Por Nacho Fittipaldi
La rutina puede ser ese micro oficio
de hacer lo que hay que hacer sin hacerlo de mala gana. Aprovecho el placentero
viaje en tren a BsAs para leer o estudiar, a veces la novedosa experiencia de
los nuevos viajantes impide que uno haga eso de manera continua. Una señora que
viaja en frente mío toma su celular y hace una llamada. La señora lleva puesto
anteojos de sol, pantalones de lycra negra y zapatos a tono, lleva un saco de
piel, y el dibujo de las manchas negras y blancas dan la impresionante sensación
de que el abrigo de piel que lleva es de un galgo. Esta feliz de viajar en este
tren, llama, <<Hola Marta, estoy yendo a Bs.As en el tren, no sabes lo
que es este tren, es divino, sí, sí, hermoso. Estoy por llegar a Bs.As ya, salí
9.10 de La Plata –en verdad vamos por Quilmes y aun falta la parte en la que el
tren no es tan rápido porque frena al menos dos veces esperando que la señal de
continuar-, sí es muy cómodo. Tiene baño Marta, tiene unas butacas más cómodas
que la del avión, una chica te avisa cuando llegas a Bs.As, sí es el de
Randazzo, divino, pasa por el Parque Pereyra, ¿viste?, tiene aire
acondicionado, en el medio vienen unas
butacas enfrentadas con una mesa en el medio, podes tomar mate. Divino Marta. Un
día tenemos que viajar juntas. No me digas. Pobre es la segunda vez que le
roban. No sabes lo que es este tren, un placer>>
Al llegar a Constitución el
contraste entre el tren vip y el subte es notorio, cada día. Cada vez más. Mientras paso por el molinete veo algo curioso,
o grotesco, según cómo se mire. Una señora pasaba la sube mientras les decía a
sus hijos, <<Ustedes pasen por abajo, pasen por abajo carajo, Brian, haceme
caso, no vamos a pagar todos>>. Entonces los pibes, de entre 4 y 10 años,
se agachan, se ponen en cuatro patas y mientras la multitud, multitudinea,
ellos se escabullen por debajo del molinete y evitan pagar el boleto. Se ahorran
en total, $13,50. Mucha plata para algunas familias, muy poca para otras.
Dentro del subte y a la espera
del sonido que anuncia el cierre de puertas y la puesta en marcha de la formación,
se escucha la voz de la locutora de la empresa que anuncia, <<Metrovías
informa que la línea C de subte circula con demoras. Muchas gracias>>. ¿Muchas
gracias por qué? O sea, la línea en la que estoy circula con demora, en verdad
no circula porque estamos en la cabecera de la línea por lo tanto esa formación
no circula y ellos me agradecen a mí. El murmullo de la gente se hace escuchar,
tibiamente. Desde el anonimato de la multitud alguien sugiere, <<Dale,
arranca el subte conchuda>>. Unos minutos más tarde, tres o cuatro, no
más, se escucha otra voz, esta vez es de hombre y no es una grabación como la
anterior, su mensaje suena ríspido, lineal, sin prolijidad empresarial y sin
control del volumen del audio. Este es un tipo que con voz de estar hinchado
las pelotas relata al instante lo sucedido, no tiene tiempo de pensar en el
ánimo del usuario, en la estrategia de comunicación de la empresa, <<La línea
C de subte está suspendida por accidente de pasajero abordo>>. Evidentemente
el castellano de este tipo, los nervios del momento, tal vez el pánico escénico,
lo hacen hablar como el orto. La gente,
ahora sí, está indignada. Raudamente todos buscamos la puerta de salida hacia
el exterior de la estación. Yo pienso para adentro <<Metrovías, la puta
que te parió>>, al lado mío, un señor con pinta de oficinista medio
grita, <<Metrovías, la puta que te parió>>, más allá y siempre
impunes, un gordo con cara de chucrut se exalta y sostiene, <<Randazzo, la
concha de tu madre>>. Uno que parece no haber oído ninguno de los
anuncios dice algo ya oído, <<Dale, arranca el subte la puta que te
parió>>. Cuando la totalidad de los expasajeros nos encontramos rumbo a
los molinetes o escaleras, ya sin posibilidad de poder volver al subte, esto es
una procesión masiva y acá no hay marcha atrás posible sin que esto sea una
puerta 12, se escucha ese sonido clásico, tan-tan-tan, que anuncia la voz de la
locutora que insiste con su mensaje de demoras. Pero antes de eso la mujer que
está caminando junto a mi le dice a su hija, <<Ahora van a decir que se
reanuda el servicio, acordate. Si no, no joden a la gente. Lo hacen para
joder>>. Un viejo pelado dice <<Qué mal que estamos>>. No parece
que nadie lo oiga. Sin embargo la voz repite que la línea C está circulando con
demoras aún cuando ya nos informaron que está suspendida. Un operario de Metrovías pasa caminando y dice
<<Ya no saben qué mentir>>.
