Por Nacho Fittipaldi
Buenos Aires es esa ciudad en la que uno puede perderse sin que uno mismo se dé cuenta, caminar 15 o 20 cuadras sin encontrar una carnicería o una casa de deportes. Es esa inmensa urbanidad en la que a cada paso aparece una casona, un castillo, un patio, una placa que dice <<Acá vivió…>> o es ese plano cultural donde todas las expresiones artísticas conviven y que algo así como lo que llamamos cultura, sutura. Es una pizzería de las clásicas, es Avenida Corrientes un miércoles a las 15.30 Hs, atestada de gente que come porciones al corte. Hombres comiendo como panteras cebadas, beben botellitas de Coca Cola en dos tragos y salen a la calle como si acabaran de anunciar el Armagedón. Las mujeres que andan por acá están acompañando, no vienen por iniciativa propia sino para acompañar.
Estoy solo, entro, busco una mesa para dos que no se completará. El mozo me indica una región de la pizzería en donde puedo sentarme, es una estructura rara. En la margen izquierda del salón comedor, así se llama, hay un banco largo de plaza que luce amurado a la pared, debe medir cinco o seis metros de largo y funciona como un asiento comunitario, en frente hay varias mesas y del otro lado una silla para cada mesa. Entonces un comensal se sienta en la silla y el otro se sienta en el banco que de seguro compartirá con tantos otros almorzadores. Me siento en el banco comunitario y quedo de frente al salón comedor. En el medio de la pizzería Güerrin hay un cartel que dice <<Salón familiar 1er piso>>. Son las 15.30 Hs y la pizzería revienta de gente. Pido una pizza chica y un chopp de cerveza tirada. Saco del maletín la sección de economía de un diario de los tildados oficialistas. Por las dudas me aburra, también saco la “Antología de crónica latinoamericana actual”, es un libro con las mejores crónicas escritas en los últimos años, en ese libro hay unas sesenta crónicas que van desde 1982 a 2012, son 50 escritores de los cuales conozco y he leído a no más de tres, es angustiante pensar en todo lo que no vamos a leer en nuestras vidas. Es angustiante que las distintas formas de violencia, conocidas algunas, invisibilizadas otras, ocupen gran parte de aquellas hojas.
Por sobre el vértice superior del banco comunitario, en la pared, hay un espacio destinado a la colección de fotos que toda pizzería clásica tiene. Muestran así el éxito de sus pizzas, la asiduidad de la farándula (en muchos casos exitosa sin evidenciar mérito alguno) reviste de prestigio al local. Allí se puede ver a un hombre que aparece en todas las fotografías, debe ser el encargado del local, no creo que el dueño esté aquí todos los días. Es rubio y alto, ojos azules, la piel blanquísima, luce una tremenda cara, linda por donde se la mire, su expresión fotogénica es la de <<hoy cago a un empleado>>. Aparece abrazado a Franchella, en otra foto junto a Carmen Barbieri, Alejandro Apo. El hombre con cara de hoy cago a un empleado aparece abrazado a Campanella, a Daniel Araoz, y a Vicky Xipolitakis que por su expresión parece haber tomado 6 litros de vodka con speed y un Ribotril entero, hay fotos de hoy cago a un empleado con Gabriel Schultz, con El Beto Alonso, con Gabriel Rolón, con Peteco Carabajal y con Lito Vitale que no parece muy contento. Finalmente el hombre con cara de hoy cago a un empleado aparece abrazado a otro hombre, peor que él, cuya expresión es, hoy cago a dos empleados, es Adrián Suar. Las fotos están en un costado, es un espacio pequeño, no es un mural, ha quedado por debajo de una repisa en la que lucen docenas de latas de palmitos que hacen las veces de decoración de la pizzería, en la pared de en frente, las latas de palmitos Cumaná son remplazadas por botellas de tomate triturado, y más allá, de durazno al natural. Están sobre una repisa, altas, fuera del alcance de un hombre promedio pero Luis Scola podría alcanzarles sin necesidad de esfuerzo alguno, las botellas y latas recorren todo el perímetro de las paredes de esta pizzería que, siendo las 15.45 Hs de la tarde es habitada y atravesada por un movimiento desorbitante de personas.
