Por Nacho Fittipaldi
Termino de
nadar, estiro, tomo agua, charlo. Hoy fueron 4900 metros y aunque no es mucho
mi cuerpo todavía retumba. El chorro de la ducha cae como puede, pega en la
espalda, salpica los azulejos, siempre húmedos, de las duchas. Busco la ropa en
el bolso, como una banana, estoy solo en el vestuario en un horario en el que
no hay nadie en el vestuario. Un poco agradezco esta soledad, el silencio, la
calma. No tengo ganas de hablar con nadie ni de que nadie me hable. Trato de
leer lo que mi cuerpo dice, esa fea sensación que tuve en el agua. ¿Se irá hoy
mismo? ¿Se quedará hasta que aparezca un próximo desafío? ¿Será que hace una
semana que no nado y mi cuerpo no tolera eso? Dudas. Sentado y mientras miro
los dedos deformes de mis pies, me seco y analizo todo esto. De repente escucho
que alguien se acerca por el pasillo, cantando, “ma-yo-ne-sa, ella se bate como
haciendo mayonesa”. Una cosa es que alguien rompa el silencio que reinaba hasta
recién. Otra muy distinta es que además de eso lo haga cantando esta infame
canción. El contraste entre mi búsqueda, casi existencial, y algo tan terrenal
como “Mayonesa” indica que la parte placentera de la mañana ha llegado a su
fin. El muchacho, entrado ya en los 40 largos, al que llamaré Sergio, ingresa
al vestuario, canta, saluda, “¡qué haces flaquito!” con la confianza que supone
el saludo pese a que no nos conocemos, inicia un diálogo. Se quita la remera, “qué
calor hace en ese gimnasio, la puta madre” dice mientras tararea el mismo hit. “Va
a estar duro” digo yo mientras apuro el secado de mi cuerpo, me pongo la
remera, el pantalón y las zapatillas. No quiero permanecer allí ni un segundo más,
y menos ante la posibilidad de que Sergio arremeta otra vez con la cancioncita
hasta finalizarla. Aparentemente eso ha quedo atrás y ahora intenta otra cosa. “Me
tengo que ir”, dice, mientras se prepara para ingresar a la ducha, supongo, “aunque
me quedaría”. Lo ignoro creyendo que mi silencio lo expulsará. El efecto es
inverso. Arremete. “¿Sabes que pasa flaquito?” giro y lo miro con cara de “no,
no sé lo que pasa”
-
Pasa
que hoy mi hijo empieza primera salita -mientras esto dice se saca el pantalón corto y
queda a la vista un calzoncillo que debe tener veinte años de uso. Habiendo boxers
y slip tan lindos, qué necesidad.
-
Ah
mira –lo mío es casi parco-
-
Sí,
y no me lo quiero perder.
-
Claro.
-
Se
da solo una vez –ahora está en bolas, con la toalla se seca los huevos, y un
poco el culo- son esas cosas que quedan para siempre.
-
¿Fue
a guardería? –pregunto para saber qué es lo que le espera a Sergio en este
mediodía.
-
No
-
Ese
es el tema –mi comentario es entre distante y mala onda. No sé de dónde me
viene esa filosa crueldad- Cuando no fueron a guardería los primeros días son
complicados para los pibes.
-
Y
bue, qué se le va a hacer flaquito. Tiene que ir igual –la toalla ahora seca (por
así decir) las axilas. Entonces, también él sella todo con un principio del
existencialismo más rancio- Lo mejor es no pensar, porque si pensas…
Y se va, sin haberse duchado, seco parcialmente, repleto de expectativas.
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