Por Nacho Fittipaldi
Sebastián va en su auto
escuchando música a todo lo que da. Mientras atraviesa la ciudad de La Plata
por diagonal 74, desde adentro de su Volkswagen Gol se escucha que la letra de
la canción dice, “Si yo no te vuelvo a veeer-ee-eer, yo me voy a enloquecee-ee-eer,
es para mí la locura, automática”. Seba esta convencido que ese tema será el
mejor tema del verano, su expresión corporal da cuenta de ello. Cuando llega al
semáforo de diagonal 74 y 47, las gentes que están en las mesas de las veredas,
tomando un café en los bares linderos, escuchan obligadamente lo que Seba les
impone escuchar: “Si yo no te vuelvo a veee-eeer, yo me voy a enloquece-e-er,
es para mí la locura, automática”
Cinco minutos antes, Adela
abandona su casa y se dirige a al supermercado a comprar un poco de arroz y
atún para la comida del medio día que en esta época del año, sacude a la ciudad
platense con una humedad formoseña. Adela es una maestra jubilada que dio
clases en el Liceo Víctor Mercante, en aquella época en la que “la Argentina era
ese país hermoso y soñado que nuestros abuelos construyeron y no esta mierda en
la que los políticos la han convertido, especialmente, los Kirchner” Adela dirá
eso cada vez que se siente con sus amigas a tomar un café, no en La París, sino
en esa secuencia de bares espantosos que han invadido recientemente la ciudad
con nombre tales como Frawen´s, Rooney´s y cosas así de un estilo tan
extranjero como neutro, en donde un exprimido de naranja vale $ 43. Pero eso
sucede los jueves y hoy es miércoles. Adela va caminando despacito como si las
veredas estuvieran destrozadas por el paso de los años, como si no hubiera una
sola baldosa entera en toda la ciudad, como si las raíces de los árboles
jugaran a ser badenes naturales. Por ese boulevard que recorre a diario, el
aroma de los tilos tiñe invasivamente todo lo que logran perforar. Adela
respira profundo, siente que los pulmoncitos se hinchan levemente (¿cuánto
pueden hincharse esos pulmones viejos que ahora pugnan por algo más de vida?) y
percibe que su vida se estira en esa mañana calurosa de noviembre, en la que
curiosamente se siente joven.
Seba mete primera y el motor
del Gol ruje furioso. Las gomas se queman en el chillido estrepitoso y deja en
el asfalto una huella indeleble. Seba se da maña con los fierros, ha tocado el motor
del Gol y ha bajado la altura de los amortiguadores, el Gol viaja pegado a la
calle, planchadito, blanco y con lo vidrios polarizados, el Gol de Seba es un
fierrazo que ostenta presumido en cada semáforo de la ciudad. Seba labura en la
Petroquímica General Mosconi de Ensenada, su padre trabajó allí durante treinta
años y luego de su fallecimiento la empresa le otorgó el beneficio de ingresar cubriendo
el cupo que su padre dejaría vacante. Seba es la cabeza de la familia Villanueva.
Seba vive para el auto, para el auto y su vieja, esa mujer valiente que no
conoció el mar más que una sola vez en su vida debido a que Villanueva padre, tenía asma. Por entonces y por indicación
médica, veraneaban en las sierras de Córdoba. Seba conoció así que YPF tenía hoteles
en toda la Argentina. Esos hoteles a los que no irían nunca porque la humedad
era fatal para el viejo. Luego la enfermedad de su padre fue cada vez mas grave
y como si la crisis hubiera acrecentado el malestar de su padre, el país se fue muriendo con él. Mientras
otros argentinos veraneaban en el exterior ellos seguían yendo a Córdoba. Entre
los 9 años y los 22, Seba veraneó allí con ellos. Y su hermana menor. Cuando
cobró los primeros pesos, Seba iba a Córdoba con sus viejos y después se iba a
Villa Gesell con sus amigos. Ahí la joda sí que era joda; chupi, mujeres,
promiscuidad y porro durante quince días seguidos. Seba volvía mas blanco que
cuando había llegado. Estaba en Gesell y era un 19 de enero cuando lo llamó su
mamá para decirle que el padre había muerto. La noticia fue como un estilete
que se clavó en el pecho hasta perforarlo de lado a lado. Alberto Villanueva
murió un 19 de enero en las sierras de Córdoba, en un hotel de YPF, mientras su
hijo Sebastián Villanueva se dirigía a Mar del Plata a ver el superclásico de
verano.
Adela cruza la calle y
mientras esta a mitad de recorrido siente ese ruido de bocina empedernido que
castiga su sordera haciéndole sentir que tan mal no está, o al menos no tanto
como dice su otorrino. Cuando el sonido de la bocina se diluye entre otros
ruidos urbanos, igual de tremendos, escucha una voz aflautada que le grita, “¡¡Boluda!!
