Por Nacho Fittipaldi
<<Seguro que vuelven la semana que viene>> Eso fue lo último que Mónica dijo el día que nos rechazaron la inspección de Camuzzi. Se ve que los pronósticos, al igual que las instalaciones de gas no son lo suyo pese a que Mónica es gasista matriculada. Esa frase la dijo el 12 de julio, han pasado dos meses y medio de aquel vaticinio y recién ayer, martes 23 de septiembre, Camuzzi vuelve a casa para corroborar que estuvieran hechos los cambios que nos habían indicado.
Durante la noche del Lunes, a las 22.09 Hs, entra un mensaje de texto, es Mónica (recuerden que escribe en un idioma endemoniado y que habla como Carlitos Tevez antes de instalarse en Europa, o mejor dicho, habla como escribe: <<mañana a las 11.30 vamos con miguel, va camuzzi recuen m avizaron>> Así me enteraba yo que al día siguiente, no importa que uno trabaje, y que tenga otras actividades además de espera una inspección de Camuzzi, venía Mónica, su ladero Miguel (plomero con básicos conocimientos de plomería, oriundo de alguna provincia en la cual se ve que hablar bajo y como con una pelota de tenis en la boca, es fiesta provincial), y el inspector de Camuzzi.
Mónica llega 11.20 Hs., con Miguel. Ella no tiene nada para hacer más que estar presente en la inspección. Miguel tiene que tomar la presión o no sé qué mierda. Yo me dedico a atar la perra para que esto no agregue más elementos a una situación que seguro se desbordará. La pregunta es si lo hará en mayor o menor medida que la ultima, frenética, visita de Mónica a mi casa. Ellos están del lado de la vereda de la casa, es decir, fuera del perímetro de la casa, yo ato a Roma y escucho que cuchichean entre ellos, pienso que se deben estar cagando de risa del revoque estilo gelatina sabor pera que hice la otra vez. De pronto escucho que Mónica se exalta, <<Decile Miguel, decile al muchacho>> Suena a que paso, o descubrieron, algo grave. Han pasado dos meses y cualquier cosa puede haber pasado, desde que se haya podrido una manguera hasta que un hurón se haya comido el tubo de gas. <<Decile Miguel, no te quedes con eso. Yo le digo>> Asumo que es muy grave, Mónica le aconseja no quedarse con eso, como si Miguel fuera portavoz de una pésima noticia. ¿Habrá un escape de gas? ¿Habrá descubierto algo que no puede reparar antes de que llegue el inspector? ¿Vamos a volar como sucedió el año pasado con un edificio en la ciudad de Rosario, en mil pedazos, con Roma atada y los obreros poniendo el alambre de la pileta sin inaugurar? Siento que todo va a ser peor que la última vez, o sea, peor que la última vez significa una catástrofe humanitaria, el Ebola, o algo así. Mónica se hace cargo de la situación, me ve del otro lado del alambre y me encara. <<Escuchame>> Yo tirito del cagazo, siento que esa espantosa sensación, mezcla de predicción y factibilidad, de que se va a acabar el tubo en plena cocción de la pizza, o que quedo enjabonado como un pelotudo sin agua caliente, no me va a abandonar jamás. <<Escuchame, Miguel pagó $28 por esta rosca, ¿le podes devolver la plata?>> Mónica es así, tiene una enorme capacidad de poner el énfasis en situaciones que no ameritan. Me pide que le devuelva $28 como si yo lo supiera y estuviera esquivando la devolución del dinero. Yo no puedo creer que algo valga menos de 100 pesos.
