6 abr 2011

Incidentes en el estadio Juan Domingo Perón


Por Nacho Fittipaldi

El domingo 3 de abril de 1997 el oficial de policía Darío Estesbarato realizaba tareas adicionales en el estadio Juan Domingo Perón donde el Racing Club de Avellaneda hacia las veces de local. Era tarde tranquila pero la cosa se iba a empiojar.
A los 43 minutos del segundo tiempo Racing perdía tres a dos; curiosamente el equipo visitante había arrancado perdiendo ese partido, y al término del primer tiempo se encontraba perdiendo dos a cero. El Mariscal Perfumo decía que el peor resultado para un equipo era ir ganando dos a uno; y tenía razón. Lo peor estaba por venir. Ese domingo la cancha de Racing rebalsaba de gente, nosotros habíamos ido con la barra del barrio un par de horas antes, almorzamos en la pizzería de Antonio, tomamos un par de cervezas y el Canuto se comió un flan con crema que lo tuvo a mal traer toda la jornada. Nosotros éramos pibes y ya nuestros viejos nos llevaban a morfar pizza a lo del Tony y de ahí a la cancha de Racing, desde chicos repetíamos esa rutina, después las entradas se fueron a la mierda y empezamos a ir de manera más esporádica;  ahora marchábamos segundos en el torneo y la visita no estaba realizando un gran torneo pero de sumar los puntos finales que restaban hasta la terminación del mismo, podría clasificar a la Copa Libertadores de América que, por aquel entonces, no llevaba (aún) ningún nombre de empresa privada.
Darío Estesbarato estaba juntado (o como diría el Tony) amontonado  con Silvia Petrufini, ella tenía dos nenas de un matrimonio anterior y en cambio no tenía ninguno con   Estesbarato, quien había quedado estéril luego de un crudo enfrentamiento con la barra de Chacarita. Allí había recibido la patada de un caballo del cuerpo de caballería de la policía bonaerense en el medio de los huevos, mientras las piedras de los de Chaca llovían sobre los azules como hielos sobre melones plantados; inmóviles e indefensos.
Mientras Racing iba ganando la cosa pintaba con el folclore típico de los ganadores, cantitos, bombos, de vez en vez un toqueteo propio de otros equipos con tradición de eso y no como nosotros que tenemos historia de partidos imposibles de perder, perdidos de una manera imprecisa e imperdible. Racing difícilmente da vuelta un partido que va perdiendo tres a cero, en cambio es muy posible que nos den vuelta a nosotros ese mismo resultado parcial; incluso tanteadores más abultados. También es cierto que, esto hay que decirlo, los referís nunca suelen ser favorables con La Acade, como lo son con Boquita o con los Millonarios, en general nos pasan para el cuarto, y cuando no lo hacen los referís (o los líneas)  lo hacen los jugadores nuestros que suelen ser malísimos. Esta vez era el árbitro y los jugadores del otro equipo quienes nos estaban dando un soberano pesto, similar al que le diera La Juve a River en aquella inolvidable final del mundo en Tokio de 1996. Por alguna razón cuando íbamos dos cero arriba, el toqueteo no fue eficaz y las pelotas nuestras que hasta ese momento habían entrado o pegaban en el poste o requerían una atajada infernal del arquero, ahora empezaban a irse más cerca del palito del córner que de los tres postes del arco. Los laterales que hasta ese momento iban y venían dejaban de volver y parecían quedarse conversando con el lateral contrario hasta que este decidía proyectarse y dañarnos, nos empezaron a comer las espaldas y los pequeños crack que nos habían hecho delirar de ilusiones  y quedar sin adjetivos en el primer tiempo pasaban repentinamente a ser los mayores hijos de puta de la historia del club. Y la puteada sin chiflido es como una molleja sin limón, una carencia de la cultura popular, el insulto de la cancha además de agresivo suele ser original y largo; y las puteadas empezaron a derramarse sobre el primer equipo de Racing que ya estaba dos uno; el empate no tardaría en llegar. El Colo que estaba al lado mío y que era un desubicado total, como buen carnicero que era, empezó puteando al cuatro nuestro, siguió con la hermana y más tarde la remato puteando al hijo del defensor sin ningún tipo de clemencia ni misericordia; en un momento de sinceridad con la moral misma de la sociedad y algo de agotamiento le dije, << ¿Che Colo te parece meterte con el hijo del lateral, tiene cuatro años, qué culpa tiene el hijo de que el padre sea un hijo de re mil puta?