Mira bien la próxima vez antes de cruzar, vieja pelotuda.” Adela logra
identificar el auto y solo alcanza a ver una calcomanía de YPF en la luneta
trasera del vehículo blanco. Se ve consternada por la situación, no es la
primera vez que cruza mal, ni que alguien le grita algo así en la vía pública
pero esta vez ha quedado en ridículo delante de todos los hombres y mujeres que
están en las mesas de la vereda de un bar. Pero especialmente ha quedado frente
a los miembros de una mesa más cercana por donde ella circulaba. Los hombres de
la mesa no se ríen, más bien desaprueban entre murmullos el insulto que el
muchacho le ha espetado a la jubilada. Aún así Adela se siente humillada, es
coqueta y pudorosa y se siente totalmente expuesta. Cuando levanta la vista ve
sentados a la mesa a ese estilo de hombres argentinos que aceptan la austeridad
de los gobernantes uruguayos pero que calificarían de crota, esa misma austeridad
para los gobernantes locales. Son de esas personas que se llenan a boca
hablando de Cuba y de sus índices de alfabetismo pero serían incapaces de pagar
más impuestos aquí para lograr tales metas.
En la mesa están el Dr. Juan
Martín Carriquiriborde; reconocido fiscal que lleva adelante causas sobre violación
de los derechos humanos durante la última dictadura militar, miembro de la
familia judicial platense y socio de un importante bufete de abogados en la
Capital Federal. Junto a él, sentado y con sweater Legacy, escote en V color
verde inglés, camisa cuadrille blanca y azul, el pelo engominado, está el Dr.
José María “Tati” Merbilha; neurólogo,
ex jugador de La Plata Rugby Club y padrino de su nieto Tomás. También en la
mesa, pero de frente a la calle por donde Adela ha cruzado arriesgadamente, se
encuentra Eduardo Pérez Aznar, profesor de la UNLP, escritor prolífico de la
ciudad y dirigente del club Estudiantes de La Plata. Por último, el que menor
respeto le merece a Adela es un intrascendente empleado público de la
legislatura provincial que como todo buen empleado legislativo (o judicial) se
las ha arreglado para vivir como un profesional exitosísimo de la ciudad, pero
sin embargo se queja todo el tiempo de sus magros ingresos. Vive en City Bell,
veranea en Pinamar, anda en los últimos modelos de Peugeot y pasa los fines de
semana acodado en la barra del quincho de su casa que tiene vista a un enorme
parque con pileta, interrumpido por una cancha de paddle que construyó en los
´90, y que entre sus amigos progre le ha valido el mote de “gordo menemista”. Este
personaje apodado “Tóto”, además de no tener título, ni trayectoria alguna, es
conocido en la ciudad por haber fraguado un certificado médico en el que se
dejaba constancia de su imposibilidad para continuar trabajando. Ello le
permitió jubilarse antes de tiempo con una jugosa dieta, o lo que se conoce comúnmente
como jubilación de privilegio, además del mote de “El cardíaco”. También era
conocido por su endiablada pasión por
los burros, los chismeríos y por acercar datos sobre las mesas de dinero que funcionan
en La Plata, de las cuales muchos de estos personajes eran asiduos visitantes.
Todos ellos son, o han sido, conocidos
de otros amigos de Adela, o han tenido relación con alguna de sus amigas. Con
todos ha compartido alguna reunión de casamiento, algún cumpleaños de quince, o
algún bautismo, con todos ha tomado una copa y a casi todos les ha rechazado al
menos una invitación para ir a cenar.
Adela sabe que ha cruzado mal
la calle y el insulto la ha desnudado frente a esta mesa de supuestos dandies
que se reconocen en esa actitud y actúan en consecuencia.
-
- Qué barbaridad –dice Carriquiriborde que se ha levantado
de la mesa para socorrer a Adela que ha quedado como un trompo, girando por la
inercia del Gol y su partida- ¿Estás bien, Adela? Estos muchachos de ahora se
creen que son los dueños de la calle. Violan todas las normas de tránsito.
-
- Yo crucé mal Juan Martín, cruce muy mal, venía distraida.
¿Cómo estas Juan Martín?
- - Sí, pero escuchame, cómo te va a insultar así. ¿Vos viste
cómo salió ese auto? ¿Y el volumen en el que estaba la música? Vos sos una
señora, escuchame.
-
- Estoy muy grande Juan Martín,
no escuché la música.
-
- Pero escuchaste la puteada.
-
- La puteada sí, pelotuda me
dijo. La última vez que nos vimos no me trataste como a una señora.
-
- ¿Cuándo fue?
-
- En el Jockey, en la fiesta de
casamiento de la hija de los Campoamor.
-
- ¿Y de eso… hace cuanto?
-
- Un año.
-
- ¡La puta, che! Nunca sé cómo
dejo pasar tanto tiempo sin verte.
-
- Es que yo te dije que no te
quería ver más, Juan Martín.
- - Ah, entonces me debo haber ido
al carajo.
-
- Cómo cada vez que nos vemos.
-
- Por eso dejamos de vernos.
-
- Claro, es por eso.
- - ¿Vos estas bien, Adela?
