Catedral de Cuenca |
Por Nacho Fittipaldi desde Cuenca (Ecuador)
Nos fuimos de Vilcabamba con olor a café. Ahora, cada vez que abrimos las mochilas, un olor profundo, a tostado, a humus verde, a pasto recién cortado, a calle mojada sale de ellas. La provincia de Loja es así de olorosa y colorida.
La ciudad de Cuenca es muy bella, es una ciudad de unos trescientos mil habitantes, dividida en la ciudad antigua, cercada por un río de montaña de agua transparente, y la parte más moderna que por supuesto no es Chicago. Cuenca tiene una temperatura de entre 15 y 20 grados, no más que eso casi todo el año, está atravesada por un montón de callecitas angostas por las que da la impresión que en cualquier momento aparecerá algún caballero del siglo XVIII, también parece que en estos callejones cabe sólo un automóvil pero aquí hacen caber dos; busco en las esquinas su terminación arquitectónica, las esquinas tienen ochava, me convenzo, sigo caminando y en la misma calle cien metros más arriba las esquinas no tienen ochava y terminan en ángulo recto, a lo largo de toda la ciudad antigua las esquinas parecen estar hechas de manera antojadiza; en casi todo el casco antiguo los techos son de teja italiana, ahí también se junta humus, tierra que abona el sitio donde los helechos irán a crecer. Es difícil que una ciudad con tantos techos de tejas sea una ciudad fea, o poco cálida, ese color chillón apagado por el correr de los años, con esos tapiales de barro, con sus techos bajos y sus tirantes de madera que sostienen ladrillos en los techos, son infalibles y ya los conozco de Cuzco. Cuenca es hermosa, tiene una catedral descomunalmente grande para el tamaño de la ciudad. A mí que las iglesias no me dicen nada, ésta en cambio me encantó y nos desacomodó e hizo que estuviéramos allí dentro más de lo acostumbrado. Según dijo un guía de allí esta catedral es del 1800, y mixtura un estilo románico con gótico; de repente una señora argentina que está en el tour le pregunta al guía, o le arroja como piedra una pregunta certera e incómoda, sin titubeos y delante de los otros participantes del paseo, ¿dónde está lo gótico en esta iglesia? La vieja descree del guía, él duda, lo han pescado mintiendo o forzando los criterios de la arquitectura antigua, entonces él agrega, afuera, afuera esta el estilo gótico. La señora argentina tiene razón, pero ya ha cosechado su faena y se retira de la disputa en silencio, no hay allí nada de gótico pero sí de enorme y todo esta tremendamente marmolado. El guía luego cuenta que la ausencia de las torres centrales de la catedral, se debe a que los muchachos que calcularon las tareas de finalización del edificio, hace dos décadas, sacaron mal la cuenta porque el mármol original era italiano, ergo, más pesado que el que se utiliza por aquí y si colocaran el mármol original, con esos cálculos fallidos, se hundiría toda la catedral y probablemente Cuenca también. Lo cierto es que la iglesia luce una enorme grieta en el centro mismo de su construcción. Pienso si los guías nos mienten siempre y lo que sucede es que hay pocos que refuten, nosotros en las ruinas de Chan-Chan (Perú) caímos en las manos de Edith, una vieja que empezó hablando en tono de guía y terminó puteando y hablando pestes de Pizarro –no el jugador de la selección de futbol peruana sino el conquistador español- porque según ella traicionó la buena fe del cacique Atahualpa.
En Cuenca conocimos a dos ecuatorianos de Quito, Abel y su mujer, Alexandra, ambos de unos treinta y cinco años de edad, ella una gorda divina -o algo así-, que habla con una pasión por la comida como si supiera que la última vez que ingirió alimento ha sido la última vez que comió en su vida. Ella odia tanto a los peruanos como adora el mote –choclo ecuatoriano sin sabor a nada-, se alegra al saber que a Pao y a mí nos pareció que Perú estaba pobre: "¿Oíste Abel, los chicos dicen que Perú esta pobre, que bueno no?" No es mala pero tiene unas opiniones que contornean lo xenófobo, la intolerancia, la gula y el desenfreno mas descabellado por asuntos intrascendentes. Abel está entre agotado y entregado, a ella parece gustarle todo lo que a él le da miedo. Dice que tenemos que comer chancho a la barbosa, es un tipo de cocción que a nosotros sin saber cómo era nos había impresionado al llegar a la ciudad, por la brutalidad y la potencia de la imagen. Básicamente es un chancho muerto, no un lechón eh, es un chancho de unos 20 o 25 kg incrustado horizontalmente a un caño grueso que gira sobre una fogata hecha en un rectángulo de chapas como a un metro de altura de las brasas y que por una cuestión de espacios o show se prepara en las veredas de las casa y/o restaurantes. Al chancho el caño le entra por la boca y le sale por el orto, es enorme y Alexandra dice que es un manjar, entonces nos invitan a comer eso que es visualmente tremendo y nosotros no lo rechazamos que no es igual que aceptarlo. El chanco a la barboza no es precisamente un manjar pero se deja comer. "También tienen que comer Cui, es bien bacán, dice ella, ya van a ver es muy rico". El Cui no es ni más ni menos que un cuis, lo que pasa es que así como sucede con plantas y frutas, el de acá tienen un tamaño bastante mayor al roedorcito que conocemos nosotros y que tiene por costumbre espectar al borde de los caminos ruteros de Argentina, este bicho acá es tamaño comadreja o hurón, enorme, es como si un cuis nuestro llegara a jugar en la NBA. El cuis también está hecho a la barboza y sale 16 dólares el plato, es lo más caro que hemos visto costar un plato, Pao y yo decimos, no gracias, y no tanto por el precio, más bien por la impresión del caño reventando las mandíbulas del Cui.
