con la gramática, o la de Cachito Vigil con el doble sentido. Entonces me indica que me corra, que ella continúa. Todo esto transcurre adentro de la cabina de gas, o sea, medio adentro de la cabina en la que yo no quepo y en la que ella logra entrar. Mónica tiene unos 42 o 45 años, es mas corpulenta que menudita y apenas le queda espacio para demostrarme que ella está mas ducha que yo. “¿Tenes ladrillo hueco? Traete tres o cuatro si tenes”. Mónica se ha puesto demandante y yo empiezo a creer que no vamos a pasar la inspección si ella decide construir un mangrullo ahora mismo. Voy al fondo , consigo ladrillo hueco y del común, con una mínima porción de concreto intenta unir dos ladrillos huecos, luego pone dos de los comunes y dice, “cortate este ladrillo por ahí –marca con el dedo la altura en la que debo cortar- porque no entra entero”. Yo me siento en un desafío igual o más grande que el de Messi para la final del domingo. Es el momento de reivindicarme, es el acto que lleva a la gloria. Mónica me pasa el ladrillo por un mínimo espacio que queda entre su acrecentado cuerpo y el marco de la puerta de la cabina de gas. Lo que yo veo desde mi posición de cuclillas, es su culo y sus piernas semiflexionadas, su espalda esta entera dentro de la cabina, mi cara casi dentro de su orto. Tomo el ladrillo con un sentimiento de seguridad y cuando lo tengo en la mano hago lo único que mi experiencia visual logra transmitirme, hay que cortar el ladrillo con la cuchara de albañil, hay que pegarle un golpe seco y el ladrillo se corta. Mil veces vi hacer eso, tan difícil no debe ser. Entonces marco el ladrillo y le pego un golpe seco. El ladrillo no se inmuta. Le pego una vez, dos, tres, no era tan sencillo, cuatro veces, estoy agitado, y a la quinta, el pedazo más corto que no vamos a usar cae, seco, al piso. El corte es de una precisión a la que yo mismo sucumbo. “Toma Mónica, ponelo”. Veo su mano tanteando el aire como para que yo coloque el ladrillo en ella, “Joya” dice y se escurre de mi vista. Supongo que el trabajo ha concluido. Mónica sale de la cabina marcha atrás. Al correr su cuerpo, veo la figura –por decir algo- que los ladrillos han asumido, lo grotesco, lo amorfo y  lo torpe que puede ser el acto y la consecuencia de pegar dos ladrillos huecos a uno común. Asumo que la partida está perdida pero antes hay tiempo para más. El rincón en el que nos hemos movido está lleno de caca de la perra. Yo estuve corriendo y trayendo ladrillos del fondo, Mónica hizo el concreto en la canilla que esta acá al lado, yo he corrido el tubo de gas y no nos dimos cuenta que entre la humedad de la tierra y la caca de la perra se ha formado una suerte de lodo inmundo. “Uyy, pise mierda”, a partir de ahí Mónica se saca las zapatillas Nike de correr y anda en patas dentro de la casa. El inspector llega mientras yo revoco –por decir algo- la cabina pequeña del gas natural. El revoque está fresco con lo cual descuento que el inspector va a suponer que algo escondemos. Mónica ya me ha anunciado, “Si se da cuenta me sacan la matricula. Este inspector es un pendejo forro, mira todo”, yo pienso que sería lo más sensato pero aun así me preocupo por ese asunto. A mitad del revoque cae el pendejo forro y ve que yo estoy revocando, Mónica le dice lo evidente, “Está revocando”. A mí me da vergüenza que vean la nula posibilidad que tengo de hacer pegar una cucharazo de concreto sobre la cabina, entonces me doy media vuelta y me meto en la casa, enojado como un jugador de fútbol que es remplazado a los 15 minutos del primer tiempo. No quiero ver cómo el pendejo le quita la posibilidad de trabajar a nadie, incluso a Mónica. No quiero oír el resultado de nuestra inspección. Quiero aprobarla. No lo logramos. El calefón está 12 centímetros mas abajo de lo que la reglamentación permite. Este pendejo es, además de un forro, un tecnócrata, un tirano del centímetro. Mónica agrega, “Si venía Gómez en vez de este, sabes cómo la pasábamos”. Se calza las zapatillas y se va. 

