20 ene 2011

El placer de la desatención



Camino de montaña, Vilcabamba


Longevos habitantes de Vilcabamba
Por Nacho Fittipaldi desde Vilcabama
Merlines no había, en cambio en Cabo Blanco pudimos contar  treinta y seis plataformas  petroleras de alta mar, que no son tan de alta mar porque están a mil metros de la costa; entonces  Hemingway tal vez no iba allí en busca del Merlín, iba  a buscar petróleo, no era tan machito como se decía sino mas bien un cerdo capitalista colaborador de la CIA.
Cabo Blanco es de una escasez atroz y constante. Este cabo es de una inmensa soledad, ciento veinte personas lo habitan, a las que llega el agua una vez por semana y a juzgar por el infernal lugar en el que paramos, no les llega casi nada más que pescado. La habitación en la que dormimos tenia techo o cobertor de paja o mimbre, medía 2, 20 Mts  de largo por 2, 50 Mts de ancho, un colchón de una plaza y media, una silla y eso era todo.  El baño estaba en construcción, como casi todo, y no tenia agua ni ducha, entonces todo se deposita en el inodoro y nada se va, el agua que vertemos se escurre sin lograr nuestro cometido. Durante el dia la estrategia fue no volver alli bajo ninguna circunstancia anterior a la hora de irnos a dormir. Vuelvan cuando gusten -dijo América-, la dueña del hostal El Mero, como si ese universo de la pequeñez no fuera motivo suficiente para no volver nunca más a Perú o América del Sur. Uno sabe que no debe decir esto, pero cuando la humildad de los otros te toca tan cerca, hace que la comodidad nuestra pase  a ser un insulto elevado contra algo que cae exactamente justo al lado nuestro.  Las playas son muy amplias, sus olas tan verdes que  de vez en vez dejan ver el lomo al descubierto de alguna tortuga marina enorme. El mejor recuerdo de allí será su atardecer, alguna ola bien grande, el plátano frito, un cebiche de pez Vela de antología y los filetes de Barracuda, memorables.  Nos fuimos de Cabo Blanco con la certeza de no volver a lo de América hasta que alguien invierta un poco de dinero, tan rápido como pueden esfumarse veinte y cuatro horas de verano.
Desde allí viajamos a Piura a través de un desierto hervido en su propia arena. El paisaje carretero, en el norte de Perú, es un constante desierto desde Trujillo hasta la frontera con Ecuador, mil kilómetros  de  arenal con montañas bajas, una vegetación en la que predomina todo lo achaparrado que puedan imaginar, con mucha basura dando vueltas, atoradas en  las espinas de los espinillos, flameando al viento como banderines de carnaval,  con los Gallinazos revoloteando en círculos alguna presa muerta que no imagino qué podría ser, poco que festejar. Lo curioso de todo ese escenario desolador es que tras esas montañas de arena, tan sólo detrás de eso que uno mira y se acalora, es que pasando ese Santiago del Estero peruano, sin Chacareras ni Carabajales, está el inmenso mar esperando. Sobre el filo de la montaña de arenilla, la arena cae sobre el pacifico, o este se vuelca sobre aquella y eso también es desde Trujillo hasta el Ecuador. Simplemente majestuoso e incomprensible.  
Piura es una ciudad muy grande del norte, allí hay como actividad  principal económica  –supongo- una industria metalmecánica y agropecuaria importante y además por allí circula gran parte del comercio terrestre con Ecuador, los distancian trescientos kilometros;  utilizando algo que dijo alguna vez Luisina en memorable figura, yo puedo afirmar que Piura es mas feo que feo,  una  ciudad en la que lo mejor que se puede hacer es irse, no al demonio porque debe alquilar por ahí no mas, pero aconsejo irse, si van a Piura ni bien lleguen pregunten cuál es el camino de regreso y tómenlo, no sin antes pasar por el mercado de frutas y verduras y  comerse unas inolvidables bombas de papa rellenas con picadillo de carne y huevo duro. Después la retira al Ecuador será un buen camino.
Al cruzar la frontera uno ve la tangible injusticia de la distribución de los recursos naturales, Perú y Ecuador están divididos por un bello río de montaña, agua dulce que del lado peruano escasea. Ecuador es exuberante en todo el Sur. Sembrada de arrozales, minada de plantaciones de mango, plátano, maíz,  regadas por ríos y serpenteando entre las montañas ya verdes, no amarillas como las de  Perú, esta parte de Ecuador es básicamente hermosa y acogedora. El ecuatoriano es sociable y educado, saluda al pasar, pregunta de dónde eres, qué piensas de su país, hacia donde te diriges y todo lo que demuestre que están interesados y alagados de que tú estés allí.
