Por Nacho Fittipaldi
En el auto que denominamos “auto uno”
viajan Pocke, Beto (el mal educado del grupo), Flavio y yo. El auto es el mío. Ni
bien se arma el viaje Beto se sube al asiento del acompañante. En el auto dos van
Franco, Seba, Villo y el hombre que nada pecho: Toro. El auto uno sale de City Bell
a las 10 horas del viernes 10 de marzo. El auto dos sale a las 14,30 Hs. Para el
viaje preparé unos bizcochitos de avena una receta que mi vieja hace desde que
somos niños, sencilla pero efectiva. Sabiendo que Beto es de buen comer, preparo
el doble de proporciones que lo habitual. Pese a ello Flavio decide parar a comprar
otra cosa y se despacha con dos generosas docenas de facturas, lo que arroja 6
facturas per capita, más los 2 kg de
bizcochitos. Así arrancamos. La actitud de Beto como copiloto es lamentable. Los
mates llegan desde el asiento de atrás, Flavio es quien provee, así será ida y
vuelta, además de ser el único decidido a colaborar alternando el volante
conmigo. La actitud de Pocke (en el auto) también es más bien pasiva y
olvidable.
Llegados a Paraná vamos al hotel
hacer el check in, dejar los bolsos e ir de inmediato a la playa. La habitación
tiene tres camas individuales y una matrimonial. Un criterio para quedarse con
esa cama podría haber sido, por ejemplo, que el que manejó mas duerma más
cómodo, o que sorteáramos la cama doble, o cualquier otro criterio que se les
ocurra, pero no, la bestia de Huanguelen se tira sobre la cama matrimonial con
cara de “sáquenme si pueden” y actitud de foca en celo. Asunto resuelto. Él
dormirá ahí las dos noches.
Ya en la playa descubro la
belleza de ese rio que siempre me produce una misma sensación: La combinación
de admiración y majestuosidad. El río esta calmo, casi nada de gente en la
playa, apenas dos viejas y una pareja de nuestra edad con sus pibes en el agua.
Adentro del río un grupo de entrenamiento hace kayak o algo que se le parece. Hace
32º y para mañana anuncian 34. Caídos en la cuenta, reconocemos que no hemos almorzado, solo mate, bizcochos y
atracón de facturas. De ahí vamos al club, apenas doscientos metros a pie, donde
mañana haremos la confirmación de inscripción y el punto final de la carrera. Reservamos
mesa para comer todos juntos esa misma noche, al aire libre. El auto 2 viene
demorado, pese a nuestra tajante, oportuna y explicita indicación de NO BAJAR
por la avenida 9 de julio ingresan en 9
de julio y se comen el tedio y fastidio de embotellarse en Bs.As. Merecido.
Reservada la mesa salimos a
caminar por la costanera, el calor es sofocante, son las 18,30 Hs y el calor es
algo molesto ya. La costanera de Paraná tiene ese mismo encanto que ya disfruté
en Posadas y Corrientes. La ciudad da al río, se vuelca sobre él. El río está
alto, mañana será una carrera rápida. Caminando entre los lugareños que pese al
calor salen a trotar, andar en bici o simplemente a tomar mate frente al río,
descubro, así como así, como si mi cerebro tuviera un GPC pre configurado, un
local de Patagonia, frente al rio y una hospitalaria pizarra que dice “Happy
hour de 18 a 21” ahí echamos el ancla. El auto 2 aun está en la ruta y nosotros
vamos por la primera cerveza del fin de semana. El local está en la pendiente
de la barranca que llega al río, en el medio del lugar prevalece un eucaliptus
de dimensiones desmesuradas, las mesas están puestas en torno a él, entre desniveles
y loros barranqueros que hacen de sus alaridos el sonido ambiente. El sol se
cae en el Paraná. Los dos veterinarios de la mesa se manifiestan abiertamente
incordiosos con las verdes aves. Insensibles. Las conversaciones se desparraman
hacia varios lugares, en cada una de ellas hay una constante, Beto interrumpe
todo lo que no le interesa, vos podes estar contando que te tienen que cortar
un brazo por una gangrena y él te interrumpe para contarte que Huanguelen se
quiere independizar de Coronel Suarez. Ya alertados, con Pocke y Flavio nos concentramos
en tratar de educar a Beto en tan nefasta conducta. Al menos durante este fin
de semana. Beto se ofende. Él mismo ha dicho en el auto que la cuestión central
de la sociedad es la educación, y que el principal problema de Alexis es que se
comporta como un muchacho de Berazategui en el corazón de City Bell. Paradojas.
