Por Nacho Fittipaldi
Mayo de 2017, apoyado contra un poste, debajo
de una galería que lo protege de la lluvia y de un frío ruso, Franco toma vino.
Sé que su experiencia y su voz pueden dar forma a mí aspiración. Solo lo
conozco de vista y en apariencia es un tipo corto. Sé su nombre, él desconoce
el mío. Me acerco solicitando vino, es una excusa, mientras la carne espera en la parrilla. Dos
o tres comentarios triviales y entonces pregunto “¿Vos nadaste los 20 Km en
Vuelta de Obligado, no?” Cuando uno hace estas preguntas sabiendo la respuesta
suele haber dos opciones: una es que quien responde lo haga de manera
grandilocuente, exagerada, una adulación de sí mismo; otro camino es responder
como Franco lo hizo, fue un sí corto, sin adjetivos, sin información, dirigió
la mirada hacia el fondo del vaso en donde el vino se movía circularmente.
Recién después de unos segundos agregó, “¿La queres hacer?” Mi respuesta fue
algo parecido a un permiso para dejar que él se explayara. Dije que me gustaría, sin referir que mi experiencia era prácticamente nula en aguas abiertas y
menos aún en una carrera de esa salvajada de cantidad de kilómetros. “Hacela eh –dijo- es
hermosa” Lo que vino después fue casi una botella entera de ese mismo vino,
algunos sándwiches de cuadril y un choripán. Miguel era parte de la conversación.
El frío no menguaba. La decisión estaba tomada.
De frente el Paraná-Guazú es una
inmensidad heterogénea e intimidante. No da miedo pero es imponente y
esplendido. Al fondo, del otro lado de la orilla, si es que aquello es una
orilla, puede ser una isla que solo obstruye el flujo de agua, se ven apenas
unos árboles, indistinguibles. Acá apenas unas totoras y barro.
Caminamos hasta el río entre palabras de aliento. Soy el que menos experiencia
tiene. Soy el que no tiene ninguna experiencia. “Vamos eh, nadá tranquilo!! a
disfrutar” Esa es la frase que más he oído en este fin de semana. El agua del Paraná
está cálida, moja nuestros dedos, mansa, el abrazo con Franco, Seba, Sol y Martín
es el último contacto con el grupo antes de largar las más de tres horas de
carrera que nos esperan por delante. El barro del río se mete entre los dedos de los pies. El
sol apenas si se deja ver, son las 10 de la mañana del domingo 3 de diciembre. Suena
la campana que indica la partida, largamos.
Para quienes nadan, o han nadado
en pileta alguna vez, o para quienes ni siquiera han hecho esto, deben saber
que nadar en estos ríos implica una falta total de visibilidad, pese a que el
agua está limpia, la visión humana acá es solo una posibilidad remota y las
referencias en la costa solo presunciones. Desde adentro del Paraná-Guazú hacia
sus márgenes, nada se ve. Mientras nado rumbo al canal de navegación voy
pensando en cómo debo mover los brazos para ahorrar el máximo de energía posible,
vamos sin botero, sin guía, es decir sin nadie que nos asista con agua, sin
nadie que vea por encima del oleaje, ni que nos
dé media banana, o unos gajos de naranja para reponer lo que el cuerpo
irá perdiendo kilómetro a kilómetro. Llega la primera boya de referencia, son esas conocidas de metal que durante la noche emiten destellos para marcar los márgenes de
navegación de los buques, sigo nadando, pienso en nadar largo, llevando los
brazos bien adelante, el brazo y el antebrazo forman un triángulo abierto en
la base, la mano saliendo atrás, pegada al muslo, así, una y otra vez, durante
tres horas, esa es la clave, no apresurarse, disfrutar, mirar el paisaje,
hidratarse con los geles que cada uno lleva dentro de las mallas, son tres para
tomar uno cada 45 minutos. De repente una moto de agua de Prefectura me hace señas para que vire a la derecha,
hacia la costa, tengo que meterme en la boca del Río San Pedro, desde allí
hasta la llegada quedan 14 km. De ahora en adelante nadaremos en un río con
menos correntada de lo esperado, al menos por mí. Este río es de tamaño medio,
por momentos tiene 70 metros de ancho, en otros 40. En los primeros kilómetros solo
se ve campo y planicie, algunos pocos ranchos de chapa sobre pilotes funcionan
como puesteros que deben mover el ganado de una isla a otra buscando las
pasturas. No hay gente, solo campo y agua. Al mirar el cronómetro veo que van
55 minutos de carrera, hora de tomar el primer gel. Busco alguna embarcación
que pueda asistirme con agua, como a 200 metros una lancha a motor sobre la
margen derecha del río aparece como opción, me acerco, pido agua, preguntan cómo me siento, les
digo que estoy genial y que nadar en el tramo del Paraná-Guazú que quedo atrás me
pareció un placer inesperado. Allí se produce el siguiente diálogo en las
siguientes condiciones.
