Por Nacho Fittipaldi
Cada mañana termina en un
combate. Por la ropa, por el desayuno, por la tele, por los horarios. Piero y Sabino
comenzaron a disfrutarse y eso es también una disputa horizontal, constante. Hoy
me toca a mí. Piero pide:
- - ¿Papá me pones los guantes?
Afuera hace 25 grados, son las 07.45
hs de la mañana, el tiempo apremia, Piero está en pijama, falta que se lave los dientes, sacar el auto,
subirlo, atarlo, cerrar el portón, llevarlo a la escuela y recién allí podré ir a nadar.
- - No Piero, no hace frío, esos guantes son muy
caluroso y tardo un montón en ponértelos. Dale vestite. No tenemos tiempo.
Piero comienza a llorar como cada
mañana. No sé por qué me enojo de una manera desmesurada. Me arrepiento. Le propongo
que se vista y luego le coloco los guantes. Piero acepta, lo acaricio y le pido
disculpas. Piero agrega:
-
Estos guantes son muy lindos Pa, y muy caros, me
los regalaste vos. Gracias papi.
Piero conoce los puntos débiles del
padre, y aunque los guantes son del invierno pasado sabe qué decir y en qué momento
colar sus palabras, el tono, la cara y una gestualidad.
Finalmente llegamos más temprano
que lo pronosticado en mi cabeza. Apenas tres familias han llegado a la puerta
de la escuela, ésta solo se abre a las 08.00 Hs y se cierra quince minutos más
tarde. Fatídica, dictatorialmente. A Piero le gusta llegar primero, lo cual no
sucede jamás, hoy y pese a todo estuvimos cerca. En la cola para entrar se
producen charlas amigables entre los chicos, entre los padres (excepto yo)
educados que forman parte del “grupo de los papis”. A esta hora son todas
mujeres, a pie, en bici, con un pibe, con dos, con tres, con dos pibes y un
perro, con un perro y una beba, en fin, combinaciones múltiples. Las mujeres
conversan, no sé de qué, nunca se cómo hacen para tener tema de conversación, ni
para terminar creyendo que a otro le puede interesar eso que están balbuceando.
Señores, son las ocho de la mañana. ¿Hay
necesidad de sacar tema porque sí? ¿Hay que hablar sí o sí? Incomprensible.
En esa quietud y en la cierta
incomodidad que me habita, sucede algo imprevisto y no previsible. O sí. La pelea
comienza cuando uno de los perros de una mami invade el territorio de otro
perro callejero que está siempre en la escuela. El primer ataque es solo una
amenaza, pero la amenaza no provoca el repliegue del perro invasor, apodado
Charly. Charly se planta y entonces lo que era una amenaza se convierte en un
certero mordisco en el cogote. Ambos gruñen, muestran sus dientes, son dos
perros grandes, de aspecto desagradable ambos, intimidante. Uno lleva el hocico
ya blanquecino (como yo) es el dueño de la puerta. Las mamis gritan y al unísono
dirigen su mirada hacia mí, el único hombre en la escena. Están en pedo si
piensan que voy a intervenir, pienso para mis adentros y un minuto más tarde
estoy haciendo algo absurdo y sin convicción.
Los perros se tienen amordazados
mutuamente, uno por el cuello, el otro a una pata delantera. Yo les grito, como
si eso bastara, “fuera!! basta!!” Todo muy absurdo e inútil. Esto requiere de
una actitud y determinación inhabitables en mí. Al menos hoy. En todo este
circo he quedado de espaldas a la fila de mujeres que piensan entre sí, “mira
este pelotudo no se anima a separar a dos perros” pienso en darme vuelta e
increparlas. “Para qué mierda traes a tu perro, me queres decir??” Callo. La puerta
no abre pese a que son más de las ocho. Busco un palo para pegarles a ambos, no
sea cosa que la mami reclame justicia para su perro. No hay nada. Tomo otra decisión
desacertada. Decido tirarle una patada al perro más viejo, pienso que si me
ataca será con menos velocidad y ferocidad que si me atacara el perro más
joven, alias, Charly. Olvido que el pantalón que llevo puesto es de esos
modernos que tiene tiro bajo y tipo babucha, es un jogging, pero tiene estas
limitantes. Al lanzar la patada el tiro del pantalón provoca un efecto resorte/inverso,
la patada no sale del todo y medio que me tira para atrás, mi pierna queda en
el aire y ante todo quedo como un tipo con poca agilidad (cosa discutible), cagón
y perdedor (aspectos indiscutibles). Los perros continúan en una pelea bastante
más prolongada de lo habitual. Ahora han saltado la zanja y están en un lugar
en el que no quepo. Una suerte. Llevo mis manos hacia los bolsillos del pantalón,
estoy parado en el medio de la calle, ellos han cruzado la calle en medio de
las corridas, fijo preocupación por la integridad física de los animales. Cosa que
verdaderamente me chupa un huevo. La mami grita sin moverse un centímetro,
junto a la puerta cerrada, “Charly, Charly basta, vení” y después otro infame “Charly,
Charly, Charlyyyy, vení, vení, vení” nada de eso surte efecto. Finalmente recojo
una piedra y antes de tirársela a uno de los dos, los perros deciden abandonar
el combate. Sé que ahora viene lo peor. ¿Alguien
interpelará mi accionar?, limitado por cierto, ¿alguna mami dirá una frase
desafortunada? Al girar y quedar de nuevo frente a la cola de padres y niños
que pugnan por entrar veo que la cantidad de personas ha aumentado exponencialmente.
Veo que hay otros hombres y que todos han decidio no actuar, veo a uno de ellos
que es gendarme con cara de “esto se resuelve de otra manera papu” tiene cara de
estar vigilando todo el tiempo. Regreso junto a Piero y desafortunadamente, pese
a haberle puesto los guantes, es pierito el que lanza:
- - Mi papá le tiene miedo a todo.
Otra vez las palabras y las
cosas. Como el día que chocamos rumbo al jardín y luego de todo el shock, ver
como estaba él, intercambiar datos, pólizas, mientras la lluvia me mojaba, llegando
al jardín dijo, “Llegamos tarde por tu culpa” así es este pequeño monstruo.
Luego la puerta se abre, el perro
viejo ingresa antes que nadie, Charly se ha ido en otra dirección y al fin me
escabullo en la zona gris de mi propio yo.