12 mar 2018

La protección del botero, crónicas del Paraná




“Soy de la orilla brava,del agua turbia y la correntada, que baja hermosa por su barrosa profundidad”
J.Fandermole


Por Nacho Fittipaldi

Desde hace años soy un punzante seguidor de los músicos litoraleños, desde Carlos “El negro” Aguirre, hasta Chango Spasiuk, de las letras de Ramón Ayala a las canciones de Jorge Fandermole, de Liliana Herrero a Tonolec, de Raúl Barbosa a Charo Bogarin. Esa espesura que es el Paraná también es una dimensión de la música. Las gentes que son de acá no pueden salir nunca de esas aguas marrones. El Paraná los envuelve como un poncho de agua espesa. El Paraná no tiene adjetivos que lo contenga.
Metidos con el agua a la cintura, el río baja raudamente. Los boteros esperan a que la carrera se largue para escoger un nadador al azar al que guiarán durante 7,5 Km, río abajo. Las barrancas lucen esplendidas, el sol brilla alto y calienta las ramas de los árboles que visten la parte plana y escarpada de las barrancas, en frente está Santa Fe, en el medio una cantidad incontable de islitas, islas e islotes confunden la presunción de otorgar distancias a este río anchísimo, tan ancho como marrón. ¿4000 metros de margen a margen? ¿5000? Tal vez, no menos de eso. Son las 14, 55 horas del sábado 10 de marzo y en unos minutos todos nosotros estaremos metidos en este monstruo. Cinco, cuatro, tres, dos, uno, largamos.
Para llegar a este paraje perdido del río hizo falta subirse a un micro al solo fin de llevar a todos los nadadores y nadadoras desde la ciudad de Paraná hasta el sitio en donde la carrera da inicio. Es decir, se larga desde un lugar perdido en el río, el punto de llegada es la ciudad. El recorrido va atravesando las barrancas por el río, luego gira a la izquierda, una isla inmensa tapa la margen santafesina que quedará a mi derecha, desde el agua apenas si puedo ver el contorno de las copas de los árboles, pero eso será después. Arriba del micro solo se va con antiparras, zunga, y agua, de ahí a nadar.  

El colectivo trepa las barrancas de la ciudad, nadie sabe que arriba de ese micro estamos todos en pelotas, es una situación algo absurda e incómoda, en carreras más populares que esta, el micro va hasta la manija de nadadores y nadadoras, parados en algunos casos, nosotros en zunga, ellas en malla, un colectivo de línea convertido en un desboladero de gente. El colectivo sale de la ciudad y toma la ruta. Arriba los primeros nervios comienzan a instalarse definitivamente, después de los fideos que fueron nuestro almuerzo, cada uno empieza a pensar su carrera, mentalmente hay que dedicar una porción de tiempo a pensar cómo va a nadar cada uno. También se conversa de cosas triviales y absurdas, yo prefiero eso. El colectivo abandona la ruta y toma un camino de arenisca, hace meses que no llueve, la sequía es notoria, los incendios en la ruta entre BsAs y Paraná han sido varios. Arriba del micro estamos expectantes, sobre todo los que estamos acá por primera vez. Hay un clima de alegría, nervios y ansiedad. No falta nada, apenas treinta minutos, el camino que toma el colectivo, el piso quiero decir, es prácticamente un arenal perdido, no nos hemos cruzado con otro vehículo, el camino terminará a unos 300 metros del río, luego hay que seguir a pie, barranca abajo, allí esperan los boteros. De frente y con sorpresa viene un auto, el sol calienta la siesta, el chofer se tira al costado del camino para dar paso, el camino es angosto, la goma delantera cruza un breve y sorpresivo charco, acaso el único reservorio de agua luego de la última lluvia que nadie sabe cuándo mierda fue. La goma delantera derecha pasa, la trasera no, fuuu, fuuu, fuuuuuuu, acelera en vano. El micro para, el charco que no es más que medio metro por medio metro nos cobija, el micro queda levemente caído y apoyado sobre su parte trasera-derecha. La sorpresa es grande. Estamos encajados. Los nadadores del lugar que están arriba del micro se preguntan dónde se encajó, cómo si esto es un arenal, esa arena de río finita y dorada, tan típica de estas playas. Pues estamos encajados en un pozo donde la goma cabe perfecta y exacta. Bajamos todos. Estamos en el medio de la nada, en zunga y antiparras, el sol parte la tierra, el río no se ve pero está. Hay que empujar, yo me preservo bajo un árbol y su diminuta sombra, no soy el único. Otros, la mayoría, deciden empujar y dar indicaciones de cómo salir.

