30 nov 2011

El egreso de Luisina

Por Nacho Fittipaldi

Yo no sé qué será, pero esa nena que hasta hace unos meses era para mí sólo eso, una nena adorable a la que adoro, se convirtió en una mujercita. Luchi llegó hace 11 años cuando no había sobrinos en la familia. Cuando había pocos nietos en la familia grande, sólo Augusto y paradójicamente, cuando mi abuela se había ido algunos meses antes. Ahora que las palabras caen como granizo del cielo, urgente y humedecido, pienso que todo ha sucedido a una velocidad inexorable sobre la que poco puedo decir. Así de grande estamos. Luisina es flaquísima, para mí es alta pero hoy comprobé que no, la mujer que estaba junto a ella logró desconcertarme cuando descubrí que no era su maestra, como yo creía, era su compañera. Entonces Luchi es delgada, finita como un cardo, con el pelo tan lacio que dentro de poco será un problema cuando quiera darle volumen, hacerse un peinado. Lu habla y se envuelve las manos como si algo de lo que dice no pudiera salir de entre sus palmas. Luisina va a sus malones, habla cada vez menos pero resulta que entre sus compañeritas de gimnasia artística es de las que más quilombo hace. Así cada vez que vuelve de viaje cuenta cosas desopilantes que muchas veces la tienen a ella como mentora de algunas maldades. Curiosamente logro disfrutar también de sus silencios y disfruto de descubrirla riéndose de las cosas que los grandes nos decimos. En ese momento de la vida está ella, no es adolescente, no tan grande como para estar con nosotros, pero es muy grande como para jugar todo el tiempo con su hermana Mora, sus otros hermanos y primos menores. Deambula con su cabeza pensativa, se cuelga de los árboles con una agilidad y de vez en vez larga la carcajada; uno cae en la cuenta de que ella escucha todo lo que se conversa y por lo tanto hay que tener cuidado con las cosas que se dicen delante suyo. Luisina es bonita y cuando se ríe tiene cara de suricata.

Hoy terminó la primaria y para mí fue mas movilizador de lo que esperaba. Desde ayer andaba con la idea de estar junto a ella en ese momento, acompañarla y hacerle saber, en algún sentido, lo mucho que la quiero. ¿Es difícil decirle eso a un niño y que lo entienda? No lo sé. La cuestión es que yo no podía por compromisos laborales. Estar en el acto a  las diez de las mañana sería para mí muy complicado. Mortificado por eso busqué la manera de poder estar y, no sin esfuerzos, lo logré.

A diferencia de ayer, la mañana fue helada hoy. En el salón donde estaban todo los chicos de la escuela reunidos, Luchi aparecía sentada sobre un banco, la espalda apoyada contra la pared, las piernas colgando; el pelo largo peinado con raya al medio, con  poca gracia pero clásico, las manos por debajo de sus muslos, como hamacándose  sobre el banco. Lu con esa cara de no estar allí ni en ningún otro lado, canturreaba de a ratos las canciones mas variadas. Repentinamente me pregunté qué me ata a ella, en ese momento en el que aún ella no sabía que yo estoy allí me pregunté, qué nos une, qué compartimos, cuanto de “nuestro” tiene el vínculo que sostenemos. Pensé en si cuando fuéramos grandes, ella a mi edad y yo con la de mis tíos, mantendríamos este tipo de vínculo o, si asumiría la forma del vínculo que yo tengo con mis tíos hoy, como un hielo a la intemperie. Me detuve un instante a reflexionar acerca de si nosotros no estaremos desarrollando un tipo de relación sustancialmente distinta a la que tuvimos cuando éramos pequeños, me alegré creyendo que sí, sobre todo me entusiasmó la idea de poder seguir asistiendo de cerca a su crecimiento y maduración como mujer, poder estar cerca suyo el día que me necesite, poder compartir con ella lo que hoy tratamos que descubra: el cine, la música, la literatura, el amor por los afectos y la cercanía del que quiere. Creo que mis hermanos y mis primos, tenemos otro tipo de relación con nuestros sobrinos, ellos con sus hijos, y yo con los míos cuando lleguen. Esa idea me gustó y descubrí que Luchi nos abrió una ventana a un mundo y un camino que siendo invitados a recorrerlo, muchos de nosotros decidimos afrontar, sin experiencia alguna. Entonces un poco las lagrimas me tomaron porque también pensé en cómo sería el vínculo de mis hermanos con mis hijos, y vi un chiquito rubio y cabezón y me hizo acordar a mi cuando yo era niño, giré la cabeza y vi a mi papá, pensé que ya está muy grande. El bostezo me indicó que el sueño me estaba tomando por completo y caí en la cuenta que para estar allí yo había tenido que corregir los parciales durante toda la noche para poder sacarme de encima la responsabilidad de entregar las notas en la mañana siguiente. Me di cuenta que ese esfuerzo era un lindo esfuerzo, que Lucha estaba grande, que entre sus compañeras parece más chica de lo que uno visualiza, vi que estaba linda, contenta, y yo tuve ganas de abrazarla y que se diera cuenta de que la quería abrazar, con todo el amor del mundo.