Estoy agarrado a una soga de la lancha para que la
corriente no me lleve río abajo antes de hidratarme, con la otra mano saco de
mi pubis el sobrecito de gel, con cuidado de que los otros dos no salgan a flote y los extravíe, se lo paso al muchacho de la lancha, yo estoy prácticamente
debajo de la lancha porque el agua corre fuerte hacia abajo, mi brazo extendido
apenas llega a reunirse con la mano del pibe que me pasa un vaso con Gatorade y
el gel ya diluido:
-Por qué estas sin botero? –pregunta él-
- -No sé. Te aclaro que atrás mío vienen dos más. Uno
nadando pecho
- - Nooooooo, el mismo del año pasado?
- -Ese mismo
- -Y por qué nada pecho?
- -Y vos por qué pensas que nada pecho? –pregunto
colgando de una soga como si fuera un numero de De la Guarda-
- -Porque está loco!!
- -Eso mismo. Chau, muchas gracias –digo yo y solo
con soltarme de la soga el río me arrastra 40 metros sin que haga falta nadar.
Ahora es tiempo de buscar el
puesto de agua formal que está a los 8 km de la largada, mientras nado pienso y
me digo, ´nadá largo, nadá largo, solo eso´. Por momentos disfruto tanto que olvido los 12 km que faltan, estoy entero, apenas duelen los hombros y un
poco los tríceps, sé que si nado largo llego, sé que estoy entrenado para
llegar, sé que quiero llegar, solo queda hacer esto mismo durante dos horas más. No es poco, es toda mi chance. Mentalmente pienso cómo llegue a estar en este río haciendo esta locura. Hago una
revisión, recuerdo la crónica de Damian Blaum cuando nadó 8 Hs 17 minutos en la Hernadarias-Paraná luego de recorrer 88 km, ese fue el inicio de mi curiosidad. Repaso el pasado inmediato. Llegamos a San Pedro, cambiamos la goma que
pinchamos, tomamos mate en el hotel, fuimos a la charla técnica, nos
encontramos con Sol y su encantadora familia, tomamos mate, se largó a llover el sábado y
no paró hasta ahora, las 08 AM del domingo. Fuimos a cenar. Qué atracón nos
pegamos. Al llegar al hotel Germán, el dueño, nos recibe con una patada en el
pecho, dice que las competencias de aguas abiertas cercanas a San Pedro se
suspendieron por la sudestada y las malas condiciones climáticas. Las carreras
de aguas abiertas se suspenden por tormentas eléctricas o por olas de tres metros,
no por lluvias, en general. Sin embargo al chequear en internet vemos que es cierto. Este
tipo que para mí es un resentido social que no puede ver feliz a la gente, ha
arruinado en un segundo todas las bellas sensaciones de la charla hermosa que
tuvimos durante la cena; nuestras vidas, nuestra relación con Poseidón, los
esfuerzos familiares con nuestras parejas para que podamos hacer esto que tan
felices nos hace. Qué se le juega a cada uno en este tipo de desafíos. Nadar no
es hacer un deporte. Nadar es un deporte que implica un estado físico, anímico y
eso determina un estado mental. Solo así se puede llevar adelante una carrera con
estas características. La noche se deja mojar como en pocas ocasiones, de punta
a punta. A las 06, 40 AM suena el despertador. Un pájaro canta la lluvia. Desayunamos,
vamos al club en busca del condenado “Suspendido” de la Prefectura. Nada de
eso, esto se corre muchachos, a cambiarse, a comer, a tomar agua, deja de
llover, sale el sol. Estamos en el agua.
Nadá largo, solo eso, pensá en eso. Me repito una y otra vez como una secuencia mecánica. El puesto de los 8 km no aparece, pregunto a un botero si ya me pasé, de los 6
km hasta donde estoy he nadado más de dos kilómetros, estoy seguro, y el puesto
de hidratación nunca apareció. El botero me dice que ni idea. Genial la puta
que te parió. Decido desenroscar eso de mi cabeza, esté adelante o haya quedado
atrás, ese puesto ya no forma parte de mis opciones, pido agua a un bote
cualquiera y decido seguir. Ahora queda encontrar la barcaza que me indica los
15 kilómetros. El paisaje ha cambiado, del lado izquierdo sigue el campo y
algunos ranchos con gentes, del lado derecho en cambio hay una barrancas
imponentes, altas, marrones de tierra colorada, con orificios en sus paredes, tal vez 10 o 15 metros de altura, sobre la costa hay unos pocos árboles. Una pregunta me invade, “por qué hago
esto?”, las respuestas van apareciendo mientras un dolor intenso en el tendón de
aquiles empieza a estorbar. Supongo que es un desafío personal, algo que
siempre quise hacer, algo a lo que nunca me animé, una hazaña de la cual pueda
vanagloriarme cuando sea viejo, o algo que pueda mostrarle, o contarles a mis
hijos, no lo pienso como un hecho aislado, esto es un inicio, no una excepción.
