30 nov 2012

Palabras constantes


Por Nacho Fittipaldi (para mis amores)

Un ave hermosa roza a otra. Rota. Y en ese darse le contagia su hermosor, al darse cae al piso y germina de allí, allí, una bruma de sílabas. Forman una palabra, una música inspirada, notas blancas, corcheas, fusas, notas negras, sufridas, queridas, blancas, difusas, buscadas negadas, notas negras teñidas, recuperadas al amor. Del amor. Ellos se ven, se caen, se recuperan, se entremezclan en el dolor, no se salvan, se superponen al dolor aisladamente. Se aman pero en ese caso, caso omiso, en esa casa en la que se amaban antes de poder mostrarse enteros al amor,  se recomponen. Pudieron. Lograron ver ese espacio de luz que se filtraba a una hora del día, o de la tarde, en que todo conduce a una alegría o un estado de felicidad que se tamiza entre dos cuerpos que han perdido a uno. Siguen. Son ellos, no son los mismos, algo los ha cambiado para siempre, han transitado caminos y una huella que queda, doliendo. Duele. Queda atrás. Se remplaza y emplaza en un lugar, vigoroso, por donde filtra la luz, otra, otra que está viniendo, que late, patea, se muestra, cómo patea, hijo, pide, reclama, ordena, exige, mírenme, estoy acá, llegando para rebalsar. Rebalsándolos. Recreándolos al infinito. Para subvertirlo todo de una buena vez.   

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay de esa luz que supo colarse por nuestras grietas, hay de esa luz que atravesó mis días haciendome vivenciar la certeza del sentir.
Devenires de una apuesta sostenida, locamente sostenida hasta el abismo. Tan loco nuestro amor que creímos que esto sería posible.
Pao