15 mar 2018

Paraná, crónicas indiscretas


Por Nacho Fittipaldi


En el auto que denominamos “auto uno” viajan Pocke, Beto (el mal educado del grupo), Flavio y yo. El auto es el mío. Ni bien se arma el viaje Beto se sube al asiento del acompañante. En el auto dos van Franco, Seba, Villo y el hombre que nada pecho: Toro. El auto uno sale de City Bell a las 10 horas del viernes 10 de marzo. El auto dos sale a las 14,30 Hs. Para el viaje preparé unos bizcochitos de avena una receta que mi vieja hace desde que somos niños, sencilla pero efectiva. Sabiendo que Beto es de buen comer, preparo el doble de proporciones que lo habitual. Pese a ello Flavio decide parar a comprar otra cosa y se despacha con dos generosas docenas de facturas, lo que arroja 6 facturas per capita, más los 2 kg de bizcochitos. Así arrancamos. La actitud de Beto como copiloto es lamentable. Los mates llegan desde el asiento de atrás, Flavio es quien provee, así será ida y vuelta, además de ser el único decidido a colaborar alternando el volante conmigo. La actitud de Pocke (en el auto) también es más bien pasiva y olvidable.
Llegados a Paraná vamos al hotel hacer el check in, dejar los bolsos e ir de inmediato a la playa. La habitación tiene tres camas individuales y una matrimonial. Un criterio para quedarse con esa cama podría haber sido, por ejemplo, que el que manejó mas duerma más cómodo, o que sorteáramos la cama doble, o cualquier otro criterio que se les ocurra, pero no, la bestia de Huanguelen se tira sobre la cama matrimonial con cara de “sáquenme si pueden” y actitud de foca en celo. Asunto resuelto. Él dormirá ahí las dos noches.
Ya en la playa descubro la belleza de ese rio que siempre me produce una misma sensación: La combinación de admiración y majestuosidad. El río esta calmo, casi nada de gente en la playa, apenas dos viejas y una pareja de nuestra edad con sus pibes en el agua. Adentro del río un grupo de entrenamiento hace kayak o algo que se le parece. Hace 32º y para mañana anuncian 34. Caídos en la cuenta, reconocemos que  no hemos almorzado, solo mate, bizcochos y atracón de facturas. De ahí vamos al club, apenas doscientos metros a pie, donde mañana haremos la confirmación de inscripción y el punto final de la carrera. Reservamos mesa para comer todos juntos esa misma noche, al aire libre. El auto 2 viene demorado, pese a nuestra tajante, oportuna y explicita indicación de NO BAJAR por la avenida  9 de julio ingresan en 9 de julio y se comen el tedio y fastidio de embotellarse en Bs.As. Merecido.
Reservada la mesa salimos a caminar por la costanera, el calor es sofocante, son las 18,30 Hs y el calor es algo molesto ya. La costanera de Paraná tiene ese mismo encanto que ya disfruté en Posadas y Corrientes. La ciudad da al río, se vuelca sobre él. El río está alto, mañana será una carrera rápida. Caminando entre los lugareños que pese al calor salen a trotar, andar en bici o simplemente a tomar mate frente al río, descubro, así como así, como si mi cerebro tuviera un GPC pre configurado, un local de Patagonia, frente al rio y una hospitalaria pizarra que dice “Happy hour de 18 a 21” ahí echamos el ancla. El auto 2 aun está en la ruta y nosotros vamos por la primera cerveza del fin de semana. El local está en la pendiente de la barranca que llega al río, en el medio del lugar prevalece un eucaliptus de dimensiones desmesuradas, las mesas están puestas en torno a él, entre desniveles y loros barranqueros que hacen de sus alaridos el sonido ambiente. El sol se cae en el Paraná. Los dos veterinarios de la mesa se manifiestan abiertamente incordiosos con las verdes aves. Insensibles. Las conversaciones se desparraman hacia varios lugares, en cada una de ellas hay una constante, Beto interrumpe todo lo que no le interesa, vos podes estar contando que te tienen que cortar un brazo por una gangrena y él te interrumpe para contarte que Huanguelen se quiere independizar de Coronel Suarez. Ya alertados, con Pocke y Flavio nos concentramos en tratar de educar a Beto en tan nefasta conducta. Al menos durante este fin de semana. Beto se ofende. Él mismo ha dicho en el auto que la cuestión central de la sociedad es la educación, y que el principal problema de Alexis es que se comporta como un muchacho de Berazategui en el corazón de City Bell. Paradojas.