A mi lado se sienta una pareja, él es un pibe de Pompeya, remera verde, sweater gris, jean negros y zapatillas All Star; ella es más conurbano, o, algún barrio porteño cuyas señas desconozco. Remera negra con inscripción de Masacre, por el hombro se le escapa, o deja escapar, el bretel rojo del corpiño. Ojala que lo tape pronto. Jeans negros, borceguíes a tono, pelo revuelto tipo gramajo, incomible. El mozo se acerca, saluda cordial, pregunta si deja la carta; él dice que sí, asume su rol de macho cabrío. En verdad el rol se lo da ella, lo da la personalidad de la piba que asumo debe ser bravísima. Él está obligado a asumir ese rol, qué va a hacer pobre flaco, se trata de evitar que después, en el medio de alguna pelea, le diga cagón, porteño de mierda, o puto aporteñado, o cualquiera de esas cosas que están tan a la vista. <<Traete una porción de faina y una de muza>>, dice él. El mozo no entiende el curso de las cosas y se lleva la carta. Entonces ella le dice al mozo que deje la carta ahí, que van a pedir otra cosa después y que lo que acaban de pedir es una entradita. Luego de comerse la entradita el mozo regresa a tomar el pedido. Mientras tanto al lado mío, del otro lado, a mi derecha, se sientan dos tipos. Yo quedo entre la parejitadesparejita y dos macho tipo mexicanotes o santiagueños. Uno de ellos es un hombre común en su aspecto, trabajador clásico, podría manejar un camión de transportes lácteos o laburar en una herrería; zapatillas Topper de lona, chomba azul gastada, la cabeza es de un tamaño desconsiderado para el útero que lo parió, como buen santiagueño el pelo es apenas una superficie áspera con forma deforme. Su acompañante da mas ex-futbolista, pelo negro con corte tipo marine from USA, flaco, fibroso, 1,76 de altura, camisa estampada en colores rositas, jeans ajustados marcando el bulto, cuádriceps prominentes y botas azules tejanas estilo Ricardo Fort que en paz descanse.
La parejitadesparejita pide:
- Traeme una porción de muza con salsa golf y palmitos; una de muza; y una con ananá y jamón -dice él sin vergüenza de la mesa de dulces que acaba de armar-. Es el turno de ella, va a pedir, con qué se despachará –pienso yo, el pedido de él es de timorato- Lo de la piba no puede ser un pedido, va a ser una sentencia judicial.
- A mí traeme tres porciones de cebolla y queso –dice, y cierra la carta con cara de acá la que tiene huevos, soy yo, sin importarle si de ahí tienen que volver a la oficina con aliento a cebollas, o si se va a un telo, o vuelve.
Mientras tanto yo hago que leo, estoy más atento y es más interesante observar y escuchar lo que sucede alrededor que leer, al menos en estos lugares tan respetuosos de las distintas expresiones como el multiculturalismo australiano.
Los muchacho de al lado se han pedido una grande de muza, y grande acá, es muy grande, una coca para el ex-futbolista con bulto, birra en un vaso gigante como para licuado en la boca del santiagueño de Tijuana. Hablan poco, pero de golpe el ex–futbolista corta la mansedumbre con una intervención contundente, despedaza de un mordido la masa y la mozzarella, arroja:
- ¿Viste cuánto cobra Messi?
- Ni idea –responde el santiagueño de Tijuana mientras la mozzarella hace lo suyo-.
- 150 mil euros por día.
- ¿Quéééééééééééééééééééééééééé?
- Sí, lo que escuchaste, 150 mil euros por día. ¿Qué carajo hará con tanta guita? –yo intento pasar esa plata a pesos pero como soy pésimo para las cuentas en el aire y no sé a cuanto cotiza el euro retomo la atención en ellos.
- ¡Qué fantasma ese pibe! –no lo dice pero supongo que se refiere a Messi y el mundial-.
El silencio vuelve a la mesa. En las otras mesas hay familias, en algunas adivino parejas e hijos con sus abuelos; en otras, abuelo, hija y nieto; oficinistas que salieron a encontrarse después de un mes sin verse; turistas italianos cotejando las diferencias entre su pizza y la nuestra, a mí la pizza de Güerrin no es la que más me gusta, prefiero la de El cuartito o La Rey; “turistas ingleses asaltados en Copacabana”; oficinistas bien vestidos pero como siempre y como todos los hombres, sin combinar las medias con el resto de la ropa. ¿Tan difícil es? Turistas desabrigados, con medias y sandalias, tipo franciscanos. Al lado se retoma el diálogo, el santiagueño de Tijuana pregunta:
- Cómo harán para que la muza quede así –la mozzarella de esta pizzería queda gratinada-. El ex futbolista con bulto, se lleva la mano justamente al bulto, cierra la mano sobre esa zona y hace un movimiento leve, responde:
- Tenes que hacer como con essssta, la sacas y la metes, la sacas y la metes.
Ambos ríen, el silencio vuelve a la mesa, se han comido una pizza gigante en veinte minutos, cotejan sus celulares por si hay nuevos mensajes de texto, casi no hablan. Es como si solo hubieran venido a comer, perdiéndose de tanto por ver y oír, y todo tan al alcance de la mano.
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