5 jun 2014

De cumpleaños, trenes y de subtes



Por Nacho Fittipaldi
Hoy es un día especial. Hoy cumplo 36 años. El día es soleado y frio, por lo que me han contado, es un día parecido al día que nací. No conozco ese día, el día en que nací, pero confío en lo que me contaron.
En el andén de la estación, espero a que el tren llegue. Es un tren nuevo, es el tren de Randazzo, así se lo llama jocosamente. Es un tren cero kilometro, es de origen chino, y es un tren que llega a horario. Lo tomo a las 09.28 Hs y llega a Plaza Constitución a las 10.10 Hs. En este tren viaja gente de clase media y media-alta. El tren sale de La Plata, para en City Bell, y Villa Elisa, luego va derecho a Constitución. En este tren pasan cosas curiosas. La gente lee. La gente ríe. Los menos, llevan sus equipos de mate y matean hasta llegar a destino. Incluso hay un grupo de facebook, <<Amigos del tren>>, que se han hecho amigos viajando en este servicio “diferencial” e incluso, por lo que me enteré, hasta festejan los cumpleaños y los fines de año. En este tren, si sube alguien humilde, de esos que suelen viajar en el tren común, todos lo miramos. Lo miramos como me miran a mí cuando subo al tren común. Es una mirada social. Es una percepción y una pregunta. Es un, qué haces vos acá. En este tren hay policías, en los trenes comunes también, son igual de gordos e inútiles que los que andan por la calle. Pero acá la gente les habla y los saluda, <<Hasta luego>>. Y lo más curioso tal vez, es que ellos responden, <<Hasta luego señor>>. Acá los policías son humanizados.  Los trenes salen puntuales, habitualmente. Pero si se demora apenas dos o tres minutos, muchos de los pasajeros que hasta hace dos años no se tomaban un tren ni por puta, dicen, <<que tren de mierda>>, o <<qué queres con este gobierno>>, o <<Randazzo hacete culear por el Pollo Sobrero>>. Disquisición: ¿Alguien comprende qué es lo que le pasa a Sobrero en el pelo? En este tren los vagones son cero kilometro pero la locomotora es vieja, son las de siempre. El tren no hace ruido, uno puede charlar con el mismo tono de voz que en la cocina de su casa, este tren tampoco hace ese  balanceo u oscilación lateral que hacía el otro, ese clásico, tutun-tu-tu, tutun-tu-tu. En algún sentido este tren ha perdido esa cosa clásica que tenía el otro, esa tonalidad del Roca histórico en el que viajábamos a Mar del Plata, o aquél que me deportó a Tucumán en 28 amigables horas de viaje, el memorable Estrella del Norte. Sí, 28 horas. O el mismo que veíamos pasar por acá, por Villa Elisa y que tomábamos en familia cuando nos trasladamos los ocho Fittipaldi a Bs.As. 

