Por Nacho Fittipaldi
La imagen parte el alma. Parado con una caja de cartón, más ancha que alta y con un agujero en el centro, como si adentro hubiera una tortuga y por allí comiera, el viejo sostiene una caja y una esperanza. Pegado con plasticola (nunca con voligoma), de la caja cuelga un cartel mínimo, hay algo escrito pero desde donde estoy no llego a leer. La cola avanza lentamente, el sol pega duro sobre la piel de los que, con otro tipo de esperanza, nos ilusionamos con que haya dinero en los cajeros. Todos entramos y retiramos plata. Por ser el cajero de la Plaza Belgrano de City Bell puedo suponer que en las distintas cajas de ahorro de los usuarios que por aquí pululan hay sumas muy distintas de dinero. En algunas habrá $4000, en otras $17900, tal vez $100.000. En otras nada. El hombre está parado ahí al menos desde hace cuatro meses. Cada vez que vengo ahí está, con esa caja. Con esa cara. Si llueve, se moja. Si sale el sol, se cubre bajo la sombra de ese hermoso tilo tan igual a los otros. Ahora hay un perfume distintivo por sobre el resto de los árboles. Descuento que es un jubilado cagado de hambre que pide dinero para llegar a fin de mes. Escenas como estas se cuentan por miles en todas las ciudades del país. La cola avanza, leo, para mi sorpresa descubro que el hombre está juntando dinero, no pidiendo. Son cosas distintas. No es que necesita cien mangos para comprar medio de pan y cien de salame. Necesita juntar una cantidad de dinero determinada para algo muy concreto. Es una causa colectiva. Un proyecto a largo plazo. Un infierno de varios. “Maira Pérez necesita una prótesis para ambas piernas”. El hombre no habla. Jamás. Solo está ahí, quietecito, sujeta la caja con las dos manos y solo dice “Gracias”, cuando uno de cada diez le da algo de dinero. Su expresión es impertérrita. No es tristeza lo que se deja ver. Su cara no es de tristeza. Es esa cara de tano bajando del barco, es cara de “queda tanto por hacer” y a la vez “ya no hay salida”. La alcancía de cartón dice que Maira cuenta con 10.000 dólares, pero le faltan 20.000 para viajar a Cuba y realizar la operación. ¡30.000 dólares! O sea, no son una familia pobre que pide para pagar la olla. Es una familia que cuenta con cierto capital, tal vez incluso superior al de muchos que vienen a retirar dinero a diario aquí y que no cuentan con capacidad de ahorro, pero a la vez una suma escasa para concretar la intervención. Las zapatillas del viejo son de una marca inexistente, los jeans son negros, no son antiguos pero el talle es como para otro cuerpo, pasan las horas y el viejo sigue allí, los pocos pesos que caen dentro de la alcancía nunca cubrirán los gastos de la operación, él lo sabe. Es dinero licuándose. El sweater ahora lo protege del viento frío de febrero, la camisa es gruesa y casi siempre la misma, los ojos son de aceituna, la nariz de loro. El texto que explica la situación de Maira es ininteligible, no tanto por la desprolijidad de la letra, sino más bien porque el texto está escrito en forma de triángulo invertido, de tal modo que la primera oración se lee fácilmente pero la segunda ya no. La tercera es una conjetura imaginaria y de allí para abajo no se entiende nada. La hoja es A4, rectangular, perfecta, pero el texto conforma un triángulo invertido, la desprolijidad es similar a la mía, es como si el texto lo hubiera escrito yo reproduciendo esa tara paterna de escribir ahorrando papel bajo la superstición, o la falsa idea, de que ahorrar papel determina una mejor situación para la humanidad. No hablo de reducir el consumo de papel a escala global. Hablo de ahorrar espacio en la hoja que igualmente se malgastará se le dé el uso que se le dé. El viejo parece haber escrito a las corridas. Como si la noticia de la intervención le hubiera caído como una fruta madura pero a destiempo, antes de lo previsto, sin tiempo para corregir, sin tiempo para decir “lo vuelvo a escribir”, como si este texto fuera lo único que pudo escribir cuando recibió esa pésima noticia sobre… ¿su compañera de toda la vida?, ¿su hija?, ¿su nieta? Nada sabemos. Lo único que pudo escribir pidiendo ayuda, y asumiendo el acto heroico de permanecer de pie, pidiendo dinero como si no se pudiera hacer nada más, y a la vez como si eso fuera poca cosa, esa exposición, ese esfuerzo a esa edad, ese tan no estar estando. Permanecer de pie intentando algo. La alcancía de cartón está allí cada día, habitada por una esperanza y una tortuga que deglute dinero.
1 comentario:
Sii....me conmueve...cada vez que voy..ese aire de que ya no espera nada..y sin embargo va y está,suping s que todos los días
Trate de leer su historia pero es ininteligible el texto en el cartón.asi que opte por ayudarle con algo..sin preguntar..porque me asusta su tragedia.
La mirada de reconocimiento..simi similar a la de un perro..me reconforta.
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