Llegamos al la ciudad capital de esta región que se llama Loja, esta a 2000   metros sobre el nivel del mar, hacen unos agradables 20 grados que por las noches descienden a unos menos agradables 15 grados, es una  ciudad bien antigua, fundada en 1572, aún luce el enorme portón que abría o vedaba el acceso a la ciudad que estaba cercada por un rio que aún está vivo, como el castillo del que Srrek debe rescatar a Fiona. Tanto en la cena como en el desayuno nos dimos cuenta que la cosa había cambiado, aquí ya no hay pescado, aquí no hay langosta ni camarones ni ceviches, todo es arroz, plátano, menestra, pollo, res, cerdo, lentejas y ha regresado el maldito comino que en la costa peruana había desaparecido. ¿A quién se le ocurre ponerle comino a una tortilla de huevo? De Loja nos fuimos para Vilcabamba, es un pueblito que esta a 1500 MSNM  y es mundialmente conocido por tener entre sus pobladores a la mayor cantidad de personas longevas del mundo. Tener 32 años acá no es motivo de mayores comentarios que si uno tuviera los 104, 110 0 120 años que varios de aquí ostentan mientras dan vueltas a la plaza central. Aquí llueve intermitentemente todos los días más de una vez por día. En los alrededores de la plaza se puede identificar un murmullo extraño, al rato uno cae en la cuenta de que lo raro es que ese murmullo es del idioma inglés, pululan por ahí personajes conversando en un inglés que no es el que se estudia en los institutos de acá. Curiosamente viven, según nos dijo David un norteamericano de Pensilvania con descendencia calabresa que vive en Vilcabamba, unos 800 extranjeros, en su mayoría europeos y norteamericanos. Mientras leo la novela de Henning Mankell, El regreso del profesor de baile, sufro una especie vivencia en la que la novela penetra mi pensamiento cotidiano, una de persecución. En la trama los inspectores de investigaciones Stefan Lindeman y Giussepe Larsson, tratan de descubrir el móvil de un asesinato ocurrido en una zona boscosa de Suecia, retirada de toda urbanización; allí un ex integrante de las SS Nazi, se ha refugiado convencido de que iran a buscarlo luego de cuarenta años para hacerle pagar las tropelías cometidas en su juventud Nazi. Pienso si en estas callecitas de Vilcabamba, no habrá algún escapado de algún pecado cometido en la segunda guerra mundial, miro los cuerpos atípicos que coincidan con la descripción y el perfil que Lindeman y Larsson tienen del escurridizo sospechoso, me convenzo de que algo debe andar muy mal para que este pueblito ínfimo del sur de Ecuador, sea el refugio de tanto gringo.
En el bus de camino a Vilcabamba, un muchacho de unos 16 años nos pide el boleto para acomodarnos en los asientos correspondientes, nuestras mochilas grandes ya están en los buches de abajo, llevamos con nosotros los bolsos de mano, él se ofrece a poner nuestras mochilas de mano en el buche de adentro del bus, nosotros aceptamos de buena gana. El muchachito educado nos pregunta: de dónde eres, qué piensas de su país, hacia donde te diriges y todo lo que demuestre que está interesado y alagado de que tú estés aquí, nos recomienda lugares para recorrer. Luego se retira  cuando otros pasajeros suben al bus que estaba vacío hasta ese momento, excepto por otro muchacho que estaba en el asiento de atrás al nuestro. Pao y yo quedamos encantados con tal buen gesto. Entre ellos dos y sin que nos diéramos cuenta nos robaron, mil dólares a mí y quinientos pesos argentinos, eso era todo mi capital hasta el 31 de enero en que regresemos. A Pao le robaron doscientos dólares. Eso fue ayer a la mañana y nos dimos cuenta al llegar a Vilcabamba cuando quisimos pagar el hostal en el que estamos ahora y que, hay que decirlo, es uno de los lugares más bellos en los que haya parado en mi vida. Mas que el dinero, ayer habíamos perdido la alegría, ese placer de no tener preocupaciones, ese goce de la desatención, estos cabrones se llevaron eso. El dinero no nos importa, pero cómo sacar   ese rostro y toda su estrategia desplegada tan ágilmente sobre nosotros no será tarea fácil.    Un capitulo aparte todo lo que incluye la denuncia en una fiscalía en donde el auxiliar del fiscal no identifica una vaca adentro de un baño.
Vilcabamba es hermosa, pequeña, verde, productora de café  y de viejos longevos. En el centro de un gran valle sus montañas parecidas a la verde Salta, nos ha acogido con la misma servicialidad que nos han afanado. Mañana salimos para Cuenca, ya con la alegría reinstalada en nosotros, sabiendo que el dinero va y viene como la salud, o si no tendrían que ver a los viejos de aquí que para sacarles una foto te cobran un dólar, Ecuador esta dolarizado, mientras ríen a la cámara con caras de santos como si no supieran de qué va la cosa.      

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que en el fondo uno viaja para contar, no se concibe la existencia de viajes sin relatos. Lo que narrás es maravilloso, incluso cuando aparece la anécdota desafortunada.
Estos relatos tienen sonidos y sabores, bienvenidas las crónicas de aquello que parece tan lejano.
Carolina