26 feb 2015

La muerte de Nisman como desorden



Por Nacho Fittipaldi
Independientemente de cómo haya muerto, suicidio, suicidio inducido u homicidio, la muerte de Nisman funciona como una maquinaria anárquica de desorden en la vida política Argentina. Y a la vez, como un gran distorsionador de sentidos en una faz simbólica. 
En principio su muerte provoca un gran desorden en la vida institucional de la república porque deja abierta la lábil denuncia contra CFK. Aunque otro fiscal tome esa denuncia, en este caso Pollicita, esa denuncia era suya, la oposición (o las oposiciones, hay una gran operación esforzada en sostener que solo hay UNA oposición y que todos son la misma cosa) viene sosteniendo que solo él sabía cómo entrecruzar las pruebas e indicios que llevarían a la presidente al exilio, o la cárcel, según le confesó el propio Nisman vía WhatsApp a Fernando Oz, periodista de Perfil. El juez Rafecas dijo en primera instancia que no hay delito en esa denuncia. Pollicita puede apelar y luego habrá que esperar qué dice la sala correspondiente. Su muerte dejó abierta una intromisión inusual del Poder Judicial sobre el Poder Ejecutivo y Legislativo dado que es facultad de ambos generar instrumentos políticos que acerquen a la verdad de lo que sucedió en la AMIA. El memorándum era eso, un instrumento que construyó el ejecutivo y que luego legitimó el poder legislativo dado el empantanamiento añejo de la causa. Para aquellos que reclaman respetar las instituciones de la republica, su división de poderes, habría que señalar que quien pasó por alto esa noción básica de instrucción cívica fue Nisman al denunciar el memorándum como mecanismo de encubrimiento. En ese sentido es curioso que no imputara a Agustín Rossi y Miguel Pichetto como participes necesarios del encubrimiento, ellos tuvieron un rol central, persuadir al resto de los diputados y senadores de la nación de votar a favor de aquella herramienta jurídica. 

Su muerte dejó una denuncia contra la presidente y con ella un manto de sospechas indisoluble para un sector de la opinión pública que la supone culpable. Acusa y muere. Acusa y se mata. Acusa y lo matan. Acusa y le dicen <<matate>>. Como sea, la denuncia está hecha. Y si es impresentable como sostienen Zaffaroni, Arslanián, Mayer y Moreno Ocampo, y al menos Rafecas la cree insuficiente, al menos hubiera sido justo en términos históricos, asumir las consecuencias públicamente. Su muerte, su suicidio no redime la gravedad de su denuncia ni la crisis institucional a la que nos arroja. 
Su muerte desordena la lógica de la vida institucional-judicial dado que quién acusa ya no está para probar lo que denunció. Su muerte hace que él recobre vida en un sentido institucional, fantasmagórico, glorificado por el Poder Judicial, corporativamente defendido por sus pares. Incluso Pollicita que ahora acusa en base a lo que escribió otro que ya no está, son imputaciones de otro, objetivos fijados por otro (s), se encontraba sin mucho margen para expresar con sinceridad la naturaleza de lo actuado. Tal vez Rafecas le hizo un favor.
Su muerte ha recrudecido la división ya existente entre los miembros del poder judicial desde la creación de Justicia Legítima. Prueba de ello es la discusión previa y posterior a la marcha del 18-f convocada por algunos fiscales federales, el debate acerca del sentido de “Justicia” que la marcha encerró, el estado público que tomaron los prontuarios de los fiscales organizadores, desconocidos hasta entonces. Alfredo Yabrán, en un notable ejercicio de ciencia política, dijo que el poder era la impunidad. Perder el amparo del anonimato equivaldría a perder el beneficio de un tipo de poder. En su caso, perder el anonimato equivalió a pegarse un escopetazo en la boca. La muerte de Nisman, su inercia, sus consecuencias, sacaron (¿por decisión propia?) del anonimato a esos muchachos. Siguen impunes como siempre, poderosos,  desequilibrantes, pero ahora se conocen sus rostros, sus ideas, sus deudas con la sociedad, sus sentires y por sobre todas las cosas, un posicionamiento y una concepción de la política.
La muerte de Nisman desordena su propia biografía. Desordena el relato familiar, echa un manto de sospechas sobre su ex pareja, ahora se la observa, se la sospecha, se la sigue, se aguardan sus palabras, se dan a conocer sus últimos pases de factura también por WhatsApp. Ella descree de la hipótesis del suicidio, dice no aceptar otra caratula judicial que no sea homicidio,  pero en cambio no se ha pronunciado acerca de si Nisman era o no, un agente activo de la CIA y/o la Mossad, tal como lo sugiere la nota El Rompecabezas Nisman (ver http://www.revistaanfibia.com/cronica/el-rompecabezas-nisman/)
Pone en evidencia los diez años en los que Nisman flotó la causa AMIA sin demasiados cuestionamientos, sin que el juez Canicoba Corral hiciera mucho para corregir el rumbo de la investigación, más allá de ordenarle investigar la pista Siria, la conexión local y la de los iraníes. Al respecto se recomienda leer la extensa nota de Jorge Lanata en el diario Perfil, año 2006. Lanata era parecido al Lanata que respetábamos: (http://www.perfil.com/columnistas/Tocala-de-nuevo-Nisman-20061119-0005.html). Si el Nisman que describe Lanata, es el mismo que apareció muerto en la torre Le Parc, entonces la pregunta es por qué estuvo tanto tiempo a cargo de la Unidad Fiscal AMIA.
La muerte de Nisman desfigura el sentido de Justicia ya que obstruye el acercamiento a la verdad en todas las causas que lo involucran. Entorpece el esclarecimiento de su propia muerte por el peso de su efecto; complejiza el camino a la verdad en la denuncia que él mismo generó y echa un manto de duda, no tanto su muerte sino más bien por lo que hizo en vida, acerca de si aún es posible esclarecer el atentado contra AMIA. 

