Por Nacho Fittipaldi
La vida es un suspiro. Obviamente puede ser
de distinta duración, largo, breve, mediano, ese suspiro es este suspiro
en medio del mar. Es sábado 27 de enero, son las 11, 20 hs de una mañana gris y
ventosa; saco la cabeza, respiro, veo gente en la costa, chiquita, un puntito mínimo
allá en la playa, gente que se baña y come
churros, gente que juega a la paleta, al tejo, una señora le dirá a otra que ella
no quería irse de vacaciones a Villa Gesell pero que aceptó por sus hijos, finalmente siempre es lo mismo; un
hombre cincuentón arroja insultos porque se quema con la arena, cosas así; un viejo miente el quiero retruco y pierde los puntos. No saben, no
pueden saber, que acá adentro somos 400 personas nadando 4 Km. No saben
porque no se ve, detrás de esas altas y anchas, potentes olas, cuatrocientos
metros adentro del mar hay mucha gente nadando. No saben porque no quieren. Este
suspiro es breve pero profundo, consciente, inquietante, aliviador. No saben que antes de nadar Maine y
Carolina entraron de la mano, atravesaron la rompiente de la mano porque Caro es principiante y no sabe cómo hacerlo
sola. Tal vez tenga temor. ¿Hay un gesto de esa dimensión todo el tiempo en la
calle? ¿Hay algo más protector y humano que darle la mano a alguien para ayudar?
¿Hay algo más afectuoso que eso o darse un abrazo?
Saco la cabeza, esta vez hacia
adelante, busco el edifico cilíndrico como referencia, se ve lejos, ese edificio
me indica, más o menos, la mitad del recorrido. Saco la cabeza hacia la
izquierda, el mar ancho, amable hoy, templado, ideal para nadar se deja nadar
progresivamente. Estoy en el mar, nadando, haciendo lo que me gusta hacer, y por elección.
Otra vez siento ese irremediable sabor de felicidad de estar en el exacto lugar
donde quiero estar y con la sensibilidad hiper-dispuesta a captarlo todo, desde la sal que se aloja en mi boca hasta el ardor del raspón en mi hombro producto de mi barba. Ayer a esta hora
estaba en un velatorio. La vida es un suspiro y el fin de ese suspiro. La vida
son esas lágrimas, son esas manos, las de Ana apoyadas con ternura sobre un cajón
sin respuestas. Entonces esa finitud que a todos alcanza por igual es lo que
viene dándome ánimo, impulso, y sobre todo mucha claridad para tomar ciertas decisiones
que me arrojan a estas cosas.
El edificio cilíndrico aparece más
cerca, prácticamente no hay rastros de cansancio en mi, nado agarrado intentando
corregir ciertas falencias técnicas, intento nadar largo y que la deriva haga
lo suyo. Mientras nado sé que la corriente me tiró para adentro y que en algún momento
tendré que corregir el rumbo, volver a hacer unos metros hacia adentro del mar para girar por
fuera de la boya y luego buscar el arco de fin de carrera, de golpe y antes de
lo previsto eso sucede. Un kayak de la organización me marca el punto de la
boya, tengo que nadar unos 150 metros hacia adentro del mar con la
deriva castigándome de costado, subo, me agarro bien del agua, le doy más
potencia a las brazadas y pronto estoy frente a la boya, giro, la boya queda a
mi derecha, levanto la cabeza, la llegada está en la loma del orto. Queda el cierre,
en ese momento recuerdo lo que me dijo Facu “No encares al arco de llegada,
apunta para la costa” Hago eso. Nado prolijo, sin matarme pero intenso, de
golpe freno y busco el fondo, mis pies tocan la arena, el agua me llega a la
cintura, empiezo a correr, el agua se convierte en una fondue de queso, no logro avanzar, una ola rompe a mis espaldas, de
repente estoy nadando otra vez, cuando intento hacer pie caigo en una canaleta
y trago 62 litros de agua, el agua ahora llega al pecho, vuelvo a nadar, piso
un pozo, caigo de costado, en este crucial momento le pediría a toda la gente
que aguarda en la llegada que miren para otro lado. Finalmente y con el agua
por debajo de las rodillas logro correr con cierta agilidad, miro el
cronometro, la carrera fue rapidísima, mi tiempo está mas que bien, las piernas
queman, cruzo la línea de llegada. Llegué. Voy a vomitar... pero no, es una arcada,
duele el vaso, veo a Facu, a Claudio, Lisandro, Ale Cao (que alegría verte Ale y que te hayas decidido a venir), Claudio viene a ver qué me pasa, me arrodillo, voy a vomitar,
falsa alarma otra vez. Me levanto, me hidrato, me abrazo, es esto lo que vine a buscar. Estoy
feliz. De a poco van saliendo, el agua y el esfuerzo van cambiando la fisonomía
de nuestros rostros, una cosa es tomarse una cerveza sentados frente al mar y otra cosa es esa misma cara después de esto. De golpe veo salir a Beto que también venció la
incertidumbre de tener que pasar una rompiente para nadar mar adentro, nos
abrazamos, nos felicitamos mutuamente. Nos queremos. Sale Miguel y lo mismo,
sale Toro nadando pecho, es un anormal con la cabeza como para construir la
muralla china. La llegada es como una reunión familiar donde de a poco van
cayendo todos y todos nos abrazamos y nos felicitamos por haber cumplido el mismo objetivo, somos 37 personas felices por habernos permitido esto. No sé cómo se ve de afuera, pero de adentro es
de una intensidad inusual.