Las cervezas corren y son las 20
Hs. Dan ganas de quedarse a vivir acá. Volvemos al hotel. Nos bañamos, volvemos
al club, elegimos una mesa. La noche está calma, el río no hace un solo ruido
pero está ahí, inmenso, soñado, latente como el inmenso manto que es. El auto 2
sigue dando vueltas no sabemos por dónde, son las 22, 30 Hs y no han llegado. Para
ir picando pedimos unas rabas, sabido es que el calamar es un típico bicho de
río, también unas empanadas de no se sabe qué dado que el mozo mucho no pudo
precisar, consultado por si había empanadas de boga, dijo que había pero no de
boga, en cambio afirma que hay empanadas de pescado. Entonces pregunto de cuál pescado
y responde que “de todo un poco” Genera dudas. Las empanadas son algo sosas,
medio como de goma, con un dejo de gusto a pollo, o algo así. Fácilmente olvidables.
A las 22, 45 Hs el auto dos sigue sin llegar, por mensajes estamos al tanto
pero el viaje se hace largo. Un coso se acerca y con cierto tono de autoridad y
con cara de mira como les cago la noche, el tipo que no es el mozo que nos
atiende, dice “Muchachos, pidan porque la cocina cierra a las once y a las doce
el restaurante” Entonces hay que pedir pero el tema es el auto dos no llega, y
nosotros no somos Beto que arranaca a comer solo sin esperar al resto. Seba
dice “Muchachos, ustedes coman y pidan por nosotros. El Villo no me come desde
el medio día” Nosotros pedimos, empezamos a comer y por mensaje de voz llega la
comanda del auto dos. Pocke llama al mozo, un lugareño bajito, con anteojos,
pelado y cara de abuelo que hace regalos chotos para los cumpleaños y saluda a
sus hijos el día de sus santos. Escucha el audio que envió Seba desde el auto y
toma nota tan rápido como puede, es como cuando en la escuela te tomaban dictado.
Las risas están al costado de la boca, caen una a una, ya corrieron dos
cervezas mas durante la noche, sumadas a las otras de la tardecita. El mozo
repasa en voz alta la comanda, hay tres platos de pastas y un cuarto plato, el
de Villo, que pide boga a la parrilla con “ensalada de zanahoria, huevo y
lechuga”, el mozo dice “la lechuga te la debo” todos reímos porque esa combinación
es inaudita. Es más, deberían prohibirla. El auto dos llega. Son las 23 Hs y al
fin esta todo el grupo reunido. Hacemos un brindis, llegan los cuatro platos
del auto dos, cuando Villo tiene su plato en frente dice, “Que es esto??”, el
mozo responde “surubí con ensalada de zanahoria y huevo” Villo con cara de niño
al que le han cambiado su regalo de navidad dice, “Yo pedí boga”, como si la
diferencia fuera visceral y definitiva. El comentario más o menos general del
resto de la mesa es: Villo, come y dejate de joder. Pero Villo no come, se
resiste y termina pidiendo papas fritas.
Ya en el hotel y acostados cada
uno en su cama reconocemos que la habitación es algo calurosa. El aire está
encendido pero no alcanza. Alguien prende el ventilador de techo. Mi cama es
como un sarcófago, el colchón es tan antiguo como la ciudad, es como si me
abrazara desde los laterales hacia el centro, y me devora, como si yo fuera el
relleno de una empanada gigante. Todos puteamos contra el colchón, menos el
señor de Huanguelen que duerme solo en la cama matrimonial y sobre el único colchón
confiable. Pero no basta con eso, el mal educado del conurbano durante la noche
se levanta y apaga el ventilador, claro, él está cerca del aire y el ventilador
esta sobre él, su manejo en la habitación da a entender que él es el dueño del
hotel.
Al día siguiente el desayuno será
una cosa larga, la lentitud del muchacho que atiende es calamitosa. Luego nos
vamos al club, el calor y la humedad provocan zozobra. Confirmamos las inscripciones,
tomamos los kit y nos ubicamos a la sombra de unos sauces, por ahí cerca un
tipo arrebata un cochinillo. Al borde del río y a pocas horas de la carrera
todo empieza a cobrar un sentido particular, ese rio inmenso aguarda por
nosotros, sin embargo, y con algo de dulce inconsciencia, todo fluye
alegremente, entre risas y consejos atinados. El almuerzo es un trámite, unos
fideos, unas aguas y ya. El grupo ya sabe que después de la carrera el local de
Patagonia nos abrazara con su happy hour, Franco dirá, “Cómo vamos a chupar!!” pero aun falta. Ahora comemos en el mismo
restaurante que la noche anterior pero adentro, escaparse del calor es
necesario. El mozo es el mismo. La digestión se realiza mientras nos ponemos
protector solar y vamos separando lo que ya no será útil en el agua, antes de
eso cada uno se echó en el pasto, el grupo se toma unos minutos de silencio
como para visualizar la carrera, conectarse, ordenar la cabeza.
