Por Nacho Fittipaldi
La radio anuncia un accidente en
City Bell, aparentemente un motociclista cruzó mal el paso a nivel y lo arrolló
un tren. Hay que cruzar mal un paso a nivel eh. Para mi vida, vidita pequeña
de jueves a las 9.15 hs, con 23°, sol
templado y una brisa fresca que indica el error de haber dejado el sweater en
el respaldo de la silla, tiene dos implicancias concretas: a) voy a llegar
tarde al trabajo, b) voy a tomarme el tren de siempre. Hoy no hay tren vip. El
Roca, el legendario Gral. Roca, el metálico, anacrónico, grafiteado
desmedidamente, incomodo, sucio, popular, injusto, ajeno, nuestro. El tren
llega a la hora que puede, no llega ni a horario ni tarde, llega cuando viene y viene como puede.
Al verlo llegar de lejos, la sensación que uno tiene es que no entra en el andén,
pese a que hace 90 años que este tren circula da la sensación de que el tren no
cabe en el andén, como si los hierros y la chapa se hubieran hinchado. Subo en
el ante último vagón, hay poca gente, la gente que usa el rápido ha desistido
del viaje y se han ido al camino Centenario a esperar el colectivo.
Cuando el tren comienza a moverse
recuerdo lo que había olvidado, este tren es lentísimo, su movimiento es impropio
de un vehículo de transporte, es como si no transportara, uno mira por la ventana
y la velocidad permite ver una casa, la pared, la ventana, a través de ella ve
la tele encendida, se alcanza a ver un canal de cable, un comentario desatinado
de Viviana Canosa o el retorcido lenguaje, zonzo, de Mario Mactas, de qué vivirá. Lejos quedó esa
sensación de foto movida que da la velocidad del rápido. Este tren no se
traslada, se fatiga. Si hay un tren bala, hay también un tren tatú carreta. Es
este. Lo segundo que me impacta, y había logrado olvidar, es el ruido que hace
al trasladarse, o fatigarse, tra-tra-tra, tra-tra-tra, se mueve lateralmente,
es esto lo que se observa al verlo ingresar al andén, el tren se mueve
lateralmente y parece que va a salirse de la vía, como si fuera a descarrilar o
esguinzarse, 15 días de reposo y nada de actividad física.
En Berazategui el cansancio es
total, van treinta minutos y la espalda me dice <<por qué no te tomaste
un colectivo>>, hay bicicletas por todos lados, acá no están prohibidas;
los vendedores ambulantes venden desde destornilladores hasta el ultimo Dvd con
todos los videos mas hot posibles de Jennifer López, los vendedores ambulantes,
aquí no están prohibidos. Sube una señora, <<yo puedo, yo puedo>>
dice un anciano con una bicicleta que debe valer una jubilación mínima. La
señora lo va empujando desde abajo, <<hay que apurarse -dice- apúrese,
vamos, dele señor>> es un poco agresiva, la oigo pero no la veo, es una
voz áspera de señora que ha gritado mucho a lo largo de su vida, medio ronca,
pasa a mi lado, yo leo un libro cuyo subtitulo es, sociología del temor al
delito. Aún no tengo miedo. Los únicos que leen aquí son los pocos pasajeros
del rápido que han subido al tren de siempre. Varios celulares emiten sus músicas
en un volumen desagradable, no solo por lo elevado, más bien por la distorsión que
ello provoca. Los pasajeros imponen con
tiranía sus gustos musicales con el resto de los pasajeros. Gracias. En el
furgón los muchachos fuman porro a lo loco, no molesta. Molesta lo que tosen.
Parecen que van a escupir un pulmón. Pienso en el efecto de aspirar purpurina,
pobre chico. La señora insiste en que hubo un accidente –sería el segundo del
día para mí- en Don Bosco. <<Dijo Don Bosco el guarda, no dijo Bosques.
Ahora lo vamos a ver, yo lo quiero ver al muerto. Debe haber cruzado como la
mierda>> La señora no está en sus cabales. Por alguna razón desestima la
hipótesis del suicidio del accidentado. Habla con cualquiera, cambia de asiento
cada cuatro minutos, a todo el que la mire le dice lo mismo, <<ahora
vamos a ver el cadáver, yo te aviso>> Mide 1,52 de altura, debe pesar 83
Kg, lleva remera y calza roja, el pelo en rodete, un quilombo importante el
pelo, zapatillas chatas multicolor, prevalece el verde, anteojos y vista
nublada, edad indescifrable, 55 tal vez, o 46 mal llevados. El tren baja de
velocidad, poco a poco, <<fue mano a La Plata por eso no pasa el tren a
La Plata, ahora vamos a ver al muerto, yo les aviso>> Yo no quiero saber
nada de otro accidente, pienso que la señora está loca de remate y que vamos
camino a Plaza Constitución, sin inconvenientes. En la estación Quilmes, el
tren frena, sube gente, baja gente, el olor es intenso, la gente come panchos a
cualquier hora, son las 10.05 Hs, mis riñones dialogan con mis pulmones y dicen
que soy un pelotudo. Una voz en el altoparlante anuncia un accidente en Don
Bosco. El tren arranca, lento, onda tatú carreta con EPOC, como si estuviera
subiendo la Cuesta del Lipán, de golpe frena del todo y la señora de rojo
grita, dice que lo ve, llama a la gente para que desde su ventana vean los
restos de la persona debajo del tren que iba rumbo a La Plata. Son trozos de
carne desarticulados, imaginar un cuerpo humano es solo un esfuerzo inútil del
intelecto, <<a ese se le terminó el mundo>> sentencia la señora.
Esto es un infierno. Infierno diario para tantos, demasiados. Viajo en el tren
común. ¿No hay sicarios de trenes Línea Gral. Roca? Un sicariato de trenes
pretéritos. Lejísimos de las comodidades del tren vip ya conocido. Viajar en
este tren, es como conversar con Marcelo Bonelli después de haber comido un
asado con Eugenio Zaffaroni.