Por Nacho Fittipaldi
El papelito dice “miércoles 3 de
octubre, a las 10 Hs., los esperamos en la reunión de padres del grupo 1” El grupo 1 es el equivalente a la sala de 3. El
papel es una cagadita así, no dice nada más que esto. Le envío un wapp a Pao,
“Che, el 3 hay reunión de padres del grupo de Sabino” A Pao le encantan las
reuniones de padres, se queja porque en la escuela de los chicos hay pocas.
Ella quisiera tener más. Para mi está bien así. Pao pregunta, mete la cuña en
un sitio donde hasta recién había certeza, “¿Es reunión de padres o es para
hablar sobre sabino?” Es reunión de padres, confirmo sin saber si es cierto y
tratando de torcer el destino. Tomo el papel después de haber confirmado, re
leo, el mensaje es ambiguo, no es claro, es como si se lo hubieran distribuido
a mil padres más, qué se yo. “No sé –agrego- es poco claro el mensaje,
necesitan un curso de escritura” Pao escribe al grupo de mamis y papis (en el
que yo claramente no estoy) preguntando si todos han recibido esta suerte de
convite extraño en donde no queda claro quiénes son los invitados. La razón la
asiste. La reunión es para hablar sobre Sabino, mano a mano. Sabino es un amor,
en estos meses ha incorporado una cantidad de palabras, conjugaciones exactas,
abrazos y besos repartidos aquí y allá, “Te quiero mucho” dice de la nada
Sabino y te abraza. Lo amo y me ama, es mi debilidad, soy la suya. ¿Algo anda
mal? Tiemblo. Nada puede andar mal, si así fuera lo hubiese detectado. Soy su
papá y le hago caballito.
Llega el día. Después de haber
pospuesto la fecha inicial, llega el día, hoy es ese día. Miércoles 17 de
octubre, 10 de la mañana, el horario parte todo. Llegamos a la escuela, alguno
nenes corretean por ese parque indomable que la escuela es, en primavera el
verde corrió los límites de lo institucionalmente permitido. Mientras esperamos
pienso en eso que Pao me consultó ayer por la noche y desestimé, “¿Pasará algo
con sabino?” “No, boluda qué va a pasar –respondí-, sí es hermoso” ¿Y si pasa
algo con Sabi?
Caminamos junto a las maestras
por entre las aulas, un pasillo se cierra y dobla, pasamos por delante de la
sala de Piero, en mi cabeza conjeturo que mejor que Piero no nos vea acá porque
va a pensar que venimos por algún quilombo suyo. Giro la cabeza y desde la
ventana Piero nos saluda alegremente. Avanzamos y muy a mi pesar veo que detrás
nuestro la maestra de Piero sale, no sin agitarse, e intercepta a una de las
maestras de Sabino, cuchichean, onda “Ya que están acá pásenles también la
lista de las cagadas de Piero” Las maestras huelen sangre a lo Tiburón III. A
diferencia de la última reunión, creo que fue con motivo de una salvajada que
Piero había hecho, las sillas que nos ofrecen son para adultos y no aquellas para
niños de 5 años en las que no encontré forma alguna de acomodarme, siendo este,
el principal motivo de mi fastidio, aún más que la reunión misma. Hay un
silencio de sepultura. Miro a la maestra de Sabi e internamente siento que de
esa boca podrían salir palabras que estrujarían mi corazón. “El nene no
socializa” por ejemplo. Sentado ahí, rodeado de mapas, juegos pedagógicos,
damas chinas y tableros de ajedrez, siento que soy apenas un niño con
responsabilidades que me exceden. O tal vez soy un adulto que está dispuesto a
dejarse partir el corazón por sus hijos y sus vaivenes. Hago fuerza, trato de
inducir las palabras de la maestra, “pensa bien lo que vas a decir, vos no tenes idea lo que es Sabino en mi vida y no tenés derecho a
arruinarme la vida así” La maestra dice cosas intrascendentes, tiernas, algunas
a las que hay que prestarle atención para que Sabi no sufra innecesariamente.
Todo eso pasa en un tono amigable, somos adultos, hasta que la otra maestra dice,
“Y, recién, justo cuando veníamos para acá, la maestra de Piero me dijo que
bueno, Piero…” Y mientras habla yo hablo para mis adentros, converso con mis
riñones, pienso, “Pensá bien lo que vas a decir, ¿te pensas que no
la vi salir corriendo como si fuera a salvar la vida de alguien?, vos no tenes
idea lo que es Piero en mi vida y no tenes derecho a arruinarme la vida así” La
piba lanza una serie de cosas sobre Piero que son las mismas que el año pasado y
exactamente las mismas que Pierito hace en casa y que cualquiera puede ver un
fin de semana en casa. El chico es intenso. Entonces, al terminar la reunión
las miro a ambas, miro sus ojos, oigo sus palabras, observo sus gestos, son
pibas, escucho la lectura en voz alta del acta de la reunión que una de ellas
confeccionó, y siento que mis hijos me perforaron la vida. Siento que ese momento
en el que uno va a escuchar por dónde andan sus hijos, es un vértigo
existencial inusual. Justamente me lleva a un límite desconocido y muy
concreto de la vida, es el límite entre lo que uno puede tolerar y lo que no: El sufrimiento de sus hijos. Mis hijos me existen.
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