Por Nacho Fittipaldi
Hagamos un alto, suspendamos
los juicios sobre los nombramientos del gabinete y pensemos sobre la naturaleza
estratégica del accionar macrista. Pasemos por alto el fatigoso andar de Macri
en estos pocos días y el consejo de que si no le avisan que esto dura cuatro
años la va a quedar en la primera de cambios. ¡Presidente Mau, guarda la tosca!
Si miramos la historia
reciente, del fin de la dictadura hacia adelante, vamos a ver que los presidentes
de la democracia recuperada fueron reiterativos y trazaron una estrategia coincidente
en relación al pasado. De Alfonsín a Néstor, todos usaron como pivote de base lo
negativo que su antecesor le había dejado. Eso que conocemos como <<la
pesada herencia>>.
De manera muy esquemática: Alfonsín
construyó su legitimidad alrededor de la lucha contra la violación a los DD.HH,
el pésimo ensayo del delirio Malvinas, la libertad reconquistada y la
reconstrucción del sistema democrático.
Menem se legitimó como un presidente
que puso fin a la hiperinflación, generó un shock de consumo mediante la
convertibilidad que también vino a reformar el Estado.
De la Rúa intentó construir
sobre la base de la corrupción menemista, su impunidad, el canal de
legitimación propia.
Néstor se legitima a partir de la recomposición del mercado
interno, el desendeudamiento externo, la bandera de los DD.HH, la creación de
millones de puestos de trabajo, tenía tras de sí los indicadores más elevados de
desocupación, desempleo y pobreza de la historia argentina que el
Neoliberalismo le había heredado. Un presidente escapado en helicóptero es un
punto de temporalidad histórica hacia donde no se debe volver la vista atrás.
A diferencia de todos ellos,
Macri construye un discurso electoral primero, de gestión después, en el que el
cambio se refiere a las formas y también implica una sugestiva, prometida, continuidad.
En el post-kirchnerismo gubernamental no hay catástrofe económica sobre la que
erigirse, la idea de la <<dictadura k>> no logró asentarse lo
suficiente ni hacerse creíble en la sociedad y cayó finalmente rendida, ridícula, ante la escasa diferencia de votos
por la que ganó el candidato de Cambiemos ante la amenaza de fraude. La argentina quebrada es una figura que la pagina web del Banco Central del día de hoy desmiente al señalar que hay reservas por 24.270 millones de dólares. La corrupción K es un latiguillo que al lado de lo de Brasil parece un corso a contramano, y en todo caso el macrismo no puede desentenderse de lo que comprende tan bien.
En este sentido Macri parece
haber elegido un punto desde donde pivotear, a mi juicio incorrecto, en el que
las formas parecen más significativas que la política misma que la forma
desconoce. A la larga, o la corta, el
cambio que Macri práctica, por un lado pone en duda su propia supervivencia de gobernabilidad;
por otro pone en duda su propia imposibilidad de trascender su naturaleza
ideológica y darle gobernabilidad a su gestión. No parece más audaz que torpe permitirse
cambiar lo que está bien, al tiempo que lo que hay para cambiar no le garantiza larga
vida. Por el contrario, está cambiando justamente aquello en lo que su
predecesor ha sido exitoso y plantea variaciones de forma en un contexto en el
que, algo tangible como los alimentos, duplican el precio en un 2015 en el que
la inflación, tantas veces criticada al kirchnerismo, había logrado controlarse
y reducirse. Hasta el momento ningún gobierno que carcoma de un día para el
otro, el poder adquisitivo de la mayor parte de la sociedad ha recorrido con éxito
e hidalguía su gestión de gobierno. Si se tiene en cuenta que esto ha sucedido
en solo una semana de gobierno, auguro tiempos violentos. Desde las bases
sindicales que asumo como independientes de un posible arreglo con las cúpulas,
sumado al alto nivel de movilización social que, por ejemplo, el escenario de
balotaje dejó al desnudo, y un conflicto latente con el sector informal de la economía
que verá retraer los elevados niveles de actividad económica que el
kirchnerismo también vehiculizaba. El fin del gobierno de De la Rúa, los asesinatos, la represión, el helicóptero son un resultado y una experiencia conocida que puede aflorar en cualquier momento.
Macri inicia su ciclo político
derribando lo que su antecesor había logrado, en Macri no hay reconstrucción.
Hay transferencia de ingresos del sector público al privado. Ese pasaje de altísimo
consumo interno a la pérdida del poder adquisitivo, y de ahí a la recesión, no
puede ser menos que el sendero que le marque el límite, el encorsetamiento, el camino
de salida de su regreso a la ortodoxia. El cómo y el cuándo es algo que está por
verificarse.
Macri podrá legitimarse ante
las corporaciones, el sector financiero y el complejo agroexportador, pero no
puede legitimarse frente al pueblo porque eligió darle la espalda, gobernar
para las minorías, y de ahí a la catástrofe hay solo pasos históricos de
diferencia que la represión suele justificar a punta de pistolas y carabinas, no de diálogo, ni consensos ni alegría, esa alegría esfímera y pálida que sus rostros tan bien transmiten.
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