Por Nacho Fittipaldi
La angustia
parecía haberse ido, al menos Esa angustia, ese sentir extraño, espeso y dolido
que había aparecido, secuestrándome, en la sala de espera mientras Piero era
traído a este mundo mediante esa práctica compleja denominada cesárea. Pocas veces
me sentí más solo que esa tarde. Cuando me dieron a Piero sentí la tranquilidad
y la paz que me habían enseñado en catequesis y a la que solo se accedía en el
Cielo.
Otra vez la
escena de parto. Pao en el quirófano, el mismo quirófano, yo solo con toda mi
soledad pero ahora estaba Piero. Piero crecido, Piero amado, Piero luminoso y brillante.
Mi soledad era no estar con él. Ahora que yo esperaba por mi segundo hijo, lo
escribo y parece que eso le sucedió a otro, mi segundo
hijo, esa angustia estaba ausente, en cambio había en mi una gran tranquilidad,
aquello que me vino la primera vez que ví a Pierito, ahora lo sentía en la
espera, minutos antes de toparme con Sabino. Sabía lo que venía pero no sabía
cómo.
Ella rumbo al
quirófano, yo, esta vez rumbo a la habitación en la que debería aguardar, al
separarme de Pao esta vez me sentía maduro, mayor, tranquilo aunque impaciente.
Está vez dejaríamos de ser tres para pasar a ser cuatro. Antes habíamos dejado
de ser dos (o una misma cosa) para ser tres. Y eso nos había cambiado la vida
para siempre. Ahora ya no estaba solo, ahora estaba Piero en mí, siéndome, en algún
lugar, con mi vieja o con sus primos, con algunos de todos sus primos en algún
lugar por donde yo, seguro, había jugado hace más de treinta años en mi infancia
lejana.
Nos separábamos y
cuando volviéramos a vernos tendríamos otro hijo en común, nuestro hijo en común.
Otro.
Busco la habitación, hay un temor y es
no saber con quién vamos a compartir la habitación. Ingreso a la
habitación 510 y veo que no hay nadie, “Buenísimo -pienso-, estamos solos”. Camino
dos pasos, “Malísimo –pienso- esta habitación es diminuta, dónde carajo voy a
dormir, no entro en el espacio que queda entre la cama y la pared”. Ingreso a
la habitación y lo primero que veo en el piso son restos de fideos y salsa.
“Malísimo –pienso-.” “La re-concha de la lora –pienso-”. “Hijos de mil puta
–pienso-.” “Malísimo”
Los minutos van
pasando y sé que el momento se acerca, estoy solo, sentado en una cama de
una habitación diminuta con salsa y fideos en el piso. Sé que un enfermero va a
aparecer por esa puerta que no me dice nada y que entre sus brazos tendrá a mi
hijo, sé que eso materializará un nuevo cambio, procuro que cuando eso suceda
el festival de hidratos de carbono ya no esté en el piso, el cambio será definitivo,
todos asumiremos nuevos roles, nuestras relaciones se verán re-significadas,
habrá que utilizar todo el repertorio, será complejo para Pierito ahora, adorado
para él dentro de un tiempo, cuánto tiempo necesitará para adorar a su hermano es
una respuesta que nadie tiene. A mí las ganas de matarlo a Pablo se me han ido
recientemente de manera que, cuándo él disfrutará de Sabino es algo sobre lo
que no se puede decir nada. Simplemente que llegará.
De golpe se abre
la puerta y me avisan que nos mudan a la habitación 506, arranco con la
mudanza, los fideos quedan atrás, en el piso, abro la puerta de la 506 y veo
una chica en la cama con cara de <<acabo de parir>>, sin embargo
sonríe, con ella una señora con cara de <<te voy a cagar la vida>>.
Sucederá. La chica acaba de parir su tercer hijo y de desangrarse en el
quirófano. Cuando salgo al pasillo en plena mudanza veo a un enfermero. Reconozco la mantita celeste con lunares blancos. “Fittipaldi”, grita el
enfermero, es Sabino, el “Fittipaldi” me hace acordar a cuando me llamaban para
cagarme a pedos en el secundario, este, “Fittipaldi” tiene algo de eso, de
reto, no de qué cagada te mandaste pero sí de dónde está el padre de este pibe,
“Acá” le grito yo en la otra punta del pasillo. El flaco se acerca hasta mí, “Este
es tu hijo –dice-, la mamá está bien, en un rato la bajan, el bebé pesó 3.220
Kg. Te felicito” Yo lo tomo y sé que su peso será insignificante, sé que mis
brazos apenas lo sentirán, de ahí viene un miedo masculino, el miedo a que por
no sentir el peso del bebé, éste resbale y caiga al piso. Sabino está debajo de
un manojo de frazaditas, está ahí, esperando a que alguien lo descubra, tiene
manos gigantes, una pera como la mía, tiene algo de Pao y algo de Piero. Ahora hay que esperar por “La mami” que bajará
drogada y dolida.
