Un ave hermosa roza a otra. Rota. Y en ese darse le contagia
su hermosor, al darse cae al piso y germina de allí, allí, una bruma de sílabas.
Forman una palabra, una música inspirada, notas blancas, corcheas, fusas, notas
negras, sufridas, queridas, blancas, difusas, buscadas negadas, notas negras
teñidas, recuperadas al amor. Del amor. Ellos se ven, se caen, se recuperan, se
entremezclan en el dolor, no se salvan, se superponen al dolor aisladamente. Se
aman pero en ese caso, caso omiso, en esa casa en la que se amaban antes de
poder mostrarse enteros al amor, se
recomponen. Pudieron. Lograron ver ese espacio de luz que se filtraba a una
hora del día, o de la tarde, en que todo conduce a una alegría o un estado de
felicidad que se tamiza entre dos cuerpos que han perdido a uno. Siguen. Son
ellos, no son los mismos, algo los ha cambiado para siempre, han transitado caminos
y una huella que queda, doliendo. Duele. Queda atrás. Se remplaza y emplaza en
un lugar, vigoroso, por donde filtra la luz, otra, otra que está viniendo, que
late, patea, se muestra, cómo patea, hijo, pide, reclama, ordena, exige, mírenme,
estoy acá, llegando para rebalsar. Rebalsándolos. Recreándolos al infinito. Para
subvertirlo todo de una buena vez.
1 comentario:
Hay de esa luz que supo colarse por nuestras grietas, hay de esa luz que atravesó mis días haciendome vivenciar la certeza del sentir.
Devenires de una apuesta sostenida, locamente sostenida hasta el abismo. Tan loco nuestro amor que creímos que esto sería posible.
Pao
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