Por Nacho Fittipaldi
Yo no sé qué será, pero esa nena que hasta hace unos meses era para mí sólo eso, una nena adorable a la que adoro, se convirtió en una mujercita. Luchi llegó hace 11 años cuando no había sobrinos en la familia. Cuando había pocos nietos en la familia grande, sólo Augusto y paradójicamente, cuando mi abuela se había ido algunos meses antes. Ahora que las palabras caen como granizo del cielo, urgente y humedecido, pienso que todo ha sucedido a una velocidad inexorable sobre la que poco puedo decir. Así de grande estamos. Luisina es flaquísima, para mí es alta pero hoy comprobé que no, la mujer que estaba junto a ella logró desconcertarme cuando descubrí que no era su maestra, como yo creía, era su compañera. Entonces Luchi es delgada, finita como un cardo, con el pelo tan lacio que dentro de poco será un problema cuando quiera darle volumen, hacerse un peinado. Lu habla y se envuelve las manos como si algo de lo que dice no pudiera salir de entre sus palmas. Luisina va a sus malones, habla cada vez menos pero resulta que entre sus compañeritas de gimnasia artística es de las que más quilombo hace. Así cada vez que vuelve de viaje cuenta cosas desopilantes que muchas veces la tienen a ella como mentora de algunas maldades. Curiosamente logro disfrutar también de sus silencios y disfruto de descubrirla riéndose de las cosas que los grandes nos decimos. En ese momento de la vida está ella, no es adolescente, no tan grande como para estar con nosotros, pero es muy grande como para jugar todo el tiempo con su hermana Mora, sus otros hermanos y primos menores. Deambula con su cabeza pensativa, se cuelga de los árboles con una agilidad y de vez en vez larga la carcajada; uno cae en la cuenta de que ella escucha todo lo que se conversa y por lo tanto hay que tener cuidado con las cosas que se dicen delante suyo. Luisina es bonita y cuando se ríe tiene cara de suricata.
Hoy terminó la primaria y para mí fue mas movilizador de lo que esperaba. Desde ayer andaba con la idea de estar junto a ella en ese momento, acompañarla y hacerle saber, en algún sentido, lo mucho que la quiero. ¿Es difícil decirle eso a un niño y que lo entienda? No lo sé. La cuestión es que yo no podía por compromisos laborales. Estar en el acto a las diez de las mañana sería para mí muy complicado. Mortificado por eso busqué la manera de poder estar y, no sin esfuerzos, lo logré.
A diferencia de ayer, la mañana fue helada hoy. En el salón donde estaban todo los chicos de la escuela reunidos, Luchi aparecía sentada sobre un banco, la espalda apoyada contra la pared, las piernas colgando; el pelo largo peinado con raya al medio, con poca gracia pero clásico, las manos por debajo de sus muslos, como hamacándose sobre el banco. Lu con esa cara de no estar allí ni en ningún otro lado, canturreaba de a ratos las canciones mas variadas. Repentinamente me pregunté qué me ata a ella, en ese momento en el que aún ella no sabía que yo estoy allí me pregunté, qué nos une, qué compartimos, cuanto de “nuestro” tiene el vínculo que sostenemos. Pensé en si cuando fuéramos grandes, ella a mi edad y yo con la de mis tíos, mantendríamos este tipo de vínculo o, si asumiría la forma del vínculo que yo tengo con mis tíos hoy, como un hielo a la intemperie. Me detuve un instante a reflexionar acerca de si nosotros no estaremos desarrollando un tipo de relación sustancialmente distinta a la que tuvimos cuando éramos pequeños, me alegré creyendo que sí, sobre todo me entusiasmó la idea de poder seguir asistiendo de cerca a su crecimiento y maduración como mujer, poder estar cerca suyo el día que me necesite, poder compartir con ella lo que hoy tratamos que descubra: el cine, la música, la literatura, el amor por los afectos y la cercanía del que quiere. Creo que mis hermanos y mis primos, tenemos otro tipo de relación con nuestros sobrinos, ellos con sus hijos, y yo con los míos cuando lleguen. Esa idea me gustó y descubrí que Luchi nos abrió una ventana a un mundo y un camino que siendo invitados a recorrerlo, muchos de nosotros decidimos afrontar, sin experiencia alguna. Entonces un poco las lagrimas me tomaron porque también pensé en cómo sería el vínculo de mis hermanos con mis hijos, y vi un chiquito rubio y cabezón y me hizo acordar a mi cuando yo era niño, giré la cabeza y vi a mi papá, pensé que ya está muy grande. El bostezo me indicó que el sueño me estaba tomando por completo y caí en la cuenta que para estar allí yo había tenido que corregir los parciales durante toda la noche para poder sacarme de encima la responsabilidad de entregar las notas en la mañana siguiente. Me di cuenta que ese esfuerzo era un lindo esfuerzo, que Lucha estaba grande, que entre sus compañeras parece más chica de lo que uno visualiza, vi que estaba linda, contenta, y yo tuve ganas de abrazarla y que se diera cuenta de que la quería abrazar, con todo el amor del mundo.