–Carriquiriborde la sienta en una mesa contigua, algo alejada de la que está
ocupada por sus amigos, y con una mano hace el gesto de dos cortados para esta
nueva mesa que se acaba de constituir.
-
- Sí, un poco turbada por lo de
recién, pero en líneas generales estoy bien. ¿Vos?
-
- Yo te amo, Adela, lo sabes. No
puedo vivir sin vos.
- - No, Juan Martín. Hace años que seguís con lo
mismo. Cada vez que me ves salís con lo mismo y según el alcohol que tengas
encima terminas mejor o peor. Vos no me amas, vos te enamoraste de mí en algún
momento de nuestras vidas y yo de vos. La pasábamos muy bien juntos, pero eran
solo raptos, después de eso tu vida seguía y lo nuestro quedaba recortado en el
plano de lo furtivo. Vivimos una linda etapa
de enamoramiento pero vos decidiste seguir viviendo con tu mujer –Carriquiriborde
la interrumpe golpeando la mesa con la mano.
-
- ¿Y qué querías que hiciera, que
abandonara a mi mujer, a todos mis hijos, qué iban a decir en tribunales?
- - ¡¡Yo no te pedía ni te pido
nada!! No te juzgo, pero siempre te dije que vos confundías enamoramiento con
una historia real de amor. Vos nunca quisiste o no te animaste a comprobar si nuestro enamoramiento podía
ser una historia de amor. Entonces nos convertimos solo en una aventura. Y las
aventuras se interrumpen abruptamente como las vacaciones de verano. Un día
terminan y al día siguiente se debe retomar la rutina aplastante. Vos elegiste
eso.
- - Bueno si vos aceptas, como
acabas de hacerlo, que te enamoraste de mí, entonces tampoco vos hiciste nada
por nosotros.
- - Carriquiriborde, no me chicanees,
yo siempre esperé que las decisiones importantes las tomaras vos. Desde un
llamado telefónico que me alertara sobre un posible encuentro, hasta tu ansiada
separación. Como verás, yo también cometí mis errores, fui muy sumisa y
conservadora. Yo sí me juzgo, pero ya es tarde.
- -
¿Y ahora Adela? Los dos estamos
viudos.
- -
Vos estarás viudo. Yo estoy
viuda, sola, vieja, mañera, resentida y como dijo el muchacho del auto, boluda
y pelotuda. Ya es tarde, tarde para todo, yo no creo que el amor sea intemporal,
no creo que se pueda amar a cualquier edad, bajo cualquier circunstancia. Vos
me propones juntarnos solo porque ya no existen los impedimentos del pasado, porque
la naturaleza ha resuelto lo que ni vos ni yo logramos abordar.
-
- Es una realidad, es algo que
antes era un límite concreto y que hoy ya no existe. Hoy somos libres.
-
- Yo lo que intento decirte es que el amor se
construye a diario, a cada mañana, en cada acto de tolerancia, o en la
intolerancia absorbida, sus consecuencias. En las decisiones que se consensuan,
amar no es de a uno, tu enamoramiento y el mío, no suman una historia de amor.
El resultado de eso es otra cosa. Es el vértigo que nos invadía cuando nos
veíamos, es la intensidad del vínculo que nos unía y la naturaleza del que nos
desunió. Es el hecho concreto de hacer el amor.
-
- Adela, vos me decías que
conmigo sentías cosas únicas.
-
- Sí, pero eso no era
consecuencia del amor, lo que una mujer siente en una cama con un hombre no
tiene que ver necesariamente con lo que ame a ese hombre. Vos me hiciste tuya
por la manera en la que me acariciabas y la forma en la que abordabas mi sexualidad.
Y en eso has sido único. Pero mi marido y yo teníamos una historia de amor.
Para amar hace falta mucho trabajo y energía, trato de decirte que es muy
tarde. Y si estas vieja como yo, o como vos, eso es imposible.
-
- No puedo entender que hayas
perdido las esperanzas, las ilusiones…
- - ¿Juan Martín vos no entendes
nada o me estas tomando el pelo? Sentarte en esas mesitas de café, cada mañana,
con tus amigos de la adolescencia no te hace un pibe joven. Vos tampoco tenes
la templanza necesaria para armar una historia de amor conmigo a esta altura
del partido. Nos podemos ver y las cosas irían muy bien, pero a la larga nos
desgastaríamos. Y vos lo sabes. Asumamos las decisiones del pasado con
hidalguía y sin hacer de esto una tragedia griega. Después de todo, si yo no
hubiera cruzado lo mal que crucé la calle y ese muchacho no me hubiera
insultado, vos ni siquiera hubieras atinado a pararte de la mesa para
interrumpir el café del medio día y tomarte uno conmigo. Y la vida hubiera
seguido, como si tal cosa.
- Chau Juan Martín.
- -
Chau Adela. Estás hermosa.
-
- A tantas les dirás lo mismo.
-
- Sabes que no.
-
- Vos también estas muy churro.
-
- Te quiero
-
- Y yo a vos.
-
- Es muy triste, Adela.
-
- Tu tristeza en relación al pico
de la mía, atrasa treinta años.