De repente lo veo a Claudio irse hacia el mar. Claudio es de una solidaridad que conmueve
(Claudio es uno de los entrenadores), claro no todos han llegado aún, cuando la
carrera va terminando lo veo acercarse hasta la orilla y acompañar a salir del
mar a los compañeros que están mas complicado, otra vez las manos son el
instrumento para ayudarnos entre nosotros. Finalmente sale Carolina, muy
complicada, con hipotermia y habiendo vomitados dos veces mar adentro. La pregunta
aparece otra vez, ¿Por qué hacemos esto? Las respuestas son múltiples.
Después de la carrera a celebrar,
volvemos al parador del hermano de Toro donde estamos instalados desde el
viernes al medio día. Ahí lo de siempre, buena comida, una atención sobresaliente
y el inicio de lo que durará casi diez horas ininterrumpidas. Las conversaciones
sobre cómo sintió cada uno su carrera, las anécdotas, ahora y después de una
larga cantidad de cervezas y tragos las conversaciones comienzan a hacerse
medio absurdas. Las risas que siempre estuvieron ahora se extienden largamente,
las conversaciones se tornan más absurdas, lo cual no es poco, y esto es solo
el inicio de lo que sucederá por la noche. Recién a eso de las 17, 30 Hs nos vamos
caminando al sitio de la premiación, en el medio de esa caminata se produce una conversación
entre Pepe y yo que es no solamente inesperada sino que además es altamente
privada.
El acto que debería ser breve y ágil se convierte en la premiación más
larga de la historia de la provincia de BsAs. Volvemos caminando al parador
mientras la tarde nos regala un atardecer y uno sonido de mar inquebrantable. Al
llegar veo la figura inconfundible de Seba Pérez empinando el codo al lado de
la barra en donde estuvimos hasta antes de irnos, es decir dos horas antes. Son las 20, 30 Hs y al llegar Luis
me recibe con una cerveza helada y unas empanadas fritas extraordinarias. Quiero
morir así. La ronda de tragos y comida vuelve a surgir, langostinos, empanadas,
música, los relámpagos amenazantes que anuncian la lluvia que llegará. Luis y
Toro son como una entidad genética, habladores, excelentes receptores,
interlocutores cabales de las charlas, conocedores de la tararira y la patada
que es lo único que la calma al salir del agua. La risa del Pocke es, a esta hora, un rasgo
saliente del convite. Sin embargo cuando a parece la música los muchachos
empiezan, como pueden, a mover la carrocería, muchas están desvencijadas pero
igual se intenta, crujen. En estos menesteres Bombi aparece como una figura
descollante, baila y es como si tuviera un arnés de hormigón entre el pecho y las
rodillas, lo más ágil son sus brazos. Pepe esta peor, solo levanta las manos
como rito de la cumbia villera aunque desde la barra suene Rodrigo. Cuando aparece
el cuarteto es mi hora, salgo a bailar con Carlita que fue arrojada por Luis
contra mi pecho, hago lo que puedo y de pronto recuerdo que acá hay dos grandes
ausentes: Franco y Patsy. Me pongo a bailar como un cangrejo, es decir boca
arriba apoyo mis brazos en el suelo, arqueo el tronco y con las piernas me
impulso para atrás, comienzo a moverme compulsivamente como si tuviera
epilepsia, en ese momento mis brazos comienzan a hacer la brazada de espalda un
brazo por vez, en ese momento en el que el brazo está en el aire quedo apoyado
por las piernas y el brazo que no está en el aire, tac-tac-tac. Patsy está
presente aunque pocos identifican ese rito como el homenaje que es. Como no podía
ser de otra manera me caigo al piso debido al efecto del alcohol, según dicen.
Justo ahí un dedo del pie queda enganchado entre las tablas del deck
y crack!!!! Me rompo una uña. Más tarde Bombi dará una clase de reggeton o
aerobics, no queda claro qué es, y todo será tan grotesco y rotundo como el eco
de las risas que perdura tanto como esos suspiros, esas respiraciones breves
ocurridas unas horas atrás en ese mismo mar que ahora es alumbrado por los
refucilos eléctricos que los rayos emiten. Recién a las dos de la madrugada nos
vamos a dormir, agotados, sin margen para nada más que descansar, el día que
arrancó a las 07 AM llega así a su fin. Al día siguiente quedará tiempo para
volver a desayunar a ese mismo parador en el que sucedió todo lo relatado, otro
almuerzo allí, otra incursión en el mar para nadar una media hora mucho mas
incómoda que la del día anterior y aún así sirve para aflojar los músculos, luego una
caminata, otras charlas, todo así de lindo.
Puedo asumir que vine a buscar
esa sensación que produce nadar en aguas abiertas, y el encuentro posible cada
vez que nos vemos, lo que nunca supuse es que me iba a reír como lo hice.
Gracias Luis, gracias Toro,
gracias Franco por hacer posible esto, de la manera que fue.