Por Nacho Fittipaldi
Día 1
Casabindo es un pueblo que está
en el medio de la puna jujeña. Decir que está perdido allí es una redundancia. Fundado
en 1602, y poseedor de una descomunal iglesia, conocida como la catedral de la
Puna, este pueblo luce hoy derruido o en re-construcción. Las paredes de adobe
están a mitad de camino, hacia arriba o hacia abajo. El pueblo parece
bombardeado o en construcción. Seguro con menos población que en los siglos
XVII, XVIII y XIX, cada 15 de agosto se realiza ahí mismo, y solo allí, la
celebración de ofrenda a Nuestra Virgen de la Asunción, a la cual los
casabinchos denominan la Mamita. La celebración es inamovible, se celebra el día
15 caiga el día que caiga. Este año cayó miércoles con lo cual acercarse hasta
allí implicó desacomodar la vida familiar y laboral.
La celebración tiene dos grandes
divisiones; por un lado la adoración a la Mamita que se inicia el día 14 con la
llegada de bandas de sikuris (lo que nosotros conocemos como siku) compuestas
además por quenas, platillos, erquencho, tambor y hasta flautas. Estas bandas
van a pareciendo por las pocas calles que el pueblo luce, Casabindo tiene 300
metros de ancho, y lo que primero aparece es su sonido, intenso, reiterado,
agudo y placentero. Entonces el encargado de hacer saber a todos que una banda
de sikuri esta rumbo a la iglesia, hace estallar una bomba de estruendo que
destruye la calma reinante en el pueblo. Habrá tantas bombas como bandas de
sikuris. Habrá tantas bombas como el bombero se le antoje; por otro lado están
las cuarteadas que ofrendan cabras y corderos partidos a la mitad, longitudinalmente;
el baile de los samilantes; toritos y caballitos; y finalmente a la noche, allá
por las 23, 30 Hs una celebración en honor a la Pachamama. Al día siguiente, la
actividad se inicia a las 6,30 Hs con una demencial explosión de bombas de
estruendo que cada veinte o treinta minutos se repetirán y extenderán hasta las
17,30 Hs. Desde la cama del lúgubre hospedaje se oyen las explosiones como un reloj despertador. Ese día, la
procesión será la antesala del tradicional y conocido toreo de la vincha. En lo
más íntimo reconozco que vine a ver especialmente eso, sin saber la intensidad
de lo que sucede el día previo que es hoy lo que me llevo conmigo.
Llegamos a Casabindo por la ruta
11, el martes 14 a eso de las 15, 30 Hs provenientes de Abra Pampa, luego de
comer unos ricos y abundantes sándwiches de milanesa en el comedor de una doña,
a razón de $50 por sándwich. Subimos al auto alquilado y nos introdujimos en la
puna. Desde hace años quería concretar este viaje. Luego de recorrer los 50 Km
que separan Casabindo de Abra Pampa, pude ver por fin las torres de esa mole de
adobe que es la catedral de la puna. Desde lejos se ve, y yo veía, esa misma imagen
que había visto en fotos, en videos, en televisión. Ni bien llegamos salimos a
caminar. La altura se instala con un leve pero persistente dolor de cabeza.
Según la programación a esta hora deberían estar sucediendo una serie de cosas
que no suceden. El pueblo está vacío y vacio acá quiere decir que no hemos
visto más de quince personas. Parece mentira que al día siguiente habrá 3000.
Recién a eso de las 17 Hs aparece la primera banda de sikuris. La segunda
aparece entrada la noche, a eso de las
19, salgo del hospedaje en busca de ellos, la noche es clara pero la calle
oscura, se los oye pero no se los ve. El bombero hace su trabajo, la bomba
explota puntualmente. Las campanas del campanario también suenan
endiabladamente. Un hombre petiso y gordo sube las escaleras del campanario
corriendo, como si fuera un atleta de elite haciendo la puesta a punto de un
torneo importante, no entiendo cómo hace eso sin morir desbocado. Correr acá es
un atentado contra sí. Una vez arriba hace escarmentar la aleación metálica.
Suenan los sikuris. Suenan las bombas. Doblan las campanas. Ese sonido será la
constante entre los días de celebración, cada tanto también largan cañitas voladoras y otros fuegos artificiales, en
principio tímidos, luego arranca una sucesión de lanzamientos multicolores que
parten la noche blanca para dar paso a la multiplicidad de colores que la puna,
naturalmente, niega. El mate cocido con menta calienta un poco el daño que esos
cinco grados bajo cero provocan.
