Por Nacho Fittipaldi
Un viaje es una oportunidad. Este
viaje, o viajecito, fue una gran oportunidad. Es una búsqueda, es un mirar al
cielo y preguntar por qué, es sostener la mirada en ese cielo diáfano y oír el
sonido de la rompiente. Entregarse a las preguntas sin respuestas de Piero e
irritarse cuando las preguntas ya son doscientas catorce. Es comprobar que las
preguntas sin respuestas se harán llanto en la ruta, que nosotros esconderemos
el llanto ante nuestros hijos pero que no podemos escondernos entre nosotros. Manejo
y al lado mío sé que Pao llora. No necesito preguntarle por qué. Ella solo sabe
que estoy ahí. Cuando Piero despierta la risa es lo que suele prevalecer, cuando
ve una laguna y dice “Mira papi un mar” o “Papi pone <<susurrar un disco
viejo>>” frase de “Clara”, una canción de No te va a gustar que a él le
gusta, cuando agrega que “esta canción es la canción triste que le gusta a mamá”,
yo caigo en la cuenta de que esa canción es verdaderamente triste, que en otro
contexto es una canción mas pero ahora no y que ninguno puede sobrellevar eso
sin lagrimear. Mis anteojos de sol me protegen. Pao ni eso.
“Que
lindo que era verlos caminando
un
alma sola dividida en dos
la
orilla de ese mar los encantaba
quedaba
todo quieto alrededor
hermosa
fue la vida que llevaron
la
suerte no les quiso dar un sol
curioso
es que su risa iluminaba
hasta
el día que ese mal se la llevo”
Piero pide siete veces esa
canción hasta que al final afloja y el Cd sigue su rumbo hasta la canción
número quince en donde culminará como siempre. Después pedirá “Papi poneme
pa-pa-pa para soñar” una canción de Lila Down bastante más alegre que la de
NTVG. Sabino duerme y llora. La madre lo calma con galletitas Okebon y el niño
amaina, luego la teta a un costado de la ruta en un parador medio derruido pero
con sombra. La promesa (falsa) del mar y su cercanía es lo que oportunamente se
le dice a Piero para calmarlo. ¡Está excitado y contento!
“(…) se queda con su
foto en un rincón
y sueña encontrarla
arriba
escucha susurrar un
disco viejo
que su Clara una vez
le regaló”
Cuando los nenes vuelven a
dormirse, en el auto o en la casa, entonces aparecen las preguntas orales,
mutuas. Francas, sin rodeos, certeras, dolorosas, inexplicables, sin
respuestas. Todo será así. Este viaje estará atravesado por una ausencia y una
incertidumbre inobjetable como el mar pero igualmente objetiva y certera como
nosotros como familia. Estamos ahí, juntos. Es nuestra primera salida de a
cuatro. Intercalamos momentos hermosos, como cuando Sabino bajó a la playa y
zafándose de mis brazos gateó hacia el mar con la determinación de un
guardavidas, con momentos tristes. Un viaje también es una oportunidad para corroborar
como están los suyos y los suyos con uno. Ví que mi hijo mayor está hermoso,
celoso, inteligente, lo vi corriendo en la arena conmigo y jugando a mojarnos a
orillas del mar, corrimos carreras y lo dejé ganar, a instancias de Pao que
dice que yo compito con él, lo vi perderse debajo del agua ante una ola mas
alta que la resistencia que su cuerpecito podía ofrecerle. Me vi corriendo
desesperado, después de haberme caído torpemente en un pozo, pero con la
determinación de un guardavidas, para sujetarlo de un brazo, sacarlo como de
adentro de un aljibe y abrazarlo fuerte para calmarlo y decirle que no pasó
nada, que ya está, que ya va a pasar. Busqué con la mirada a Pao verificando
que todos estén en su lugar, que esa amenaza de desorden se corrigió con mi
corrida, torpe y todo; la vi allá, lejos, con la mirada en el celular en esa
imposibilidad de salir de esa marea de información, imágenes, preguntas y
conjeturas que la muerte ha dejado. Vi jugando a Sabino en la arena con soltura de adulto. Lo vi
comer Okebon con arena. Lo dormí en mis brazos y lo protegí del sol. Eso me
hizo feliz. Después lo vi despertarse y su cara de dormido es como la de un
jubilado que se levanta de la siesta para tomarse un té y ver Infama. Comprobé
que Pierito está demandante y que esa demanda me incluye, eso me hace feliz,
que se apene de haberse quedado dormido justo a la hora de prender el fueguito
para el asado, “Y si, a veces me pierdo esos momentos” va a decir al día
siguiente con lamento pero sin resignación. Con madurez, diría. Que nunca querrá dejar de correr carreras que
terminan dentro del mar.
“(…) se queda con su
foto en un rincón
y sueña encontrarla
arriba
escucha susurrar un
disco viejo
que su clara una vez
le regaló
la lleva bien pegada
al corazón
se alegra de nunca
despedirla
pero no va más por la
orilla caminando
porque sabe que era
hermoso entre los dos”
Un viaje es un momento y una
serie de intentos. Mi momento es esa hora de la tarde en la que aparece el
mate, el sol se pone y la brisa invita a ponerse un buzo y contemplar el mar.
Con vos amor, hemos visto el mar y el atardecer de Perú, Ecuador y Colombia,
hemos leído en silencio durante horas mientras fuimos dos, hemos reído y mirado
esos mares besándonos, pensando destinos, recorridos, comidas y un futuro
juntos. Un día, en el transcurso de un atardecer me preguntaste si quería tener
hijos con vos, fue en Montañita, mi sorpresa amplia. En ese momento te dije que
sí sin saber lo que eso implicaría para nuestras vidas. Hoy, mirando tiempo
atrás, mirando a cada uno de ustedes a los ojos, hoy que vemos el mar de a
cuatro yo te vuelvo a decir que sí, y mi momento es ese frente al mar, es este
con ustedes en esa cortina de agua que viene y que va, dejando espuma, que te
da y que te quita lo mismo que te obliga a reflexionar que esto es hermoso y robusto pero que al segundo
siguiente puede ya no estar o metamorfosearse. Su naturaleza lo hace intenso,
quebradizo y no puede menos que llenarnos de inmensa alegría e igual dosis de
temor, incertidumbre y desamapro. Las lágrimas son por eso. El intento, es hacer
esos momentos interminables.
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