Por Nacho Fittipaldi
Julián era un tipo de convicciones democráticas y en este momento de fulgor y de juventudes decidió aportar lo suyo a alguna orga que le redituara políticamente. Juli tenía cierta trayectoria (según los ojos de su familia) en el ámbito estudiantil, había militado en una agrupación de la Escuela 17 de Moreno y en cierto año ayudó a tomar la fotocopiadora de la escuela. En esa revuelta, habían negociado la prolongación del segundo recreo de la mañana que era el objetivo más alto de la toma y que ni el más optimista de ellos creía poder conseguir nunca. Pero eso había quedado lejos en el tiempo.
Ahora la cosa era distinta, Julián estaba en segundo año de la carrera de Física y estaba convencido de que tenía mucho para dar. Había corrido agua bajo el puente, se había cagado a piñas varias veces (y lo habían cagado a piñas muchas más) tenía la inmensa e irrevocable sensación de que estaba de regreso aquella práctica que su padre le había enseñado cuando juntos salían a hacer pintadas con los militantes de la Junta Coordinadora Nacional.
Por esas cosas de la vida, azar o puro destino, Julián se encontró comiendo un asado en donde habían coincidido un montón de militantes, referentes de distintas agrupaciones políticas, algunas identificadas con la juventud Kirchnerista más fiel y otras más anárquicas, menos orgánicas. Entre las cuales había algunas violentas. Entre chorizos, vacío y asado la noche fue transcurriendo mientras el vino, la cerveza y el fernet iban corriendo a una velocidad inversa a la inmóvil permanencia de una botella de agua mineral Villa del Sur que descansaba sobre la punta del tablón, como pidiendo permiso para regresar a la heladera. En medio del barullo general, ese tono de voz colectivo que se va creando, elevando por sí mismo, que se genera cuando veintidós personas hablan a la vez, de golpe un chabón golpeó el vaso con el tenedor y los otros invitados que estaban a su lado, se sumaron al pedido de silencio generalizado. Sólo cuando el silencio llegó, quedó claro que el Conejo era el que cortaba el queso en esa parada. Silencio que anunciaba la incursión discursiva del Conejo, quien de remera negra, estampada la cara de Néstor en ella, y con un tono que indicaba que era él quien tenía data de adentro, asumió que la cosa venía de debate y medio de punta. Sobre el filo de su intervención, sentenció:
- Acá el tema es que si los compañeros del sindicato no dejan de tirar piedras y de bardear al pedo, se va a podrir todo, ¿´ta claro?
Julián estaba de acuerdo con todo lo que el Conejo había dicho, o la vehemencia con la que lo hacía. No llegaba a comprender del todo lo que el Conejo decía pero ún así le gustaba, <<Este tipo me gusta>>, pensó. Tampoco llegaba a comprender cómo había llegado él a esa suerte de plenario lumpen. Con la misma sorpresa que el Conejo había hecho su primera incursión, otro miembro de la mesa lo cortó en seco. El Conejo fijó su mirada unos segundos en un punto perdido de la pared humedecida, dejando claro que lo incomodaba este tipo de apresuramientos. Sin embargo no continuó con su intervención, y dio la palabra. Lo que decía este otro pibe al que apodaban el Geta, también le pareció razonable y Julián se sintió medio confundido y falto de argumentos para debatir. Pese a ello necesitaba hablar. Todo lo que el Geta decía venía en sentido contrario a lo que el Conejo terminaba de argüir. Sosteniendo para argumentar en sentido contrario, el Geta culminó su intervención diciendo:
- Conejo, los compañeros del sindicato tienen razón, están laburando mal, en condiciones inhumanas mientras la presi se llena la boca hablando de los trabajadores. Y ojo que acá también están metidos los tercerizados que también son compañeros aunque no jueguen con nosotros, todos somos trabajadores. No nos arrebatemos Conejo, aguantemos a ver qué hacen y si se van de boca, o se zarpan con alguna, ahí los embocamos pero yo tengo que guardarle fidelidad al Boca. Si el Boca se entera de que nosotros lo queremos limar, acá va a correr sangre, aunque seamos compañeros loco.
Julián notó enseguida la tensión que sobrevolaba entre los militantes, justo en la última porción de carne que se pudo comer con la calma con la que se había iniciado aquella noche que algo encerraba de mito y conclave. Repentinamente Julián sintió que todo el fernet que había bebido desde hora temprana se reunía en un sólo recipiente cilíndrico y profundo. Sintió que lo bebía de un sólo sorbo mientras el mareo ya lo poseía. Entonces tomó una decisión. Sujetó el vaso lleno de fernet hasta el borde, mientras el recuerdo de su padre lo invadía de una manera inevitable, lo elevó mientras se ponía de pie al tiempo que la espuma del fernet comenzaba a chorrearsele por el antebrazo, y en pocos segundos incurrió en una equivocación de costosas consecuencias, mientras gritaba a viva voz:
- ¡Aguante Marcelo Stubrin!
Inmediatamente el Conejo lo miró fijo a los ojos, mientras el <<Uhhh>> generalizado de los otros compañeros inundó la noche del patio como una sudestada del desorden que estaba por venir. El Conejo indicó a su ladero que se pusiera de pie, mientras no dejaba de mirar a Julián que ya reconocía en su piel el error cometido.
- Nene, no sé quién fue el boludo que te trajo pero sí tengo una idea de cómo te vas a ir. Tenés cinco minutos mientras te voy largando el perro -el Pit Bull estaba de pie, sujetado por una cadena corta, anudada en la mano izquierda del Penca que parecía de mal humor-. Vos decidís –agregó- si queres correr y contar lo pluralista que es la JP, o morir lleno de convicciones.
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