Por Nacho Fittipaldi
La situación que tiene a la Gendarmería
Nacional (GN) y a la Prefectura Nacional Argentina (PNA) como protagonistas a raíz
del levantamiento que están llevando a cabo es de suma gravedad. La misma está siendo relativizada, en un acto que
naturaliza el clima desestabilizador que desde lock out patronal de 2008 a la
actualidad, no ha cesado.
El motín es grave porque debe
leerse en un contexto latinoamericano en el que pueden identificarse otros
intentos (y logros) de este tipo: el golpe de estado en Honduras (2009); el
levantamiento policial en Bolivia (2012); el levantamiento policial en Ecuador (2012)
y el reciente golpe institucional en el Paraguay. En todos ellos el rasgo
distintivo es la utilización de las fuerzas de seguridad para modificar el
rumbo político de los gobiernos de esos países que curiosamente están, o estaban, en sintonía
con el de la Argentina. No se puede relativizar el motín de la GN y la PNA
porque su presencia en la calle tiene una potencia simbólica que para la
Argentina es deleznable, ese solo efecto ya es desequilibrante, sea el motivo
que fuere.
Es grave porque el motín, aunque sea
por descuentos salariales, no lo realiza un sindicato portuario o de la industriadel plástico, pese a que este
sea el planteamiento mediático local, intentando esconder lo que la misma
protesta confirma al no reconocer que el problema por el que se amotinaron está
resuelto: los descuentos salariales mal aplicados. Intentar fijarle al
ejecutivo nacional el piso mínimo de salarios, ilustra a las claras la confusión
de estos muchachos o sus múltiples intenciones aglutinadas en este motín. La dimensión
del conflicto obligará a buscar nuevos canales de negociación salarial para las
fuerzas federales de seguridad y tal vez para el ejército. Sin embargo, no debe
ser tomada en cuenta la posibilidad de crear sindicatos para ellas. Las razones
fundamentales son dos: por un lado, está la cuestión relacionada a la inconclusa
(extremadamente inconclusa para mi gusto) depuración natural de esas fuerzas de
seguridad. Es decir, la no aceptación total de que son una estructura vertical
que debe aceptar la totalidad de las condiciones que la democracia les impone,
mediante el voto popular, y a través de sus gobernantes; por otro lado, está la
cuestión generacional asociada a la indisciplina en los rangos más bajos de la estructura piramidal de las fuerzas que desde 2003 se han
venido incorporando masivamente a las agencias de seguridad para dar respuesta a la demanda
de más seguridad y más efectivos en las calles. Recuerdo que este problema, el reconocimiento difuso
de la autoridad interna, fue manifiesto en nuestro estadio en la Policía
Bonaerense durante la gestión de Arslanian. Por lo demás es un problema que
atraviesa no solo a las fuerzas de seguridad, más bien es un fenómeno complejo
que afecta a la sociedad toda. Los docentes de todo el país pueden dar fe de
esa representación distorcionada. Sindicalizar una estructura que debe obedecer sin miramientos al poder
político es, en el esquema actual, un contrasentido, no un derecho. En esta dirección entiendo que las
sanciones deben ser fuertísimas y deben servir como un escarmiento de dimensiones
tales que a ningún miembro de la GN y la PNA le queden dudas de qué sucede
cuando se rompe la cadena de mando, o cuando se obedece a lo que dice la cúpula
(suerte de obediencia debida democrática) y ello va a contrapelo de lo que dice la
dirección política de la fuerza y en contra de lo que fija la constitución.
Es grave porque se inscribe en un
contexto más amplio de operaciones desestabilizadoras: los “espontáneos” cacerolazos,
el curioso secuestro de Severo, y el conflicto en el consejo de la magistratura
en relación al 7D y ahora el pseudo-motín salarial de los gendarmes y prefectos.
Para que el motín haya sucedido hubo que haber tres cosas: por un lado, errores
políticos en el ejecutivo nacional de diversos alcances; además la decisión
política de la cúpula de la GN y la PNA para liquidar los sueldo de manera
antagónica a lo que fijaba el decreto; por
otro, el deseo y la convicción de que esto prendería en las bases y que sumaría a
una estrategia más amplia y de mediano
plazo que es terminar con este gobierno o al menos modificar su rumbo. Esta
articulación que en su articulación no buscaban un efectivo golpe de estado, no
van por eso, lo que buscan es desestabilizar, esmerilar la legitimidad de este
gobierno y como consecuencia de un clima político muy adverso lograr la salida
anticipada de Cristina. Otra vez Paraguay es un ejemplo claro y reciente de
esto, nada más que en Argentina la correlación de fuerzas en el parlamento no
da ni para eso.
La creación de un clima de desestabilización
es hijo de una ausencia de oposición pavorosa y que se da en un terreno yermo. Esto
que viene siendo lo coyuntural desde hace varios años, me parece que empieza a
cambiar de dimensiones e implicancias. El
problema central de Cristina es que no hay oposición. Y eso pasa a ser el
principal problema de gobernabilidad. Abre múltiples ventanas de conflictividad
sin que pueda confrontarse cara a cara con el conflicto, evaluarse y predecirse
hacia dónde y cómo terminan esas problemáticas, esas búsquedas denodadas por
limarla, ya que no siempre la tropa propia está a la altura de las
circunstancias, termina siendo siempre ella el origen y el fin, la imagen de
oficialismo y oposición, el centro, el árbol y el bosque, el todo de la política nacional.
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