Por Nacho Fittipaldi
La primera clase transcurre entre las 09 y las 11 Hs. La segunda, entre las 11 y las 13 Hs. En mitad de la primera el profesor siente ganas de ir al
baño. Son ganas de lo segundo, no de lo primero. Esto siempre es un problema
cuando no se está en su casa, y mas para las mujeres que para los hombres. El
problema no es ese, ya lo ha hecho en la facultad, otras veces. El conflicto real
es el tamaño del habitáculo que han destinado para poner el inodoro. Él, apenas
cabe allí. Por suerte, en el día de hoy ha decidido pasar una película que sirva
como cierre de la unidad número uno. Eso le permite cierta elasticidad en la
utilización de los tiempos, en caso de que decida salir de excursión.
El inodoro está ubicado en
un habitáculo de un metro por un metro, sin exagerar. Cuando ingresa debe hacer
las cosas con la metodología necesaria. Al abrir la puerta ya se topa con el
inodoro que esta a tan solo, diez centímetros de la puerta, lógicamente la
puerta abre hacia afuera. Entra, pone la traba, toma aire e inicia la cirugía. Debe sacarse el abrigo, apoyarlo en la mochila del inodoro,
es obvio que no hay gancho para colgar abrigos. Luego, y de parado, conviene ir
sacando la cantidad de papel higiénico que cree, va a utilizar. Entre el
retrete y la pared no caben sus pies, se baja el pantalón de parado, gira, su
nariz casi, casi, toca los azulejos. Se sienta, pone sus pies en los laterales
del inodoro, esta posición estira los elásticos del calzoncillo, ahora parecen
una bombacha súper elástica. Hace caca, se higieniza haciendo movimientos mínimos, si lo vieran allí acurrucado, los movimientos d elos brazos semejan un mimo callejero. Vuelve a la vida de
dimensiones normales. A menudo piensa en el contorsionista que diseñó aquél bajo
fondo. Pero hoy es distinto.
Al llegar al baño ve que las
puertas de los compartimientos de los inodoros están sin sus picaportes. Esta
es la manera informal de inhabilitar los inodoros. En el aula, la película sigue
corriendo. La necesidad y el deseo de cagar van en aumento y son proporcionalmente directas a la cercanía del sujeto con el baño, por lo tanto, al llegar al
baño prácticamente se está cagando encima. Cuando ve las puertas sin picaportes
siente que es el peor año de su vida. ¿Qué hago? –piensa. <<Me cago en
Bergoglio>> –masculla. Evalúa la posibilidad de hacerlo en los
mingitorios pero se da cuenta que es una locura de mochileros. La única posibilidad
es utilizar el inodoro para paralíticos. Se dirige hasta el fondo del baño,
hace correr la puerta y ante sus ojos ve el paraíso, ve que el
inodoro luce blanco, inmaculado y entronado como un volcán. El baño está en el
primer piso y no hay forma de que un paralitico llegue hasta allí arriba dado
que, el mismo cráneo que pensó el cubículo donde está el único inodoro, no
diseñó mecanismo alguno para que un paralitico acceda al primer piso del
edificio. El profesor evalúa la posibilidad de cagar allí, analiza la
situación, ya ha perdido valiosos minutos que, al sumarle los que le llevará
defecar en relativa paz, harán evidente ante sus alumnos que ha salido de la
clase para ir a cagar al baño. Lo que más lo aflige es otra cosa. La puerta es
corrediza, no tiene traba y la hoja de la abertura es como de un metro y medio
de largo. Luego, la distancia que hay entre el inodoro y la puerta son lo
suficientemente extensas como para no poder impedir, con sus brazos, que la
abran en caso de que alguien elija ese retrete para hacer pies, en vez de los mingitorios destinados para ello. Al
abrir la puerta lo verían allí, con los pantalones bajos, humillado, defecando
en hora de clase, balbuceando un obsoleto y desesperado <<¡¡Ocupado!!>>.
Esta hipótesis aumentaría en gravedad si además el alumno que abriera la puerta,
fuera un alumno actual. O incluso uno del primer semestre del año que lo
reconocería de inmediato. ¿Qué postura asumiría él, frente al <<Hola
profe>>, del imberbe? Por todo esto asume que es una pésima idea y regresa
a clase, devastado psíquicamente.
Al volver, los alumnos
persisten en esa tesitura de aburrirse ante
cada cosa. La película transcurre y el hecho de no tener que sostener la atención
del dictado de una clase común, solo colabora en la concientización de que se
está re-cagando. Termina la primera clase. Comienza la segunda y todo es para
peor. De repente, un rayo de luz ilumina su estado.
Vuelve a salir de clase, como
un prófugo se dirige al kiosco de la facultad. ¿Qué va a llevar profe? –pregunta
la muchacha-, <<Nada –responde él-. ¿Tenes cinta aisladora, me la prestas?>>
Toma la cinta y se dirige al baño con la breve ilusión de que los picaportes
hayan sido restituidos a su país de origen. Ingresa al baño, ve que el mundo
sigue igual. Saca la hoja que lleva doblada en el bolsillo, busca la lapicera
en el otro, recuesta la hoja y escribe en letras mayúsculas, gigantes,
<<CLAUSURADO>>. Recorta unos diez centímetros de cinta, la apoya
sobre la hoja en sentido horizontal y se dirige al inodoro de paralíticos.
Cierra la puerta corrediza del lado de afuera, apoya la hoja justo al lado de la
moldura desde donde se abre la puerta y pega la hoja allí. Ese inodoro, ahora
esta CLAUSURADO. Abre la puerta, ingresa. Cierra la puerta, él queda dentro del
baño, el plan está en marcha. Entonces se baja el pantalón, se sienta sobre el
volcán inmaculado, el corazón es un terraplén acribillado de caballos
galopando, deja que su cuerpo dicte el tiempo de la necesidad. Caga. Culmina. Y
alcanza a percibir ese leve sentir placentero, que produce superar las grandes dificultades.
1 comentario:
un poco escatológico el cuento no?
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