18 nov 2011

El militante equivocado

Por Nacho Fittipaldi



Julián era un tipo de convicciones democráticas y en este momento de fulgor y de juventudes decidió aportar lo suyo a alguna orga que le redituara políticamente. Juli tenía cierta trayectoria (según los ojos de su familia) en el ámbito estudiantil, había militado en una agrupación de la Escuela 17 de Moreno y en cierto año ayudó a tomar la fotocopiadora de la escuela. En esa revuelta, habían negociado la prolongación del segundo recreo de la mañana que era el objetivo más alto de la toma y que ni el más optimista de ellos creía poder conseguir nunca. Pero eso había quedado lejos en el tiempo.

Ahora la cosa era distinta, Julián estaba en segundo año de la carrera de Física y estaba convencido de que tenía mucho para dar. Había corrido agua bajo el puente, se había cagado a piñas varias veces (y lo habían cagado a piñas muchas más) tenía la inmensa e irrevocable sensación de que estaba de regreso aquella práctica que su padre le había enseñado cuando juntos salían a hacer pintadas con los militantes de la Junta Coordinadora Nacional.  

Por esas cosas de la vida, azar o puro destino, Julián se encontró comiendo un asado en donde habían coincidido un montón de militantes, referentes de distintas agrupaciones políticas, algunas identificadas con la juventud Kirchnerista más fiel y otras más anárquicas, menos orgánicas. Entre las cuales había algunas violentas. Entre chorizos, vacío y asado la noche fue transcurriendo mientras el vino, la cerveza y el fernet iban corriendo a una velocidad inversa a la inmóvil permanencia de una botella de agua mineral Villa del Sur que descansaba sobre la punta del tablón, como pidiendo permiso para regresar a la heladera. En medio del barullo general, ese tono de voz colectivo que se va creando, elevando por sí mismo, que se genera cuando veintidós personas hablan a la vez, de golpe un chabón golpeó el vaso con el tenedor y los otros invitados que estaban a su lado, se sumaron al pedido de silencio generalizado. Sólo cuando el silencio llegó, quedó claro que el Conejo era el que cortaba el queso en esa parada. Silencio que anunciaba la incursión discursiva del Conejo, quien de remera negra, estampada la cara de Néstor en ella, y con un tono que indicaba que era él quien tenía data de adentro, asumió que la cosa venía de debate y medio de punta. Sobre el filo de su intervención, sentenció:

-       Acá el tema es que si los compañeros del sindicato no dejan de tirar piedras y de  bardear al pedo, se va a podrir todo, ¿´ta claro?

Julián estaba de acuerdo con todo lo que el Conejo había dicho, o la vehemencia con la que lo hacía. No llegaba a comprender del todo lo que el Conejo decía pero ún así le gustaba, <<Este tipo me gusta>>, pensó. Tampoco llegaba a comprender cómo había llegado él a esa suerte de plenario lumpen. Con la misma sorpresa que el Conejo había hecho su primera incursión, otro miembro de la mesa lo cortó en seco. El Conejo fijó su mirada unos segundos en un punto perdido de la pared humedecida, dejando claro que lo incomodaba este tipo de apresuramientos. Sin embargo no continuó con su intervención, y dio la palabra. Lo que decía este otro pibe al que apodaban el Geta, también le pareció razonable y Julián se sintió medio confundido y falto de argumentos para debatir. Pese a ello necesitaba hablar. Todo lo que el Geta decía venía en sentido contrario a lo que el Conejo terminaba de argüir. Sosteniendo para argumentar en sentido contrario, el Geta culminó su intervención diciendo:

-       Conejo, los compañeros del sindicato tienen razón, están laburando mal, en condiciones inhumanas mientras la presi se llena la boca hablando de los trabajadores. Y ojo que acá también están metidos los tercerizados que también son compañeros aunque no jueguen con nosotros, todos somos trabajadores. No nos arrebatemos Conejo, aguantemos a ver qué hacen y si se van de boca, o se zarpan con alguna, ahí los embocamos pero yo tengo que guardarle fidelidad al Boca. Si el Boca se entera de que nosotros lo queremos limar, acá va a correr sangre, aunque seamos compañeros loco.

 Julián notó enseguida la tensión que sobrevolaba entre los militantes, justo en la última porción de carne que se pudo comer con la calma con la que se había iniciado aquella noche que algo encerraba de mito y conclave. Repentinamente Julián sintió que todo el fernet que había bebido desde hora temprana se reunía en un sólo recipiente cilíndrico y profundo. Sintió que lo bebía de un sólo sorbo mientras el mareo ya lo poseía. Entonces tomó una decisión. Sujetó el vaso lleno de fernet hasta el borde, mientras el recuerdo de su padre lo invadía de una manera inevitable, lo elevó mientras se ponía de pie  al tiempo que la espuma del fernet comenzaba a chorrearsele por el antebrazo, y en pocos segundos incurrió en una equivocación de costosas consecuencias, mientras gritaba a viva voz:

-       ¡Aguante Marcelo Stubrin!

Inmediatamente el Conejo lo miró fijo a los ojos, mientras el <<Uhhh>> generalizado de los otros compañeros inundó la noche del patio como una sudestada del desorden que estaba por venir. El Conejo indicó a su ladero que se pusiera de pie, mientras no dejaba de mirar a Julián que ya reconocía en su piel el error cometido.

-       Nene, no sé quién fue el boludo que te trajo pero sí tengo una idea de cómo te vas a ir. Tenés cinco minutos mientras te voy largando el perro -el Pit Bull estaba de pie, sujetado por una cadena corta, anudada en la mano izquierda del Penca que parecía de mal humor-. Vos decidís –agregó- si queres correr y contar lo pluralista que es la JP, o morir lleno de convicciones.