Por Nacho Fittipaldi
Tengo guardadas algunas escenas de la noche pasada, caras tuyas que me rondan. Tu demora en llegar, mis nervios, luego risas, comentarios cortos, la confianza que se instala tan de pronto, momentos ínfimos que se me van yendo como miguitas de pan entre los dedos. Ella lo encantó con sus enamorantes formas de ser; un mirar fijo, conversar con los rostros uno muy cerca del otro, manera particular de poner distancia para que acercarse no fuera tan riesgoso. Sin saber bien dónde ponerse, ni qué decir, él disfrutaba mirándola. Como decía Héctor Tizón, <<La vida no se mide en años, sino en asombros>>, él confesaba que se sentía más añoso hoy por el asombro que le había causado conocerla. En principio por su belleza y su singularidad, por su rostro brillante, tu acento al hablar –le dijo-, el ruido de las otras mesas aledañas como aludes de gentes desbarrancando a nuestro lado y vos ahí y tu precipitación en el habla, tus dientes y sobre todo un aire de mujer. Asombro también por esa asertiva y sensata honestidad, la manera en la que te abriste y me confesaste cosas profundas de tu vida y tu familia. Tu padre y vos. Él le agradecía sinceramente ese gesto y ella creía que él continuaba con su forma curvilínea de conquistarla, entonces ella reía brutalmente, echaba la cabeza hacia atrás con la boca abierta, él aprovechaba para mirar el anguloso triangulo de sus mandíbulas y el filo de su mentón, <<Es preciosa>> -pensó, ya en peligro- y aun no se había detenido en sus ojos; él trataba de darle aire de juez a las palabras que caían de su boca, boca que se desgajaba por besarla, cosa que no haría en toda la noche. No es frecuente esa manera de estar con el otro, y eso por alguna razón, lo ubicaba en un buen lugar; también por tu labio mordiendo el mío, leve pero endiabladamente. Después ella se va con decisión, y él sólo ve su espalda, a él le quedan mil palabras por decir, ella se cierra como esas puertas de casa quinta que la brisa entorna y va en busca de un colectivo. Asombro por ese, <<También podes abrazarme, si queres>>, que ella largó mientras confesaba que tenía frío, él deseando que se hundan todos los micros del mundo y que los taxis explotaran por los cielos de los buenos aires; sus brazos toman la delgada cintura, fina como junco de monte, y ella va transformándose súbitamente en esa Ana María de Dalí sobre la ventana. Luego el leve calorcito de su cuerpo, el viento moviéndole el pelo en la esquina de Avenida del Libertador y Montevideo, serán imágenes inolvidables –él cree que no habrá olvido-, y muy perplejo ante toda ella, sintiéndose un muchacho inseguro, ella se va yendo y él la deja ir. Sólo eso quería decirle…ahora que hay distancia y que por la ventana se huelen las primeras madres selvas en flor y el canto pendular de los grillos se hace oír entre sus ojos que la buscan.
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