Por Nacho Fittipaldi
Piero se acerca con la urgencia
del relato que se le cae de la boca. “Papá, mi maestra estuvo en Ushuaia, y
sabes qué, estuvo en la prisión del Petiso Orejudo” Escondo mi sorpresa, de esa
boca han salido palabras extraordinarias para un nene de su edad, desde los
tres años Pierito nos sorprende con su lengua, pero esto es disruptivo. Entonces
en vez de frenar su inercia, comento, “¿Sabes que tengo una foto de él?” Se le
ilumina la cara debajo de ese pelo rubio como de campo de girasol, “¿en serio?” dice,
chocho él/chocho yo. Tomo el libro que recoge la antología de crónicas
policiales en Argentina, abro la página 82 y ahí está el petiso, malvado,
enjuto, tan Dumbo. “Mirá las orejas que tiene” señalo la imagen. En la calle ladra
un perro y él avanza, siempre más allá, “¿por qué estaba en prisión?”. A esa
altura pienso en la maestra y la insulto en voz baja, bajísima. Intento una serie
de explicaciones sin entrar en los detalles, que mató cuatro niños de su misma
edad por ejemplo, todo eso que constituye al Petiso Orejudo en uno de los más perturbados,
siniestros, y maniáticos asesinos de la historia argentina, lo que no es poco
decir. Paulatinamente su interés cede y
Piero vuelve a su vida normal de leche y galletitas. Todos felices.
Al día siguiente a eso de las 16,
30 Hs suena mi celular, atiendo, es Piero, rarísimo, estoy en el caos de BsAs, la voz de Pierito,
su mensaje directo y claro en el medio de Constitución es un contraste. No dice
ni hola, va al hueso, “Papi, la maestra dice si no me prestas el libro del
Petiso Orejudo para llevar a la escuela” Respondo que sí mientras el tren llega
al andén, subo, él da por terminada la conversación. No entiendo cómo una
maestra llega a pronunciar las palabras “petiso-orejudo” adelante de nenes de
cinco años. Al llegar a Villa Elisa voy derechito al club donde Piero y Sabino
están nadando. En el vestuario me abaraja y me dice que cuando lleguemos a casa
tenemos que marcar la hoja en donde está la imagen del insano orejón. Procedemos.
Él se pone a mirar tele, yo corrijo exámenes. Al rato aparece y se pone junto a
mí, me mira, se que viene a preguntar algo, escupe “¿papi, a qué edad empezó a hacer
maldades el Petiso Orejudo?”, vuelvo a pensar en la maestra. “Desde chico hijo,
era malo desde muy chico” En la sucesión de horas que quedan entre el atardecer
y la hora de ir a dormir, este tipo de situaciones se van a repetir varias
veces, “¿papi, dejamos el libro en mi habitación para que no me olvide de
llevarlo a la escuela?”. La ansiedad que se registra en su actitud es
comparable con momentos, o hechos, tanto más concretos que llevar un libro de crónicas
policiales a la escuela, la llegada de Papá Noel, el día de su cumpleaños, o cuando
la abuela se queda a dormir en casa porque nosotros no estamos. El día llega,
Piero remolonea en la cama, no se quiere levantar, “dale Piero, levantate, hoy
tenes que llevar el libro a la escuela” esa frase activa en él la propulsión de
una turbina a un Boeing, se levanta en un respingo. Toma la leche, come, Sabino
es una radio implacable. Piero toma el libro y lo sujeta como el mejor sándwich
posible, además de la marca que hicimos con una banderita autoadhesiva, Piero
ha metido el dedo en la pagina en donde el petiso mira la cámara fotográfica que
producirá una imagen que será la de su legajo carcelario. Allá en el fin del
mundo, el Petiso Orejudo fue leyenda. A la distancia veo a la maestra, Piero
camina rápido tratando de llegar a ella como si le fueran a entregar un regalo
o un chocolate, el libro es visto por la maestra, es un mamotreto, “gracias
Piero!” dice y Piero abraza la pierna de su seño. Yo quedo impactado. Cayetano
Santos Godino es furor entre los educandos. Deseo que el próximo viaje de la maestra no sea a Auschwitz. Por el bien de todos.
1 comentario:
Lógicamente con esas orejas no puede ser más que un asesino
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