23 mar 2016

Las zapatillas de mi mamá

Por Nacho Fittipaldi

Por alguna razón extraña en los accidentes de tránsito lo que primero pierden las víctimas es el calzado. Es un fenómeno raro, no explicado debidamente aún. Es frecuente ver en las imágenes televisivas posteriores que las víctimas, vivas o fallecidas, están sin calzado. Es interesante esa idea. El objeto que cubre los pies y apoya sobre el embrague, acelerador y freno, eso que esta allá abajo manejando los pedales del auto es lo que primero se extravía al provocarse el accidente. ¿Inercia, maleficio, fuerza G, multiplicación y combinación de fuerzas? Quién sabe. Luego los familiares de las víctimas pueden identificar la presencia de un familiar al identificar una zapatilla, un zapato, una hojota, “Esas zapatillas son de mi hijo” o “Son las zapatillas de él” son frases comunes en una morgue o en el sitio donde ocurrió un accidente de tránsito. Cuando se produjo la masacre de Cromañon las zapatillas de los chicos que murieron allí, y la de los que no, constituyó una simbología imborrable desde que lucen colgadas de los cables de la calle Mitre. En ese caso era curioso e impactante que todas las zapatillas se parecían entre sí, en el estilo. Miles de zapatillas All Star, Converse  y John Foos,   desparramadas por el piso manchadas de hollín.
Una zapatilla tirada en la calle recuerda lo inerte.
El radiólogo dice, “Señora, tiene que sacarse las zapatillas, poner la cabeza en esta punta y la rodilla acá”. Mamá se saca una zapatilla e intenta subir a la máquina en donde le sacarán la placa. Por la mañana tropezó con una raíz del jardín y golpeó su rodilla izquierda. Nada grave. Ayudo a subirla pero el radiólogo frena la operatoria. “No señora, las dos zapatillas tiene que sacarse, es para no estropear la máquina”. El gordito es muy amable y simpaticón. Cumple con los dos rasgos distintivos de los radiólogos jóvenes. Mamá se saca su otra zapatilla, en este caso la derecha, sube a la máquina y queda tendida boca arriba. Estoy de pie en una sala blanca, impoluta, sin olores ni elementos inútiles; una maquina gigante se apoderó de mi vieja, hay un silencio que dura apenas segundos, luego un sonido mecánico anuncia que el diagnóstico está en marcha. En mis manos tengo dos zapatillas, son las zapatillas de mi mamá. Son marca Avia, negras con el interior púrpura. Siento un profundo vacío y algo comienza a incomodarme. La cabeza de mi mamá está escondida debajo de una cortina plástica que cubre una estructura rectangular, parece un detector de metales. Acostada y en ese estado de debilidad siento por primera vez que mi mamá está vieja. Miro el tamaño de la máquina y pienso que la va a devorar socia de la muerte, impune. Pienso que ahora estamos acá por un golpe en la rodilla pero podría ser por algo mas grave. Es una sala de rayos pero podría ser un quirófano o una terapia intensiva. Su edad marca un espacio temporal límite. Su fragilidad, el mío. El peso de las zapatillas es leve, mínimo, sin embargo el peso que siento en el pecho es por reconocerme inerme frente a una hipotética ausencia. ¿Sí mamá muriera qué?
“Listo señora” El radiólogo avisa que en unos minutos nos da las placas. Al sujetar el brazo siento la flacidez del bíceps, del volumen total del brazo la mayor parte no es musculo. Al revés que yo. Y sin embargo esa fortaleza física se me hace que está invertida en un plano espiritual. A sus 69 años y con todo lo que mamá ha hecho por nosotros, y lo que sigue haciendo, yo no sabría qué hacer si se fuera. Miraría el techo y pediría explicaciones. Insultaría y blasfemaría, me cagaría en Dios y en la Santa Virgen. Siento que estoy tomando un brazo que pocas veces he sujetado, pienso en los abrazos que uno no da, en las palabras que uno silencia. Siento esa barrera caer sobre mi nuca. Dolor anticipado de lo que no se corregirá. Comprendo que por mera biología está más cerca de partir y de partirnos que de redistribuir los dispositivos sentimentales y sus recursos expresivos. Esta sensación es novedosa, ubicarse en el rol del hijo que asiste implica asumir que el otro también necesita. Pienso además que es una lástima que éste año, y solo por esa rodilla,  no puedas venir con nosotros, tus hijos y nietos, a Plaza de Mayo a decir Nunca Más, hoy más que nunca.

Tus zapatillas en mis manos, tu brazo entre mis dedos, tu vida en mi corazón…

5 comentarios:

Mana_Aaron dijo...

lindo post, un abrazo...ese sentimiento lo conozco, y no sé si si o si no, éste se acrecienta a medida que la distancia es mayor, la distancia digo de mi casa a la de mis padres...sana sana para la María Eugenia :)

Anónimo dijo...

Tambien yo conozco ese sentimiento....Ahora nosotros somos el horizonte...

Anónimo dijo...

Lloré...lógicamente... Es mamá... No es posible pensar en su ausencia.Los sentires son compartidos Nacho...Me emocionaste mucho

Ana Manzo dijo...

Me conmovió. Tal vez por la memoria de las muertes cercanas y queridas... o más seguro, por mis largos años, por la muerte cada vez más cercana, por los abrazos que aún necesito y los que necesito dar... Gracias Nacho!!

Unknown dijo...

Me emocionaste Nacho, es asi!! Uno los siente inmortales!! Me pasa con mi vieja!! Desde un tiempo con mi viejo!! Un beso grande!