Salgo a la plaza, y busco la
parada del 12. Veo que la fila es larga, no larguísima, pero larga. Mientras espero
para subir pienso que ayer en Telefé pasaron un informe sobre los punguistas,
arrebatadores, pirañas, caigo en la cuenta de que estoy en el lugar más
inseguro de Latinoamérica, pienso que con mi ropa de oficinista, vestido de
Zara de pies a cabeza me van robar seguro y lo que es peor, romper el culo. ¿Para qué me visto así? Estoy
de pie, de costado a la calle, con mi mano derecha sostengo la sube, con la
izquierda, la mano que quedó del lado de la vereda, sujeto la billetera, el
celular y las manijas del maletín, estoy distraído mirando el edificio de la estación
ferroviaria pese a que Telefé recomendaba atención para evitar el robo. Igual me
van robar por mas atención que preste, cuál sería el caco que lo haría, es
imposible saberlo. De repente una señora que viene caminando en dirección contraria
a mí, cae hacia adelante. Es una señora que debe medir 1,53 y debe pesar 94 kg,
redondita la señora. Se viene para adelante, suelta a la mierda el bastón en el
que hasta recién se apoyaba, es evidente que se va a romper la frente contra el
piso. Mi mano más cercana a ella está ocupada con el maletín, la billetera y el
celular, todo esto para que no me pungueen. En un movimiento que me enorgullece
por su velocidad, con la mano derecha, a mano cruzada, llego a calzar mi mano y
antebrazo por debajo de la axila de la señora, la sostengo. Del otro lado un
muchacho que estaba proveyéndose de un superpancho hace lo mismo sin que nos
hayamos puesto de acuerdo, la sujeta por la otra axila. La señora queda en el
aire, sus rodillas no llegaron a tocar la vereda, como rogando a Dios, su
cabeza mira el cielo diáfano. En ese momento me doy cuenta que me van a robar,
miro a la señora y pienso que esta pesadísima, con mi socio hacemos fuerza
hacia arriba pero nada, la gorda no se mueve, <<vamos -dice el pibe-
arriba señora>> y yo por el rabillo del ojo veo a un pibe con cara de te
voy a robar y otra mujer con cara de haber perdido la década me mira con cara de te van a robar y le dice a la
gorda, << ¡Vamos doña!>> y
finalmente la doña hace un mínimo esfuerzo y nosotros logramos elevarla,
ponerla en pie y salió como si la hubiéramos desencajado de una zanja profunda.
Luego de un levísimo, gracias, la señora continua su ruta impávida. Yo, invicto
de robos, sigo en la fila mientras me entero que hay una fila para viajar
parados y otra para ir sentados, giro la cabeza y veo que hay dos filas
exactamente. Sin quererlo, estoy en la primera. Viene el micro y subo, efectivamente
no hay asiento y este micro esta hasta las repelotas.
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