Por aquellos años llegar a Constitución era para mí tan novedoso, traumático y alucinante como esa sensación que me sigue generando ver despegar un avión.  Hoy llegar a Plaza Constitución en este tren es algo más distendido, hay menos caos, menos ruido, no hay feria, hay menos gente, o ese cambio de percepción es el que tengo. En cambio  hay un local en el subsuelo que se llama “Pancho vip”, sigue habiendo gente durmiendo en el piso al resguardo del frio exterior, siempre el andén del subte es más cálido que el del tren, hay como una corriente de aire tibia que viene de algún caldo humano que se cocina en Retiro o en Constitución, y que se mueve por esas cañerías alimañosas denominadas subte. Desde chico siempre tuve esas dos terminales como los grandes centros de Bs.As, Retiro y Constitución. Para mi BsAs era Retiro y Constitución. En el subte se ven cosas que antes no, unos negros que te hacen sentir en Brooklyn, unos chinos que te hacen sentir en Asia y un persistente olor a chipá que te hace sentir como el orto. De dónde mierda viene esa compulsión que le agarró a la urbanidad metropolitana por comer esa masa gomosa que no tiene mérito aparente. ¿Y el olor que larga? Te hace reflexionar acerca de si escupir, o tragar de una buena vez ese bocado tan dudoso. ¿Cómo se pudo poner de moda? ¿Quién lo permitió? ¿Fue obra del Mencho Medina Bello o de Crismanich? Hemos llegado al punto de que en la combinación de la línea C, con la A, hay un puesto de El Noble que se especializa en chipá. Invade con ese olor soporífero todas las articulaciones y combinaciones posible de subte, convierten al a la meca de la urbanidad, el subte, en la meca del Paraguay. ¿Eso es la aldea global? Mientras voy buscando partículas de oxigeno que no contengan chipá, encuentro en el fondo del túnel a un hombre, que es el de siempre, entonando con guitarra y voz, esa canción litoraleña, como el chipá, entre las miles de gentes que se van pateando los tobillos, aun sin quererlo, mientras todos vamos en una única dirección corriendo contra reloj, esa memorable melodía,  << Así nació nuestro querer; con ilusión, con mucha fé. Pero no sé por qué, la flor se marchitó y muriendo fue>>.
Entonces el oxigeno aparece con la misma magia y misterio que rodea a esta ciudad, inhalo hondo esa canción que me recuerda tanto a Mora, su imagen y su pequeña locura tienen un efecto curativo. La voz del cantante penetra los azulejos del pasillo y se hace dominante, le gana al chipá, por un instante siento que no estamos en Buenos Aires y eso ya es muchísimo decir. Pero estoy en Buenos Aires, sé el día en que nací, 5 de junio de 1978, y conozco el día que estoy viviendo, a la perfección, con todos sus defectos y pliegues contradictorios, con esa estimulante y esperanzadora sentencia médica, <<con los resultados de esta colonoscopía, te puedo decir que tenes cuerda y culo para rato>>.


19 may 2014

Negro uva

Por Nacho Fittipaldi.

