6 may 2015

Un cuento chino


Por Nacho Fittipaldi

Como un golpe de suerte pero al revés de repente recuerdo que en casa falta shampoo, pañales y un anti transpirante. Por donde estoy solo recuerdo un súper chino, su rareza es nula, un súper chino ya no es novedad, tal vez el hecho de que acepten tarjetas de débito sea el rasgo más significativo de este chino. Ah, y este chino no se llama Min Cai, ni Nei Ki, ni Wan Chi, Jiu Yuan, Sol Rojo o Lin Fu, este se llama Dutribell, y como no podía ser de otra manera, está ubicado en City Bell. Bajo del auto con el fastidio propio de haber olvidado ese ínfimo mandado que me retrasará algunos minutos en una mañana que no admite demora alguna. Entro al súper y lo que veo son dos chinas, una en la caja, joven, bonita de cara y con un cuerpo indescifrable, es como si la hubieran armado y no concebido, la chica-china viste bien, esta arreglada y su ropa es distinguida, no es la primera vez que vengo a este chino, no es la primera vez que la veo, sin embargo sus caderas son más anchas que sus hombros y sus rodillas parecen ceder ante el peso de sus caderas. La otra mujer es una mujer de unos 55 años, una china hecha y derecha que parada en la puerta parece custodiar el súper chino. La puerta está libre pero hacia adentro se dejan ver dos pilas monstruosas de cajas vacías, a escala china, cajas de vino, aceite, licor de huevo Bols, de pan rallado, de harina, cajas de tomate perita, cajas de atún en lata de aceite y cajas de atún al natural. Todas lucen derrumbadas, están abiertas como si las fueran a completar con algo, están ahí ocupando un espacio desmesurado. Entro y voy en busca de lo olvidado, shampoo, pañales, y Old Spice. Camino entre las góndolas y no encuentro los pañales, voy en busca del Old Spice y no hay. Voy en busca del shampoo y gracias a dios o a Xi Jinping o a Miguel Calvete, lo encuentro. Desde el punto de vista del tiempo estoy contento porque hice más rápido que esperado. Desde la perspectiva de la efectividad, la visita al chino es un fracaso. Además al no encontrar lo que buscaba ya no puedo pagar con débito porque el monto es demasiado bajo. Tengo que pagar en efectivo. Me acerco a la caja, saludo a la chica-china de rompecabezas y vuelvo a observar las cajas acumuladas, son las 12.20 Hs y las cajas están ahí, esperando que alguien las comprima, las rompa o sencillamente las tiren a la basura o las quemen. En cambio quedan arrumbadas ahí, nunca se irán, en los súper chinos siempre hay cajas vacías y chinos que hablan un idioma del demonio, chinos que habitan un mundo ajeno que su rostro no alcanza a disimular. Por la puerta entra una mujer avanzada en años, no es tan longeva como Carlos Fayt pero debe tener sus 85 años. La vieja entra con decisión, como sabiendo qué quiere. Vira apenas su rumbo y toma por el brazo a la señora china que portea la puerta, la sujeta por el brazo y le dice en voz alta:
- No te voy a preguntar si te gusta acá (la vieja cierra sus dedos de la mano derecha sobre su puño y el dedo anular señala el piso del súper, el suelo argentino) porque seguro no entendes nada.
La señora china le dedica una sonrisa, la mira a la vieja argentina y le sonríe, es evidente que no ha comprendido la pregunta, la pregunta sin ser una ofensa, sin ser amistosa es incómoda.
- Te gusta acá?? Argentina, te gusta??
La señora china no responde, ni responderá. Sólo sonríe, como una animación. Yo tomo la mercadería comprada, la chica-china me ofrece una caja, yo la rechazo. 
La vieja argentina insiste con su pregunta, el emoticón sonríe infinitamente.   

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