Por Nacho Fittipaldi
Las luces del teatro se pagan, el
escenario queda en penumbras y la excitación del público hace que la gente
grite. Pasan los segundos y nadie aparece, en cambio suena el himno nacional.
Es 20 de junio de 2012 y esta mejicana guapa ya se ha salido con la suya. Todos
de pie cantando el himno ante un escenario vacío esperando que ella aparezca.
Pero no. Terminado el himno suben a escena los músicos y los primeros acordes
suenan altos. Ella sigue sin aparecer, ahora se escucha la voz esperada y la sensación
es como la de oír vibrar la tierra.
Cuando Lila Downs entra en
escena, canta “Mezcalito” y dice a capella: “brinda
con el pensamiento, gotita lluvia de calor, mi culpado vigi, es por mi culpa
señor, bebí de tu memoria, aroma, tierra, agave y sol, yo soy la que le gusta,
este castigo mejor” Entonces a mí se me atora la voz y ya sé que todo será
de una intensidad inusual. Aparece de blanco, toda de blanco, desde el fondo
del escenario y canta y grita con una voz de tierra que contradictoriamente
limpia todo el teatro con un aura latina que a mí me mejora.
Son diez músicos, el escenario
esta vestido de coronas de flores de color, no son ovaladas como las de los
velorios nuestros; estas coronas visten los micrófonos de pie y sin embargo hay
una sola cosa que concita todas las miradas y uno no puede quitarle la mirada
de encima. Es hermosa, es morena, tiene el pelo negrísimo hasta la cintura y
cuando ríe se ve centellear el mundo. De espaldas al público, es totalmente
india. Es más morena en el contraste de su tez morena y el blanco de ese
vestido de singular diseño. Lleva una pechera blanca, con una tela que es como
las que cubren los altares en las iglesias, la pechera es bien pegada al
cuerpo, no tiene pechos pero luce igual. Esa pieza se corta en su cintura. La
falda está cubierta por una minifalda de la misma tela, es bastante corta pero
insinúa más de lo que muestra.
Lo excepcional es lo que tiene por encima de la
minifalda, es un vestido que le cubre desde la cintura hasta los tobillos pero
deja ver su frente, de manera que de espaldas es un atuendo común, que de
frente deja ver los muslos, sus rodillas y sus piernas completamente al aire y
musculosas, firmes como el picor de un ají jalapeño; es como si le hubieran
cortado la parte del frente y entonces la minifalda tiene el rol protagónico de
cubrirle lo que de otra manera quedaría al aire. Ese segundo atuendo también es
sumamente blanco y es de una tela brillosa e impoluta. Lila juega con la cola de
su vestido, lo recoge y lo mueve en el aire, o gira y lo hace volar haciendo
trompos. Como sea, ella va y viene todo el tiempo entre movimientos sugestivos
que alcanza asiduamente y otros movimientos absurdos que combinan gracia y
docilidad en un cuerpo que está en bruto y en un espíritu tan refinado. Como
cuando hace un cacareo simulando a una gallina que empolla, o cuando de espaldas
al publico nos regala su pelo y con las manos emula a una lagartija que corre
entre la arena caliente del desierto mejicano o cuando se tira al piso y mira
al techo y pide que el dolor cese y otra vez clama justicia con el puño en alto
cerrado al cielo y a las claudicaciones.
Y va y viene, seduciendo alternadamente con sus cositas y su mestizar.
Al fondo hay una mesa de donde toma
agua o mezcal, recoge chales hermosos con los cuales se viste alternativamente,
se los pasa por sobre los hombros, o por sobre su cabeza, se tapa la cara y
canta esa plegaría a La llorona, ¿llora?, ¿canta?, ¿gime?, ¿ríe? todo eso es su
canto, ahí está la América Latina, ahí las rancheras, los corridos, el idioma
zapoteco que pronuncia de vez en vez, las cumbias inigualables y todo lo demás que
no sé de dónde diablos sale y que llega tanto y hondo. Su voz no tiene par y será
por eso que cuando a Mercedes Sosa le preguntaron por su sucesora, ella dijo
sin dudar: Lila Downs. Lila canta como una maza, pero también su voz puede ser un
ananá en verano y como guiso calentito en invierno. Lila tiene agua en la voz y
puede cortarse como un vaso al medio cuando se lo propone, sus tonos agudos
duran lo que puede transcurrir entre un almuerzo y una sobremesa de domingo,
larga y pausada, siempre arriba Lila canta y la piel estalla de placer, ella
brilla y todos la miramos absortos en la versatilidad de su toda Ella.
Las plumas de sus chales van
cayendo pero en verdad se elevan como otra plegaria voladora de la noche que se
va yendo y ella volverá tres veces al escenario y la última será con lágrimas
en los ojos. Nuestra es ahora la plegaria de agradecimiento, por estar esa
noche allí ante lo inverosímil. Está Lila,
todo eso es su canto, todo lo baila y todo lo muestra. Lila es para afuera. Y
la gente le pide una canción más para dejar de molestar, y cuando todo parece
que ha terminado, quedan aún cuatro minutos para una emoción mas, Lila vuelve a
cantar, la emoción intacta y las manos arden de tanto aplauso, Lila se va solo
porque el público la deja ir. Y el espíritu queda manso, como agüita de rocío
en las hojas perennes de un árbol latinoamericano.