17 jun 2015

La llegada de Sabino

Por Nacho Fittipaldi

La angustia parecía haberse ido, al menos Esa angustia, ese sentir extraño, espeso y dolido que había aparecido, secuestrándome, en la sala de espera mientras Piero era traído a este mundo mediante esa práctica compleja denominada cesárea. Pocas veces me sentí más solo que esa tarde. Cuando me dieron a Piero sentí la tranquilidad y la paz que me habían enseñado en catequesis y a la que solo se accedía en el Cielo.
Otra vez la escena de parto. Pao en el quirófano, el mismo quirófano, yo solo con toda mi soledad pero ahora estaba Piero. Piero crecido, Piero amado, Piero luminoso y brillante. Mi soledad era no estar con él. Ahora que yo esperaba por mi segundo hijo, lo escribo y parece que eso le sucedió a otro, mi segundo hijo, esa angustia estaba ausente, en cambio había en mi una gran tranquilidad, aquello que me vino la primera vez que ví a Pierito, ahora lo sentía en la espera, minutos antes de toparme con Sabino. Sabía lo que venía pero no sabía cómo.
Ella rumbo al quirófano, yo, esta vez rumbo a la habitación en la que debería aguardar, al separarme de Pao esta vez me sentía maduro, mayor, tranquilo aunque impaciente. Está vez dejaríamos de ser tres para pasar a ser cuatro. Antes habíamos dejado de ser dos (o una misma cosa) para ser tres. Y eso nos había cambiado la vida para siempre. Ahora ya no estaba solo, ahora estaba Piero en mí, siéndome, en algún lugar, con mi vieja o con sus primos, con algunos de todos sus primos en algún lugar por donde yo, seguro, había jugado hace más de treinta años en mi infancia lejana.
Nos separábamos y cuando volviéramos a vernos tendríamos otro hijo en común, nuestro hijo en común. Otro. 
Busco la habitación, hay un temor y es  no saber con quién vamos a compartir la habitación. Ingreso a la habitación 510 y veo que no hay nadie, “Buenísimo -pienso-, estamos solos”. Camino dos pasos, “Malísimo –pienso- esta habitación es diminuta, dónde carajo voy a dormir, no entro en el espacio que queda entre la cama y la pared”. Ingreso a la habitación y lo primero que veo en el piso son restos de fideos y salsa. “Malísimo –pienso-.” “La re-concha de la lora –pienso-”. “Hijos de mil puta –pienso-.” “Malísimo”
Los minutos van pasando y sé que el momento se acerca, estoy solo, sentado en una cama de una habitación diminuta con salsa y fideos en el piso. Sé que un enfermero va a aparecer por esa puerta que no me dice nada y que entre sus brazos tendrá a mi hijo, sé que eso materializará un nuevo cambio, procuro que cuando eso suceda el festival de hidratos de carbono ya no esté en el piso, el cambio será definitivo, todos asumiremos nuevos roles, nuestras relaciones se verán re-significadas, habrá que utilizar todo el repertorio, será complejo para Pierito ahora, adorado para él dentro de un tiempo, cuánto tiempo necesitará para adorar a su hermano es una respuesta que nadie tiene. A mí las ganas de matarlo a Pablo se me han ido recientemente de manera que, cuándo él disfrutará de Sabino es algo sobre lo que no se puede decir nada. Simplemente que llegará.
De golpe se abre la puerta y me avisan que nos mudan a la habitación 506, arranco con la mudanza, los fideos quedan atrás, en el piso, abro la puerta de la 506 y veo una chica en la cama con cara de <<acabo de parir>>, sin embargo sonríe, con ella una señora con cara de <<te voy a cagar la vida>>. Sucederá. La chica acaba de parir su tercer hijo y de desangrarse en el quirófano. Cuando salgo al pasillo en plena mudanza veo a un enfermero. Reconozco la mantita celeste con lunares blancos. “Fittipaldi”, grita el enfermero, es Sabino, el “Fittipaldi” me hace acordar a cuando me llamaban para cagarme a pedos en el secundario, este, “Fittipaldi” tiene algo de eso, de reto, no de qué cagada te mandaste pero sí de dónde está el padre de este pibe, “Acá” le grito yo en la otra punta del pasillo. El flaco se acerca hasta mí, “Este es tu hijo –dice-, la mamá está bien, en un rato la bajan, el bebé pesó 3.220 Kg. Te felicito” Yo lo tomo y sé que su peso será insignificante, sé que mis brazos apenas lo sentirán, de ahí viene un miedo masculino, el miedo a que por no sentir el peso del bebé, éste resbale y caiga al piso. Sabino está debajo de un manojo de frazaditas, está ahí, esperando a que alguien lo descubra, tiene manos gigantes, una pera como la mía, tiene algo de Pao y algo de Piero.  Ahora hay que esperar por “La mami” que bajará drogada y dolida.
Al re-ingresar a la habitación veo que la televisión está encendida, para mi curiosidad están viendo CSI, la serie policial yanqui que investiga homicidios y cuya metodología es perfecta e inefable, una escuela de investigación distanciada de la evidenciada en el departamento de Nisman; la chica me felicita, vuelve a sonreír, ésta habitación es mucho más grande, la señora también, la vieja resulta ser fanática de CSI. Se sabe los nombres de los personajes, sabe los nombres de los actores y se conoce los capítulos de punta a punta y recuerda los modos en que se resuelven los casos. Las imágenes de un cuerpo calcinado son un tanto fuerte como para una maternidad, pero bueno. La vieja parece adicta y yo estoy concentrado en mirar a mi hijo y susurrarle cosas al oído. Le cuento que tiene un hermano que es un personaje, abuelos, primos a patadas, tíos para cubrir todos los fines de semana del año, gente querida muy cerca, y muchísima gente mala, muy lejos. Le cuento que es la semana de mayo y de pronto un grito irrumpe en el casi silencio ahora corrompido. La vieja dice, “Uyy este capítulo está buenísimo”, habla sola, mirando el plasma, la hija está dolida, yo en lo mío.