Zapatillas, medias, calza térmica, remera térmica, buzo térmico,
campera, chal, chulo y guantes, no logran frenar la aguja anestesiante que la
helada provoca. Sin embargo la noche es esplendida y cuando escucho la siguiente
banda de sikuris, la de los Omahuaca, voz original de Humahuaca, mi corazón
late fuerte y no por la altura. Late así porque una vez más estoy exactamente donde
quiero estar, y eso es una canción, un sonido, un momento en el que todo
confluye, un segundo donde cristalizan todos los esfuerzos, lo necesario, todos
los mensajes, la logística, toda la voluntad, es mi deseo, mi inverosímil posibilidad
de hacerlo, la enorme posibilidad de que Igor, El rata y Trucco me acompañen en
un delirio como este. Es martes 14 de agosto, estamos a 3.377 metros sobre el
nivel del mar, hace cinco grados bajo cero, estamos a 1846 Km de La Plata y sin
embargo estamos a tiempo para reír, brindar, para mirarnos cómplicemente ante
tanta cosa ajena y a la vez disfrutarlo plenamente, a tiempo para dejarnos
llevar y sorprendernos.
Es un momento concreto en el que dos hombres
mayores vestidos con una tela roja, puesta como pollera larga hasta los
tobillos, y con una suerte de cinturón plástico que termina con una cabeza de
caballo, como de juguete, adherido en una sola pieza al cinturón, es decir
forma parte de él, y se mantiene firme en la zona que va desde el pubis hasta
el ombligo. Estos dos caballitos arrean a un tercer hombre que sin otras ropas más
que las habituales, luce en su cabeza una estructura plástica que simula el
cuerpo de un toro y cuya única similitud con este animal es que sobre su frente
lleva una cabeza de plástico con la cabeza de un torito y dos cuerno pequeños, de
no más de cinco centímetros. El que simula ser un toro es un sujeto que además
simula estar enojado y arremete contra el público. Baja la cabeza, muestra los
cuernos y encara al público presente hasta hacerlos trastabillar y caer al
suelo. Por lo general sus víctimas suelen ser personas que están sacando fotos
o filmando. Mientras tanto los caballitos intentan contener al torito que hará esto
durante una cantidad de tiempo desmesurada, tal vez media hora o cuarenta
minutos. Todo sucede entre la entrada a la iglesia y la entrada al predio donde
al día siguiente tendrá lugar la corrida de toros. Es la explanada de la
iglesia, serán siete metros, no más. A veces el torito se mete adentro de la
iglesia y arremete contra los feligreses que están allí participando de esta
celebración, o no, y simplemente rezan.
También están las cuarteras que
ofrendan cadáveres de cordero y cabras a la Mamita. Son dos mujeres que sujetan
al desafortunado animal por cada uno de
los extremos, ellas se balancean hacia adelante y hacia atrás, deben esquivar
la arremetida del torito que también se mete con ellas. El torito no respeta
nada. El cuerpo de los extintos animales sigue el balanceo de las cuarteras que
además deben esquivar los petardos que un desalmado arroja a sus pies. Los
petardos son arrojados entre el público que ahora debe esquivar las explosiones
y al torito. Poco a poco las cuarteras van ingresando a la iglesia para dejar a
los animales con carne y cuero al pie de la Mamita, rodeados de velas y
creyentes adoradores. La música, las campanas, las bombas, el torito, las
cuarteras, los cascabeles atados en las rodillas de los samilantes que simulan
ser suris y que danzan tosca, pero lisérgicamente, todo da un tono embriagador
a toda esta festividad. Por si fuera poco aparecen unas doñas ofreciendo vino
caliente para calentar no sé bien qué, porque nada alcanza, para enfrentar al
frío. El vino, el pan casero y el mate cocido circulan gratuitamente. Son ofrendas
de familias y de la comisión del pueblo que organiza cada año esta celebración.
Cuando el frio se torna insoportable y los sikuris, toritos, samilantes y las
campanas siguen sonando, entonces recién allí tiene lugar la ofrenda a la Pacha
y un fogón sobre el cual la poca gente presente, cien personas tal vez, se
arrojará para calmar el alienante frio. Recién ahí la noche concluye, o tal vez
no, y valga decir que esa noche, y la siguiente, transcurrirán en un hospedaje
sin aislación en el techo y sin calefacción en la habitación.
