Por Nacho Fittipaldi
Roberto es un Sherpa de cantero. Cada un año o dos aparece en casa con
la precisión de las tormentas estacionales. La primera vez fue para nivelar el
terreno de casa. Había que entrar varios camiones de tierra y emparejar lo
desparejo. Lo llamé, su voz y su manera de hablar me generaron desconfianza.
Cuando lo vi el prejuicio dio lugar al juicio y el juicio es lo que escribo.
Será justicia.
Aquella vez nos sorprendió por su fortaleza física, Roberto
mide 1,55, tal vez 1,57, su contextura es menuda pero evidentemente su fuerza
es brava. Entra y sale una y otra vez; una carretilla, dos, tres, cinco…perdemos
la cuenta. En aquella oportunidad andaba con un hombre muy mayor, bajito y
ancho como un frezzer de almacén. En esa primera visita a casa no hubo
incidentes que lamentar, luego vino la época de plantar y dar vuelta la tierra,
y sembrar pasto, eso lo hice yo. La segunda vez que vino ya fue por dolencia.
Creo que yo estaba en cama y el pasto crecía y el cerco a la par.
-
Roberto
podrás venir a casa a darnos una mano??
-
Sí,
si, voy, voy, no hay drama.
Le explicamos qué era lo que había que hacer y se dedicó a lo
suyo con energía. En un momento se acerca y le dice a Pao:
-
Podo
el sauce??
-
Nooooo,
Roberto. Corta el pasto y nada más.
La respuesta había sido clara, contundente y hasta incluso
cortante. Un rato más tarde el sauce lucía un corte entre bombé y carré. El
sauce había quedado con una copa solo semejante a los cercos y arbusto que hay
en Los cocos (Córdoba) en esa zona del predio en donde hay un laberinto hecho
con cercos, paseo ineludible del viaje de egresados de 7° grado. Aún hoy, un
año después el sauce luce raro y aulla cada vez que Robertito se aproxima.
-
Te
dije Roberto que no lo podaras. Mira lo que hiciste!!!
Él pareciera no comprender del todo. A simple vista Roberto
es débil mental pero a la hora de cobrar, factura como si fuera Mark Zuckerberg,
el fundador de Facebook.
Como consecuencia de apisonar el terreno se produjo otro
episodio que pinta a nuestro amigo de cuerpo entero. Aquella vez Rober había
usado un pisón, o rodillo, que se usa para apisonar y alisar el terreno. Este
objeto era de un tamaño significativo, un rodillo de un metro y medio de largo
por unos treinta centímetros de diámetro, rellenado con cemento y con una
manija bastante arcaica para hacerlo desplazar. Este rodillo o pisón era
pesadísimo, yo mismo intenté moverlo y
la verdad es que costaba un huevo. Ellos lo movían entre dos.
Un día se aparece en casa pidiéndonos prestado el pisón para
hacer un trabajo en otro lugar. Ante eso nuestra respuesta fue, “No hay
problema pero cómo te lo vas a llevar” Robertito tiene como todo vehículo una
moto, desde donde una vez me insultó por la calle sin advertir que era yo, luego
al reconocerme falseó una media sonrisa y me saludó como si nada; también anda en un Fiat Uno que ahora cambió
por un Fiat Spacio, un claro ejemplo de movilidad social descendente. O sea el
cómo le imposibilitaba el para qué. “Yo me lo llevo” dijo seguro de sí mismo.
Cabe decir que el pisón no pesaba menos de 100 kg. Pasan unos días y aparece
Roberto con un amigo que tenía una cara de insano alarmante. “Hola –dice con
voz aflautada y velocidad de chita- vine
a buscar el pisón” detrás suyo se ve la moto y un pequeño tráiler que es igual
al que usan los jardineros para llevar bordeadoras, machetes, motosierras y
hasta una máquina de cortar pasto pero jamás para trasladar un pisón de 100 kg.