Las cervezas corren y son las 20 Hs. Dan ganas de quedarse a vivir acá. Volvemos al hotel. Nos bañamos, volvemos al club, elegimos una mesa. La noche está calma, el río no hace un solo ruido pero está ahí, inmenso, soñado, latente como el inmenso manto que es. El auto 2 sigue dando vueltas no sabemos por dónde, son las 22, 30 Hs y no han llegado. Para ir picando pedimos unas rabas, sabido es que el calamar es un típico bicho de río, también unas empanadas de no se sabe qué dado que el mozo mucho no pudo precisar, consultado por si había empanadas de boga, dijo que había pero no de boga, en cambio afirma que hay empanadas de pescado. Entonces pregunto de cuál pescado y responde que “de todo un poco” Genera dudas. Las empanadas son algo sosas, medio como de goma, con un dejo de gusto a pollo, o algo así. Fácilmente olvidables. A las 22, 45 Hs el auto dos sigue sin llegar, por mensajes estamos al tanto pero el viaje se hace largo. Un coso se acerca y con cierto tono de autoridad y con cara de mira como les cago la noche, el tipo que no es el mozo que nos atiende, dice “Muchachos, pidan porque la cocina cierra a las once y a las doce el restaurante” Entonces hay que pedir pero el tema es el auto dos no llega, y nosotros no somos Beto que arranaca a comer solo sin esperar al resto. Seba dice “Muchachos, ustedes coman y pidan por nosotros. El Villo no me come desde el medio día” Nosotros pedimos, empezamos a comer y por mensaje de voz llega la comanda del auto dos. Pocke llama al mozo, un lugareño bajito, con anteojos, pelado y cara de abuelo que hace regalos chotos para los cumpleaños y saluda a sus hijos el día de sus santos. Escucha el audio que envió Seba desde el auto y toma nota tan rápido como puede, es como cuando en la escuela te tomaban dictado. Las risas están al costado de la boca, caen una a una, ya corrieron dos cervezas mas durante la noche, sumadas a las otras de la tardecita. El mozo repasa en voz alta la comanda, hay tres platos de pastas y un cuarto plato, el de Villo, que pide boga a la parrilla con “ensalada de zanahoria, huevo y lechuga”, el mozo dice “la lechuga te la debo” todos reímos porque esa combinación es inaudita. Es más, deberían prohibirla. El auto dos llega. Son las 23 Hs y al fin esta todo el grupo reunido. Hacemos un brindis, llegan los cuatro platos del auto dos, cuando Villo tiene su plato en frente dice, “Que es esto??”, el mozo responde “surubí con ensalada de zanahoria y huevo” Villo con cara de niño al que le han cambiado su regalo de navidad dice, “Yo pedí boga”, como si la diferencia fuera visceral y definitiva. El comentario más o menos general del resto de la mesa es: Villo, come y dejate de joder. Pero Villo no come, se resiste y termina pidiendo papas fritas.     
Ya en el hotel y acostados cada uno en su cama reconocemos que la habitación es algo calurosa. El aire está encendido pero no alcanza. Alguien prende el ventilador de techo. Mi cama es como un sarcófago, el colchón es tan antiguo como la ciudad, es como si me abrazara desde los laterales hacia el centro, y me devora, como si yo fuera el relleno de una empanada gigante. Todos puteamos contra el colchón, menos el señor de Huanguelen que duerme solo en la cama matrimonial y sobre el único colchón confiable. Pero no basta con eso, el mal educado del conurbano durante la noche se levanta y apaga el ventilador, claro, él está cerca del aire y el ventilador esta sobre él, su manejo en la habitación da a entender que él es el dueño del hotel.
Al día siguiente el desayuno será una cosa larga, la lentitud del muchacho que atiende es calamitosa. Luego nos vamos al club, el calor y la humedad provocan zozobra. Confirmamos las inscripciones, tomamos los kit y nos ubicamos a la sombra de unos sauces, por ahí cerca un tipo arrebata un cochinillo. Al borde del río y a pocas horas de la carrera todo empieza a cobrar un sentido particular, ese rio inmenso aguarda por nosotros, sin embargo, y con algo de dulce inconsciencia, todo fluye alegremente, entre risas y consejos atinados. El almuerzo es un trámite, unos fideos, unas aguas y ya. El grupo ya sabe que después de la carrera el local de Patagonia nos abrazara con su happy hour, Franco dirá, “Cómo vamos a chupar!!”  pero aun falta. Ahora comemos en el mismo restaurante que la noche anterior pero adentro, escaparse del calor es necesario. El mozo es el mismo. La digestión se realiza mientras nos ponemos protector solar y vamos separando lo que ya no será útil en el agua, antes de eso cada uno se echó en el pasto, el grupo se toma unos minutos de silencio como para visualizar la carrera, conectarse, ordenar la cabeza.