El inspector llega recién a las 12.40 Hs, en el medio, las conversaciones con Mónica (y su acompañante de enchiclado hablar) han recorrido los lugares más insólitos. Como si fuera la primera vez que nos vemos, Mónica pregunta <<La última vez que vinieron los de Camuzzi, ¿miraron la cabina de gas?>> Las opciones que barajo son: o bien Mónica es una psicópata e intenta horadar mi subjetividad masculina; o está alienada y no recuerda que ella misma estuvo a punto de perder su matrícula. Ha olvidado que tuve que ponerme a hacer el revoque para cubrir un caño que no debía verse. Se olvidó de lo que le costó entrar a la cabina de gas y el esfuerzo transnacional que le implicó salir marcha atrás de esa misma cabina. Se olvidó que pisó mierda. Se olvidó que anduvo en patas de acá para allá como chancho por su casa. ¿Se olvidó de todo eso esta hija de remilputa? Yo no, no me olvidé, no puedo olvidarme, fue la primera vez que hice cemento y espero que haya sido la última. Yo no estudié sociología para terminar haciendo lo que debería hacer alguien a quien le pago para eso. Entonces le respondo, tranquilo pero firme. <<Claro Mónica, ¿no te acordás que tuvimos que hacer el revoque?>> Y como si un golpe de luz le hubiera atravesado la mente, se ríe tímidamente y afirma con la cabeza <<Claro, tenes razón. Ese día tuve que mentir. Si no mentía nos mandaban todo para atrás -lo dice como si aquella vez hubiéramos aprobado-, bueno si ahora te preguntan algo de cómo está la cabina, de última deciles… –Mónica hace una pausa, se toma el tiempo de matar una hormiga con su pie, lleva zapatillas de running, tengo la impresión de que me va a dar un dato que llegado el caso puede ser la diferencia entre aprobar o no hacerlo, continúa- deciles que…ojalá que no pregunten nada, mejor>> Y abandona, así y ahí, lo que hasta ese momento se suponía era un gran consejo.
Luego hace la pregunta obligada, en verdad no me explico cómo no lo preguntó antes, con cara de agua pregunta:
- ¿Vos sos químico?
- ¿Eh? –estoy sorprendido por la pregunta-.
- Si sos químico, ¿laburas de químico?
Yo noto que me siento raro, un cosquilleo, una risita escamoteada me recorre la cara, en algún punto me siento contento. Nunca me han confundido con un químico, siempre piensan que soy profesor de educación física o abogado, nada que implique algo de inteligencia, arquitecto en el mejor de los casos. Pero químico es algo que verdaderamente suena original, me enaltece y que casi agradezco. Pobre Mónica, hasta qué bordes de su vida la llevará este nivel de confusión.
- No, yo soy… –hago una pausa, pienso en mentirle, en decir algo para salir del paso, si le digo que soy sociólogo me va a preguntar qué hace un sociólogo y soy incapaz de responder eso. No hay respuesta para esa pregunta- Soy sociólogo –le digo-
- ¿Como Asistente Social?
- No
- Ah, ahí me pierdo –dice ella, muy sincera. Es lo más cuerdo que va a decir en toda la jornada-.
- Parecido –agrego yo, como para no desanimarla-.
- ¿Y dónde trabajas?
- En la Universidad Arturo Jauretche –omito el dato de que trabajo en el Congreso de la Nación porque me va a salir con lo de Boudou, la Banelco, todo lo que a uno le dicen cuando cuenta que trabaja acá, y va a empezar a despotricar contra los todos los políticos como si fueran abejas, todos iguales-
- Ah, en Florencio Varela, tengo una amiga que trabaja con el intendente, ¿cómo se llama?, sí, ese, Pereyra. Fortuna tienen, han hecho plata a lo loco. Están con Cristina ellos. No sabes las cosas que hacen, hacen cocteles, reuniones, todo gratis, andan en unas camionetas infernales, todo gratis. Ella trabaja en una casona que el municipio alquiló, cerca de la gobernación, acá en La Plata, ¿sabes lo que pagan de alquiler? ¿Y acá se inunda?
- No –respondo yo algo sorprendido por el volantazo de la charla-. Bueno todavía no ha desbordado el arroyo desde que nosotros vivimos acá. Ha llovido mucho y el arroyo se lo bancó bien.
- Dicen que en 100 años no va haber más vacas.
- Mirá…
Yo estoy atónito, no puedo creer la flexibilidad de su pensamiento y su articulación con el lenguaje. La liviandad de la concentración. Mónica tiene una insospechada capacidad para sacar temas sin ningún tipo de pausa, o aviso previo. Dice que hay que prepararse para eso, como si ella fuera estar viva dentro de ese periodo de tiempo. Al menos hoy, las cosas han salido bastante mejor que aquél frenético 12 de julio.
Resultado de la inspección: Aprobada por cansancio.