Pao lo advierte, “te vas a dar vuelta, se te va a dar vuelta la moto” Roberto
insiste como si nosotros no quisiéramos darle el pisón, “Roberto te lo regalo
el pisón pero no lo cargues ahí porque vas a tener un accidente o vas a
aplastar al que venga detrás tuyo” El pequeño, o los pequeños muchachos van
hasta el fondo del terreno, arrastran el pisón hasta el portón de calle e
intentan subir el pisón al carro. La moto corcovea, relincha, se niega. La moto
sede, y Roberto, no sabemos cómo, vence y se va.
Una tarde del año pasado suena el timbre, es Roberto:
-
Hola,
cómo andas –Roberto parece un roedor con daño cerebral-.
-
Qué
haces Roberto!?
-
¿No
necesitas que te haga el parque?
-
No.
–su cara expresa algo distinto esta vez-.
-
Acabo
de chocar, choqué con la moto –hace un silencio que yo entiendo como un
socorro-.
-
¿Estás
bien, te golpeaste?
-
Si,
golpeé un poco la moto pero estoy bien. ¿Tenes $100? –a mí la pregunta me
descoloca, me pide plata cuando yo le ofrezco ayuda y a la vez con $100 no
resuelve ningún quilombo (pienso) de los que el choque le puede haber
provocado; él agrega:
-
Después
cuando venga a trabajar te cobro menos
-
Sí,
sí no hay problema –digo yo medio confundido- pero alarmado por el abuso del
pedido.
Roberto es así, te obliga a tener la
guardia alta todo el tiempo aunque su aspecto invite más a ofrecerle ayuda.
Dos semanas sin parar de llover, el
pasto está muy alto y con mi máquina no puedo entrar a cortar. Lo llamo aunque
sé en qué me meto. “Podrás venir a cortar??”
Llega temprano, la altura de siempre,
remera manga corta, gorra con visera y anteojos de sol, no son anteojos
deportivos ni playeros, son anteojos de sol pero de vestir, pantalones tipo
pampero y borcegos. Cuando veo bajar sus herramientas le aclaro:
-
Roberto
cortá con la máquina, no cortes con la desmalesadora porque quemas el pasto.
-
Sí,
sí quedate tranqui.
Eso es justo lo que no va a suceder,
sé que para que no haga cagadas estoy obligado a espiarlo desde adentro de
casa, siguiendo paso a paso lo que hace porque un segundo de librepensador que
le agarre y es capaz de podarte un árbol en extinción. Roberto camina un poco
por el parque, es un Sherpa de cantero, agrega, “No tenes una bolsita para
juntar la cacona de la perra”, el detalle de la palabra <<cacona>>
es algo que apenas puedo tolerar, la risa me invade. Arranca a trabajar, en 20
minutos corta todo el parque, ahora junta el pasto, yo me tomo un mate y de pie,
detrás de la cortina observo lo que este potro de la naturaleza realiza.
Roberto es dueño de una brutalidad anestesiada. En cualquier momento se
enciende y genera el infortunio. Yo sedo ante mi propio yo. Repaso las órdenes
que le di como para convencerme que fui claro: cortar el pasto, cortar el cerco,
limpiar los yuyos que taparon a las plantas y cortar el pasto de la pileta. Eso
dije. Cuando levanto la vista veo a Roberto adentro de la pileta cortando el
pasto, en verdad no está haciendo eso ahora. Lo miro y no entiendo. Cómo hizo.
Qué carajo hizo para hacer lo que mis ojos ven. Roberto está de pie en la
vereda de la pileta, la desmalezadora está al revés, la parte de la tanza con
la que corta está mirando al cielo, en el aire la maquina ruje, fu fu fu fu, él
hace un movimiento como si tuviera un dorado al otro extremo de la línea, mueve
la caña, la tensa, el dorado no salta, la media sombra que cubre la pileta de
las hojas otoñales se estremece, esta enredada a la tanza de la máquina, entabla un dialogo con el sauce, solo ellos
comprenden. La media sombra está abierta exactamente a la mitad como si la
hubiera abierto con una trincheta. Estoy cansado de controlarlo y que no surja
efecto. Robertito lo arruinó otra vez. Su fuerza es bruta pero por sobre todo:
Libre.
2 comentarios:
Jajajajajja; Qué final!!! "...sobre todo libre."
Es que no lo dejás ser Tío!!!
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