Pienso en Piero y Sabino, pienso en los audios previos a largar la carrera, me
emocionó, pienso en Pao que me apoya y me acompaña y comprende lo que es nadar para mi y me estimula a hacerlo. Gracias!!. Sería lindo que me vieran
salir del agua, agotado pero feliz. De golpe aparece la barcaza, ya van 15 km, una
lancha a motor pasa preguntando cómo estoy, al ir sin compañía somos su grupo
de riesgo, le respondo que estoy entero y que la carrera esta hermosa, le paso el
gel y le pido a la chica que me lo disuelva en agua. No puedo tomarme toda la
botella, es mucho liquido y el sabor medio asqueroso, entonces ella se ofrece a guardar la botella y pasármela si nos
volvemos a ver en el recorrido. No sucederá.
Ahora, luego de la barcaza, queda encontrar el
buque de la Armada que está amarrado sobre el río. A los 15 km decido cambiar
el ritmo de nado, estoy muy bien y mentalmente me siento fuerte, quedan 5 km. Comienzo
a nadar un poco más agarrado y tratando de que la mano arrastre más agua sin dejar
de nadar largo. El dolor en los tríceps ya no se puede esconder detrás de la
exigencia mental, está ahí, muy presente. En cambio los hombros y el tendón dejaron
de molestar. Sin embargo duelen la cintura y la parte alta del dorsal. Además siento que avanzo cada vez más lento, levanto la
cabeza y como a 500 metros veo el buque. Es gris, largo, mide como 60 metros y
tiene unos mástiles altísimos. Sobre la margen derecha ahora se ven familias alentando
y haciendo asado. Saludan, gritan, chupan. Quedan entre 2 y 3 km, decido meter
otro cambio de ritmo, van 2, 47 Hs de carrera, ahora sí el esfuerzo de nado se
siente en cada brazada, aun así vuelvo a sentir que avanzo poco y que el pelotón
de adelante comienza a quedar lejos, mentalmente estoy debilitado porque perdí
referencias, no veo las boyas que indican el ingreso a la dársena del club náutico
donde culmina la carrera, no tengo boteros cerca para preguntar, queda nada de
carrera pero estoy en el peor momento y solo, estoy tan exigido que de golpe, y tarde, descubro
por qué mierda no avanzo al mismo ritmo que antes.
Ha comenzado a soplar viento del Este y se ha movido el agua,
hay unas olas pequeñas, como de medio metro que vienen derecho contra los
nadadores, el viento, el río y los relámpagos son quienes deciden si nadamos o
no, y cómo lo hacemos. Ahora toca pelearla, se terminó la técnica, hay que
romper la ola, meter la brazada, raspar el agua, y seguir, allá lejos veo las boyas,
me duele todo, sé que llego, sé que me gané mi propio abrazo, el sol se fue,
ahora manda el viento, estoy cumpliendo lo que me prometí en voz baja. Sé que mis
compañeros, esos que me dieron consejos, esos que hicieron asumir esto con
naturalidad, esos que conformaron espacios para charlar y oírme, están en este
mismo río, estamos nadando juntos aunque no nos veamos, mis otros compañeros, los que no están acá, están haciendo fuerza para que todos
lleguemos. Doblo la curva, ya estoy en la dársena, el agua es agua muerta, no
hay corriente, es espesa como aceite, hay que raspar más y más, ya no quedan
kilómetros por delante, ahora son solo metros, algunos metros pero casi nada de
fuerzas, pienso en Facu, raspo el agua, saco la cabeza, miro adelante, busco la
manga de llegada, está a 400 metros, está lejísimos, raspo el agua, ahora
respiro cada una brazada, saco la cabeza, la gente alienta y aplaude, hablo con
mi cuerpo y le digo gracias, pienso en mis brazos, los hombros, pienso en Tati,
un nadador que viene atrás me toca los pies, no me vas a ganar –pienso-, meto
un último sprint, no me pasa, pienso en mi sana inconsciencia, en toda esta
locura, pienso en mi cabeza y le agradezco en no sobre exigir a mis
articulaciones, en cómo administré todo, incluso el placer de nadar acá, levanto
la cabeza, veo la manga de llegada, raspo el agua, respiro, pateo, saco la
cabeza. Llegué.
Dos personas ofrecen sus brazos
para ayudarme a salir por la rampa de llegada. Creo que es innecesario, sin
embargo la ayuda no es opcional, ellos te sujetan por los brazo porque cuando
volvés a apoyar los pies en tierra después de tres horas de nado, entonces recién
ahí uno recuerda que es bípedo, al apoyar las piernas sobre tierra firme las
piernas son un flan, casi que me caigo, por suerte me sujetan, preguntan a cada uno de los más de 100 nadadores,
“estas bien?” y la respuesta es estoy agotado, dolorido, estoy increíblemente
bien. Y sobre todo feliz, parte de mi cuerpo quedó en el río, pero mi alma esta llena.
Gracias por todo…
1 comentario:
MUY BUENO, CASI QUE ESTABA NADANDO CONTIGO
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