Antes de la cuenta regresiva, alguien toma nota del espléndido lugar en donde estamos y lo que estamos por vivir. Este lugar en el medio de las barrancas, con la costa santafecina de frente y el Paraná bajando, es un lugar hermoso que sería ideal para pasar unos días en carpa o comerse un asado. Pero nosotros no, nosotros vinimos a nadarlo y para nosotros esa es la mejor opción, yo prefiero nadarlo a quedarme mirándolo. Entonces esto es una experiencia única en la vida y hay que vivirla así. Hoy somos ocho pero somos muchísimos más, somos los que querían venir y no pudieron, los que no se animan, los que no quieren, somos nuestras familias que bancan todo esto. Aparece el primer abrazo, me abrazo con Pocke, le deseo buena carrera, con Franco, Villo, Seba, Toro, Beto y Flavio, cada abrazo es sentido, como si no fuéramos a vernos más, como si ya hubiésemos llegado, el resto de los nadadores observa eso que está sucediendo y medio que quedan perplejos. No pueden entender. Ahí en el agua vemos la entrada de los boteros al río, son gente de río, de las islas, viven acá. ¿Cuántos desearían estar acá y no pueden, o no se animan? ¿Quien no ha pensado alguna vez en tirarse a nadar cada vez que pasa por el puente Zarate Brazo Largo? Nosotros estamos por hacer eso y eso es en 5, 4, 3, 2, 1, largamos. Decido salir muy fuerte, a un ritmo casi demencial y al límite de lo sostenible. Eso se debe a dos motivos, primero, supongo que los boteros que agarran a los que van adelante son más confiables que los de atrás (es solo una suposición); el otro motivo es cambiar de estrategia, en general salgo tranquilo y voy buscando ritmo durante la carrera, esta vez quiero probar, probarme, ver qué pasa. 

El recorrido es una línea recta de unos 3000 metros hasta unos cables de alta tensión que cruzan de margen a margen, ahí hay una toma de agua y un remanso del que debo cuidarme según me enteré recién, eso es un tema del botero, si él me lleva bien, ese remanso quedará a mi izquierda; si me guía mal termino contra las rocas. Luego el recorrido gira a la izquierda y ahí el Paraná se hace más ancho aún, Santa Fe ya no se ve y en cambio, hacia la izquierda, comenzarán a aparecer escasas construcciones allá a lo lejos, muy lejos, tal vez otros 3000 metros. Cuando llego a la toma de agua el botero me abre la mano, veo sus cinco dedos abiertos, intuyo que me quiere decir algo y me pide que pare. Freno. “Vas quinto” dice, yo no comprendo del todo lo que me está diciendo, un poco porque me parece inverosímil y otro tanto porque ese puesto implica tomar una decisión que no había estado en mis planes analizar: a) mantener ese ritmo hasta el final de la carrera restando aún 4500 metros, ¿podré? b) bajar el ritmo y perder la posibilidad de salir muy adelante en la general. Tomo la opción a. Mi botero no tiene ojos. Él palea de frente a mí, va mirándome, le da la espalda al sol que tengo de frente y a la dirección en la que nado, lleva gorra y preserva sus ojos del sol, conoce el río, vive en él, obtiene de él lo que necesita para vender y comer, ni más ni menos. Es pescador. Él es mis ojos. Si se equivoca en las decisiones el que pierde soy yo. Si toma buenas decisiones, el que gana soy yo. Esquivar un remanso, hacerlo hacia adentro del río o, hacia afuera, son decisiones que pueden pagarse caro, son sus decisiones, incluso diría que él decide la velocidad y el ritmo al que nado. Hoy nado con él, no nado solo. Si nadara solo esto terminaría mal. Este tramo del Paraná me parece más agresivo que los 6 km que forman parte de los 20 Km de Vuelta de Obligado que nadé en diciembre, aunque aquellos los haya nadado sin botero. Es un vínculo singular, yo no veo sus ojos pero confío en él, él no habla pero me guía, me dice con la mano “vas quinto”, sigo nadando pero la intensidad baja, estoy sin aire y no logro volver a la frecuencia de respiración que me es más cómoda. Los brazos ya no tienen el agarre de la primera media hora y mentalmente me frustra ver que desde la toma de agua hasta los galpones bordó que visualicé el día anterior, como punto indicativo de los 5 km, están mucho más lejos de lo que creí.
De repente el agua cruje, escucho un zumbido cuando mi cabeza esta debajo del agua, primero pienso que es una moto de agua de la Prefectura o, una lancha de la organización, los motores de esas embarcaciones generan un zumbido muy notorio en el agua y a menudo uno las oye antes de verlas. Pero no aparecen. Luego miro la zona en la que estoy y recuerdo que a esa altura está el túnel subfluvial Paraná-Santa Fe, estoy pasando sobre él aunque verlo es imposible y calcular la profundidad a la que está es solo un delirio. Sin embargo el agua y su fricción sobre la construcción generan un zumbido impactante, tal vez igual a haberlo atravesado en auto el día anterior casi a la misma hora. Según leí está a unos 25 metros de profundidad. El botero se da cuenta de que hay una merma en el rendimiento y ahora con las dos manos me hace señas de que siga, que no afloje, aplaude, decido nadar un buen tramo sin mirar las referencias en la costa porque sé que eso me va a limar, decido nadar sin mirar hacia adelante y enfocarme en mi botero, confío ciegamente en él, me entrego. Esa decisión hace que me recupere mentalmente y que retome el ritmo intenso que busco. Las brazadas se suceden una tras otra, los hombros comienzan a doler, el oxígeno sigue en deuda, faltan 3000 metros más, ahora paso en frente del puerto, los barcos siempre me intimidan y desde acá abajo más pero son igual de pintorescos. Los galpones están cerca y de ahí solo 2000 metros más, rectos, hasta la llegada; el botero (del que no se, ni sabré su nombre) cada tanto pone su bote junto a mi cuerpo, se me pega, pienso que el bote me va a pegar en la brazada o que la pala del timón se va a incrustar en mis dedos, es un bote antiguo, de madera, los remos fijos miden dos o tres metros de largo, son de madera dura,  cada vez que él pone el bote de esa manera luego viene una ola que me estropea, o un remanso con las peores intenciones, sí él no hiciera eso las olas serían inclementes conmigo y el remanso sería el diablo del agua que es. Pero el botero me protege, en lo que es para mí el signo más destacado de toda la carrera, me protege como a un chico que ha caído en medio de este río, él me cuida a mí, a mí que ni siquiera sé su nombre, a mí que no volveré a verlo jamás. No veo sus ojos pero confío en él.

