6 mar 2019

Diálogo en un vestuario de hombres V

Por Nacho Fittipaldi

  

Termino de nadar, estiro, tomo agua, charlo. Hoy fueron 4900 metros y aunque no es mucho mi cuerpo todavía retumba. El chorro de la ducha cae como puede, pega en la espalda, salpica los azulejos, siempre húmedos, de las duchas. Busco la ropa en el bolso, como una banana, estoy solo en el vestuario en un horario en el que no hay nadie en el vestuario. Un poco agradezco esta soledad, el silencio, la calma. No tengo ganas de hablar con nadie ni de que nadie me hable. Trato de leer lo que mi cuerpo dice, esa fea sensación que tuve en el agua. ¿Se irá hoy mismo? ¿Se quedará hasta que aparezca un próximo desafío? ¿Será que hace una semana que no nado y mi cuerpo no tolera eso? Dudas. Sentado y mientras miro los dedos deformes de mis pies, me seco y analizo todo esto. De repente escucho que alguien se acerca por el pasillo, cantando, “ma-yo-ne-sa, ella se bate como haciendo mayonesa”. Una cosa es que alguien rompa el silencio que reinaba hasta recién. Otra muy distinta es que además de eso lo haga cantando esta infame canción. El contraste entre mi búsqueda, casi existencial, y algo tan terrenal como “Mayonesa” indica que la parte placentera de la mañana ha llegado a su fin. El muchacho, entrado ya en los 40 largos, al que llamaré Sergio, ingresa al vestuario, canta, saluda, “¡qué haces flaquito!” con la confianza que supone el saludo pese a que no nos conocemos, inicia un diálogo. Se quita la remera, “qué calor hace en ese gimnasio, la puta madre” dice mientras tararea el mismo hit. “Va a estar duro” digo yo mientras apuro el secado de mi cuerpo, me pongo la remera, el pantalón y las zapatillas. No quiero permanecer allí ni un segundo más, y menos ante la posibilidad de que Sergio arremeta otra vez con la cancioncita hasta finalizarla. Aparentemente eso ha quedo atrás y ahora intenta otra cosa. “Me tengo que ir”, dice, mientras se prepara para ingresar a la ducha, supongo, “aunque me quedaría”. Lo ignoro creyendo que mi silencio lo expulsará. El efecto es inverso. Arremete. “¿Sabes que pasa flaquito?” giro y lo miro con cara de “no, no sé lo que pasa”
-         Pasa que hoy mi hijo empieza primera salita   -mientras esto dice se saca el pantalón corto y queda a la vista un calzoncillo que debe tener veinte años de uso. Habiendo boxers y slip tan lindos, qué necesidad.
-         Ah mira –lo mío es casi parco-
-         Sí, y no me lo quiero perder.
-         Claro.
-         Se da solo una vez –ahora está en bolas, con la toalla se seca los huevos, y un poco el culo- son esas cosas que quedan para siempre.
-         ¿Fue a guardería? –pregunto para saber qué es lo que le espera a Sergio en este mediodía.
-         No
-         Ese es el tema –mi comentario es entre distante y mala onda. No sé de dónde me viene esa filosa crueldad- Cuando no fueron a guardería los primeros días son complicados para los pibes.
-         Y bue, qué se le va a hacer flaquito. Tiene que ir igual –la toalla ahora seca (por así decir) las axilas. Entonces, también él sella todo con un principio del existencialismo más rancio- Lo mejor es no pensar, porque si pensas…
Y se va, sin haberse duchado, seco parcialmente, repleto de expectativas.  



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