 Subimos al micro que nos lleva hasta el lugar donde inicia la carrera, el micro se encaja en un lugar insólito, hace tres meses que no llueve y el tipo se mete en un charco inverosímil. Toro va al lado mío. Es re peludo. Adentro del rio, esperando el ok para la largada, ese instante se perpetua en el silencio del lugar, los boteros se hacen chistes entre ellos, un tipo nos dice que hace unos días hicieron una fiesta en la isla que está en frente, que amarraron todas las lanchas ahí y que hicieron 500 hamburguesas y (creo) cinco choperas de 30 litros de birra, que la pasaron rebien, el tipo resulta ser el médico de la carrera. Una garantía. El clima distendido que se vive en ese momento es como si no estuviéramos por nadar, es un momento hermoso, que guardé para siempre.
Toro va pecho, como siempre el enfermo va pecho. Su botero, a diferencia mía habla con él. Toro y su botero hablan, le dice “por qué haces eso??” -se refiere a nadar pecho- “no te hace mal?? Vas a vomitar!!!”, “no hagas mas eso” para el botero nadar es nadar crol, y eso que hace Toro es otra cosa, incluso le dice “cuando nadas avanzas un montón. Nada!!” Martin Toro es un enfermo que nadó 20 km pecho, nadie entiende cómo no se rompe la rodilla, ni cómo es que alguien prefiere nadar pecho antes que crol en aguas abiertas. Cuando salgo del agua y me quedo viendo las otras llegadas escucho al relator de la carrera, sí, hay un relator que va narrando cada llegada, el tipo tiene un vozarrón imponente y su voz se propaga por los auto parlantes, en un momento dice “ahí viene el nadador, alternando pecho y crol, pecho y crol, pecho y crol” Desde donde yo estoy no veo quién es el nadador en cuestión pero es obvio que es Toro. Y Toro llega nadando pecho, como un desquiciado. Después estamos todos juntos, nos abrazamos, recibimos los premios, tomamos unos mates, el relator sigue, dice “Segundo puesto de la categoría para Ignacio Fittipaldi, las chicas le dicen Nacho”, cosas así de absurdas, para rellenar, a una piba le dice “Ahí esta ella, primera en su categoría, Noelia Sánchez de Rosario, foto, flash,  y adddeentnntrroooo” las figuras que usa no son siempre las mejores. Cuando sube Seba el relator dice “Sebastián Pérez, el hermano del jugador de boca Pablo Pérez” chistes y comentarios así de inocuos pero que hacen de estos algo divertido y ágil. Se agradece.
Después volvemos al rio, nos metemos pero para mitigar el calor, ahí corroboramos la irregularidad y las profundidades del lecho del rio. Da miedito.
Vamos a Patagonia. Tomaos la primera cerveza, brindamos por haber cumplido el objetivo pero fundamentalmente por estar juntos, compartir la natación y momentos como estos. Las cervezas se suceden, una tras otras, tanto que en un momento determinado hay 12 pintas bien colmadas de birra fresca y exquisita pero en la mesa somos 8, alguien peco de angurriento y ansioso. “Otra ronda mas??” dice el despachante. Después los chicos del local nos regalan otra ronda habida cuenta de la abultada ingesta y su correlato económico. En ese contexto asistimos a un fenómeno casi sobrenatural, Villo sufre un temblequeo bastante fuerte en sus manos que, ha simple vista podría confundirse con parkinson, pero no lo es, se llama Temblor Esencial. Seba le pide a Villo que me lo muestre, entonces Villo abre los dedos de sus mano, las palmas hacia abajo, los brazos extendidos como haciendo una imposición de manos. Con la primera ronda de birra el temblequeo afloja, luego de la cuarta ronda de cervezas el temblequeo ha desaparecido, Seba le dice una y otra vez, "A ver Villo??", luego de cada ronda, y efectivamente el temblequeo se ha ido como en un pase de magia. Razón por lo cual continuamos tomando aunque solo a él, y a ese solo efecto, lo beneficie. 
El fin de semana va terminando, aun queda la noche del sábado, el domingo y la compra de regalos, paramos en un localcito a la salida de la ciudad, buscando mates, artesanías, etc. Villo pregunta “Tienen débito??” y ahí arranca una compra compulsiva que va desde alfajores a un mortero tamaño baño y unos bombos para Renzo. Seba que compra un mate y pide que le graven en la boca del mate, la leyenda “Paraná 2018”, el dueño del local dice te “Va a quedar un poquito cargado”
Ahora llueve, llueve en Paraná después de tres meses, hay 21º, trece grados menos que el día anterior y el sol es ahora solo una suposición, escondido y expectante aguarda para la largada de los 21 km que será a las 15 Hs. Tal vez el año que viene ese sea mi objetivo acá. Nadar esa distancia, en un río como este, con amigos como ustedes.

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