Por Nacho Fittipaldi
Días pasados estaba en Arana y Belgrano
haciendo compras y de repente apareció en mi campo visual una persona que me hizo
dudar de todo. Estaba acompañado de otras dos personas que lo ladeaban, me sentí en otra época. Viajé a mi infancia y recordé el mal que había hecho. Sin
culpa en el presente afiné la vista, la difusa luz me obligó a reconsiderar la
situación, era nochecita y desde dentro del auto mi campo visual se hacia
angosto y profundo, dudé. <<No puede ser –pensé- tiene que estar muerto>>
Era una de esas personas que formaron parte de ese círculo lejano pero
cotidiano, ese contorno de sujetos y lugares que son la niñez y adolescencia. Caminaba
con dificultad y vi que a su lado su mujer (que también debería estar muerta) y
su hijo lo ayudaban a desplazarse; a falta de un lazarillo buenos son los
hijos. Era El cieguito, ¿lo recuerdan? El cieguito era un tipo que no veía, o
veía poco y nada. Tenía un kiosco al lado de la Esso que está en Arana y Belgrano, hacia el lado de La
Plata, sobre el camino Belgrano. Era un negocio raro, sin mucha mercadería, con
un olor a encierro característico, tanto más pequeño y menos exitoso que el kiosco
de Pertuso que aún persiste pero cuyo inicial dueño, el viejo Pertuso, todos
hacemos fenecido. El kiosco del cieguito tenía una singularidad…era atendido
por él. Ciego y todo se sentaba en una silla al final de un pasillo y esperaba
el sonido del timbre que lo alertaba sobre la presencia de un cliente. El
cieguito atendía por una pequeña ventana cuadrada de unos 50x50 que permanecía
cerrada por dentro hasta que él la abría. Luego se le solicitaba lo que uno
necesitaba y él iba a buscarlo. Detalle: dejaba la ventana abierta. Cada tanto
a mi me alzaba un amigo, le decíamos que queríamos algo que estaba muy lejos de
la ventana, y cuando estaba bien lejos yo metía la mano por la ventana y robaba
alguna golosina. Al oír el ruido El
cieguito volvía rápido hacia nosotros con un grito corto y seco, <<Salga de ahí!!>>.
No nos insultaba. A veces lo ayudaba su mujer, y cuando ella estaba había que
abortar la operación hurto. Tomaban té y mate y comían galletitas. Me pregunto
cómo hacía él para distinguir todos los pocos productos que había en el kiosco.
Con el dinero es mas fácil porque vienen con un sistema que les permite a los
cieguitos saber qué billete tienen entre manos, pero la mercadería no. ¿Distinguiría
plástico por plástico, sonido por sonido, tamaño por tamaño cada producto?
Incluso ordenando sistemáticamente la mercadería en un mismo lugar, tiene que
haber sido una proeza distinguir todo aquello. Por algo se re-nombró como
personas con capacidades diferentes a lo que antes se llamaba discapacitados. Y
como dijo Piero el otro día <<Mamá, te imaginas si vos no estas, papá y
yo no encontramos nada?”
El cieguito, su mujer y su hijo,
tenían una peculiaridad: Parecían de otra época. De otro siglo. Usaban ropa tejida
por la señora que, si no recuerdo mal era portuguesa, a medida que escribo la
memoria va aflorando como el barro
después de la inundación. Además usaban ropa muy abrigada independientemente
del calor que hiciera, eran blancos, blanquísimos como si el sol los dañara. De
golpe avanzan y pasan por un lugar con mas luz y entonces corroboro que son
ellos, El cieguito, su mujer y su singular hijo. Porque, El cieguito y su mujer
son personas hoy viejísimas, pero 25 años atrás también eran grandes para mí, o
sea que era normal que yo las viera como <<antiguas>>. ¿Pero el
hijo? El hijo, no. El hijo parecía contemporáneo a ellos y eso no podía ser, tiene mi edad, si
era el hijo ellos deberían llevarle 18 o 20 años. El hijo atrasaba el
calendario al estar con ellos, usaba su misma ropa, comía la misma comida,
dialogaban de las mismas cosas de adultos, movía su intestino igual que sus
padres y era ensombrecido por aquella cosa gris que la ceguera propaga. Hoy el
cieguito tiene algunas canas más que las que tengo yo, que son muchísimas más
que las que él tenía a mi edad, su hijo sigue igual de antiguo pero sin canas, debe tener mi edad, visten igual que siempre y viven sin sol, andan muy campantes desafiando la
atención de los vecinos que no dan cuenta de lo que sus ojos ven.
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