Al re-ingresar a
la habitación veo que la televisión está encendida, para mi curiosidad están viendo CSI, la serie policial yanqui que investiga homicidios y cuya
metodología es perfecta e inefable, una escuela de investigación distanciada de la evidenciada en el departamento de Nisman; la chica me felicita, vuelve a sonreír,
ésta habitación es mucho más grande, la señora también, la vieja resulta ser fanática
de CSI. Se sabe los nombres de los personajes, sabe los nombres de los actores
y se conoce los capítulos de punta a punta y recuerda los modos en que se
resuelven los casos. Las imágenes de un cuerpo calcinado son un tanto fuerte
como para una maternidad, pero bueno. La vieja parece adicta y yo estoy
concentrado en mirar a mi hijo y susurrarle cosas al oído. Le cuento que tiene
un hermano que es un personaje, abuelos, primos a patadas, tíos para cubrir
todos los fines de semana del año, gente querida muy cerca, y muchísima gente
mala, muy lejos. Le cuento que es la semana de mayo y de pronto un grito
irrumpe en el casi silencio ahora corrompido. La vieja dice, “Uyy este capítulo
está buenísimo”, habla sola, mirando el plasma, la hija está dolida, yo en lo
mío.
Cuando llega Pao
veo que la tratan como una bolsa de papas, ¿y el parto respetado?, la tiran
arriba de la cama, a mi si me tiran así me dolería todo, aun sin cesárea. Le
doy un beso y le digo “Mirá, acá está, es hermoso” Siento algo raro, somos
tres, como siempre, pero falta algo, no, falta alguien, somos tres y no está
Piero. Es la primera vez que somos tres y no está él. Pobre gordo.
Hasta el momento
no sabemos si la chica es madre soltera, o si el padre está fuera del país, o
si está de viaje por la argentina vendiendo veneno para hormigas, o si llega en
un rato. Llega en un rato. Entra y al verlo ya sé que es un pelotudo, sé que
mira TN y que Andy Kusnetzoff le parece “un groso”, viste ropa deportiva, barba
candado, luce un cuerpo que no denota la actividad deportiva frecuente, y viene
con los dos retoños. Los retoños tienen entre 6 y 8 años, también visten
remeras, buzos y pantalones de clubes de futbol, ninguno de la Argentina. Uno
de ellos esta con botines, los pibes están sucios y transpirados. La madre
muestra una alegría parcial al verlos, “Con cuidado que es chiquito”, le dice a
uno que finge amor ante el bebé. La abuela los recibe eufórica, como si
estrenaran una nueva temporada de CSI. La madre está dolida y sentada en la
silla. El padre y los dos pibes, Bauti y Santino, se acuestan en la cama y se
ponen a ver Los Simpson. La abuela le dice a Bauti si no se trajo otra remera,
el pibe responde que sí, se saca la remera, se queda en cuero en el medio de la
habitación, tira la remera contra una pared y le indica a la abuela, fanática
de CSI, el lugar en el está la remera de repuesto. Un chiquitín después llega la hermana
de ella con el marido, “el cuña” del barbeta, y una nena. La nena y Santino se ponen a jugar a las figuritas en
el piso, en el medio del paso, en el que ya estaban las mochis de Bauti y Santi.
Un rato después llegan los padres del barbeta y la tía. Y solo unos minutos más
tarde unas amigas de la parturienta. Son 11 visitas y la habitación es una
kermesse. Nadie habla en voz baja, más bien podríamos decir que son una familia
de hablar alto. Utilizan las casi dos horas que dura el horario de visita. Yo
estoy francamente de mal humor. Aún así Pao y Sabino logran dormir, creo que
eso es lo único que me tranquiliza. Al rato llegan mis visitas, abren la puerta
y ven que aquello se ha convertido en la asamblea general anual del partido
comunista chino. Juiciosos, se quedan afuera. Salgo a su encuentro y charlamos un
rato, en el pasillo veo dos señoras buscando una habitación que no encuentran, tienen cara de maestras del Normal 2 y un tipo con cara de escribano mira
las terminaciones de la pintura en los ángulos que forman las paredes. Solo por
provocar les pregunto, “Buscan la habitación 506??” Ellas que ya vienen a las
risotadas responden que sí y les indico la puerta en la que están la chica,
el barbeta, Bauti y Santi, la fanática de CSI, la cuñada, el cuñado, la nena y
las amigas de Marce, las maestras y el escribano ingresan y se saludan a los
abrazos. Son 14 en la habitación. Le pregunto al pediatra si no le parece que
son muchas personas siendo que el reglamento que nos entregaron indica que son
dos visitas como máximo y que ellos están excedidos seis veces en ese número.
Responde que sí pero no hace nada al respecto. De a uno se van yendo pero son
tantos que tardan como una hora en irse. Cuando se han ido todos una paciente
calma se establece en la habitación, llega la noche, llega mi relevo, llega
Pauli. Gracias Pauli!!! Voy a buscar a Pierito, voy a darle la noticia, le voy
a decir que nació su hermano, que mamá está bien, que si todo va como nosotros
lo deseamos pronto estaremos todos en casa para construir eso que sea que
llaman familia.
A veinte días de
aquello la tranquilidad y el disfrute de la llegada de Sabino se han asentado. No
así el ánimo del hermano mayor y el Tinku que desata a diario. Sin embargo, por
alguna razón todo es más calmo en mí, o la manera en que uno disfruta está
deslindada del temor que me poseía cuando nació Piero.
Y Pao ahí, vos amor,
seguís siendo esa buena noticia. Ya no hay dolor, no hay soledad, hay amor, un
sillón, y el frío de la noche en Villa Elisa instalandose, un fuego que calienta y nosotros cuatro sentados ahí, mirándonos para siempre en esa vida, en eso que no sé si alguno había
imaginado siquiera como un buen sueño que podía ser vivido, siempre que nos
animáramos.