3 nov 2014

De la Coca Sarli al caso Melina

Por Nacho Fittipaldi

Putita. Esa es la imagen que todos tenemos, la consideración final que nos quedó de Melina Romero. Melina tenía 17 años y desapareció el mismo día de su cumpleaños después de ir a bailar a un boliche.
El cuerpo inerme, podrido, flotando en el agua de un arroyo inmundo, la carne desgarrada en las mandíbulas de las alimañas, ese cuerpo, no nos fue mostrado. Se nos mostró otro cuerpo, el cuerpo sensual de la adolescente siempre hot. Como si existiera un pudor, un recato, un respeto por los cadáveres que no existió con las imágenes de una Melina posiblemente con vida. Las fotos de Melina deambularon por todos los canales de aire, ni la TV Pública fue excepción esta vez, mostrándonos una Melina sensual, adulta, seductora, sugestiva, sexualizada. Esas imágenes se asemejaron a una suerte  de vagabundez condenatoria, algo así como, <<la piba era una putita>>, provocadora, putita errante, coqueteó de más, la quisieron enfiestar, se negó y la mataron, continuidad trágica del <<por algo habrá sido>> que la dictadura supo sembrar. Sofisticación democrática mediante, ahora sería, <<qué querés, si le gusta la joda que se la banque>>
Melina murió el mismo día que desapareció. Mientras tanto, todos los días que vimos sus fotos hot por televisión, Melina y su familia, vieron lesionada su moral, su cuota mínima de respeto denegada por la imposibilidad de mostrar al menos una astilla distinta dentro de un discurso dominante, machista, misógino. Vayamos más allá. ¿Qué pasa si Melina no fue forzada a participar de la orgía? Nadie propuso esta hipótesis, en todos los relatos Melina es forzada a participar de sexo en grupo, con varios hombres, y su negativa final es la que la condena. ¿Y si Melina quiso enfiestarse? Esa tesis ni siquiera se enuncia, es una hipótesis que la transforma en culpable de su propia muerte. Para que Melina sea inocente tiene que haber sido forzada. Qué pasa si Melina aceptó voluntariamente a participar de sexo grupal. Eso la incorporaría mecánicamente a la singular categorización con la que los hombres funcionamos todo el tiempo, desde hace siglos. Confirmado. Melina era una putita. ¿Y si se quería enfiestar con cinco pibes y a último momento se arrepintió, y dijo <<No>>? Vio algo, como Reutemann, y dijo, <<No>>. ¿Entonces qué? ¿Ese sería un argumento válido para matarla y salvarla? Esa pregunta es válida y lógica en una sociedad como la finlandesa. Acá en Argentina, y a cierta altura de la joda, no se puede decir que no. La idea que trasunta es que siempre fue forzada. Como sociedad no nos permitimos suponer que en algún momento quiso y luego no. No hay margen para desandar un camino que se creía trazado, doblar en “U”, está prohibido.

Los varones, debemos empezar a comprender que la relación entre mercantilización de los cuerpos/machismo/moda, no está conformada para que nosotros ejerzamos nuestro imperativo de goce, más bien es una consecuencia del modo de producción capitalista y no un reconocimiento de “derechos” de género a favor del Hombre. El ejercicio de ese nuevo machismo adolescente se encuentra contorneado por la moda, esta activa el deseo minuto a minuto, digamos. En el subte, en la tele, en el teatro, en el cine, en la calle, todo el tiempo la moda envía mensajes de sensualidad y sexo. El capitalismo ha convertido el sexo en una mercancía, no asistimos a una liberalización o revolución del sexo, asistimos a una sexualización de la economía y a una mercantilización del sexo. El otro, la mujer y el hombre, son portadores de una mercancía, y como tales, esa mercancía es factible de ser apropiada, poseída, actualizada. En la mirada del hombre y en el ejercicio de un nuevo machismo, el varón ve en la mujer a una poseedora de la mercancía-sexo y como cualquier objeto de valor desea poseer esa mercancía-sexo, el otro es una mercancía de uso. Lo deseo, lo tomo. Sin mediación, ni simbolismo, las violaciones sexuales sociales se convierten así en interpretaciones de la economía que arroja, una vez más, fenómenos sociales ilegibles para sus protagonistas ocasionales.    
El nuevo machismo adolescente habilita el impulso de goce destrabando lo inhibitorio, es el salvajismo del grupo adolescente que se abalanza sobre el cuerpo de Melina, es lo grupal que licúa las responsabilidades individuales, es la barra brava, es la tribu, es la lanza que rompe el limite cultural que transforma la violación como acto individual, subjetivo, depravado, en la violación como acto social, como acto de graduación, acto tribal, violadores que conocen a sus violadas, como rito. No huyen, ni se esconden, simplemente desconocen el alcance y las consecuencias de sus actos.

Las últimas imágenes de Melina con vida son las que proporciona una cámara de seguridad; digresión: las denominadas cámaras de seguridad no previenen delitos. Se la ve besándose con un chico, se abrazan, se frotan, por momentos se la ve sola, el chico se va, ella sale del boliche cinco horas después, son las seis de la mañana y está sola, muy sola, esa imagen creo que es el fenómeno social encriptado. Melina el día de su cumpleaños, estaba desesperadamente sola. Se  halló bebiendo, linda y fatal. No le ahorran ni la falta de decoro, aún estando desaparecida y suponiendo lo peor, muestran imágenes en las que se besa y se abraza a un pibe, a una esperanza trunca de algo mejor. Nada mejor para ella. Ahí empezaba el final. Todos pensamos,  <<ahora se va a coger con el flaco>>. Pero no. Por alguna razón desconocida la mataron, no se fue a pasarla bien, se fue al otro lado del río, no el de Drexler. Quedó en un río, tirada, muerta, ¿qué tan vieja será la costumbre de tirar cadáveres a los causes de agua?, adolescente, trunca esperanza aniñada, comida, faltada el respeto hasta el mismo día en que apareció sin vida. O sea, el último día de vida mediática, no coincidió con su último esfuerzo por vivir, Melina vivió más en la tele que en la vida real. Melina trascendió su propia muerte en sus fotografías sugestivas. Cada foto de Melina mostrada en televisión era comentada por algún televidente en soledad, para sus adentros o en voz baja, <<estaba fuerte la pendeja>>, y eso funcionaba como decantador de datos, pasaba a un segundo, otro plano, la noticia. Dejaba de ser noticia, pasaba a ser deseo. La sexualización del caso puso en segundo lugar la noticia, el problema concreto. Melina no estaba y no regresaría con vida pero era deseo mediático.  Para relatar eso no hacía falta divulgar imágenes en las que se ve a la chica con la tetas al aire, con cara de <<qué pretende usted de mí>> porque esa pregunta es la que se hicieron los pibes que estaban con ella, o el Pai, que la amasijó. ¿Qué pretendes de mí? Es una pregunta colectiva que todo hombre se hace cuando una mujer pasa caminando al lado suyo con ropa insinuante. ¿Querés hacerme calentar? ¿Y qué, ahora ya no querés? ¿Qué, no puedo sacarme las ganas con una putita como vos? ¿Eso querías, jugar y nada más? Dale, vení. Mirá que te mato, eh. Y la mataron.

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