Cuando llega Pao veo que la tratan como una bolsa de papas, ¿y el parto respetado?, la tiran arriba de la cama, a mi si me tiran así me dolería todo, aun sin cesárea. Le doy un beso y le digo “Mirá, acá está, es hermoso” Siento algo raro, somos tres, como siempre, pero falta algo, no, falta alguien, somos tres y no está Piero. Es la primera vez que somos tres y no está él. Pobre gordo.
Hasta el momento no sabemos si la chica es madre soltera, o si el padre está fuera del país, o si está de viaje por la argentina vendiendo veneno para hormigas, o si llega en un rato. Llega en un rato. Entra y al verlo ya sé que es un pelotudo, sé que mira TN y que Andy Kusnetzoff le parece “un groso”, viste ropa deportiva, barba candado, luce un cuerpo que no denota la actividad deportiva frecuente, y viene con los dos retoños. Los retoños tienen entre 6 y 8 años, también visten remeras, buzos y pantalones de clubes de futbol, ninguno de la Argentina. Uno de ellos esta con botines, los pibes están sucios y transpirados. La madre muestra una alegría parcial al verlos, “Con cuidado que es chiquito”, le dice a uno que finge amor ante el bebé. La abuela los recibe eufórica, como si estrenaran una nueva temporada de CSI. La madre está dolida y sentada en la silla. El padre y los dos pibes, Bauti y Santino, se acuestan en la cama y se ponen a ver Los Simpson. La abuela le dice a Bauti si no se trajo otra remera, el pibe responde que sí, se saca la remera, se queda en cuero en el medio de la habitación, tira la remera contra una pared y le indica a la abuela, fanática de CSI, el lugar en el está la remera de repuesto. Un chiquitín después llega la hermana de ella con el marido, “el cuña” del barbeta, y una nena. La nena  y Santino se ponen a jugar a las figuritas en el piso, en el medio del paso, en el que ya estaban las mochis de Bauti y Santi. Un rato después llegan los padres del barbeta y la tía. Y solo unos minutos más tarde unas amigas de la parturienta. Son 11 visitas y la habitación es una kermesse. Nadie habla en voz baja, más bien podríamos decir que son una familia de hablar alto. Utilizan las casi dos horas que dura el horario de visita. Yo estoy francamente de mal humor. Aún así Pao y Sabino logran dormir, creo que eso es lo único que me tranquiliza. Al rato llegan mis visitas, abren la puerta y ven que aquello se ha convertido en la asamblea general anual del partido comunista chino. Juiciosos, se quedan afuera. Salgo a su encuentro y charlamos un rato, en el pasillo veo dos señoras buscando una habitación que no encuentran, tienen cara de maestras del Normal 2 y un tipo con cara de escribano mira las terminaciones de la pintura en los ángulos que forman las paredes. Solo por provocar les pregunto, “Buscan la habitación 506??” Ellas que ya vienen a las risotadas responden que sí y les indico la puerta en la que están la chica, el barbeta, Bauti y Santi, la fanática de CSI, la cuñada, el cuñado, la nena y las amigas de Marce, las maestras y el escribano ingresan y se saludan a los abrazos. Son 14 en la habitación. Le pregunto al pediatra si no le parece que son muchas personas siendo que el reglamento que nos entregaron indica que son dos visitas como máximo y que ellos están excedidos seis veces en ese número. Responde que sí pero no hace nada al respecto. De a uno se van yendo pero son tantos que tardan como una hora en irse. Cuando se han ido todos una paciente calma se establece en la habitación, llega la noche, llega mi relevo, llega Pauli. Gracias Pauli!!! Voy a buscar a Pierito, voy a darle la noticia, le voy a decir que nació su hermano, que mamá está bien, que si todo va como nosotros lo deseamos pronto estaremos todos en casa para construir eso que sea que llaman familia.
A veinte días de aquello la tranquilidad y el disfrute de la llegada de Sabino se han asentado. No así el ánimo del hermano mayor y el Tinku que desata a diario. Sin embargo, por alguna razón todo es más calmo en mí, o la manera en que uno disfruta está deslindada del temor que me poseía cuando nació Piero. 
Y Pao ahí, vos amor, seguís siendo esa buena noticia. Ya no hay dolor, no hay soledad, hay amor, un sillón, y el frío de la noche en Villa Elisa instalandose, un fuego que calienta y nosotros cuatro sentados ahí, mirándonos para siempre en esa vida, en eso que no sé si alguno había imaginado siquiera como un buen sueño que podía ser vivido, siempre que nos animáramos.


1 comentario:

Gisela dijo...

hermosisimo relato nacho! besos a los 4