De allí nos fuimos a Guayaquil para tomar el ómnibus que nos trajo hasta Montañita. En el viaje que durará tres horas el bus trepa por un camino de montañas muy altas y verdes, boscosas, repletas de pinos, arrayanes y eucaliptus, no tengo la impresión de haber visto este paisaje en Argentina, no sé si el eucalipto crece en la alta montaña. Allí también las casa de tejas se pierden en la espesura y sabemos que están porque las chimeneas las delatan humeantes, aquí no hay pobreza, en Ecuador no hemos visto pobreza o en todo caso la pobreza rural es como dijera Brandoni, una miseria digna. El bus trepa y trepa, pienso que si no revienta el motor va a reventar el chofer. Llegamos a los 4000 metros de altura, nadie revienta, en cambio las lagunas se muestran una a una, curva tras curva, atravesando el Parque Nacional Cajas, dicen que hay más de 240 lagunas completas de truchas. La música del ómnibus es como mínimo ecléctica, pasan de Chayanne a Alejandro Lerner, Franco De Vita, o la cumbia de aquí, sin decir agua va, yo intento terminar un libro de Héctor Tizón y noto que la distancia del Español puede ser tan amplio como dispar. Tizón tiene un manejo del español asombroso, una prosa exquisita y una capacidad figurativa excluyente, los muchachos de aquí es como si hablaran otro idioma. Ahora que ya van como trece días de viaje, nosotros nos alegramos mucho, cantamos en voz alta y miramos por la ventana cuando nos ponen Chayanne, Maná o Ale Lerner, a la distancia, esa música nos arroja a algún lugar desconocido pero querible. Y cuando suena Mi historia entre tus dedos de Gianluca Grignani, se me parte el corazón y casi lloro.
Montañita es un no lugar, aquí no hay nada que sea de los ecuatorianos, excepto los 30 grados que hacen constantemente cada día. Un argentino –está lleno- o un canadiense son mas dueños aquí que los propios nativos. Las artesanías no son de aquí ni de ningún lado, dicen tanto de Ecuador como de Mar del Plata, los bares de aquí podrían estar en Pinamar o en Montreal y la playa esta buena pero no da para suicidarse. Es curioso como la industria del turismo logra inventar lugares. Lo propio de aquí es su incansable atardecer, la gente del lugar bañándose en el mar vestidos, no con mallas o bikinis sino con remera bermudas y hasta camisas, también comprar pescado fresco en unas motos que van por la calle, sin hielo ni nada, recién salidos del mar, entonces compramos un atún y lo hice a la parrilla, medio atún de 3 libras , -aquí las cosas se pesan en libras y a los hombres se les dice man-, o sea 1,5 Kg , eso aquí sale veinte pesos argentinos. Tan barato que Pao se inicia en la comida peruana de golpe y se manda un ceviche de atún del carajo, lo compartimos con Catalina y Leonardo que son los dueños del hostel en el que paramos, ellos tienen cincuenta y cuatro y cincuenta y cinco año de edad, son divinos y muy hospitalarios, a ella -a diferencia de él- es como si un camión lleno de chatarra de acero la hubiera pasado por encima, tienen un año de diferencia pero nosotros pensábamos que Catalina era la madre de Leonardo y no su esposa como es. El lugar se llama Brisas del mar, se mataron con el nombre, igual prefiero eso y no que se llame Hostal Tití Fernández u Hostal Josemir Lujambio. Allí una habitación que por poco se cae sobre el mar de lo cerca que esta nos regala día a día el ruido de las olas rompiendo a menos distancia de lo que se necesita para que la habitación no esté impregnada de esa bruma magnifica que el mar despide.
Los ecuatorianos de Montañita hablan con arena en la mano, emulando un reloj de arena, dejando pasar a cuenta gota un poquito de arena a una mano y otro poquito a la otra, sin acelerar los tiempos de la palabra van diciendo lo que quieren expresar; ahora llueve, y en los lugares costeros la lluvia cuando obtura la playa, obliga a ver lo que hay antes de llegar al mar, entonces la ciudad balnearia se pone gris y nostálgica y se la contagia a sus visitantes.
3 comentarios:
Montañita se escurre, se pierde detrás del destino turistico que han sabido construir, hasta que de repente una tarde cualquiera una voz en altoparlante -que no se sabe de donde proviene- te hace saber que don Mario necesita su bicicleta y que estará esperando por ella para que quien la haya tomado distraido, la pueda devolver. Algo distinto se hace presente, distinto para nosotros pero no para ellos que lo escuchan con naturalidad y salen felices por la mañana cuando una cancion los invita a sacar la basura.
cómo se disfrutan las crónicas.
s.
escribís lindo nachito, gracias por los paseos...y gracias pepe por llevarme a pasear :)
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