Cuando llego a los galpones siento que estoy mejor, que lo peor ya pasó, ahora la ciudad de Paraná está a mi izquierda, quedan 2000 metros en línea recta, estoy entre la ciudad y aquella misma isla, esto es el Paraná aunque este breve tramo parece un brazo, las manos de él vuelven a alentarme, su brazo me marca las boyas de llegada que supongo están en el medio de ese despilfarro de luz que me ciega. No veo nada, pese a haber elegido las antiparras espejadas no veo nada, ahora vuelvo a buscar referencias en la costa porque ahí estuve caminando ayer, sobre la costanera, suponiendo que esto podía pasar, buscando referencias en tierra que sean visibles desde el agua en medio de esta inmensidad. Siempre hay que buscar referencias en tierra porque desde el río poco se ve. Aumento la frecuencia de nado, aparece el último remanso que nos habían dicho podía estrolarnos contra la costa, el botero me lleva para adentro del río, lo esquivamos, veo la fuente de agua sobre la costanera, la gente toma mate, desde arriba de la barranca la ciudad se ve imponente y desde arriba, el río lo es todo. Saco la cabeza para ver el remanso, busco las boyas, no veo nada, miro para atrás, alguien me sigue a unos pocos metros, aumento la frecuencia de brazadas y ahora solo respiro para la derecha, lo miro a él, él me mira, ahora grita, “¡dale seguí!, ¡dale!, ¡no afljojes!”, estoy cansado pero me gustaría decirle, “quedate tranquilo hermano, eso sucedió hace 3500 metros atrás, ahora ya no aflojo!, saco la cabeza y veo las boyas cerca, me meto adentro del agua, con la brazada me estiro cada vez más, busco rotar el cuerpo y levantar la frecuencia de patada, cuando respiro para la derecha miro dónde está el que viene atrás y veo que aumenté la distancia sobre él, sigo, el botero palea y palea, el remanso quedó atrás, ya no hay escollos hasta la meta, en cada respiración escucho que alguien habla, no comprendo qué es lo que dice ni sucede, pero es una voz que va diciendo cosas, un relator, pienso en los muchachos, en la mateada bajo los sauces antes del almuerzo, en los consejos valiosos de Franco, en las cervezas que vendrán, pienso en mis hijos, visualizo sus caras, con la brazada derecha pienso en Sabino, con la izquierda en Piero, siento que soy el mejor nadador de aguas abiertas del mundo, siento que me sobra energía, golpeo el agua en cada brazada, siento el calor del sol, pateo, “¡dale seguí!” escucho, estoy vivo, cumplí mi pequeño sueño de nadar acá, en este desborde de naturaleza descomunal, pateo, paso la primera boya, entro a la manga, el botero se deja llevar por la deriva, él cumplió, sigo pateando y braceando como un destino asignado, faltan diez metros, otra brazada, sigo pateando como si eso me salvara de algo, me hundo en el agua marrón y me entrego para siempre a ella. Cuando saco la cabeza y el resto del cuerpo del agua es solo porque llegué.



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