Subimos al micro que nos lleva hasta el lugar
donde inicia la carrera, el micro se encaja en un lugar insólito, hace tres
meses que no llueve y el tipo se mete en un charco inverosímil. Toro va al lado
mío. Es re peludo. Adentro del rio, esperando el ok para la largada, ese
instante se perpetua en el silencio del lugar, los boteros se hacen chistes
entre ellos, un tipo nos dice que hace unos días hicieron una fiesta en la isla
que está en frente, que amarraron todas las lanchas ahí y que hicieron 500
hamburguesas y (creo) cinco choperas de 30 litros de birra, que la pasaron
rebien, el tipo resulta ser el médico de la carrera. Una garantía. El clima
distendido que se vive en ese momento es como si no estuviéramos por nadar, es
un momento hermoso, que guardé para siempre.
Toro va pecho, como siempre el
enfermo va pecho. Su botero, a diferencia mía habla con él. Toro y su botero
hablan, le dice “por qué haces eso??” -se refiere a nadar pecho- “no te hace
mal?? Vas a vomitar!!!”, “no hagas mas eso” para el botero nadar es nadar crol,
y eso que hace Toro es otra cosa, incluso le dice “cuando nadas avanzas un
montón. Nada!!” Martin Toro es un enfermo que nadó 20 km pecho, nadie entiende
cómo no se rompe la rodilla, ni cómo es que alguien prefiere nadar pecho antes
que crol en aguas abiertas. Cuando salgo del agua y me quedo viendo las otras
llegadas escucho al relator de la carrera, sí, hay un relator que va narrando
cada llegada, el tipo tiene un vozarrón imponente y su voz se propaga por los auto
parlantes, en un momento dice “ahí viene el nadador, alternando pecho y crol,
pecho y crol, pecho y crol” Desde donde yo estoy no veo quién es el nadador en
cuestión pero es obvio que es Toro. Y Toro llega nadando pecho, como un
desquiciado. Después estamos todos juntos, nos abrazamos, recibimos los
premios, tomamos unos mates, el relator sigue, dice “Segundo puesto de la
categoría para Ignacio Fittipaldi, las chicas le dicen Nacho”, cosas así de absurdas,
para rellenar, a una piba le dice “Ahí esta ella, primera en su categoría,
Noelia Sánchez de Rosario, foto, flash, y adddeentnntrroooo” las figuras que usa no son
siempre las mejores. Cuando sube Seba el relator dice “Sebastián Pérez, el hermano
del jugador de boca Pablo Pérez” chistes y comentarios así de inocuos pero que
hacen de estos algo divertido y ágil. Se agradece.
Después volvemos al rio, nos
metemos pero para mitigar el calor, ahí corroboramos la irregularidad y las
profundidades del lecho del rio. Da miedito.
Vamos a Patagonia. Tomaos la
primera cerveza, brindamos por haber cumplido el objetivo pero fundamentalmente
por estar juntos, compartir la natación y momentos como estos. Las cervezas se
suceden, una tras otras, tanto que en un momento determinado hay 12 pintas bien
colmadas de birra fresca y exquisita pero en la mesa somos 8, alguien peco de
angurriento y ansioso. “Otra ronda mas??” dice el despachante. Después los
chicos del local nos regalan otra ronda habida cuenta de la abultada ingesta y
su correlato económico. En ese contexto asistimos a un fenómeno casi sobrenatural, Villo sufre un temblequeo bastante fuerte en sus manos que, ha simple vista podría confundirse con parkinson, pero no lo es, se llama Temblor Esencial. Seba le pide a Villo que me lo muestre, entonces Villo abre los dedos de sus mano, las palmas hacia abajo, los brazos extendidos como haciendo una imposición de manos. Con la primera ronda de birra el temblequeo afloja, luego de la cuarta ronda de cervezas el temblequeo ha desaparecido, Seba le dice una y otra vez, "A ver Villo??", luego de cada ronda, y efectivamente el temblequeo se ha ido como en un pase de magia. Razón por lo cual continuamos tomando aunque solo a él, y a ese solo efecto, lo beneficie.
El fin de semana va terminando,
aun queda la noche del sábado, el domingo y la compra de regalos, paramos en un
localcito a la salida de la ciudad, buscando mates, artesanías, etc. Villo pregunta
“Tienen débito??” y ahí arranca una compra compulsiva que va desde alfajores a
un mortero tamaño baño y unos bombos para Renzo. Seba que compra un mate y pide
que le graven en la boca del mate, la leyenda “Paraná 2018”, el dueño del local
dice te “Va a quedar un poquito cargado”
Ahora llueve, llueve en Paraná después
de tres meses, hay 21º, trece grados menos que el día anterior y el sol es
ahora solo una suposición, escondido y expectante aguarda para la largada de
los 21 km que será a las 15 Hs. Tal vez el año que viene ese sea mi objetivo
acá. Nadar esa distancia, en un río como este, con amigos como ustedes.