>>. También es cierto que el Colo tenía en comparación con Chicho un merito enorme; el Colo era un tipo muy coherente y puteaba todo el partido, todos los partidos. Del lado de adentro del campo de juego se encontraba trabajando el oficial Dario Estesbarato, dirigió una mirada sobre el Colo, estaba agotado de escucharlo putear segundo tras segundo, todo el primer tiempo, todo el segundo y decir las guasadas más aberrantes que se podían escuchar; y hay que impresionar a un cana con puteadas eh. Tengo esa imagen guardada en mi cabeza como un recuerdo desagradable, como un gusto amargo queda debajo de la lengua. El vigilante lo mira, se acomoda la gorra, mete un poco la barriga para adentro y dice, <<Che pibe, por qué no cerras el hoyo en vez de ser tan boludo de putear a un jugador de tu propio equipo>>. El Colo se quedó helado, no podíamos creer lo que no s acababa de pasar, nosotros llevábamos años yendo a la cancha y nos habíamos cagado a piedrazos mil veces con la yuta y ellos como siempre nos habían metido palo y algún balazo de goma también nos había pasado cerca. Pero esto era más que todo, era absurdo, básicamente absurdo. Entonces vino el empate de ellos producto de la expulsión de nuestro arquero luego de haberle pegado una patada al delantero que intentaba dejarlo tirado en el suelo como consecuencia de una mortal gambeta. Y ahí la cosa ya tomó otro color. La gente estaba muy nerviosa, las familias empezaron a retirarse faltando veinte minutos para terminar el encuentro, los cachos de ladrillos empezaron a volar y hasta pudimos ver a la familia de Guillermo Andino arrojar una butaca de la platea que cayó al lado del banco de suplente visitante. El referí paro el partido, tomo el balón, se lo llevó debajo de las axila, como hacía el Ñoño cuando le mostraba al Chavo quién era el dueño de la pelota, hizo señas a la parcialidad racinguista como diciendo que si tiraban un solo objeto más al campo de juego, el partido se suspendía. La respuesta fue inmediata. Un grupo de hinchas que venían de afuera de la cancha comenzaron a repartir repollos morados entre los más efusivos asistentes, luego de eso ingresaron un par de cajones de verdulería repletos con zapallos anco y de manera muy armónica toda, absolutamente toda la verdura, fue repartida con la mayor ecuanimidad posible, o al menos la posible en ese momento de efervescencia social, y a parar de manera apresurada al campo de juego que para entonces ya parecía un territorio de festividad extraña. El Colo buscó entre los muchachos de la barra alguna verdura para revolearle al referí que ahora expulsaba a nuestro más reconocido goleador, Máximo Fartata, que contaba en su historial con 9 expulsiones en 123 partidos y el inigualable historial de 7 goles en la misma cantidad de encuentros. Fartata era más efectivo en concretar expulsiones que en marcar tantos. Con el dos a dos el cilindro de Avellaneda era un caldero, el Colo ya no tenía ninguna imaginación para articular ningún insulto y ahora mechaba una puteada para el equipo, otro para el referí y dos para el oficial Darío Estesbarato que a esa altura ya había recibido once mil escupitajos, cuatro zapatillazos de distintos pares de zapatillas que curiosamente eran todos números impares, 43, 41, 45 y una pila Eveready doble AA, en la nuca. Cuando el colorado encontró lo que había ido a buscar volvió con los ojos iluminados y el rostro con la frescura del tres cero inicial; ahora perdíamos tres a dos y la nuca del cana estaba regalada para las intenciones que el Colo se traía que, a propósito puteaba para llamar la atención del oficial de la infantería. Cuando el Colo le gritó,<< ¡Tu mujer está cogiendo con un bombero voluntario, gordo cornudo!>>, los siete kilos de costillar ya estaban en la nuca del oficial Estesbarato que ahora se disponía a colocar la escopeta en dirección a la tribuna y disparar las balas de goma que en la cabeza del Colorado fueron como plomo. De puro culo, el Colorado tenía otro costillar entre los brazos que no había llegado a arrojar, lo uso como escudo vacuno y vivió recaliente con La Bonaerense el resto de su vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

la percepción de lo que es un "baile futbolero" sigue siendo erronea en el inconciente colectivo racinguista. Hasta que no aprendan eso, el "Colo" va a seguir puteando a jugadores academicos.
Y La Juve se fue a la B...