Día 2
A las 06,45 Hs del día miércoles 15,
el primer sonido no es un gallo, ni un ave, ni un burro. Es un bombazo que hace
crujir la puna, a los veinte minutos otro, otro y otro. El bombero está en su
cenit. Por nuestra parte solo nos levantaremos allá por las 9, desayunamos y
recién entonces cruzamos la calle y estamos en la cancha donde se hará la
toreada dentro de cinco horas. Por ahora se iza la bandera, una serie de
discursos se suceden, habla el presidente de la comisión pro- templo, es decir
el encargado de las ceremonias en relación a la Mamita; luego habla el
presidente de otra comisión que entiendo se refiere a la corrida; luego el
gobernador de Jujuy y ahí se inicia la misa. Casabindo espera este día durante
un año entero. Tal vez el día 16 de agosto sea el día más triste del pueblo. El
16 no hay bombas. El frío continua ahí, como lo cerros o la iglesia,
inmutables, ahora con sol la cosa se sobrelleva, al rato, a eso de las 11 Hs el
sol parte la geta. A toda la ropa puesta hay que agregar la pantalla solar, en
mi caso tres veces al día. Casabindo es hostil. La puna lo es. La ceremonia
religiosa da inicio, todos ingresan a La catedral de la Puna, eso durara dos
horas. Las gentes comienzan a poblar las tribunas desde donde se verá el toreo.
Sobre las paredes que hacen de muro, el perímetro de contención al toro, las
personas van dejando sus paños, toallas, camperas o lo que sea para indicar que
ese lugar será ocupado por alguien. Advertidos de esto hacemos lo propio. El
punto es que faltan algo así como cuatro horas para el toreo y nadie está
dispuesto a clavarse ahí durante ese tiempo, al rayo del sol y con el almuerzo
por delante. Tomamos mate mientras los toros ya aguardan en el corral, son unos
45 toros de los cuales solo saldrán a la palestra 11.
Tal vez los mas bravos, tal vez una mixtura
entre fiereza y aceitados vínculos con la comisión organizadora. Quién sabe.
Las horas pasan entre conversaciones absurdas, los ojos curiosos detectan
pequeños detalles que para nosotros son un mundo. Por ejemplo que el consumo de
alcohol es casi inexistente, no hay vendedores ofertando cerveza ni vino. Un
vendedor oferta sándwiches de miga como si esto fuera un consumo típico de la
región. No vende nada. Cuando la misa termina, la multitud que está dentro de
ella sale a pasear a la virgencita por todo el pueblo, esto quiere decir dos o
tres cuadras alrededor de la cancha donde los toros revolcaran changos. La
procesión reúne a todos y cada uno de los que la tarde/noche anterior tuvieron
un filo de protagonismo: Toritos, cuarteras, samilantes, bandas de sikuris y
por supuesto acompañados de unos buenos bombazos. Todo sucede en un radio de
150 metros alrededor de la iglesia, mas allá de eso Casabindo es una conjetura.
Más acá de eso, Casabindo es algo tan concreto e intenso que eriza la piel. La
primer cerveza está corriendo y nosotros armamos turnos para ir a comprar
comida, la procesión se aleja por apenas unos minutos, cuando la cola de la
procesión aun esta visible para nosotros, por la otra cuadra ya vislumbramos la
cabecera de esa misma procesión, los sikuris llenan de sonido este olvido. Cuando
la procesión culmina y el estomago ha recibido algo más de esta monótona dieta
compuesta por empanadas en doble turno, cerveza y vino, locro, humitas y
tamales y alguito mas, entonces recién allí, con la cola apoyada sobre el
paredón, y las piernas colgando hacia adentro de la cancha, la sangre vuelve a
fluir, siento otra vez esa precisión de lo buscado. Miro a mí alrededor y
reconozco todo como si ya hubiese estado ahí antes. Los toros saldrán a nuestro
costado derecho. Salen echando puta como decía mi abuelo Pepe, sin que yo
comprendiera nunca qué quiere decir esa frase. La salida del toro y toda esta
parafernalia de altísima desorganización será relatada por un locutor que, al
final del día, vale la mitad del espectáculo. El tipo es un creativo poco
comparable, es acido, gracioso, ocurrente, burlón. El relator esta siempre a
favor del toro y por lo general chicanea al torero para que salga de esa fina
capa de temor que estos muchachitos tienen. El altoparlante propaga la voz del
locutor con comentarios tales como “Bueno a ver, los que tengan miedo que se
vuelvan pa´las casas”, o “Vamos chango enfrente al toro que un golpecito no es
nada…dos puede ser” cosas así. En este espectáculo, a diferencia de las
corridas españolas, el toro no solo que no muere sino que nunca sale lastimado.