En ese sentido, elevar  a Nisman al parnaso de los héroes nacionales, es solo posible a través de una singular operación que <<des-historiza>> al fiscal Nisman, lo lava, lo preserva, lo descontextualiza y  transforma en Objeto-Nisman; polisémico, puro, objetivo, intocable, heroico, servidor póstumo de la república. Un verdadero desorganizador de realidades. Su muerte, su suicidio, no redime su desenvolvimiento en la causa de La Tablada y AMIA, ni la gravedad de su denuncia contra CFK, ni la crisis política a la que nos arrojó.
Socialmente la imagen de Nisman se ha vuelto un objeto que, operación ontológica mediante, ha cambiado de significado y sentido. Hay un Objeto-Nisman polisémico al que cada quién le asigna un conjunto de valores, significantes, características, sentidos y simbolismos que exceden en mucho su dudosa trayectoria profesional. Rozan lo lisérgico. Basta hacer una revisión mínima y breve sobre el rumbo de la causa AMIA o consultar su parecer a los familiares de las víctimas para dar cuenta de ello. <<Nisman = San Martín>> decía un cartel en la marcha del 18-f. Los diversos sentidos de ese Objeto-Nisman, están funcionando entre nosotros en modo social, en conversaciones, en discusiones, en la traducción significativa de lo que leemos y sintetizamos. Pero el Objeto-Nisman tiene un desafío, una función más compleja, consiste en establecer un anudamiento de sentido entre una supuesta integridad jurídica-moral-ética, su muerte como una consecuencia de esa tríada heroica y lograr una incidencia sobre el proceso electoral. La efectividad de ese dispositivo encuentra el desafío enorme de sostenerse hasta bien entrado el año electoral, multiplicar el daño hasta aquí concretado. Todo lo que puedan. Se trata de eso, el Objeto-Nisman es la principal acción política que las corporaciones y los aulladores de la política han podido construir, se trata de dotar de vida y sentido a aquello que está inerte. Allí donde la muerte aparece como un hecho objetivo, ellos ven la posibilidad de la esperanza, una fungible estrategia electoral que les devuelve algo de las vidas perdidas. Las vidas que perdieron. 


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