La mañana es soleada y fría. Después de no sé cuánto tiempo vuelvo a caminar por calle 12. Esa mudanza a Villa Elisa ha implicado el alejamiento casi total de la ciudad de La Plata, eso implica la pérdida provisoria de una fuente de insumos básicos para escribir pero también una perspectiva sobre esa calle, sus esquinas y el Parque Saavedra. Calle 12 es ahora un destino remoto, un sitio que al recorrerlo me recuerda las primeras salidas con Piero en el carrito, sus primeros soles; así también llegan los recuerdos, también fue mi barrio adoptivo cuando me fui a vivir a la casa que, alguna vez fue de Pao, y que luego fue nuestra. Más atrás en el tiempo fue un sitio desdeñado cuando calle 8 era la moda y yo solo iba a calle 12 cuando la casa de los Cueto Rúa era la parada obligada para ir a la cancha y dejar mensajes diminutos en la mesa del comedor, una práctica habitual.
Curiosamente es un turno con un gastroenterólogo (uno que no es Cueto Rúa) el que me lleva hasta el Sanatorio Argentino ubicado en 56 entre 12 y 13, creo que algún primo estuvo internado allí luego de estrellarse en auto, un Senda -creo- contra una palmera en alguna plaza platense. Camino de frente al sol, bajando hacia Plaza Moreno, de 60 hacia 56. El viento cruza la cara y vuela la gorra de un policía. El uniformado hace un gesto con el brazo que de lo tardío no llega ni a controlar la gorra ni a permitirnos imaginar que ese gesto lento y silencioso tenía ese objetivo. En una silla de ruedas, un discapacitado, con capacidades diferentes, balbucea algunas ¿palabras? con el hombre de uniforme que ha postergado lo de la gorra, viendo que ella ha ido a parar junto a un carrito de garrapiñadas. El balbuceo es incomprensible y ante ello, el cana toma la iniciativa y le pregunta:
-       ¿Cómo estás? -se auto responde- Andas bien, bueno, bueno -y le palmea el hombro como diciéndole, <<raja de acá que me pones muy incómodo>>.
-       Ahua uhua ahhanaheu hnajidetifuleto -el muchacho insiste-.
-       ¿Andas bien?
Yo sigo la marcha preguntándome cuán bien puede estar ese muchacho postrado en esa silla, sin poder hacerse entender, no ya por ese cana que es notoria su falta de condiciones para ser policía en cualquier lugar del mundo, menos en la provincia de BsAs, sino ante el mas esforzado de los humanos que quisiera comprenderlo. ¿Acaso su mamá lo comprenda?
Sigo por la vereda mirando los precios absurdos de marcas desconocidas, oliendo el olor de las panaderías, maravillándome de la cantidad de publicaciones que se venden en los puestos de diarios, intuyendo cómo los inspectores de tránsito me hacen una multa cien metros atrás mío, miro la cantidad de africanos que hay en la vereda vendiendo relojes truchos de colores estridentes. En esa mixtura de colores y el caos visual dominante, veo un negro que si yo tengo frío, él está por morir de congelamiento prematuro. No vende nada, la gente ni para a ver su oferta, del frío él ni se insinúa. Un hombre de unos 75 u 80 años se frena en seco al verlo y como si lo conociera –cosa compleja porque son todos iguales, como los chinos- le dice:
-         ¡Qué haces negro! ¿Volviste? –evidentemente el viejo lo conoce porque lo trata como quien se cruza con un amigo de esos con los que uno se come un asado- ¿Cómo te fue?
-         Sí, volviste –dice el negro con cara de no entender la pregunta-. Sí, volviste –repite ahora dando muestras claras de que no entendió un carajo, sin embargo aparece una media sonrisa desgajando de esa boca de donde brotan dos labios prominentes, hinchados, color uva hecha vino tinto-.
-         ¿Te fuiste allá?
-         Volviste –lanza el negro con las manos aun estrechadas al viejo, quien, además le sujeta el brazo-, volviste, sí, volviste.
-         ¿Fuiste a tu país, allá? –el morocho parece no comprender y el viejo se inicia en ese proceso en el que caemos todos frente a la imposibilidad idiomática, y que consiste en que aún manejando el idioma nuestro, el propio, empezamos a hablar mal suponiendo que eso ayuda al que no maneja el idioma- ¿Fuiste allá? ¿África? ¿Volviste?
-         No, no, no,  no volví –dice la uva negra arrepintiéndose, creo yo, de haber salido de su pensión-.
-         ¿Te fuiste?
-         No, no, no, volví -mueve la mano diciendo que no, y deja al viento la palma de su mano blanca, como de otro cuerpo-.
-         ¡Uh que cagada! Bueno, bueno que estés bien che, abrigate que esta frío, eh.

-         Volviste. –<<volviste>>, eso queda diciendo el negro, meditando, boquiabierto, la media sonrisa luce desdibujada y en cinco segundos ya no hay rastro de esa expresión en su rostro. Las gentes siguen sin frenar a mirar su puesto. Sus labios siguen igual de morados, como si hubiera llegado a comprender apenas lo que el hombre conjeturaba en su pregunta inicial << ¿volviste?>>, quedó ahí, imaginando levemente, por unos segundos, un avión despegando, un aeropuerto que lo recibe con carteles e indicaciones que comprende, el re encuentro con la familia, la concreción de ese viaje imposible a un destino donde jamás retornara.