El objetivo del torero no es matarlo sino simplemente sacarle la vincha que
lleva puesta sobre su cabeza, justo entre medio de los cuernos. El torero debe
sacar la vincha evitando ser herido. Luego de enfrentar al toro cara a cara, al
menos tres veces, puede hacer el intento de tomar la vincha. Antes de eso no se
convalidará. Además del torero están los ayudantes que son los encargados de
distraer al toro en caso de que el torero sea embestido y quede mal herido. No
hay sangre ni violencia humana sobre el toro. No puedo decir lo mismo del toro
sobre el torero. Cada dos por tres vemos revolear al toro unos muchachos
enjutos, de ojos brillosos, corajudos o no, tal vez ebrios, el toro no
distingue y embiste. También hay vacas. Las vaca son peores, hay dos y han sido
bastante más crueles que los toros. Cada toro es anunciado por un bombazo. El
bombero se queda sin bombas a mitad de la tarde, entonces el relator dirá, “A
ver la gente de la comisión que acerque unas bombas a la pista” y al rato ahí está,
otra vez el bombero con sus medias naranjas haciendo tronar el cielo azul. El
toreo no es precisamente algo dinámico ni divertido, digamos. La cancha tiene
dimensiones siderales, 100x80 aproximadamente, a veces el toro tiene más miedo
que el torero, sale corriendo y entonces hay que ir tras él para provocar el
enfrentamiento, si esto sucede digamos tres veces por toro, la toreada será
francamente aburrida. No hay nada peor que un toro que reniega de su destino en
Casabindo. Otras, en cambio, son adrenalínicas, hay toros bien bravos que salen
definitivamente a buscar la manta roja que se le ofrece como objeto de
provocación. Entonces la corrida se inicia con la mano del toro tirando tierra
y levantando polvo, el torero se pone frente suyo, el toro decide cuando
embestir, se lanza una corrida breve pero excitante, el toro debe pesar 500 kg,
el torero 60. El muchacho hace seguir de largo a la bestia y cuando gira para dejar
pasar al animal intenta sacar la vincha, el toro siente el tironeo y entonces
levanta la cabeza para sacarse de encima esa mano que intenta ridiculizarlo. Sí
el toro siente que su cuerno ha golpeado a su víctima entonces será inclemente,
una vez que golpeó lo seguirá haciendo, esté el torero de pie o tirado a su
merced. Si la ayuda llega pronto, el torero saldrá ileso, de lo contrario podrá
ser pisoteado por el toro e intentara cabecearlo una y otra vez, pero nunca más allá de eso se verá una herida
de gravedad.
Todo esto dura poco, no es algo que no pueda soportarse, los
gritos del público y del locutor serán a favor del toro, o del torero, según lo
que este haya logrado cosechar antes de ser embestido por la bestia. Sin
embargo el locutor va mas allá y si alguno debe abandonar la cancha por una
herida, o un golpe que le impide continuar, y si la gente del SAME debe
asistirlo con la ambulancia que está al lado de la pared de acceso, el relator dirá
“No es nada gente, no se preocupen, un golpecito del toro no es nada, la Mamita
lo protege” al rato, cuando el torero regrese a la pista para ver desde adentro
como el resto de sus compañeros sigue con esta locura, el relator agregará “¿Vieron?,
ahí vuelve El negrito Chami, les dije, son golpecitos que la virgencita repara”
Mas tarde cuando otro torero caiga y el toro lo ponga en riesgo, este mismo
Chami saldrá en su ayuda y hará algunos movimientos valientes, entonces el
locutor arrojará esta frase “El SAME me le ha puesto suero y lo ha levantado
enérgico al chango. ¡Vamos Chami! Aplausos para el toro” Cosas así, hermosas,
vertiginosas y desopilantes. La corrida es larga, larguísima, los pasos se
suceden, las bombas salen cada vez que un toro es arrojado al ruedo, los toros
ya sin vincha son enlazados para meterlos en la manga y volverlos al corral,
son sogas agiles, no siempre mansas, la tarde cae, la toreada termina, el
pueblo se va vaciando, alguien deberá ayudar a Casabindo a salir de este lento retozar,
hasta el próximo 15 de agosto empieza a faltar exactamente un año. Y todo es
tan triste. Los sikuris deberán llenar de sonido este olvido anual hasta el próximo
bombazo.
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